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Cultura

Walt Whitman: memorias de un mundo hermoso y perdido

Renacimiento publica ‘Días ejemplares de América’, dietario inconstante del primer gran poeta norteamericano

Walt Whitman: memorias de un mundo hermoso y perdido

Walt Whitman.

Todos estamos hechos de los mismos materiales: carne y huesos, aunque sean de calidades dispares. Sobre este sustrato común, como dejó dicho por escrito Shakespeare, se proyecta la materia sagrada de nuestros propios sueños, que nos convierten en criaturas tormentosas e inconfundibles. Cada una es igual a su semejante y, al tiempo, distinta. No son los anhelos íntimos los que nos individualizan. También lo hacen las vivencias y los desengaños, los fracasos y los triunfos; las experiencias ecuménicas convertidas en hechos particulares.

La lista de las cosas que nos moldean es infinita: el lugar geográfico de dónde venimos o los paisajes (sucesivos) en los que nos hemos mirado. Por supuesto, también los años que hemos malgastado. Cabe deducir, pues, que la existencia, además de un milagro, es una ardua tarea de recopilación y acarreo de materiales tomados de aquí y de allá, como piedras del camino; en su mayor parte, se trata de guijarros domésticos y prosaicos. Con ellos vamos cubriendo como podemos las distintas etapas del sendero. Cada vida se parece. Cada vida es distinta.

Únicamente los poetas son capaces de condensar estas divergencias en un relato memorable. Entre ellos, por supuesto, está Walt Whitman (1819-1892), el primer gran escritor fundacional norteamericano, al que Borges le escribió un poema colosal –«Piensa, ya sin asombro, que esa cara / es él. La distraída mano toca / la turbia barba y la saqueada boca»– y Darío (Rubén) retrata en su Azul: «(…) el gran viejo, / bello como un patriarca, sereno y santo». Dos homenajes al que se añade el de Lorca, que deformaría su figura en Poeta en Nueva York.

Whitman, un autor capital para entender la tradición rupturista de la poesía contemporánea, fue un moderno muy antiguo. En sus Hojas de Hierba, el libro que reúne toda su obra poética, hecho a medida que los años lo consumían, descubre un nuevo lenguaje y una nación –la cuna de la democracia– regresando al pretérito del versículo bíblico. Poemas de versos extensos, equivalentes a la prosa, que se apartan de las formas métricas codificadas y cantan a un nuevo sujeto: el hombre ordinario y común. Igual que Jaime Gil de Biedma, Whitman amaba a los varones –practicaba una homosexualidad festiva, sin ridículos activismos– y al horizonte.

La huella que ha dejado en la posteridad literaria es la de un escritor devoto de la libertad, pero sus días –y sus noches– estuvieron condicionados por los hechos de su tiempo y las necesidades terrestres. La editorial Renacimiento, comandada por Abelardo Linares, acaba de publicar ahora una edición integral de sus prosas al cuidado de José Luis García Martín: Días ejemplares de América. Un libro desconocido para buena parte de los lectores españoles donde el venerable poeta de Long Island se deja ver con un perfil inesperado y fascinante.

Cuaderno de bitácora

El libro, que fue publicado por primera vez en español en 1956 por la editorial Argonauta, es una miscelánea de diversos textos. Fragmentarios. Dispersos. No tiene un género expreso: el poeta lo utiliza a modo de cuaderno de bitácora. Anota en él desde apuntes del natural –descripciones de lugares, personajes, estados del alma– a notas biográficas sobre la Guerra de Secesión, sus trabajos, ciertos caprichos, poemas (sin versos) y entradas de una especie de dietario inconstante. La composición de esta gavilla de fragmentos, sin embargo, no es casual.

Whitman se cuidó de que fuera publicado con un único título –Specimen Days– y en el mismo año y editorial que la versión casi definitiva de Hojas de Hierba, como si al mismo tiempo estuviera dando a la imprenta los versos de toda su vida acompañados de su némesis. Mera apariencia: entre las dos obras se establece un diálogo discreto que, al margen de lo estrictamente referencial, se percibe sobre todo en lo estilístico. Los poemas del poeta norteamericano parecen nuevos (para su tiempo) porque son prosaicos. Su prosa, en justa correspondencia, bebe de su poesía. Entre ambas existen puentes, vinculaciones, entreveros. Días ejemplares de América puede leerse como una suerte de dietario donde los recuerdos y las evocaciones cohabitan con los asuntos públicos. Algo lógico: Whitman tuvo muchos empleos, pero la mayor parte del tiempo se ganó la vida como impresor y periodista. En la Norteamérica fundacional no existía diferencia entre ambos oficios. Uno se alimentaba del otro, y viceversa, igual que sucede entre los poemas y las prosas whitmanianas.

Edición escocesa de ‘Specimen days & collect’.

Sus anotaciones, reunidas en esta edición de Renacimiento, permiten establecer las influencias terrestres de Hojas de Hierba –por ejemplo, los conductores de ómnibus de Broadway, en los que el poeta encuentra las mejores cualidades materiales (que no espirituales) de los primeros norteamericanos–, repasan sus aficiones –los libros, la música y el teatro–, narran instantes de su participación en la guerra civil –donde trabajó como enfermero–, evocan su fascinación por los ferries o documentan encuentros con personajes como Edgard Allan Poe, «cordial sin llegar a ser efusivo, muy amable y humano, pero algo vencido, quizás también algo cansado».

Whitman escribe en la hora de su crepúsculo, rememorando años de adolescencia y juventud. Narra su pasado en tiempo presente. Viajes colosales, su calvario tras un derrame cerebral, la fascinación por las luciérnagas, el tránsito entre las ciudades agrestes y los campos. Instantes vulgares. Epifanías naturales. Todo ese maravilloso caudal de sensaciones que es la vida en crudo. El poeta norteamericano traza –sin darse importancia– los anales sobre su linaje, un ejercicio del que Borges tomó la idea de fabricarse una genealogía literaria; que en su caso vinculaba la épica de los libertadores argentinos con la biblioteca llena volúmenes británicos.

Autorretrato

También se autorretrata: «Las tres fuerzas de influencia que dieron forma a mi carácter fueron, por un lado, la parte materna, llegada acá de los lejanos Países Bajos, indudablemente la mejor; la escondida tenacidad y estructura ósea central –obstinación, voluntad– que me vienen de los elementos paternos ingleses, por el otro lado; y la combinación de mi lugar natal de Long Island, playas marinas, escenas de niñez, absorciones, haciendo juego con Brooklyn y Nueva York, uniéndose a lo que supongo son mis experiencias posteriores del estallido secesionista, en tercer término».

Whitman escribe con 60 años, una década antes de morir ahogado por una neumonía en Candem. Nos habla de un mundo hermoso, silvestre y perdido. Una Norteamérica con bosques de hayas y aserraderos, sin fábricas, donde los hombres bebían sidra, en las casas no había libros, los carromatos eran empujados por caballos, todos trabajaban con las manos y los muertos debían ser sepultados en la tierra fresca después de ser transportados a pulso.

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