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Maxim Ósipov disecciona la Rusia de Putin

El escritor y médico ruso, exiliado en Holanda, publica el libro de relatos, ‘Kilómetro 101’, sobre la vida en su país natal

Maxim Ósipov disecciona la Rusia de Putin

El escritor Maxim Ósipov y la portada de su nuevo libro. | Libros del Asteroide

En abril de 2022, tras la invasión de Ucrania por Putin, el escritor y cardiólogo ruso Maxim Ósipov (Moscú, 1963) abandonó su país natal, volando primero a Armenia antes de instalarse en Alemania. Ahora reside en Holanda. Ósipov, autor del célebre volumen Piedra, papel, tijera (2022), vuelve ahora con su segunda colección de ensayos y relatos, Kilómetro 101, ambos publicados por Libros del Asteroide. «Cuando empezó la guerra, sentí una mezcla de sentimientos: de rabia y miedo de no volver a ver a mi hija y a mi nieto, que vivían en Alemania. El sentimiento predominante era el asco. Estaba realmente muy disgustado con lo que vi. Tuve la sensación de que, tras pasar 27 años de mi vida en el socialismo, ahora me ofrecen pasar el resto de mi vida en el fascismo. No es que antes no me planteara irme de Rusia, sí lo hacía. Sin embargo, antes tenía la sensación de que podía ser útil y ayudar, y al final, en un momento dado, sentí que mi intención era inútil y me fui», cuenta a THE OBJECTIVE por videollamada desde la Universidad de Leiden donde enseña literatura rusa. 

Queda una hora para el funeral de Navalny. Ósipov está pendiente y algo inquieto. El libro queda en segundo plano, aunque después volveremos a él. «La guerra me avergüenza. Mucha gente piensa igual dentro del país. No es que los que se quedan en Rusia estén allí tranquilamente. Acabo de hablar con mis amigos que van al funeral de Navalny». Me dice que el rumbo que está tomando su país «debería preocuparnos». «Tendríamos que estar realmente preparados para la invasión de Putin en Europa porque él necesita esta guerra. Quiero decir, él necesita cualquier guerra. Los teólogos dicen que el plan del diablo es destruir el mundo y a sí mismo. Su plan es como un tumor maligno. Cuando el cáncer se desarrolla, mata al hombre, pero al final también se mata a sí mismo porque no puede sobrevivir sin el cuerpo humano. Veo un plan diabólico en todo eso», dice.

Se hace un café mientas cuenta cómo surgen sus relatos. «Empezar a escribir no fue decisión mía. Es algo que te sucede. Y el caso es que me sentí escritor mucho antes de escribir realmente algo. Así que la sensación real de ser escritor precede al hecho real de escribir». Narra lo que ve, lo que percibe, lo que siente a su alrededor. Su segundo libro traducido al español, Kilómetro 101, se divide en 10 relatos autobiográficos, escritos a lo largo de los últimos 15 años. El título alude a las zonas de exclusión de 101 km situadas alrededor de las principales ciudades soviéticas, dentro de las cuales no se permitía residir a quienes el Estado consideraba «indeseables». Incluso en la Rusia actual, la expresión «el kilómetro 101» sugiere un lugar de destierro sinónimo de disidencia, criminalidad y privación social. 

Ósipov cuenta en este volumen que llegó desde Moscú a esa pequeña ciudad provincial N. (la ciudad de Tarusa le sirve de inspiración), y pocos meses después, tras luchar por ello, el hospital recibió equipamiento médico: un ecocardiógrafo, desfibriladores, un respirador, una mesa quirúrgica y mucho más. Sin embargo, poco después el departamento se cerró y el médico jefe del hospital fue destituido de su cargo, e incluso amenazaron con iniciar una causa penal.

Así pues, fue la administración local la que comenzó la «persecución». «Es decir, por un lado, no puedes saltarte un semáforo en rojo y por otro resulta que es el único camino para alcanzar tu objetivo», escribe. Los funcionarios no podían creer que las acciones de los médicos fueran desinteresadas y absolutamente legales, aunque tuvieran todas las licencias y aprobaciones del ministerio. 

La historia como un sueño sin sentido

«En cinco años, en Rusia cambian muchas cosas, pero en 200, nada». Afortunadamente, la opinión pública acudió en ayuda de los médicos: se escribió sobre la historia en la prensa, se recogieron firmas por Internet en defensa del hospital, se emitieron programas en la televisión central y en varias emisoras de radio populares, y una ola de indignación se apoderó de todos. Y ocurrió algo casi sin precedentes: en 15 días el departamento volvió a funcionar, el médico jefe fue readmitido y el jefe de la administración, que había iniciado el comportamiento arbitrario, ¡fue destituido de su cargo! El gobernador de la región intervino. La justicia se impuso y él consiguió incluso resistir la arbitrariedad de los funcionarios. 

