Diego Guerrero: «Al flamenco no lo mata ni el reguetón ni la industria»
El músico es el primer invitado de ‘Bambalina’, el nuevo podcast de THE OBJECTIVE
La música de Diego Guerrero (Villanueva de los Castillejos, Huelva, 1982) suena a mezcla y a permanencia, algo muy nuevo en una esencia vieja. Sus dos únicos discos, Vengo caminando (2017) y Por la tangente (2023), nominados a sendos premios Grammy Latinos, lo han situado como uno de los flamencos más prometedores de la escena internacional.
PREGUNTA.- ¿Qué es una big band flamenca?
RESPUESTA.- Una una formación de banda americana, como la famosa que acompañaba a Frank Sinatra y que dirigía el gran Count Basie. Son cuatro trompetas, cuatro trombones y cinco o seis saxos, altos, tenores y siempre un barítono. Y lo de flamenca porque hacía música flamenca, concretamente en aquella época hicimos Potro de rabia y miel, de Camarón, hicimos Zyryab y Entre dos aguas, de Paco de Lucía. Y el reto fue quitar la guitarra de Paco y poner la big band en su lugar.
P.- Dirigiste esa big band con 22 años, lideraste también las jam sessions del Café Berlín. Tienes una carrera muy larga como artista profesional. Sin embargo, solo tienes dos discos, Vengo caminando y Por la tangente. ¿Es algo voluntario, quisiste tener poco de buena calidad, o es que abrirse paso y grabar es difícil?
R.- Hoy en día es mucho más fácil que antes grabar. Lo que sí tengo que aclarar es que los dos discos que tengo son cantando y yo no estuve siempre en primera línea cantando.
P.- Eras guitarrista.
R.- Era guitarrista, después fui arreglista y dirigí este tipo de bandas grandes.
P.- ¿Y cómo diste el paso de guitarrista a ser intérprete?
R.- Tuve la gran suerte de ser víctima de una tendinitis crónica. Lo de crónico a esta altura ya no me lo creo, porque considero que hay un factor psicológico importante, pero cuando era muy jovencito, con 16 años o algo así, la tendinitis me apretó, y empecé a estudiar otras facetas de la música, sobre todo la de arreglista y compositor. Después de esta big band flamenca, hicimos una reducción en Granada, a la que pusimos de forma cómica la Flamenco Small Band, y ahí había grandes voces. Cuatro y yo cantaba una de relleno. Cuando entendí que lo que yo quería decir nadie lo iba a decir como yo, aunque ellos eran todos genios del cante, empecé a cantar.
P.- No es que fuera difícil, entonces, el desarrollo de tu carrera.
R.- No. Precisamente en esa época, en Granada, había un amigo que me preguntaba: «Diego, con toda la música que haces, ¿cuándo vas a grabar un disco?». Y me hizo planteármelo, y al darle la respuesta, yo mismo me sorprendí: «Cuando tenga algo que decir». El hecho de cantar canciones, música con letra, con un mensaje, implica para mí un grado importante de sinceridad y de compromiso. Creo que siendo tan joven, aunque sí es cierto que la música era mi universo, tampoco tenía que dar ningún tipo de mensaje propio. Venía un poco siguiendo la estela de de los maestros y cuando llegó el momento de decir algo, grabé mi primer disco.
P.- Dos discos grabados y los dos discos nominados a los Grammy Latino, uno en 2017 y otro el año pasado. ¿Son los premios una especie de de consagración? ¿Para qué sirven los premios?
R.- Yo creo que lo has dicho bien. Por lo menos socialmente, sí, es una consagración. Se empiezan a fijar en ti, te empiezan a escuchar un poco más. Yo estoy convencido de que no debería ser así, que la música debería hablar por sí misma, no en base a premios o a reconocimientos sociales, pero dicho esto, tampoco me voy a quejar. Estoy súper agradecido y ha sido un gran regalo de la vida y y de, bueno, de la gente que me ha votado en la Academia.
