Milli Vanilli llega al cine: la disparatada historia de una estafa pop
Simon Verhoeven firma una película que recorre la tragicómica peripecia del dúo musical que engañó al mundo
A mediados de la década de 1970 el avispado productor alemán Frank Farian se inventó un grupo de música disco que arrasó en medio mundo (incluida España): Boney M. Para ello reclutó a tres mujeres y un hombre de origen caribeño capaces de moverse con sensualidad en el escenario, aunque solo algunos de ellos sabían cantar. Las canciones se cocinaban en estudio –el propio Farian ponía su voz– y el grupo actuaba en playback. En aquellos años, Múnich, donde el productor tenía su base de operaciones, era un auténtico laboratorio de música discotequera: el italiano Giorgio Moroder lanzó desde allí como reina de las pistas de baile a la norteamericana Donna Summer, que había aterrizado en Alemania como parte del elenco del musical Hair.
Cuando el sonido setentero ya daba muestras de agotamiento, el infatigable Farian se puso manos a la obra para crear su sucesor ochentero: así nació el dúo Milli Vanilli. Reclutó en Múnich a dos chicos negros: Rob Pilatus, bailarín de breakdance, hijo de un soldado negro americano y una mujer alemana, que tras pasar por un orfanato había sido adoptado por un matrimonio, y el francés Fab Morvan, que había emigrado a Alemania para abrirse camino como modelo porque allí ser negro era más exótico que en París. Ambos se habían conocido en un casting y actuaban juntos como bailarines de discoteca.
El productor se fijó en su buena planta y los contrató para formar el dúo. Solo había un pequeño problema: ninguno de los dos sabía cantar. Pero el productor no se amilanaba ante los pequeños problemas y aplicó a lo bestia la fórmula que ya había ensayado con Boney M: los temas se grababan en estudio (con otros cantantes negros, de voz espléndida, pero sin presencia escénica) y Pilatus y Morvan actuaban en playback y ponían el tipito y la capacidad de mover las caderas. Ni siquiera el tema que los catapultó a la fama era original: Girl You Know is True, versionaba –sin molestarse en pagar derechos– la canción de un desconocido grupo americano llamado Numarx que Farian había escuchado en pistas de baile alemanas y al que le dio relumbrón porque poseía un innegable olfato para generar hits.
La fórmula funcionó tan bien que de grabar para una discográfica alemana pasaron a recibir una oferta nada menos que de la estadounidense Arista, al mando de la cual estaba el legendario productor Clive Davis. La aventura americana los hizo subir como la espuma: el dúo se instaló en Los Ángeles, arrasó en la MTV y acabó nominado a un Grammy… que ganó. El nuevo pequeño problema era que la norma de los Grammys decía que los ganadores tenían que actuar en la gala… en directo.
En resumen: el invento de Farian y sus dos títeres tuvo tanto éxito que se les fue de las manos. Empezaron a circular rumores de que aquel par de horteras que encandilaban a las adolescentes de la época no sabían cantar, en algún concierto falló el playback dejándolos en evidencia y acabó estallando uno de los escándalos más sonados de la música pop. Hubo consecuencias trágicas, porque tras hundirse su carrera, Pilatus entró en una espiral autodestructiva, pasó por la cárcel y se acabó suicidando en un hotel de Frankfort.
Comedia negra
Sobre las alocadas andanzas del pícaro productor alemán y su dúo se rodaron el año pasado dos películas: el documental norteamericano Milli Vanilli de Luke Korem y Milli Vanilli: Girl You Know It’s True, una producción alemana dirigida por Simon Verhoeven que se estrena este miércoles en España. El largometraje de Verhoeven cuenta de forma minuciosa la historia del engaño y sus consecuencias, pero incorporando toques de comedia absurda que encajan a la perfección. El tono recuerda al de otras propuestas que abordan hechos reales cuyo grado de disparate permite introducir pinceladas de comedia negra, como La guerra de Charlie Wilson de Mike Nichols, con guion de Aaron Sorkin, sobre el senador tejano que para luchar contra el comunismo alimentó el monstruo de los talibanes, y El vicio del poder de Adam McKay, sobre la desmedida ambición política de Dick Cheney.
La cinta de Verhoeven no va tan lejos como la de McKay en la ruptura de la cuarta pared y los toques esperpénticos, pero logra escenas gloriosas como esa en la que los capitostes de Arista oyen hablar por primera vez a los dos integrantes de Milli Vanilli y descubren con pasmo que su acento en inglés es lamentable, lo cual requiere los urgentes servicios de una profesora de dicción. O cuando llega el desmelene del éxito: egocentrismo desatado, sexo fácil, cocaína en dosis industriales y en el caso de Pilatus una obsesión enfermiza por el sushi. El virus de la fama se apodera del dúo y en su delirio de superestrellas se les ocurre reivindicar que quieren cantar de verdad, con lo cual ellos mismos contribuyen a precipitar su caída. A Farian -y de rebote a Clive Davis- el invento les estalla en las manos y alguien va a tener que pagar los platos rotos: los chivos expiatorios serán Pilatus y Morvan, que pasan de vivir en una mansión con piscina en las colinas de Hollywood a bajar a los infiernos del bochorno y el anonimato.
La presencia como productoras asociadas en la película de la hermana de Pilatus –Carmen Pilatus, la hija biológica del matrimonio que adoptó a Rob– y de Ingrid Seigieth, la viuda de Farian, hacía temer que la cinta fuera tramposa –como sucedía con el bochornoso biopic Bob Marley: One Love, auspiciado por sus herederos–, pero no es así. La historia se cuenta sin paños calientes, aunque sí es cierto que en lugar de ensañarse con los personajes presentándolos como caricaturas grotescas, se incorporan a ellos sus muy humanos anhelos y flaquezas, lo cual les acaba dando matices enriquecedores y les añade capas de complejidad.
Apogeo de MTV
¿Fue una estafa el tinglado de Milli Vanilli? ¿O el astuto Farian no hizo otra cosa que ofrecer al público el producto prefabricado que pedía? Algo importante para entender lo que sucedió es que este dúo triunfó en la época de apogeo de la MTV y sus vídeos musicales, un periodo de la industria del pop en que era tan importante la imagen como la música. El productor alemán armó un resultón cóctel de voces de estudio y bailarines que daban la cara y simulaban cantar. Picaresca, sí, pero también una audiencia predispuesta a dejarse engañar.
El largometraje de Simon Verhoeven plasma muy bien todo este despropósito de mentiras y excesos, de fama sobrevenida y egos desatados, de intereses económicos y chanchullos artísticos. Ah, y tal vez se pregunten de dónde salió el estúpido nombre del dúo. Pues eso también lo desvela la película: Milli era como llamaban sus íntimos a Ingrid Seigieth, y fue la primera opción, pero quedaba demasiado corto. Vanilli completó la ecuación porque en la reunión bautismal en la que participaron Pilatus y Morvan, Ingrid y Farian, en casa de este último, estaban comiendo helado de vainilla. ¿Es disparatado? Pues sí, como toda la historia de Milli Vanilli, la gran estafa del tinglado del pop.