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Ella Fitzgerald, al descubierto

Judith Tick ha escrito la biografía definitiva, más extensa y focalizada en las andanzas musicales de la reina del jazz

Ella Fitzgerald, al descubierto

Ella Fitzgerald en 1970. | Europa Press

Quizás nuestro idioma acoja su nombre con mayor veneración que ningún otro. En su lengua natal, se dice que proviene de la forma hipocorística de los apelativos germánicos compuesta por la raíz «adal», es decir, noble. Lo cual no es moco de pavo.

Pero, vaya, en español, su nombre encarna con sus cuatro letras la fémina anónima, y conocida a la vez. Es decir, una mujer en concreto que podría ser cualquiera. Porque tener por nombre de pila el pronombre personal de la tercera persona del singular en el género femenino, «Ella», es una responsabilidad. Y si lo acompaña el apellido Fitzgerald… bueno, eso ya es sinónimo de leyenda.

Ella… no me dirán que no es una palabra fuerte para cargar sobre los hombros. Podría ser el comienzo de un relato de Nathaniel Hawthorne o de una canción de Don Omar. Sea como fuere, la niña que vio por primera vez el sol en 1917 en Newport News, Estados Unidos, supo, a lo largo de su vida, hacer valer su nombre, aunque ni siquiera fuese consciente de la incumbencia que acarreaba.

Nacida Ella Jane Fitzgerald, se ganó a pulso otros nombres: la Primera dama de la canción (los siento Michelle Obama, hubo otra afroamericana con el título de Primera Dama antes que tú), Lady Ella o, el muy humilde, La reina del jazz pero, antes de eso, su vida fue cualquier cosa menos un camino de rosas. Por si no bastará ya con ser humana, mujer y negra en esta vida, encima lo acumuló todo en los años de la gran depresión, la Segunda Guerra Mundial o la segregación racial…

Un contexto coyuntural al que habremos de sumar, en la vida de la joven Ella, el temprano abandono de un padre. La pobreza extrema en el barrio Yonkers, de Nueva York, donde se trasladó con su madre. Y la muerte, también temprana, de ésta en un accidente de tráfico cuando Ella tenía 15 años. De ahí, se sucedieron incesantes traslados, abandonos escolares y hasta problemas con la policía. ¿Alguna otra carta para justificar una precipitada caída en el alcohol y la degradación más depresiva?

Descubrimiento

Pero Ella se sabía, se sentía, como se sienten muy pocos en esta vida, predestinada a trascender. Sabía que aquello en lo que no había podido intervenir no debía malograr aquello que deseaba conseguir. Primero el baile. Pero, al final y afortunadamente para el mundo, la música. Y, al igual que su juventud, no fue fácil, ni tampoco rápido. Por eso Judith Tick ha dado a luz a una biografía de Ella Fitzgerald de 540 páginas… Porque lo que no es fácil, ni rápido, merece explicarse con detenimiento.

Sí, efectivamente, el libro que lleva por título Ella Fitzgerald: La cantante de jazz que transformó la canción norteamericana, y que, para no variar, nos traen al reino hispano los editores de perlas bibliográficas musicales, Libros del Kultrum, es imponente. Pesa. Se siente bíblico. Y no es para menos, pues si el Nuevo Testamento narró, con detalle cirujano, la vida de Cristo, este libro disecciona los recovecos menos iluminados, las partes más recelosamente enterradas, de la carrera de una de las diosas del jazz.

El relato de Tick está, en primer lugar, marcado por su propia experiencia. Al comienzo del libro nos relata lo que era una pasión familiar. Una devoción por Fitzgerald, que llevó a su futura biógrafa a memorizar, con sólo 13 años, el doble LP Ella Fitzgerald Sings the Cole Porter Songbook. Y ya en esas primeras páginas, se reconoce el tono informativo, claro, muy americano, fluctuando de lo periodístico a lo académico, que Tick mantendrá a lo largo de la obra.

Racismo

Quizás lo más literario fuera el primer título que la autora meditó: De cómo irrumpe y reina Ella Fitzgerald, que acabó cambiando cuando se dio cuenta de que, por mucho que tomase conciencia en su juventud de Ella a partir de los años 50, la cantante llevaba desde 1933 siendo un precoz icono entre los negros de los Estados Unidos, y el mundo del jazz. Ella no irrumpió, Ella transformó la canción norteamericana. Y lo hizo bien pronto. 

La apologeta del swing que cabalgó las notas de Louis Armstrong o Chick Webb, por no hablar del sempiterno Duke Ellington, alcanzada la mitad de siglo, nunca dejó de reinventarse. Tick aclara eso reiteradamente a lo largo de la biografía. No deja de insistir en la voluntad de Ella de adaptarse, de atraer al público joven, incluso en el auge del rock n’ roll, investigando formatos musicales que, si bien a veces se resistían a la modernidad, brindaban una calidad tan manifiesta que los besaba la trascendencia. 

Pero, al igual que sus orígenes, Ella no lo tuvo nada fácil. Y en eso reside gran parte de la magia de la biografía de Tick, en ese punto épico, descargado por las vivencias de una mujer tan humilde como soberbia en genialidad, que se las vio y deseó para entrar en locales segregados, ganarse a una prensa ceniza, colarse en la radio y pisar auditorios reservados para los WASP, blancos, aristócratas de talonario y racistas congénitos, que dominaban Estados Unidos. En definitiva, la obra de Judith Tick es un almanaque de anécdotas bien referenciadas, con apreciaciones personales tan solventes como perspicaces, con el que se cierra el capítulo sobre los entresijos de la carrera de Ella Fitzgerald. Después de Tick, está todo dicho.

Ella Fitzgerald: la cantante de jazz que transformó la canción norteamericana
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