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Yo maté a Umbral, Besteiro lo resucitó

José Besteiro exhibe un conocimiento profundo del escritor y hace que su libro sea un necesario acto de justicia literaria

Yo maté a Umbral, Besteiro lo resucitó

Retrato del escritor Francisco Umbral en 1975. | Europa Press

Comienzo mi autoinculpación tomando prestadas las palabras que pronuncia Pascual Duarte en el arranque de la novela del mismo nombre de Camilo José Cela: «Yo, señor, no soy malo». Pero tengo que confesar que en mi juventud tuve ocurrencias asesinas y en una de estas maté a Francisco Umbral, a quien José Besteiro resucita en su libro Francisco Umbral, manual de instrucciones (Editorial Renacimiento). El Umbralicidio sucedió hacia 1987, y no actué solo sino en colaboración con otros dos individuos, formando parte de lo que la UCO bien podría llamar hoy asociación para delinquir, no por trapichear con mascarillas pero sí por hacerlo con enmascarados.

Juan Luis Cebrián me había puesto al frente de El País Semanal con el encargo de darle mucha cera al producto, y a los directores de periódico conviene tomarlos muy en serio. Había, pues, que romper la pana y así, en colaboración con el periodista Javier Figuero y el fotógrafo Chema Conesa, nació la serie Las locas pasiones, en la que, dejándose llevar por su sueño más oculto, se victimaron gentes muy notables como Camilo José Cela, que fue portada disfrazado de cinturón negro, Santiago Carrillo, reencarnado en El Empecinado, Isabel Tocino, muy propia en su papel de Isabel la Católica, y un joven desconocido llamado José María Aznar, por el que nadie daba un duro, que usurpó la tizona de El Cid Campeador y escaló a una almena para otear lo ancha que era Castilla.

Pero lo peor vino con Paco Umbral, al que hicimos descerrajarse un tiro para revivir a un Larra yacente, en un lance de desamor y fatalismo romántico, al que se prestó como tributo al inspirador de su dandismo. Cuando iniciamos la serie costaba imaginar que los citados y otros igual de notables como Torrente Ballester, cantante de tangos, Pilar Miró, trastocada en Werther, o Fernando Savater, jockey en caballito de madera, se prestaran a desnudar sus sueños ocultos ante un millón de lectores. 

Más costaba adivinar que una de las fotografías de aquella sesión suicida acabaría siendo portada del libro que resucita a Umbral. Y menos aún, suponer que aquel joven espabilado, al que acababa de encargar un reportaje sobre personajes A la sombra de las estrellas, rompería ya en su madurez en un escritor de mucho vuelo con sendas entregas, separadas por poco más de un año: una, sobre Álvaro Cunqueiro y otra, sobre Francisco Umbral, dos gigantes de la escritura, cuya obra resiste mejor el paso del tiempo que el tributo de la memoria. Por ello, la resurrección de Francisco Umbral es un acto de justicia literaria.

Acierta Besteiro al presentar su libro como un Manual de instrucciones, porque en él se dan las claves para despiezar, desmontar y entender cómo funcionaba la olivetti que Umbral llevaba en las tripas, ese mecano que escupía páginas lustrosas con la perfección y la velocidad de una máquina de acuñar moneda. Besteiro exhibe un conocimiento profundo del escritor, en el sentido de que llega a lo más hondo de su personalidad, allí donde anidan el dolor y el maltrato que le dio la vida, junto al éxito cegador como rey de la sabana (y del papel sábana del periódico), así en el tardofranquismo como en la movida, en el felipismo, en el aznarismo, en la calle, en los bares y en los salones, en toda la pomada. Hubo un tiempo largo en el que Umbral rugía en su columna a la hora de ir a comprar el pan, y se agitaba el Serengueti nacional. 

Francisco Umbral en el año 2005. | Europa Press

«Pagó el tributo de la fama: el columnista estajanovista y descarado sepultó al escritor exquisito que fue»

Por sus lecturas y por su condición de paseante con parabrisas de amplio espectro conocía bien al personal, expresión tan suya, desde el busconismo como supervivencia, a la apariencia como falsa virtud española, ya sea en el café, en misa o en las lentejas de Mona Jiménez. Tuvo más piedad con lo primero que con lo segundo, que le sirvió de combustible para sus columnas. Donde la España profunda ponía un estanco, su militancia en la modernidad y el conocimiento del alma española le llevó a montar el chiringuito de las vanidades. Nadie puede disputarle ser el mejor de los de su generación monetizando. Descubrió que en un país devoto de un santoral cerúleo, nutrido de santos y vírgenes de dudosa existencia, amancebados con toreros y folclóricas de nuevo cuño, se imponía renovar el elenco si de ganar el futuro se trataba. 

