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Historias de la historia

Cien años de radio en España: El 23-F (y 2)

Tras 43 años del 23-F, es justo reconocer el papel que jugó la radio española en este acontecimiento

Cien años de radio en España: El 23-F (y 2)

Periodistas de radio, televisión y prensa se agolpan junto a las Cortes tomadas por Tejero.

La circunstancia era histórica, Adolfo Suárez, el mago político que había logrado sacar a España del franquismo e implantar pacíficamente la democracia, había perdido el poder. Tras ganar dos elecciones consecutivas en 1977 y 1979, su propio partido UCD, que en realidad era una amalgama de fuerzas políticas, le había hecho la vida imposible, provocando su dimisión.

Desaparecía así del gobierno de España un hombre de gran carisma, y en cambio permanecía un partido anodino que designó un substituto de Suárez sin ningún tirón político, Leopoldo Calvo Sotelo. El 23 de febrero de 1981 se iba a cumplir el trámite de la investidura de Calvo Sotelo, pues UCD poseía mayoría suficiente, pero Televisión Española -la única que existía- no creyó oportuno difundir el acto en directo, aunque lo estaba grabando para el telediario de la noche. Unicamente las emisoras de radio lo retransmitían al país, pero en vez de radiar una votación terminaron radiando un golpe de estado en directo.

Eran las 18 horas y 24 minutos cuando la voz monótona del secretario que nombraba a los diputados para que emitiesen su voto en voz alta dijo: «Manuel Núñez Encabo». En ese momento comenzaron a oírse ruido y voces y el locutor de Radio Madrid, Rafael Luis Díaz, dijo por el micrófono: «Se ha oído un golpe muy fuerte en la Cámara». Mientras que otra voz, la del periodista Fernando González, decía algo mucho más inquietante: «Se ha oído un disparo».

Los oyentes pudieron seguir a continuación las siguientes intervenciones:

Díaz: «No sabemos lo que es, porque la Policía…, la Guardia Civil entra en estos momentos en el Congreso de los Diputados. Hay un teniente coronel que con una pistola sube hacia la tribuna. En estos momentos apunta al presidente del Congreso… Es un guardia civil, entran más policías, entran más policías. Está apuntando al presidente del Congreso de los Diputados con la pistola y vemos cómo… La Policía, la Policía…».

Gritos de «¡Al suelo, al suelo todo el mundo!».

Díaz: «No podemos emitir más porque nos están apuntando con… La Policía…».

González: «¡Llevan metralletas, llevan metralletas!».

Ráfagas de disparos y gritos. Luego una voz de un guardia civil no identificado: «No intentes tocar la cámara que te mato, ¿eh? Desenchufa eso, desenchúfalo, desenchufa eso. No quiero ver imagen. Desenchufa eso».

Mariano Revilla, técnico de sonido de la SER: «Que yo no soy, que es el camión que…».

Guardia civil: «Vale, vale, tranquilo que no pasa nada». Otro guardia civil: «Tranquilos y quietos que no pasa nada».

El primer guardia: «¡No pasa nada, coño, tranquilizarse, no está montada [refiriéndose a la metralleta], coño, tranquilizarse, no pasa nada, no se le va a tirar a nadie, coño, está desmontada, por favor, tranquilizarse, no ocurre absolutamente nada!».

La retransmisión directa quedó cortada, dejando al país en estado de choque, porque había oído lo suficiente. No vamos a hacer aquí una crónica del golpe de estado del 23 F, solamente nos interesa resaltar, en este centenario de la radio en España, el papel histórico de cumplió ese medio, su testimonio inmediato, su mensaje de aliento a partir de cierto momento, y su contribución a desmoralizar a los golpistas hasta su incruenta rendición.

Poco después de lo sucedido en Madrid, en Valencia se sumó al golpe el capitán general Milans del Bosch, que lo hizo en la forma «ortodoxa» del golpe militar: sacó a las calles de la ciudad cincuenta tanques y desplegó 2.000 soldados que ocuparon los edificios públicos y las emisoras de radio. En los usos castrenses el golpe de fuerza se formaliza mediante la lectura de un bando a la población, y Milans así lo hizo, utilizando para ello a Radio Valencia. Un locutor profesional, José Luís Palmer, coaccionado por los militares armados leyó un documento que, en su inicio, pretendía ser tranquilizador:


«Ante los acontecimientos que se están desarrollando en estos momentos en la capital de España y el consiguiente vacío de poder, es mi deber garantizar el orden en la Región de mi mando hasta tanto reciba las correspondientes instrucciones que dicte Su Majestad el Rey».

