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Schoenberg, un genio musical incomprendido

El ensayo ‘Por qué Schoenberg’ de Harvey Sachs conmemora el 150 aniversario del nacimiento del músico austriaco

Schoenberg, un genio musical incomprendido

Schoenberg | Wikimedia Commons

«Ya ve que no es fácil relacionarse conmigo. Pero no pierda la esperanza por eso». Esto escribe Schoenberg en una carta a una persona a la que acaba de conocer el 30 de agosto de 1923. Y esta también es la frase que sirve de prefacio en la breve biografía Por qué Schoenberg. Su vida, su música y su importancia hoy (Taurus, 2023), escrita por el historiador musical estadounidense, Harvey Sachs (Cleveland, 1946), con el objetivo de homenajear el músico.

Austria y el mundo musical entero están de celebración este 2024. Se conmemoran 200 años del nacimiento del compositor austriaco Anton Bruckner (1824-1896). Fue homenajeado en el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Sin embargo, no pasó lo mismo con el fundador de la técnica de los doce tonos: ni se le mencionó en la tradicional celebración del 1 de enero. El hecho es que se cumplen 150 años desde el nacimiento del compositor Arnold Schönberg (1874-1951). Por algunos, considerado como genio, por otros como el que arruinó el porvenir de la música. Y, aunque sus obras son mucho menos representadas que las de Bruckner y otros intérpretes, y los oyentes no sientan la misma simpatía por sus composiciones, el músico será objeto de un foco de atención anual en el programa cultural español.

El Teatro Real y el Teatro de la Abadía conmemoran su 150º aniversario con una colaboración en la producción de una de sus obras más icónicas, Pierrot Lunaire. El espectáculo, liderado vocalmente por el contratenor Xavier Sabata, quien también ha ideado el concepto del montaje, combina la música de Schoenberg con fragmentos de la Metamorfosis de Ovidio. Las excelentes representaciones tuvieron lugar los días 22, 23, 24 y 25 de febrero y la dirección musical estuvo a cargo de Jordi Francés.

Sachs también escribe sobre esta pieza y cuenta que una actriz de Berlín, Albertine Zehme, encargó a Schoenberg que compusiera una gran obra para voz con acompañamiento instrumental. Él aceptó y, durante el verano de 1912, compuso Pierrot Lunaire, basada en los poemas de Albert Giraud, con partitura para grupo de cámara y para la actriz. Schoenberg experimentó con el estilo vocal de discurso-canción, llamado «Sprechgesang», en el que desarrolló la inusual técnica «Sprechstimme». Se trata, dicho de una manera más simplificada, de una técnica vocal donde el intérprete no canta las notas con una afinación precisa como en el canto tradicional, sino que habla o recita las palabras siguiendo aproximadamente las alturas indicadas por la partitura.

Portada del ensayo de Sachs

La instrumentación simplificada de esta obra también muestra un alejamiento intencionado del expresionismo extremo y el alcance de su anterior Erwartung (La espera) de 1909. Esta obra también podrá verse del 17 al 28 de marzo en el Teatro Real, bajo la dirección escénica de Christof Loy, reconocido por su trabajo en producciones como Capriccio, Rusalka y Arabella. La interpretación delicada pero visceral de roles femeninos será un desafío significativo para ambas sopranos, quienes se enfrentarán a situaciones desesperadas, encarnadas por Ermonela Jaho y Malin Byström.

Volviendo al ensayo que nos ocupa, Harvey Sachs sostiene la tesis de que la música de Schoenberg nunca ha llegado realmente a la mayoría, nunca se ha convertido en eso que hoy llamamos mainstream. Hoy en día, según el historiador, el serialismo post-tonal parece un caballo muerto. Por otro lado, Sachs también defiende que la progresión de la armonía en la música occidental desde la época medieval ha sido inevitable, y una vez que los románticos tardíos estaban en pleno apogeo, la atonalidad pura y dura no podía estar muy lejos. Así lo demostraron Schoenberg y sus seguidores y toda una generación de compositores que alcanzaron su apogeo a mediados del siglo XX y algo más tarde.

