Diego Trelles Paz y el tiempo de los monstruos en Perú
El novelista concluye su trilogía sobre la violencia política con ‘La lealtad de los caníbales’, inspirada en ‘La colmena’
Fue en 2001 cuando Diego Trelles Paz publicó su primer título, un libro de cuentos llamado Hudson el redentor. Por aquella época, el escritor aún estaba buscando su voz narrativa, cuando uno de los traductores de Roberto Bolaño, Robert Amutio, le puso en contacto con el autor de Los detectives salvajes. «Le había pedido su dirección postal porque había leído que se había carteado con el poeta Enrique Linh, así que le escribí una carta a mano y él le respondió irónico a Amutio: ‘Parece que Trelles no tiene mail’», recuerda divertido. Aquello ocurrió en 2003. Bolaño, al que nunca tuvo la oportunidad de conocer en persona aunque sí que intercambió con él algún que otro correo, moriría aquel mismo año.
«Fue muy importante para mí» –cuenta el escritor–. «El gran problema que tuvimos en Perú era la sombra enorme de Vargas Llosa y los autores del Boom. La voz de estos autores había sido muy fuerte y muy emulada, y los que recién empezábamos necesitábamos otro norte. Yo era escritor para ser Trelles Paz, aspiraba a una voz propia. Y Bolaño, Ibargüengoitia, Piglia o Monterroso surgieron como una respiración artificial para los que nos encontrábamos más perdidos».
Además, continúa, el escritor chileno «era un hombre que estaba interesado en géneros que otros escritores consideraban menores como la ciencia ficción o la novela policiaca. Yo venía de Onetti o Vargas Llosa, de los grandes, de los que te elevaban catedrales literarias. Pero ¿cómo renovábamos la literatura? Bolaño sirvió como esa bisagra. Aunque, evidentemente uno no puede hacer literatura sin desmarcarse del padre, sin cierto parricidio. Si vas a escribir ahora como Bolaño, ¿para qué escribes?».
Prácticamente recién aterrizado en Madrid desde París, donde reside desde hace diez años, Trelles Paz, una de las voces actuales más interesantes de la literatura peruana, nos cita a primera hora de la mañana en una cafetería de Malasaña recién abierta. De visita en nuestro país para promocionar su último libro, La lealtad de los caníbales (Anagrama), el punto final a una trilogía formada por Bioy (2012) y La procesión infinita (2017), el autor culmina este ambicioso proyecto sobre la violencia política. «Me hice escritor en dictadura» –cuenta–. «Fue un aprendizaje de convivencia social en un país que estaba roto».
Con las temperaturas en rebeldía –los grados han vuelto a subir–, un sinfín de sonidos alrededor –de barriles, verjas, mesas y sillas–, se entremezclan con las palabras como si el desentumecimiento de las cosas, o la brusquedad de los días laborales, tuviese también su propia banda sonora. Y es que de bares también trata La lealtad de los caníbales. «El de mi novela» –dice su autor– «es un local real de Perú, situado en el centro de Lima, que se llama Bar Queirolo y es frecuentado por artistas, intelectuales y periodistas».
Mosaico social
El bar del chino Tito, como se le conoce también en la ficción, es el lugar donde se cruzan los diversos y curiosos personajes cuyos destinos trágicos se entrelazan en esta novela que conforma un mosaico sobre el Perú más actual. Un hombre nikkei –de ascendencia japonesa– cuyo padre fue asesinado por un escuadrón paramilitar que busca venganza, una colombiana que huye de la violencia de su país, un camarero que pide a sus empleados que lean libros, una cocinera que predice el futuro en el trasero de los hombres, un joven acosador que trabaja como troll fujimorista o una mujer triste que sueña con ratas, además del escuadrón de policías corruptos que bailan salsa y organizan secuestros, y un siniestro sacerdote, son algunos de los protagonistas que desfilan por este dramático, a veces cómico, escenario.
En general, añade, «digamos que el río madre es la de este grupo de policías corruptos, que no está muy lejano de la realidad, y los afluentes son las diferentes historias del resto de personajes. Como en Magnolia de Paul Thomas Anderson», cita el escritor, cineasta también por formación. «Y fíjate que con lo que está pasando ahora me he quedado hasta corto. La corrupción policial en Perú es estructural. La banda policial que yo describo es tal cual y siempre ha estado presente. Y lo peor de todo es que estamos tan acostumbrados a la violencia que esas noticias no solamente no salen en los periódicos, que también están tomados, sino que ya no sorprenden».
Desde que inició esta trilogía en 2012, la narrativa de Trelles Paz ha avanzado de la época de la guerra interna entre Sendero Luminoso y el Estado, a la dictadura y la postdictadura, y ahora al momento actual. La lealtad de los caníbales refleja el Perú del presente. Inspirada en La colmena, de Camilo José Cela, a Trelles Paz le seducía «la idea del microcosmos, como un panal donde la gente coincide, pero no necesariamente se conoce», afirma el escritor cuyo estilo está más próximo a Faulkner o a los escritores del Boom que al Nobel español. «Y eso que en mi novela» —añade— «hay un anacronismo terrible, porque Fujimori —hoy libre— aún está preso. A veces uno piensa que la realidad es más rápida y difícil de entender y atrapar que la ficción».
También su literatura, como la realidad, funciona como un enigma. «Siempre trabajo las historias de acuerdo a esos secretos que funcionan un poco como novelas policiales. No soy un escritor policial, de hecho, no hay detectives en mis novelas, pero me encanta la idea del lector que escribe, que participa, que se apropia de algo que has creado tú y lo deforme de acuerdo con su lectura».