P.- Cuando se te escucha cantar se escucha algo muy viejo, pero a la vez algo muy nuevo. No hay duda de que eres flamenco cuando se te escucha, pero yo no sé si tú te consideras flamenco, y qué consideras tú que determina el ser flamenco.
R.- Yo me considero flamenco hasta la médula. Lo que no me considero es cantaor.
P.- ¿Cuál es la diferencia?
R.- Para ser cantaor hay que cantar por soleás, por unos pocos de palos. Antiguamente los cantaores no cantaban por todos los palos. El primero fue Camarón, en ser maestro de todos los palos. Sí que es verdad que antes hubo muchos grandes, antes de Camarón, y después también, pero no era lo común. En Huelva se cantaba por fandangos, en Málaga por malagueñas y en Granada por granaínas. Lo otro es un concepto moderno. No soy cantaor porque no he vivido seis vidas, he vivido una y soy músico. Me expreso como un flamenco porque me he criado entre flamencos, entiendo flamenco, podría ser cantaor, incluso no lo descarto, algún día a lo mejor lo llegaré a ser, pero para eso hay que pasar por el tablao, hay que darse muchas fiestas, yo soy poco de fiestas… Eso en el sentido formal: no soy cantaor pero soy flamenco. ¿Por qué? Porque sí tengo la filosofía de vida de los flamencos y especialmente de los gitanos. Ahí lo dejo.
P.- Tú sabes que es una vieja discusión dentro del flamenco si el flamenco tiene identidad, si es algo gitano, si es algo andaluz. Hay una Ley Andaluza del Flamenco que se aprobó el año pasado. No sé si estás de acuerdo con su definición: «El símbolo de la identidad de Andalucía, en donde el pueblo gitano y la influencia histórica de otras culturas desempeñan un papel primordial».
R.- Me choca un poco que una ley o un legislador defina una cultura. ¿Me la puedes repetir?
P.- Claro: «símbolo de la identidad de Andalucía, en donde el pueblo gitano y la influencia histórica de otras culturas desempeñan un papel primordial».
R.- Me parece muy bien el sufijo porque el pueblo gitano, el hebreo y el musulmán son cruciales en el sonido flamenco. Por supuesto, el católico y el cristiano y el castellano. Pero la primera palabra, «símbolo»… Que el flamenco es un símbolo, ahí es donde no estoy de acuerdo. El flamenco es una cultura. Entonces, bueno, de acuerdo a medias.
P.- Según lo que acabas de explicar, el flamenco es impuro por naturaleza, en el sentido de que bebe de muchas fuentes. ¿Por qué, entonces, cada vez que alguien mezcla el flamenco con otra cosa, vienen con esta cosa de la pureza o la no pureza?
R.- Te voy a recordar las palabras de de mi maestro Rubem Dantas, que fue el introductor del cajón en el flamenco, ni más ni menos, con el grupo de Paco de Lucía. Él, un brasileño de Salvador de Bahía, siempre ha dicho «los puros somos las personas, no el flamenco». Eso por un lado. Y por otro lado, esta polémica que tú destacas, de que siempre se salta con con la pureza, a mí no me ha pasado en la vida. Yo creo que esto es la comidilla de los medios, la comidilla de los críticos. Creo que a pie de calle, a pie del aficionado medio, no pasa. Entiendo que a lo mejor hay sectores en los que yo no me muevo. Yo no voy a las peñas flamencas a cantar (por supuesto de oyente, a veces). Quizá se le da más magnitud de la que tiene. Eso no es una realidad en el mundo flamenco, al revés. El flamenco, y especialmente el gitano, es ávido de otras músicas, de otras culturas, de otras influencias por naturaleza. Desde siempre. Como tú has dicho, es una fusión en origen.