Schoenberg: una figura relevante

Arnold Schoenberg fue una figura fundamental en el desarrollo de la música del siglo XX. De los miles de compositores que le precedieron y le sucedieron, fue el único que encarnó el Romanticismo del siglo XIX y principios del XX, liderado por Gustav Mahler, Richard Wagner y Richard Strauss, y el rebelde que derribó las puertas de las tradiciones que habían regido la composición musical durante tres siglos.

Tras pasar su infancia en un gueto judío de la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial –llamado Mazzesinsel («la isla de matzá», un pan típico en la cocina judía), según Sachs, el antisemitismo nazi le expulsó de Europa hasta aterrizar en Los Ángeles, donde permaneció hasta el final de su vida, enseñando primero en la Universidad del Sur de California y luego en la Universidad de California (UCLA). «La identidad étnica y social de estos jóvenes los ponía automáticamente en conflicto con la sociedad, predominante católica y conservadora […]. A lo largo de toda su vida, Schoenberg se vería como un solitario David que empleaba su honda para ahuyentar a las hordas de filisteos que eran incapaces de captar la belleza y la importancia de sus ideas y su obra, o que no querían hacerlo», escribe Sachs.

El historiador musical reúne los factores musicales, históricos y psicológicos personales que impulsaron a este artista complejo y contradictorio. Al hacerlo, restablece la legítima posición de Schoenberg como emancipador crucial de la expresión musical tradicional. Schoenberg forjó un camino y un lenguaje totalmente nuevos. Lo llamó sistema de doce tonos o dodecafónico, basado en los 12 tonos de la escala occidental, en lugar de los siete jerárquicos habituales. Irónicamente, su impacto incluso en sus discípulos más fervientes, Anton Webern y Alban Berg, fue tan provocador que desarrollaron sus técnicas en direcciones divergentes.

Foto de ‘Pierrot Lunaire’ en el Liceu de Barcelona en 2021, con el contratenor Xavier Sabata / Fotógrafo: © Antoni Miró

La música atonal se refiere a una variante estilística en la que las estructuras –en contraste con la tonalidad mayor/menor– no se relacionan con un centro armónico. El término realmente se utilizó de forma despectiva contra Schoenberg y la Segunda Escuela de Viena, fundada por él, y fue bastante desaprobado por él mismo. El término «freitonal» caracteriza mejor la fase de la obra de Schönberg que precedió a la invención del sistema de doce tonos. Es decir, una música con una tonalidad libre («Freie Tonalität» en alemán).

Poca simpatía

Aquí surge una paradoja: ¿por qué un visionario tan influyente y un creador tan radical como Schoenberg recibe hoy en día una atención y unas interpretaciones mínimas de sus obras maestras? Sachs cuenta en el libro que Mark Berry, el biógrafo de Schoenberg, afirmó que la «densidad de la argumentación musical» y la «superabundancia de la expresión y la expresividad musical» del compositor «eran, y son, lo que creaba y sigue creando dificultades en los oyentes, mucho más que su posterior ruptura con la tonalidad o la adopción del método dodecafónico».

Sachs afronta este reto con elegancia. Schoenberg, un artista cuyas controvertidas obras fueron a menudo malinterpretadas por el establishment musical de la época como ascéticas, como carentes de fuerza emocional, calidez y belleza, es considerado en esta biografía con ojos y oídos nuevos. Desde una perspectiva humanística y psicológica, Sachs aclara cómo la música de Schoenberg representa una expresión emocional profundamente humana a pesar de lo que llegó a ser un dramático alejamiento de su ascendencia musical más tradicional. En su prólogo, declara su intención de mantener los detalles técnicos al mínimo para que los oyentes no especializados puedan encontrar interés en lo escrito.

