'Crímenes pregonados': la prehistoria del 'true crime'
La profesora Rebeca Martín recupera en un ensayo cinco asesinatos célebres ocurridos entre 1770 y 1892
La mayoría de espectadores y lectores de la actualidad se han acostumbrado no a la moda, sino a la imposición del true crime. A veces la demanda encaja con la oferta, siempre más atenta a tratar sucesos del presente sin atenderse a principios éticos que deberían ser los normales, pues en la crónica negra el rigor es profesionalismo y sentido común de investigación. Lo ejercita con mayúsculas la doctora Rebeca Martín (León, 1977) en su último ensayo Crímenes pregonados, publicado por Contraseña.
La obra puede ser sorprendente para un público no avezado, en general desconocedor de cómo todo lo relacionado con homicidios o muertes violentas se narró hasta finales del siglo XIX casi siempre desde la oralidad, con excepciones valiosas al asegurar la supervivencia en tinta de los hechos macabros más sensacionales. Al ser humano siempre le ha encantado el morbo de lo irracional y querer dar con la lógica del misterio. Las causas célebres, más tarde suplantadas por la velocidad periodística y sus casos en primera plana, recogen modos de matar en el inicio de la época contemporánea.
Martín, profesora de Literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona, tiene, entre otras virtudes, la de saber tratar un tema desde múltiples puntos de vista y matices. Por ejemplo, algo esencial en un libro de estas características, elige con mucho tino la evolución cronológica de su quinteto de crímenes pregonados. El primero data de 1770. El último de 1892. Esos 122 años marcan una separación abismal tanto en la praxis de los asesinos como en el recuerdo textual de sus atrocidades.
Los juicios de los cinco casos del ensayo tienen, asimismo, un abanico de lecturas. Al informarse desde las escasas crónicas disponibles, lo pensado por sus autores adquiere un tono más definitivo, como si la intervención de un abogado en 1770 resumiera el pensamiento de la clase hegemónica o la sentencia de un juez en 1892 nos anunciara la consolidación de un mundo a priori más justo.
En el universo de la crónica negra es frecuente dar con abundante documentación, oficial o de aficionados, en la red. Tanto en medios de antaño como en páginas amateurs de hoy se detecta un nulo cotejo de la información a investigar, bien sea por conformarse con una línea de pesquisa, bien por no exprimir la hemeroteca. Rebeca Martín es justo lo contrario. Si prueban a localizar sus crímenes no darán con ellos en una búsqueda rápida. La antigüedad suele retraer a los recopiladores de asesinatos digitales, sin el oficio necesario para insistir y remirar los archivos.
Raza y colonia
El primer crimen pregonado tiene como estrella la ciudad de Manila y al liberto Romualdo Denis. Su dueño Eugenio Sarria lo trató como si fuera de la familia desde que lo adquirió en la actual Republica Dominicana. A la muerte del amo, el negro Romualdo Denis tomó el relevo en la dirección de las empresas del clan y contrajo matrimonio con la viuda de Sarria, la criolla Sofía Trigueros. Tuvieron tres hijos, fueron felices y comieron perdices.
No. Y sí. Si nos enfocamos en lo negativo, Romualdo Denis asesinó a sus retoños y a uno de ellos en una escena a la luz de la luna dentro de un silencio imposible para nuestros parámetros. Crímenes atravesados por la raza, la colonia, el esclavismo y un amor desatado.
Nos introducimos al segundo crimen pregonado con un capricho de Goya. Por que fue sensible. La mujer del grabado es María Vicenta Mendieta, acusada de instigar a su primo y amante Santiago San Juan al asesinato de su marido, el prominente comerciante Francisco del Castillo, mandamás del Madrid gremial.
Goya era amigo de uno de los fiscales del caso, el poeta Meléndez Valdés. En este Madrid preindustrial una de las lecturas de los hechos sería la cortesana, la de un grupo de élite enfrascado en confirmar o desmentir su visión del mundo desde lo criminal. Otra nos conduciría a cómo Mendieta alegó maltratos de su marido, argumento nada normativizado por aquel entonces.
Barcelona 1852
Con el tercer crimen pregonado vamos a la Barcelona de 1852, aún presa de sus murallas y bulliciosa por un próximo mañana de expansión. El crimen de Pedro Fiol es alucinante. Este hombre, de profesión aduanero, compró un cuchillo de notorias dimensiones y acudió a una pensión de la calle Basea, donde mató a tres personas para luego entregarse en la cárcel de Reina Amalia, sita en un viejo convento de monjas.
Fiol se libró de la muerte gracias a Pere Mata, médico forense y pionero en introducir en lo procesal el concepto de monomanía, según el cual el acusado podía quedar exento de responsabilidad al no ser consciente de sus actos.
El gallego Manuel Blanco Romasanta es el paradigma, quizá con permiso de la barcelonesa Enriqueta Martí, de criminal devenido fenómeno transmedia con productos proclives al relato legendario, mucho más atractivo que el basado en la estricta realidad. El hombre lobo Romasanta es el cuarto crimen pregonado, a rebosar de pequeños detalles, como la implicación de nuestra Isabel II en el destino del buhonero.
El último cierra el círculo y no sólo por el protagonismo del pintor filipino Juan Luna y Novicio, sino por cómo, con relación al de Romualdo Denis, se recibió mediante unas fuentes ya encaminadas hacia la modernidad de la prensa, feliz por esta historia de un artista premiado que el 23 de septiembre de 1892 perdió la cabeza hasta asesinar en París, donde vivía, a su mujer, la mestiza filipina Paz Pardo de Tavera, y a su suegra en Villa Dupont.
Luna fue absuelto y murió en Hong Kong de un infarto el 12 de diciembre de 1899. Tras recobrar la libertad, volvió a su archipiélago natal, donde se destacó en la lucha contra el colonizador. Cada uno de los antihéroes y heroínas de estos crímenes pregonados es una novela en sí mismo. En las ficciones se quieren revelar todas las hechuras de los malhechores. En un ensayo sobre estas cuestiones se desvelan las del antes, el durante y el después desde la perspectiva de que la crónica negra es una baza primordial para comprender el funcionamiento de una sociedad al unir lo minúsculo -un crimen nunca deja de ser algo cotidiano- con lo mayúsculo -su aportación para comprender la Historia-.