THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El eclipse europeo

«Mario Draghi ha vuelto con un discurso sobre la necesidad de cambiar Europa antes de que la burocracia y los errores desanclen de la modernidad al continente»

Opinión
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El eclipse europeo

Ilustración de Alejandra Svriz

Si hay un país de moda en Europa no es la Francia de Macron, a pesar de la escalada verbal de su presidente; ni la Alemania de Olaf Scholz, lastrada por la aluminosis energética de la guerra de Ucrania; ni mucho menos la España de Pedro Sánchez, cada vez más alejada del consenso comunitario y más cercana a los postulados alternativos del Foro de Porto Alegre; ni tampoco la Polonia de Tusk, el gran país del Este, una nación realmente cargada de historia; ni la Hungría conservadora de Viktor Orbán, sino paradójicamente la imprevista Italia de Meloni. Es la ventaja que otorga la experiencia.

En Europa, hay dos territorios que destacan a día de hoy por ser los primeros en haber vivido la historia contemporánea. Uno, al norte, es Escandinavia, que se asoma antes que el resto del continente a una era postsecular (no deja de ser sintomático que algunos de los pensadores y escritores más interesantes de la actualidad sean nórdicos; entre ellos, el nobel Jon Fosse). El segundo se encuentra al sur y es Italia. Los italianos conocieron antes que los demás la destrucción del sistema bipartidista, por lo que llevan décadas enfrentándose a la difícil gestión del multipartidismo parlamentario. Las consecuencias han sido el deterioro institucional, el debilitamiento de las clases medias y una inestabilidad crónica. Pero el país sigue manteniendo unas elites envidiables (al menos para los españoles, que han visto empeorar su sistema educativo hasta caer en una especie de analfabetismo funcional generalizado) y esto les ha permitido reflexionar, seguramente mejor que otros –y desde luego antes– sobre la disfuncionalidad europea.

«No se puede ser moderno a costa de la competitividad, el crecimiento, la riqueza y la innovación»

Hace poco más de una década fue un italiano, Mario Draghi, quien salvó la Unión al convocar con una frase todo el poder simbólico y real de un banco central en acción: «The ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough». Ahora ha vuelto con un discurso imponente, leído en Bruselas el pasado 16 de abril, en el que nos habla de la necesidad de cambiar Europa antes de que la burocracia, las malas lecturas y los errores desanclen de la modernidad al continente. No se puede ser moderno a costa de la competitividad, el crecimiento, la riqueza y la innovación. No se puede ser moderno dando la espalda a la realidad, en nombre de no se sabe qué idealismo vacuo pregonado por los cínicos de turno. De hecho, cuando el poder no es servicio se convierte en cinismo. Pero me estoy alejando de Italia –y de Europa–, aunque realmente siga ahí.

La figura creciente de Mario Draghi, el informe Letta para la reindustrialización del continente y el protagonismo de Meloni apuntan a que Italia puede –y debe– aportar mucho al futuro rediseño de una Unión amenazada en lo económico, lo militar, lo político, lo social, lo demográfico, lo cultural y lo educativo. En medio de un mundo acelerado, en el cual la tecnopolítica ha asumido un rol determinante –no precisamente democrático– y en el que el respeto por las reglas ha saltado por los aires, sólo con inteligencia, voluntad y decisión podremos remontar un declive que resulta obvio a ojos de los foráneos.

Con el eclipse europeo se apaga el mejor mundo hasta ahora conocido: el del parlamentarismo liberal y el del Estado del bienestar que busca no dejar a nadie atrás. Al girar página asoman un tiempo y un espacio muy distintos, unas reglas y unas exigencias también diversas. Sin una Europa mejor, carecemos de futuro. Esto es lo que nos recuerda Italia en estos días. Y esto también es lo que nos recuerda la frontera militarizada de Ucrania.

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