P.- En tus discos predominan mucho, por ejemplo, las músicas de Cuba, la rumba cubana, guaguancó, las músicas de Brasil e incluso influencias de cantautores como Silvio Rodríguez. Influencias del jazz, por supuesto, de la música bereber. ¿Le cabe todo al flamenco o hay algo que no le quepa para fusionar?
R.- Hay otro dicho también muy gracioso que dice que «no es la flecha, es el indio». Es decir, le cabe lo que me llegue a mí, si lo hago yo. Si tengo una forma de ver la vida y la música desde el prisma del flamenco, habiendo previamente conocido el lenguaje del flamenco, lo que es un remate, lo que esperar a ver cuánto alarga el cantaor… Cosas que son exclusivamente del flamenco, entonces estás un poquito más capacitado para introducir otra cosa. Dicho esto, para introducir otra música hay que quererla tanto como la tuya propia y estudiarla tan seriamente como la tuya propia. Con lo cual, esto que se llama fusión es un poco, en general, una tontería. Una vendida de moto, como la mayor parte de la cultura de hoy en día, postmodernista, por llamarla de alguna manera, donde la opinión del ignorante vale igual que la del sabio. ¿Por qué en mi caso entran bien? Porque me he hartado de estudiar música cubana y me he hartado de estudiar la otra, la otra y la otra desde siempre también. Y no sé si le cabe todo, que es lo que me preguntas. Habrá que seguir fluyendo.
P.- ¿Le cabe el reguetón o el trap? ¿Piensas que mezclar esas músicas, de las últimas que han salido en la escena musical, sobre todo comercial, atrae público al flamenco?
R.- Yo creo que no. Yo creo que atrae público a los nombres flamencos. Pero qué carajo va a entender uno que se engancha por un tema de reguetón a, yo que sé, Rafael Utrera o Juanfra Carrasco, y te hablo de gente viva; mucho menos a La Niña de los Peines o a El Carbonerillo. Es lo que te he dicho antes, postmodernismo, donde la opinión del ignorante vale igual que la del sabio.
P.- ¿Está llamado a ser minoritario el flamenco?
R.- Sin duda. Nunca va a ser de mayorías. Así que asumámoslo. Es de minoría porque es complejo y porque necesita una entrega absoluta. Prácticamente, dedicar tu vida a ello, si eres un músico que quieres tocar flamenco y vienes de fuera, o si eres un aficionado que quiere estar atento a la vanguardia y conocedor de la tradición. Necesita una implicación fuera de lo común que casi nadie está dispuesto a dar.
P.- Tú eres de Villanueva de los Castillejos, en Huelva, que está en el Andévalo, la cuna del fandango. No sé si en tu familia y tradición musical o eres el primer músico, y cómo se despertó esta vocación.
R.- Soy el primer músico profesional, pero tradición musical hay en cualquier pueblo de esa zona. Si vas a las Cruces [de Mayo] del Alosno, por ejemplo, son tres días y tres noches con más guitarras por habitante que en ningún otro pueblo, yo creo que tienen hasta el Guinness de los récords. Los pueblos de alrededor son por el estilo. Hay romerías, por supuesto, donde hay mucha música, folklórica, tradicional, y hay carnaval, donde hay mucho ingenio, inteligencia y la letra tiene un papel muy importante. Eso es lo que yo he vivido de muy, muy pequeño. Por otro lado, en Huelva, donde me fui a vivir a cierta edad con mi madre, está el barrio del Torrejón, que es donde están los gitanos, y los gitanos son flamencos, por lo menos en España.
P.- ¿Tú vivías en el Torrejón?
R.- No, pero casi. Vivía cerca, en los Bomberos, pero estaba en el Torrejón todas las tardes. Y quien dice en el Torrejón dice en otras partes, ensayando, pero siempre con mi gente.
P.- ¿Cuál ha sido para ti la figura primordial del flamenco? Quien haya marcado un antes y un después.