De la cultura popular al lirismo crítico, a Trelles Paz le gusta desafiar a ese lector y jugar con la linealidad narrativa. «Me interesa la cultura popular. Identifica y da color. También muestra la diversidad que hay en Perú. Por otro lado está la música que da la poesía, ese acercamiento a la literatura en su momento más alto», comenta. Es en ese sentido que La lealtad de los caníbales es una obra para degustar poco a poco. «No es una novela que se consuma como una serie de Netflix, que tiene la esencia de una plantilla que se repite. A mí me gusta trabajar el lenguaje. No es difícil de leer, pero por momentos te saca de tu zona de confort».
Un mundo de violencia
Tampoco el tema de La lealtad de los caníbales es especialmente confortable. Sus personajes son seres rotos abandonados en un lugar erosionado por las mismas fuerzas que deberían protegerlos. «El Perú donde crecí era violento y duro, y en ese sentido mi país siempre va a estar presente. Es como una herida, aunque haya pasado la mitad de mi vida fuera, sigue siendo una suerte de cordón umbilical que no termino de romper. La matriz de mi escritura tiene que ver con vivencias y también con mi posición en el mundo. No sé qué pasa conmigo, pero he estado en Estados Unidos durante los atentados de las Torres Gemelas y en Francia durante las masacres», recuerda. «Felizmente no he estado en el Perú del ahora que es un país deformado. Quizás la relación de los caníbales tenga que ver con eso. Evidentemente es un título que habla metafóricamente del Perú actual y sobre el estado de las cosas en el mundo. Mi idea siempre fue mostrar este país donde reina la falta de empatía y el sistema nos impulsa, también metafóricamente, a que nos comamos unos a otros».
Desde hace 20 años, Trelles Paz vive fuera de ese Perú, donde la inestabilidad política se ha adueñado de todo, que ahora mira desde la distancia. «Lo vivo con mucho dolor. Siempre he pensado que podría ser un lugar mejor, porque tiene muchas condiciones para serlo, pero allá ni si quiera ven la cultura como una fuente de ingresos. En el Perú actual la cultura es un estorbo, interesan más los centros comerciales de cinco pisos y zonas de cemento que los parques», se queja. «Sufrí mucho por el asesinato de más de 50 ciudadanos por manifestarse, una masacre impune. Y no son pocos los peruanos que lamentablemente lo miran de lado», denuncia el escritor.
«También el canibalismo va por ahí. Algunos personajes de mi novela son hijos no solamente de la violencia terrorista de Sendero Luminoso, sino también de la estatal. Y el bar del chino Tito es el reflejo en Lima de esa diversidad que es el Perú –hay como 27 lenguas–, que se respeta poco. Cuando el Estado acude a la diversidad es para explotarla turísticamente. Les interesa el indígena hasta el momento en que exige derechos, entonces lo matan».
Un malestar que, además, muchos de los personajes de La lealtad de los caníbales proyectan hacia un sistema político que ha perdido su forma de ser. «La democracia es muy deficiente, las instituciones que deberían generarla no lo están haciendo. Y eso es un problema para un país que vivió tanto tiempo en una dictadura, que sobrevivió a ella y que pensaba que podía vivir como una sociedad diversa, distinta, pero integrada».
Falsas democracias
Parafraseando a Gramsci, «el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos», como cita uno de sus protagonistas. «Muchas de las cosas que pensábamos que nunca iban a volver a pasar están de nuevo ahí, más fuertes que nunca, en varios países»–afirma–. «Fíjate lo que ha pasado en Argentina, uno de los países con una historia fortísima de movimientos de derechos humanos e institucional. Ahora, con una economía en niveles bajísimos, están intentando desmoronar el Estado del bienestar. Ocurrió en Brasil, podría ocurrir en Chile. No es una cosa peruana, son falsas democracias, son maneras de derribar gobiernos utilizando mañosamente la constitución».
Aunque la suya no es una novela política, Trelles Paz reconoce que eso es algo que está inevitablemente ahí. También en La lealtad de los caníbales hay personajes que encarnan otros problemas que sacuden a la sociedad peruana. «El ejemplo más claro tiene que ver con los sacerdotes» –dice–. «La historia que se cuenta ahí es real, lo que se hizo en Europa tras el descubrimiento de la pederastia de varios miembros de la Iglesia católica es así. Es decir, no los sacaron de la Iglesia, sino que los mandaron a América Latina y ahí se desataron, gracias a la impunidad que da una sotana».
Aunque si en algo pone especial énfasis es en las mujeres de este libro, en sus Blanca, Carmen o Rosalba a las que, a pesar de sus ambivalencias, el escritor también reivindica. «Siempre hay personajes femeninos en mis novelas, pero esta vez los personajes más fuertes son ellas» –señala–. «Personajes que van descubriendo su sexualidad en un país católico y bastante machista. No hay que olvidar que Perú es uno de los pocos países donde el aborto sigue estando prohibido y es punitivo. Una mujer que quiera abortar tiene que hacerlo clandestinamente y el índice de muertes es espantoso. Es uno de los pocos países del mundo donde una niña de diez años es obligada a tener un hijo de su violador, muchas veces un familiar. A veces es un infierno ser mujer en Perú. Pero admiro su fortaleza. Después de las masacres de Juliaca, ellas formaron una de las resistencias más fuertes contra Dina Boluarte».
En La lealtad de los caníbales, no obstante, «hay momentos que son muy líricos y muy críticos con ese ciudadano que ha formado el capitalismo y fujimorismo, que se satisface con tener bienestar propio, personal y no comunitario. En Lima, sobre todo. Estamos hablando de una ciudad donde vive muchísima gente sin agua potable. Ahora, pese a que esa ideología flota en el ambiente, hay mucha solidaridad también. La gente es buena, es muy amable, pero está cansada de la violencia». Un círculo vicioso que, ojalá, nos despedimos, tocará pronto a su fin como esta trilogía.