La modernidad no era eso, así que Umbral descubrió una mina en el negocio tramposo de la fama y decidió hacerle la competencia al papado. En adelante, el santoral de la Transición y lo que vino después fue cosa suya, creando el monopolio de la negrita. Repobló España con la sangre de los nuevos figurones y figurantes, de pijos con gomina y de canallas (tantas veces encarnados en una misma persona), de marquesas recicladas y curas obreros, de alaskas, tiernos, ramoncines y pegamoides. Llegó un momento en que solo los despistados del Opus seguían yendo a Roma los domingos de canonización: el resto del personal se limitaba a fisgar en la columna de la fama donde, en lugar de santos para la eternidad, Umbral despachaba, como barras de pan, estampas de santos y pecadores por un día, todos ellos dignos de culto. Clin, clin, caja. «¡Me has citado, Dios mío, me has citado!/ Ese adjetivo, Umbral, directamente/ al umbral del parnaso me ha llevado!», escribió Joaquín Sabina el día de su canonización en el Spleen. Fue tal su éxito, que también él pagó el tributo de la fama: el columnista estajanovista y descarado sepultó al escritor exquisito que fue.

El trabajo de Besteiro es, además de profundo, minucioso y titánico, porque remueve todos los materiales que dejó a su paso uno de los escritores más productivos del siglo XX: más de cien libros y más de 30.000 artículos llevan su firma, pese a no haber sido precoz publicando, aunque sí escribiendo.

Por esta conjunción de profundidad y minuciosidad resulta que Besteiro no solo entrega un manual de instrucciones para entender y valorar en toda su dimensión al escritor, sino que devela el método Umbral, el que se inventó científicamente para pasar de botones del Banco Central a príncipe de las Letras, y en lo tocante a la prensa, para pasar de llevar la barra del pan debajo del brazo a cargar con su columna a capricho, yendo de Colpisa a El País, de allí a Diario 16, al Abc brevemente, y finalmente a El Mundo. Otro logro de esta obra es que puede clasificarse en la categoría de libros de autoayuda para columnistas o escritores a los que aún no le haya cambiado la voz y anden en busca de estilo. El trono de Umbral, de estilo y gabán sobre campo rojo pasionario, sigue vacante.

«Quien se ponga al alcance del libro, que se dé por muerto: alguna de esas balas literarias lo alcanzará»

Que el método Umbral funciona lo demuestra el hecho de que José Besteiro haya escrito Francisco Umbral en modo Umbral, tanto en la fluidez del estilo como en la brillantez de las imágenes que el discípulo dispensa, midiéndose con el maestro sin reparar en gastos, como si las metáforas fueran a cargo del presupuesto del Estado o de los fondos Next Generation. No dispara metáforas al estilo hierático de Clint Eastwood, un asceta del plomo, sino con el frenesí de Gangs of New York. Quien se ponga al alcance del libro, que se dé por muerto: alguna de esas balas literarias, que prodigan alumno y maestro a cuatro manos, lo alcanzará. Pero nada más hermoso que una rosa de sangre en la solapa de un lector, disparada desde el libro que está leyendo.

Finalizo evocando a Eduardo Chillida y a Larra, a propósito de Umbral. Después de poblar los museos y las calles de esculturas, el vasco soñó con vaciar una montaña en Fuerteventura, y hacer de la oquedad de Tindaya su máxima expresión artística. Puede que no fuera otra la fijación artística de ese Umbral que dibuja Besteiro, ese titán que se vaciaba dando páginas y páginas a la rotativa para desescombrar el lenguaje de toda la materia inerte, de la palabra sin relieve, que decía él. 

Si Larra cumplió su destino de buen romántico con un disparo seco, canónico, este libro sugiere que Umbral optó por inmolarse de acuerdo con las leyes del futurismo, entregado al tecleado continuo de la ametralladora, el suicidio-río de venas abiertas para que fluya la literatura hasta la extenuación. Un Umbral que se abrasó en la hoguera de las multitudes, no sin antes dejar tras de sí un puñado de obras imprescindibles para lectores con alma o para «quienes aman la barbarie de la escritura», como dice el umbraliano Angel Antonio Herrera en el prólogo del libro. Besteiro da buena cuenta de esas obras maestras.

Se agradece que un joven valeroso, como el héroe de las leyendas, se haya atrevido a resucitar a la Bestia dormida, a ese escritor enorme que fue Francisco Umbral.

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Francisco Umbral, manual de instrucciones
José Besteiro
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