'Lubianka', la cárcel de los poetas que desafiaron a Stalin
Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell resumen una de las épocas más oscuras de la humanidad en una novela gráfica
«Los éxitos de la literatura soviética están condicionados por los éxitos de la construcción socialista». El discurso de Andréi Zhdánov durante el primer congreso de escritores soviéticos del 17 de agosto de 1934, que acabaría convirtiéndose en una referencia de los países comunistas a lo largo del siglo XX, permea la novela gráfica Lubianka (Norma Editorial). Ese instante, en el que la prosa revolucionaria se impone a la burguesa, va pautando toda la obra del guionista Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) y el ilustrador Pablo Auladell (Alicante, 1972). Su nuevo trabajo transcurre en la sede de la policía política bolchevique, conocida como la cárcel de los poetas, y se lee como un homenaje a los intelectuales que creyeron en la revolución, pero acabaron convirtiéndose en personajes incómodos para el poder. Fueron los primeros en ser ejecutados o enviados a campos de concentración.
Los personajes son ficticios, aunque hayan buscado cierto parecido con Isaac Babel, el escritor judío, cuando fue arrestado y fusilado. La ficción histórica les dio pie para hablar de la mediocridad y como acaba enseñoreándose y ajustando cuentas en los procesos revolucionarios, por rencor y envidia a los creadores que son mas brillantes. Así fue como reclutaron al personaje de Volodia Gubin un comisario político que se resarce de su mediocridad, de la envidia hacia otros por lo que han sido o tenido, un ser con un alma miserable. «No queríamos reflejar a Volodia como un malo de manual sino como un personaje que, además de la iniquidad con la que se conduce, tiene momentos sentimentales. Ha sido una nulidad como escritor, pero decide escribir el pliego de descargo de su víctima que quedará para los otros».
La coherencia orgánica de lo que se cuenta se ve reforzada con un dibujo oscuro y contundente, realizado con una técnica que simula carboncillo sobre lienzo que transmite la sensación opresiva y desasosegante del cuartel general de la policía política. Las viñetas detallan con todo lujo de detalles también elementos cotidianos de las viviendas, las calles de Moscú y los campos y bosques de alrededor.
Otra constante en Lubianka la constituyen los cuervos que sobrevuelan el relato. «Cuando estuve en la URSS se encontraban por todos lados, picoteando desechos. En las estaciones y en los aeropuertos entraban en la sala de los pasajeros y eran aves considerables. Esa imagen me perturbaba mucho y nos pareció a Pablo y a mí que esos cuervos podían ser interesantes para seguir de cerca el discurso».
Desde muy jovencito, Hernández Cava ha tenido pasión por los escritores rusos, primero Dostoyevski, en una etapa adolescente, una querencia que con el tiempo se fue ampliando a Chéjov, Anna Ajmátova y otros autores. «Siempre he vivido la historia de los rusos con empatía, un pueblo que nunca ha llegado a conocer la libertad», cuenta el historietista. Viajó a la URSS en los años de la apertura que propició Gorbachov pero, una vez allí, constató que muchas cosas o imágenes que almacenaba y que creía estaban distorsionadas por la propaganda norteamericana, en la realidad eran aun peores. «Ya entonces hice una novela gráfica, Ventanas a Occidente que era una primera observación al universo de los rusos o lo que hemos convenido en llamar el alma rusa».
Arte y poder
Guionista e ilustrador se tomaron su tiempo en la gestación de la novela gráfica en la que se reencontraban después de más de una década sin colaborar. Ambos son premios nacionales de Cómic y tenían claro que deseaban rendir tributo a los escritores rusos. El guionista se define como rusófilo y miembro del selecto club los traumatizados por el contenido de los archivos de la KGB. Pasado el tiempo, Hernández Cava se sentía «preparado» para redactar una historieta sobre cómo debe escribirse la prosa revolucionaria, siempre necesitada de catecismos. «Todas las dictaduras comunistas lo aplican», dice. «Lo mismo que ocurrió con los intelectuales en Rusia lo constaté en Cuba. Después de los primeros años de libertad creativa, recuperaron las tesis de Andrei Zhdanov y ahí empezaron a tener problemas escritores como Lezama o Virgilio Piñera… todos los que no se ajustaban a ese patrón».
Las relaciones entre el poder y el arte suelen ser recurrentes. Empezaron a gestar Lubianka antes de que se publicara El ruido del tiempo de Julian Barnes, una novela sobre la persecución que sufrió el compositor Shostakovich que, precisamente, fue auspiciada por Andrei Zhdánov, y con la que algunos han encontrado ciertas similitudes: «Si uno hace un wéstern pues acaba pareciendo un wéstern».
Sin el terror no se entiende el estalinismo: «Hay que inculcar en todos los ciudadanos la sensación de que pueden ser detenidos y fusilados en cualquier momento y por cualquier motivo», asegura en el libro el fantasma de Dzerzhinsky (fundador de la policía secreta bolchevique). Su estatua, que presidía una plaza en Moscú, fue recuperada por Putin y ahora se exhibe en el Ministerio del Interior. Y es que lo peor de los seres humanos resurge cíclicamente. En paralelo a Lubianka se ha conocido la muerte del opositor ruso, Alexéi Navalni, en una prisión del circulo polar Ártico. El estado de terror se mantiene con casi un siglo de diferencia. «Putin se ha empeñado en ponernos de rabiosa actualidad. Entre los zares y los bolcheviques no levantan cabeza».
Autocensura y cancelación
¿La cultura de la cancelación puede entenderse también como la derrota del narcisismo del creador? «La cancelación participa de esta nueva inquisición que se aplica a todo. Los creadores se ven sometidos a unos procesos de autocensura que no recuerdo haber conocido ni en la época del franquismo. El libro tiene que ver también con cómo deseamos que se recuerde la historia y ciertos sectores de la izquierda desean recrear ese período de la revolución como un hecho sobresaliente».
«¡Que valor! ¡Os estáis señalando» son algunos de los reproches que recibe este creador de antiguos camaradas tras la publicación de su nuevo trabajo. Y es que la denuncia de los excesos totalitarios de cualquier signo se encuentra muy presente en la obra de Hernández Cava. «Unos me aplauden y otros me insultan», replica jocoso. «Si uno va con los ojos abiertos y sin antiojeras te das cuentas de las cosas». Como ejemplo recuerda como en un viaje a Nicaragua, cuando Ortega aún no había tomado el poder, se entrevistó con todas las partes posibles, incluidos asesores cubanos que parecían sacados de Topaz la película de Hitchcock, tipos con barba, vestidos de verde olivo. «Entonces ya se sabía que abusaba de las niñas y justo se había quedado con un inmueble que ocupaba una manzana. Volví con una entrevista en la que me decía: ‘Esta casa yo me la he ganado. Cuando me incauté de ella, vi que el dueño tenía fotos de Somoza, así que me la quedé’». Sumergido en esta deriva, el escritor parece decidido a mostrarse a pecho descubierto. Asume, como posible el augurio de un amigo: Eres un individuo que, en caso de conflicto, eres manifiestamente fusilable por cualquiera de los dos bandos. Un candidato a Lubianka.
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