R.- Hombre, lo de Camarón y Paco de Lucía ya no hay ni que decirlo, es una obviedad. Tiene que quedar claro: no hay ningún revolucionario después de Camarón ni de Paco, por mucho que vendan. ¿Antes? Quizás sí. Por supuesto, La Niña de los Peines; para los cantaores es una referencia. Pero a mí me fascina especialmente El Carbonerillo, que fue un cantaor de los años 20 y 30 del siglo pasado, antes del franquismo, que hubo una época dorada del cante. Se cantó de una manera en que jamás se ha vuelto a cantar, de virtuosismo y de autenticidad. Y El Carbonerillo murió con treinta y pocos años. Si hubiera vivido más, habría sido, no la llave de oro, sino la llave de diamante del cante flamenco.
P.- El flamenco antiguamente pasaba de padres a hijos, por las abuelas… La gente iba a buscar a los cantaores: «He escuchado una gitana que canta en no sé dónde, vamos para allá»…
R.- Por suerte es ahora todavía así, por eso al flamenco no lo va a matar el reguetón ni la industria, porque es una cosa de familia. Una familia en la que haya tradición flamenca sigue así como tú estás describiendo, como hace un siglo, o más de un siglo. Esa es la fuerza que tiene.
P.- ¿Y para tu carrera cuál fue la figura fundamental?
R.- Tuve la mala suerte de nacer un poco tarde y no vi nunca a Camarón en directo. Yo tendría nueve años, creo, cuando murió. Y fue entonces, cuando empezó a salir en las televisiones, que me dejó enganchado para toda la vida. Ya a mi padre le gustaba Camarón y lo escuchaba, y fue a algún concierto cuando venía a Huelva, pero yo era muy chico, no me podía llevar. Por otro lado, El Niño Miguel.
P.- También de Huelva.
R.- Hemos tenido la suerte de nacer en la misma ciudad que el genio de los genios y hemos vivido con él infinidad de experiencias. Le hemos perseguido por la calle, se ha enfadado con nosotros, se ha alegrado de vernos… Todas las circunstancias se han dado en torno a Miguel y él se ha quedado siendo el gurú de todos los flamencos de Huelva. De todos, no solo mío. Y no solo musicalmente, filosóficamente también. Una mente privilegiada.
P.- Te he oído renegar de tus años de conservatorio, que tienes muchos a cuestas y que te sigues cultivando a través de la música clásica. No me acabo de creer que eso no influya a la hora de formarte como artista, como compositor, como músico, como flamenco…
R.- Es cosa tuya si me quieres creer o no. Yo no le doy coba a nadie. Muchas veces incluso me busco problemas –entre comillas, porque yo tampoco voy buscando problemas–, pero si me preguntas te tengo que decir la verdad.
P.- Adelante.
R.- Las capacidades de un niño cualquiera cuando entra en el colegio empiezan a ser mermadas por sistema. Es un sistema –no te hablo solo del conservatorio, sino de la enseñanza en general– que coarta la creatividad. Coartar la creatividad es el fallo más grande en la enseñanza general y en el conservatorio. Nos están educando en el colegio para ser obreros, o mano de obra de un sistema, o consumidores, en un sistema en el que no hay posibilidad de crear nada, de emprender. Y en la música imagínate, que es un arte. Imagínate cuando en un arte coartas la creatividad y quieres producir intérpretes, todos cortados por el mismo patrón, y quieres anular la personalidad de cada uno de ellos. Seguro que no es conscientemente por parte de los profesores, pero sí que se han metido en un sistema in-bred, que en inglés es como esto de los reyes, que se casan entre ellos. Es decir, yo me hago profesor de conservatorio para dar clases en el conservatorio. No hay nadie ahí que sea un músico profesional donde los chavales y chavalas tengan un referente. Irlo a ver tocar, a un concierto, «ah, es que mi maestro va a actuar en la bienal flamenca o en la Filarmónica de no sé dónde». No existe eso. Entonces, ¿qué clase de músicos estamos produciendo en los conservatorios? Ninguno. Solamente, sacando títulos para dar clase en el mismo sitio donde te han dado. Una cosa que de ahí no sale. Eso no tiene realidad, ni en la música clásica, ni en ninguna música. Eso no es relevante artísticamente ni musicalmente a la hora de la verdad. En otros países no pasa eso.
