La prosa sin domesticar de Ariana Harwicz
La escritora argentina publica ‘Perder el juicio’, una novela sobre el amor, la maternidad y la violencia vicaria
La escritura de Ariana Harwicz se asemeja a un potro salvaje, no hay camino o rienda que puedan doblegarla, se alza como una voz autónoma recién inventada para la ocasión que nace invadida por la rabia y una vitalidad que el resto entendemos como bestial. El mundo pasa a una velocidad de vértigo y, sin embargo, el lector asiduo de Harwicz comprobará que su prosa sigue sin domesticar en la última entrega, Perder el juicio (Anagrama, 2024), novela en la que seguimos las desventuras de una madre sin la custodia que secuestra a sus dos hijos después de incendiar el piso del exmarido. La escritora argentina afincada en la campiña francesa siempre ha elegido personajes en los límites, desde personas con trastornos mentales severos hasta pervertidos sexuales. Aquí el inicio de la narración nos puede remitir a Juana Ribas y otros casos de madres que cruzan la línea del delito. Y es que esa es la tesis con la que trabaja Harwicz, que todos estamos a un volantazo o mal giro de convertirnos en criminales.
Amor y violencia vicaria son sinónimos en la dura trama, sin matices; vivir día a día como madre es una lucha de expectativas propias y ajenas; la pasión está a un paso de la asfixia. Con todos estos elementos construye Harwicz algo parecido a una road movie, en la que sigue predominando el lenguaje propio que inventa pero que podemos verlo aplicado a una trama con mucha más acción que las novelas contenidas en Trilogía de la pasión (Anagrama, 2022), saga con la que se dio a conocer en nuestro idioma y en inglés, repleta también de mujeres cuyo deseo era pura destrucción.
Acudió a Barcelona para presentar su libro en la librería Lata Peinada y pudimos hablar un rato antes. Le pregunté si la idea de la novela nació mirando algún caso por la televisión, pero sin embargo la inspiración provino de la experiencia propia: «La idea nació de haber conocido empíricamente un largo juicio, una especie de intromisión en una vida judicial, que, como cualquiera puede saber si lo vivió, es como entrar en una secta, en un submundo, como una tribu, entras en otra lógica, incluso lingüística, de discurso. Al yo vivir una experiencia judicial en Francia como extranjera, y el personaje de la novela es extranjero, conocí los tribunales por dentro, las apelaciones, el léxico de los abogados. Así nació esta historia de guerra de un matrimonio».
Por supuesto resulta interesante saber cómo construye ese nuevo lenguaje a partir de la experiencia judicial: «A partir del lenguaje impostado de la justicia surge inventar la lengua de la novela. Fue difícil de escribir porque fue difícil no tomar partido por uno de los personajes, no caer en esta demagogia que detesto. Lo escribí como diálogo y después lo adapté a la forma que tiene de prosa. Lo más difícil fue no tomar partido y dejar a los dos personajes ir derribando cada vez sus límites morales. Para eso era necesario una lengua que saliera de los radares de lo convencional».
Añade sobre la moral convencional: «No es una novela muerta porque salta el cerco de las zonas domesticadas e indaga en zonas amorales. Fíjate en las cosas que le dicen: ella le agradece ser violada porque le ha permitido tener hijos, los dos hablan de deshacerse de los hijos y después dicen que es lo que más aman, están todo el tiempo yendo más allá de lo que la moral les propone, eso tiene que ver con la lengua».
Escribir sin miedo
La cultura de la cancelación es otro gran tema contra el que ha escrito Harwicz. A continuación un modo externo y otro interno de hacerle frente: «El año pasado saqué un libro que me gusta mucho como quedó que se llama El ruido de una época. Es un libro que con aforismos y tweets trata nuestra época, como todos estamos amenazados de cancelación, de muerte social, y está novela no está por esa obsesión, se sitúa al borde del ruido de la época. Me preocupa convertirme en un soldado de mi época, de la manera más respetuosa posible trato de decir siempre lo que pienso, aún en territorios enemigos y hostiles».
Hace años Harwicz me dijo en una entrevista que para escribir hay que ser un paria, algo que ratifica años más tarde: «Para escribir lo más interesante es estar en una posición como ha estado Thomas Bernhard respecto a su país, Austria, como ha estado Kafka respecto a su lengua. Estar en una condición de desclasado, de paria, de algún modo marginal, para poder mirar las cosas sin miedo. Una mirada criminal, que se posicione por fuera de la barrera de la moral, ese estar fuera del juego es necesario para mi».
La maternidad es un tema literariamente en auge, sin embargo la madre que presenta en la novela no es ni divertida ni un modelo a seguir: «A ratos parece como si la palabra madre le fuera extranjera. Pareciera que ella busca una supramaternidad como si fuera algo a llegar, un ideal de llegar a ser lo que se es, es un poco lo que pasa en la vida, lo que pasa es que es un tabú. Te dicen sos madre pero puede haber un desfase entre la biología y los tiempos sociales. Esa mujer lucha por ser madre y la sociedad le hace creer que no está capacitada. Todas las identidades están puestas en un orden de falsedad, como si nadie pudiera cumplir el rol que debe cumplir».
Finalmente, a raíz del secuestro en su novela ambos comentamos que estos días se habla de violencia vicaria en los telediarios: «Hablar de la violencia vicaria explotó. Antes estaba más escondida, eran casos de familias borderline, y ahora toca casos de familias pretendidamente normales, con dinero, con buenas posiciones sociales, profesionales. Por ahí ves las fotos en redes vacacionando y tres días después los matan. Hablar de ello es un modo de iluminar la violencia de las relaciones parentales en nuestra sociedad, algo pasa, es un síntoma».
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