El peligro de los escritores espías y espiados
«Cuanto mejor es el espía, más grande es la mentira», vaticinan en la película ‘Argylle’, que se estrena esta semana
Participé hace unos días en uno de los eventos de presentación de la película de Universal Pictures Argylle, una historia de espías muy bien trenzada y con continuos giros de guion. La protagonista es una escritora de novela de espías que se ve envuelta en el mundo de las sombras y los secretos. Está basada en el libro de la escritora Elly Conway, una autora desconocida de la que se duda que firme con su nombre auténtico. A alguna mente lúcida se le ocurrió aprovechar este vacío para difundir en redes sociales la noticia de que la autora era en realidad Taylor Swift, a la que se la fotografió con un jersey con el nombre de la película.
Todo muy propio de una conspiración tejida para debatir sobre una película de la que se pueden contar pocas cosas sin hacer spoiler. En las primeras escenas hay una rueda de prensa de presentación del libro en la que le preguntan a Elly, la protagonista —y autora de la novela real de venta en librerías—, si alguna vez ha sido espía. En ese momento me sentí identificado con ella —unos minutos después dejé de estarlo—, porque desde que publiqué mi primer libro, La Casa, hace 31 años, han sido incontables las veces en las que me han formulado la misma cuestión.
Una pregunta trampa porque, aunque contestes que no, que nunca, los límites de las leyes de secretos oficiales en España y en el mundo, te obligan a mentir y a negar la pertenencia a cualquier servicio de inteligencia. «No soy espía —es la contestación correcta—, pero si lo fuera no podría decirlo». En la peli sentencian con mucha razón: «Cuanto mejor es el espía, más grande es la mentira».
Le Carré mintió sin sonrojarse
A John le Carré le formularon la misma pregunta muchas veces, su conocimiento del mundo del espionaje era brutal. No hablaba tanto del mundo tecnológico, no tan preponderante durante la Guerra Fría, pero sí de esas conspiraciones, personajes sinuosos y ambientes rocosos en los que la traición y la mentira destacaban por encima de cualquier otra cualidad. David Cornwell, su auténtico nombre, fue agente del MI5 y el MI6, los servicios secretos interior y exterior británico. Incluso él mismo confirmó antes de morir que les envió sus primeros manuscritos para cumplir con la obligación de cualquier agente de recibir el visto bueno antes de difundir un escrito, aunque fuera con seudónimo. Al principio su pasado como espía era una mera sospecha, con el paso de los años y la llegada del éxito, se convirtió en una evidencia. Él solo lo reconoció al final de su vida.
Graham Greene, otro de los grandes escritores de este tipo de novela negra, supo reflejar con notable fortaleza el factor humano, cómo son y qué sienten las mujeres y hombres que viven y trabajan en ese mundo oscuro. Su vida es una mezcla de ideas y sentimientos intensos relacionados con sus vivencias comunistas, en el espionaje o en la religión católica. Trabajó para el MI6 y conoció y convivió un tiempo con Kim Philby, el mayor agente doble de la historia, que engañó a su servicio y trabajó al mismo tiempo con los rusos del KGB. Le Carré nunca quiso tratar con un traidor como Philby, mientras Green entendió y justificó que se convirtiera en doble agente.
Un tercer caso es el de Frederick Forsyth, otro escritor que narraba el mundo del espionaje con un realismo que hacía presagiar a sus seguidores que sus conocimientos no eran los de un mero observador, más bien los de alguien que vivía dentro de ese mundo. Finalmente, en su biografía reconoció hace 20 años que, si bien no había estado en nómina del MI6, sí que había colaborado con ellos durante 20 años.
La protagonista de Argylle y escritora con el alias de Elly Conway, y yo lo negamos, en mi caso porque procedo del periodismo de investigación y lo que he hecho ha sido intentar ejercer un control sobre las actividades del servicio de inteligencia, una tarea imprescindible en una democracia. Elly lo desmiente al principio de la película, luego… ya verán.