«El alcohol: ese es nuestro campo de batalla». Todo el libro está plagado de ilustraciones sarcásticas de los tipos de pacientes nostálgicos de la URSS. La experiencia de un médico siempre impone respeto y parece prometer algo así como un diagnóstico para toda la sociedad. Y en muchos aspectos esta expectativa está justificada: Ósipov tiene suficientes observaciones importantes. E incluso una vez formuladas en las primeras páginas, estas observaciones se repitan como un estribillo: el vacío interior del «paciente» medio, inundado de alcohol y sed mórbida de dinero, por un lado, y la no menos vacía complacencia paradisíaca de las buenas intenciones, por el otro. Los ciudadanos de Tarusa que atraviesan la consulta de cardiología de Ósipov, y habitan en las páginas de este volumen, no muestran un gran afecto por el pasado, aunque quizás sí un leve toque de melancolía. Tampoco manifiestan un profundo apego hacia su vida presente. «Un sueño carente de significado: este es a veces el sentimiento que te produce nuestra historia. No hay vector, ni línea», escribe. 

Osipov no sólo trata a pacientes, sino que también escribe una prosa de gran talento. Los aficionados incluso le comparan con otro célebre colega: el doctor Chéjov, a quien él mismo nombra varias veces en el libro. La combinación de agudo realismo y sobrio refinamiento, junto con mucho humor, característica de la prosa de Ósipov, transmite maravillosamente los males y la grisura anestesiante y asintomática de la vida en la Rusia provinciana del pasado y del presente. Las dos fuerzas más destacadas en Tarusa, observa el autor, son «el miedo a la muerte y el poco amor a la vida». A lo largo de la obra, el autor describe un mundo de alcoholismo, violencia, «debilidad de espíritu» y apatía hasta que da con el que quizá sea el rasgo nacional más mortífero de todos: la tolerancia de lo intolerable.

Ósipov se adentró en la escritura a mediados de la década de 2000 como un observador preciso y objetivo de la vida provinciana. Desde entonces se ha convertido en uno de los representantes de la literatura rusa de su generación. «No tengo la intención de explicar nada a nadie. Mis libros no tratan exclusivamente de la vida rusa. Más bien pienso en los seres humanos, que no son tan diferentes en las distintas partes del mundo», dice en la entrevista. «Diría que es una especie de extraña obligación que tienes, y no está claro a quién estás obligado. ¿A ti mismo? No. ¿A los lectores? No creo. Hay muchos libros en el mundo, no es que les falte lectura. Así que es una obligación muy extraña, y nunca ha sido por simple diversión, la verdad. Diría que escribo con grandes dificultades. Soy un escritor lento y edito mucho mis textos».

Humor

Comenzó a escribir casi accidentalmente. Su maestro, gran amigo y paciente murió en 2005. Era un sacerdote en la iglesia ortodoxa rusa, de orígenes judíos. «Tenía algunas notas que apunté en mi diario sobre él. Y poco a poco se convirtieron en un número considerable. Y cuando murió, se las llevé a su viuda y le pedí que no se las mostrara a nadie. Pero le gustaron tanto que olvidó mi petición. Se las enseñó a todo el mundo». Y, no sólo eso, sino que las envió a París a una revista ortodoxa rusa. Y el redactor jefe de esta le pidió que recortara lo mandado y lo hiciera el doble de corto de lo que era. «Además, el Papa Juan Pablo II murió, creo, en verano u otoño. Así que dijo que necesitaba más espacio para esa noticia y que quería recortar aún más mi texto. Y eso me frustró mucho. Le dije, ‘envíame el texto sobre el Papa, lo recortaré’. Y fue una broma de mal gusto».

Su humor no falta, ni en sus libros, ni en la literatura, ni en la vida. «Todas las bromas son tomadas en serio. Así que recortó demasiado lo enviado. Y yo estaba muy descontento con el resultado porque me quitó todo lo relacionado con los judíos, que era importante, todo el humor, y todo lo relacionado con el sexo. Y mi amigo tenía algunas ideas sobre estos temas que eran interesantes para mí». 

Estuvo tan disgustado que mandó todo el texto a una de las revistas más importantes de Rusia. «Y entonces, accedieron a publicar la versión completa y me pidieron que escribiera, aparte, un ensayo sobre mí. Y, este texto se llamaba En mi tierra natal. Es el primer capítulo del libro Kilometro 101».

Ahora, además de escritor, es editor. Ha fundado una revista de escritura rusa independiente titulada, en español, La Quinta Ola. «Ahora estoy preparando el quinto número. Hago yo mismo la maquetación», sonríe. No hay posibilidades de que trabaje como médico. Necesita aprobar el examen de holandés y sacarse de nuevo los exámenes. «A los 60 años no es lo que hace la gente».

El de Ósipov es un exilio sin gran nostalgia por la patria. Escribe: «Aunque has nacido, estudiado y vivido aquí, desde hace mucho tiempo la percibes como una ciudad enemiga. Separarse de los amigos resulta doloroso imposible, pero no de Moscú». Sin embargo, comparte que está trabajando en algún que otro relato, pero «esta inmigración afectó mucho a mi escritura». El proceso de abandono de las propias raíces siempre es complejo y doloroso. Veremos si la siguiente entrega de relatos tratará de su exilio voluntario o más bien decidirá embarcarse en nuevos territorios descriptivos, holandeses. Porque deja claro que él escribe de lo que conoce y de lo que solamente ven sus ojos. 

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