Sin embargo, tras este moderado prólogo se enumeraban hasta 11 artículos con medidas sobrecogedoras. El general prohibía las actividades políticas, implantaba un toque de queda, prohibía la circulación de vehículos o que nadie hablase con los militares, y asumía «los poderes judiciales y administrativos».

En todas las provincias de España la gente tenía encendidas las emisoras locales, temerosa de que el paso adelante del capitán general de Valencia se extendiese por las demás regiones militares, sin embargo esto no sucedió. Ese silencio de las radios provinciales anunciaba la primera buena noticia: el golpe de estado no se había extendido a toda España.

La noche de los transistores


En Madrid en cambio no había silencio radiofónico, sino todo lo contrario. Aunque los golpistas habían ocupado las sedes de Televisión Española y Radio Nacional de España en Prado del Rey, obligando a una programación de documentales por la tele y música militar por RNE, en el resto de las emisoras privadas de la capital se había desencadenado «la noche de los transistores». Radio Intercontinental, Radio Popular, Radio España y Radio Madrid mantuvieron al país en vilo pero con esperanza.

La SER, que todavía no había sido absorbida por el Grupo Prisa y era la cadena radiofónica más potente, tenía un as en la manga. Su técnico Emilio Olabarrieta se las había ingeniado para dejar un micrófono abierto sin que se percatasen los golpistas, de forma que en la sede de la emisora, en la Gran Vía madrileña, estaban recibiendo el sonido ambiente y conversaciones que tenían lugar dentro del hemiciclo de las Cortes.

Y si de allí salían noticias de forma inadvertida para los hombres de Tejero, también entraban subrepticiamente a través de los pequeños transistores que tenían algunos pocos diputados, como el extremeño Enrique Sánchez de León, que había sido ministro de Sanidad en el primer gobierno de Suárez, o el diputado de UCD por Málaga Francisco de la Torre, que parece le pasó el aparato a Fernando Abril Martorell, amigo personal de Suárez, fundador y peso pesado de UCD, al que muchos compañeros reconocían como jefe de fila.

«La SER, que todavía no había sido absorbida por el Grupo Prisa y era la cadena radiofónica más potente, tenía un as en la manga. Su técnico Emilio Olabarrieta se las había ingeniado para dejar un micrófono abierto sin que se percatasen los golpistas»

Para aquellos representantes de la soberanía nacional, secuestrados a punta de metralleta, lógicamente temerosos no ya del destino de España, sino de que los fusilaran indiscriminadamente, las noticias que Abril Martorell recibía por aparato y luego comunicaba por lo bajini, fueron una tabla de salvación: «El Rey ha hablado», «no hay enfrentamientos en las calles, hay tranquilidad», y como conclusión «Milans del Bosch ha rectificado», que implicaba el fracaso definitivo del golpe.

También los guardias civiles que había llevado Tejero al Congreso iban siendo permeables a las noticias radiofónicas que les llegaban. Alguno se había agenciado un transistor, otros simplemente ponían la oreja al runrún que se retransmitía entre los diputados. Esta labor de zapa de los transistores se materializó en un momento dado de la mañana del 24, cuando por una ventana trasera del Palacio de las Cortes comenzaron a escaparse guardias, porque veían la situación perdida.

El elemento folklórico de esa noche de gloria para la radio española lo puso el periodista deportivo José María García. García, que trabajaba como cronista de fútbol en la SER, era muy popular, le llamaban Butanito porque en los partidos televisados se le distinguía al borde del campo con un voluminoso anorak color butano. Cuando llegó la hora de su programa nocturno, García se fue a la Plaza de las Cortes y, solapándose con los periodistas de Informativos de la SER, que había montado un gran dispositivo, se coló entre el cordón policial, se subió al techo de una furgoneta y se puso a retransmitir con su peculiar estilo.

La estrategia de los medios informativos que, por inexplicable descuido de los golpistas habían permanecido libres y operativos, fue pregonar que el golpe de estado había fracasado cuando todavía no era así, ni mucho menos. En la madrugada del 23 al 24 de febrero dos periódicos se sumaron a la misión que llevaban desempeñando las emisoras de radio desde hacía horas. Diario-16 sacó una edición especial que decía en portada, en caracteres gigantescos, «FRACASO EL GOLPE», y El País otra con la portada «El País con la Constitución», mientras que Fernando Onega, jefe de informativos de la Cadena SER, leía un texto titulado «Buenos días, libertad». Aunque no reflejase la situación de ese momento, era una voz profética.

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