P.- De ahí la importancia también de que haya salas de música en directo, como por ejemplo el Café Berlín o el Recoletos Jazz. ¿Qué propondrías tú para que esto fuera un poco distinto? Hay otros países, por ejemplo pienso en Irlanda, donde la música es connatural a las familias y casi a todas las familias…
R.- ¿Qué propondría yo? Que nos dejen tranquilos, que nos dejen de cobrar impuestos por abrir un local y que nos dejen de pedir dinero por licencias y que se vayan todos los políticos a tomar por culo y que dejen de robar y que dejen de imponer medidas europeas. Cuentos, inflación y robar por todos lados. Es que es mortal la partidocracia en la que vivimos y la gente no se entera. Depende de nosotros. Yo creo que la libertad hay que empezar a ejercerla y dejar de pedirla.
P.- ¿Tu cómo trabajas? ¿Cuál es tu rutina de trabajo?
R.- Tengo rutinas, pero por rachas. Me puedo llevar meses sin sin hacer nada creativo en la música y otros meses al cien por cien con eso. Quizá parte viene de una especie de manía que tengo, que cuando empiezo algo, lo acabo. Por eso me da miedo empezarlo. Porque dejo de comer, dejo de dormir, dejo de todo.
P.- ¿Eres un poco obsesivo compulsivo?
R.- Un poco o mucho, según se mire. Sí, sí, sí. Ayer mismo me pasó. Estaba haciendo un pasodoble de Pepe Lamprea, que es un carnavalero mítico de mi pueblo, que ha muerto. Yo lo estaba grabando para el carnaval de mi pueblo y ya me pasó. Y mira que era una cosa simple, que hice en un día, pero ya perdí una comida. Mi mujer me dice que me entra el Gollum, ese de los anillos, cuando cuando me pongo en el ProTools, y no escucho nada, no veo nada, no como… No sé si será una suerte o una desgracia, creo que las dos cosas, pero esa es mi forma de trabajar.
P.- ¿Estás contento de cómo va tu carrera?
R.- Sí. Es verdad que ha sido un camino, especialmente el último disco, muy, muy tortuoso, partiendo fundamentalmente del covid, que nos abandonaron.
P.- Fue muy duro sobre todo para los artistas, ¿verdad?
R.- Un abandono absoluto. No voy a decir nada nuevo, pero vaya, tú tenías que pagar cosas y no tenías ninguna ayuda de ningún tipo. Cero, lo que es cero. Ningún ahorro, cero, y una incertidumbre por delante increíble. no sé cómo en estos tiempos pueden llegar a ese punto los Estados con sus propios ciudadanos, pero nos han entrenado bien. Gracias a eso, con la próxima que venga, tendremos muchos más recursos para afrontarlo.
Ráfaga trascendente.
–El arte.
La excelencia. La búsqueda de la excelencia.
–La belleza.
La esencia que está detrás de todo.
–La verdad.
No existe.
–El bien.
La intención desde la que tienes que partir todas tus acciones.
–El amor.
Lo mismo que antes.
–La vida.
No empieza ni termina.
–La muerte.
Una nueva etapa.
Sencillos placeres (recomendaciones de ocio).
Un cantautor, Alberto Alberto Alcalá; un guitarrista, Dan Ben Lior, y un jurista, Antonio García Trevijano.
P.- ¿Por qué recomiendas un jurista?
R.- Porque hay que entender la sociedad en que vivimos. No nos podemos creer la narrativa que nos están contando. Es una auténtica estafa. Antonio García Trevijano te explica en origen el sistema político, desde desde la ciencia política, nunca desde la ideología, porque la ideología solo es una trampa para separarnos.
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