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El Ripley más inquietante llega a Netflix en blanco y negro

Steven Zaillian ofrece una nueva versión tan siniestra como seductora del personaje de Patricia Highsmith

El Ripley más inquietante llega a Netflix en blanco y negro

Andrew Scott en 'Ripley'. | Netflix

«Lo que predije que alguna vez haría ya lo estoy haciendo en este libro de Tom Ripley, es decir, demostrar el triunfo inequívoco del mal sobre el bien, y me regocijo en ello. Haré que mis lectores también se regocijen», anota Patricia Highsmith (1921-1995) el 1 de octubre de 1954 de sus Diarios y cuadernos. Con el dinero de la venta de los derechos cinematográficos a Alfred Hitchcock de Extraños en un tren, su primera novela, la autora se financió un viaje a Europa, donde acabaría residiendo. Fascinada por el continente, sobre todo por Italia, empezó a concebir allí las andanzas de un americano «afable y completamente amoral». La acompañaría toda su vida y se convertiría en uno de los personajes literarios más turbadores y magnéticos de la literatura del siglo XX. La primera novela protagonizada por él, El talento de Mr. Ripley, la publicó en 1955 y de inmediato la crítica estadounidense detectó un clásico en ciernes. Seguirían otras cuatro, la última de 1991.

Las obras del ciclo de Ripley han sido adaptadas a la pantalla en varias ocasiones y dada la ambigüedad y complejidad de su perfil, cada versión apunta matices diferentes. Además, la aproximación a la criminal amoralidad del personaje va cambiando según la época. Así, en su primera aparición en 1960, en la película francesa A pleno sol de René Clément, en la que lo interpretaba Alain Delon, la tensión sexual en su relación con Dickie, el joven americano rico al que acaba matando para asumir su personalidad, está casi ausente. Y sobre todo, la cinta añade un giro final -que no estaba en la novela- para dejar claro que «el crimen paga» y el protagonista será acusado de asesinato. En cambio, en El talento de Mr. Ripley -que adapta, como la anterior, la primera novela– de 1999, protagonizada por Matt Damon, explicita el componente homoerótico del vínculo con Dickie (que la propia Highsmith siempre fue reticente a admitir). Y además presenta a un Ripley más culto, más ingenuo y más necesitado de afecto.

Las otras apariciones en pantalla del personaje se basan en novelas posteriores y lo presentan más maduro y evolucionado. Wim Wenders dirigió en 1977 El amigo americano, una versión muy libre de la tercera novela, incorporando algunas cosas de la segunda. A Ripley lo interpretaba un Dennis Hooper pasado de vueltas y con sombrero de cowboy que desató las iras de la autora por la poca fidelidad al original literario. Y en 2002 John Malkovich protagonizó El juego de Ripley de Liliana Cavani, que lo presenta ya aburguesado y metido en el negocio del arte, pero igualmente amoral y psicopático.

Ahora Steven Zaillian adapta por tercera vez la primera novela del ciclo en formato de serie de ocho capítulos para Netflix, y uno se pregunta si hacía falta volver otra vez sobre ella. Visto el óptimo resultado, la respuesta es que sí. Lo primero que llama la atención -y cautiva- es que es en blanco y negro. Una decisión osada, que consigue crear un clima envolvente, con ecos de cine negro clásico, muy diferente al tono de las películas. Y al mismo tiempo capta con una increíble plasticidad la belleza y monumentalidad de las localizaciones italianas de la época de la dolce vita: Atrani, Nápoles, San Remo, Roma, Palermo y Venecia, ahí es nada. Pero no se trata solo del uso del blanco y negro, el director crea encuadres preciosistas y busca ángulos de cámara inusuales, con los que consigue una factura visual apabullante y seductora.

Lo que acostumbra a ser un problema en las series -la larga duración tiende a derivar en prolongación innecesaria de las situaciones y creación de subtramas innecesarias- se convierte en este caso en virtud. Porque sus casi ocho horas -frente a las dos de los largometrajes- permiten añadir matices, recrearse en los toques de color local y dar más protagonismo a algunos secundarios. Hay por ejemplo un mayor desarrollo de la vida neoyorquina previa al viaje a Italia del estafador Tom Ripley. Y ganan volumen personajes como la portera de la casa de Roma (la gran Margherita Buy) y el obstinado inspector de policía al que se le pasan por alto todas las posibles pistas (estupendo Maurizio Lombardi). En el apartado actoral están también muy bien Johnny Flynn como Dickie y Dakota Fanning como su novia. Y atención, que en el último capítulo aparece John Malcovich en un pequeño papel.

Maurizio Lombardi como Inspector Ravini. | Netflix

Tensión dramática

Otra de las cosas que permiten tantas horas de metraje es convertir los dos asesinatos en sendos prodigios de tensión dramática. Cada uno de ellos ocupa casi un capítulo entero y demuestran lo mucho que cuesta matar a alguien y lo complicado que es deshacerse de un cadáver. Hay en ambos casos momentos brillantísimos: la barca descontrolada tras el primer asesinato y el fatigoso proceso posterior para conseguir hundirla. Y en el segundo crimen: las subidas y bajadas desde el apartamento, el ascensor que se estropea, el omnipresente gato de la portera, el rastro de sangre por la escalera… Aparecen además algunos detalles macabros que perfilan muy bien el carácter psicopático de Ripley, como su argucia para sacarle el anillo al cadáver, bañándole el dedo con su propia sangre para lograr deslizarlo.

Esta una de las grandes aportaciones de esta serie: la construcción del personaje, al que interpreta Andrew Scott, que le da un aire muy perturbador. Hay menos insistencia en la vertiente homoerótica de Matt Damon y más en la obsesión de Ripley por mimetizarse con el entorno y adueñarse de la personalidad del joven millonario al que ha asesinado. Se remarca más su origen modesto, su escasa cultura, su inseguridad y el abismo de clase social que lo separa del mundillo de los ociosos jovencitos de familia rica con ínfulas artísticas en el que se introduce en Italia.

Las únicas pegas que se le pueden poner a esta magnífica serie son algunos detalles de dudosa verosimilitud tras los asesinatos y el hecho de que, al incrementar el aire siniestro de Ripley, resulta un poco desconcertante el candor de Dickie, incapaz de sospechar de su nuevo amigo, pese a que el resto del entorno enseguida muestra suspicacias ante las actitudes del recién llegado.

Patricia Highsmith modeló un personaje que representa la seducción del mal. Incorporó a la novela policiaca matices psicológicos y la elevó a otra dimensión y quiso mostrar que el criminal no siempre paga. Creó un arquetipo que ha generado herederos: por ejemplo, el advenedizo y maquiavélico protagonista de la aclamada Saltburn de Emerald Fennell (Amazon Prime) es sin duda un hijo bastardo de Tom Ripley. Y para terminar, un reto de agudeza visual: hay en la serie un único momento en que aparece un sutil, apenas perceptible, toque de color. Cómo no, el color es el rojo de la sangre.

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