Cartel de las dos obras (una de Poulenc, otra de Schoenberg) que podrán verse en el Teatro Real

«No conozco a ningún músico, sin embargo, que esté dispuesto a afirmar que Debussy, Rossini, Wagner o Brahms han destruido el futuro de la música, pero he oído a muchos afirmar eso mismo, explícita o implícitamente, sobre Schoenberg», escribe Sachs y su intención a lo largo del libro es demostrar justo lo contrario, que el compositor austriaco todavía importa y que ha aportado al desarrollo de la música. Y lo consigue.

Este volumen también disecciona las complejas obras musicales de Schoenberg, fomentando así la comprensión de su pensamiento y proceso creativo. En todo momento, los profundos análisis de Sachs sobre las principales obras de Schoenberg no se realizan en un vacío musical. Las contextualiza en el entorno sociopolítico específico de su época, incluida la tumultuosa experiencia de los judíos en la Alemania nazi, por la que el Estado declaró degenerada la música de Schoenberg. Sin duda, este contexto influyó en muchas de las decisiones creativas.

Una música difícil de digerir

Lograr la aprobación de críticos, mecenas y compradores de entradas influye en el acceso de un compositor a las representaciones públicas. Sin ello, la obra de un compositor permanece silenciosa y desconocida. Muchos compositores que escribieron música espinosa antes y después de Schoenberg han sufrido este destino.

Además, el nivel de dificultad de las obras musicales –y la exigencia de un número comparativamente alto de ensayos y sesiones de práctica para dominarlas– influye en las elecciones de repertorio de los artistas intérpretes de los que depende el compositor para llegar al público. Muchos de los oyentes consideran que su música «no es tanto incomprensible como desagradable […]. La música postonal de estos artistas continúa siendo admirada por muchos profesionales de la música y por algunos oyentes no profesionales, pero el público en general no quiere escucharla», sentencia Sachs y aporta esta realidad al debate, con la finalidad de que este libro pueda hacer Schoenberg más cercano a los oyentes.

Foto de ‘Pierrot Lunaire’ con el contratenor Xavier Sabata / Fotógrafo: © Javier del Real

A su vez, la dodecafonía de Schoenberg inspiró a la siguiente generación de compositores a adoptar sistema de doce tonos, entre los que se encontraban Pierre Boulez, Luigi Nono, Igor Stravinsky y Milton Babbitt, entre otros. Sin embargo, en este libro hay poco sobre a quién influye y cómo (excepto Berg y Webern –muy importantes, obviamente– pero qué decir de Boulez, muy poco tratado aquí).

Schoenberg importa porque él y Stravinsky abrieron de par en par la música del siglo XX, y aunque la música de doce tonos no se utiliza mucho hoy en día, su influencia se puede ver en casi todas partes: en el jazz de vanguardia, en la música de cine, en la música coral con técnicas extendida. La biografía de Sachs trata de explicar la enrevesada y difícil –igualmente excelente– que es su música, pero se deja argumentos a favor de su brillantez e influencia. Quizás es lo único que se echa de menos.

Dado que la música resultante era difícil de aceptar para el público, los intérpretes y los críticos, la reacción cultural llevó a los compositores a abandonarlo a finales del siglo XX, lo que se ejemplifica en el minimalismo de Steve Reich o Philip Glass, junto con el resurgimiento de las formas y tonalidades del siglo XIX por parte de los compositores de concierto actuales.

Hasta el final de sus días, y más allá, el compositor austriaco ha sido incomprendido e infravalorado. Sachs va más allá, de forma admirable, pretende recuperar su figura en el universo musical. Como decía el propio Schoenberg, no es fácil relacionarse con él pero no pierdan la esperanza. Espero que le hayáis dado una oportunidad a su Pierrot Lunaire en el Teatro de la Abadía y que lo hagáis en el Teatro Real con La Espera.

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