María José Solano y el beso agradecido a nuestros héroes
La autora sevillana regresa con su nuevo libro ‘La mujer que besó a Virgilio y otros viajes literarios’
Dice José Luis Garci de María José Solano que es «una gran escritora viajera, pero, sobre todo, una mujer que no deja de peregrinar alrededor de sí misma». La llama Ulises, y yo la llamo también Goethe porque, a imagen del poeta alemán, la autora ha sucumbido a Italia, a su pasión y su humor salvavidas. Aunque no sólo de nuestro vecino mediterráneo habla su nuevo libro de relatos, pues la autora evoca también en sus páginas sus viajes por Estados Unidos, Londres, Buenos Aires o Copenhague.
La mujer que besó a Virgilio y otros viajes literarios (Berenice, 2024) es un libro que venera el arte -en cualquiera de sus manifestaciones-, es una guía de viajes y es, ante todo, una obra que te obliga a coger la maleta o a enamorarte. A ser, por un rato, uno de los amantes que pasea el Madrid castizo en días de sol tibio, y que come -entre palabritas de amor- caracoles, con los ojos nubosos de vino tinto. O que cena un cangrejo para millonarios en Miami con un rescatador de bombas atómicas submarinas.
Cabe tanta honestidad, pero tanta pasión, en estas líneas, que el modo de mirar el mundo de esta romántica -en el sentido más alto del término- se vuelve contagioso y arácnido. Y su charla también es envolvente:
P: Escribe que viaja con frecuencia a Nápoles como «patria de la felicidad y el consuelo». ¿Qué encuentra allí? ¿Cómo explicar la belleza de lo decadente?
R: Nápoles es mi casa, en el sentido figurado, literario y de la memoria, porque se parece mucho a la Sevilla que tengo en mi imaginario de juventud. Y sobre todo a la Sevilla que conocieron mis padres. Mi padre era muy aficionado a la fotografía y en mi casa hemos visto muchas fotos de los años 40, 50 y 60, de aquella Sevilla. Y cuando llegue a Nápoles, la ciudad era el álbum de las fotos de mi familia en vivo y en directo, así que me quedé prendada. Además, es el Mediterráneo en todo su esplendor, es la frontera rabiosa del fin de Europa, es una ciudad muy literaria y con estratos. Desde la epidermis más decadente, en la que encuentro una inspiración singular para mi manera de mirar el mundo, hasta un pasado esplendoroso de lugar amado por los autores que yo amo; entre ellos Cervantes, que decía que en Nápoles estaba el paraíso.
También me gusta la Nápoles de Curzio Malaparte después de la Segunda Guerra, esa Nápoles destrozada de prostíbulos y pobreza y americanos… Me interesa la Nápoles de Goethe Incluso la Nápoles que ya no es más, la de Pompeya.
P.: A propósito de Goethe, usted también es una suerte de Goethe, con ese enamoramiento tan profundo por Italia.
R.: ¡Ya me gustaría a mí! Pero hay una cosa que sí es verdad: uno tiene que aspirar a cosas grandiosas para quedarse por lo menos a la mitad de la mitad. Yo no soy muy germánica en literatura, ni de mentalidad ni de geografía, y mira que estudié alemán… Pero Goethe sí que tiene algo que he admirado y a lo que querría tender. Hay una anécdota magnífica: cuando va a visitar a Napoleón, le dice Napoleón a su ayudante «Mira, aquí viene un hombre». Lo presentó así. Goethe fue un intelectual, un hombre generoso, paciente, un hombre que comprende al ser humano y al mundo.
P.: Ni más ni menos que un hombre. Virgilio, que da nombre a sus relatos, ha estado presente a lo largo de los siglos, pero ahora mismo siento que hemos dado un poco la espalda a su legado. ¿Lo comparte?
R.: Es que le hemos dado la espalda a la memoria, y como Virgilio es memoria… Fíjate que Virgilio estuvo también durante siglos denostado, en la época oscura de la Edad Media en la que esa frescura y mirada humanista del mundo se perdió en otras ideologías y otros momentos sociales y bélicos. Pero el Renacimiento lo recuperó, Dante tiró de la mano de Virgilio e inauguró con ese nombre tan bien puesto, Renacimiento, una nueva mentalidad humanística. A partir de ahí, aun con altibajos, Virgilio vuelve a estar presente en todas las épocas. Y no sólo su obra, que es fundamental, sino su pensamiento y su propia persona.
La foto del beso a Virgilio y el título en realidad tiene un sentido no ya biográfico, sino que tomo a Virgilio como el símbolo de mi agradecimiento a los maestros, a quienes nos han guiado por el mundo y han sido nuestros prescriptores. Virgilio es el símbolo de quienes me han ayudado a construir un mundo de libros y de cultura.
P.: ¿Y qué país, de entre todos en cuantos se deja jirones de piel, cree que valora más la cultura y a estos prescriptores nuestros?
R.: Inglaterra sigue siendo el referente en cuanto a su propia memoria, a su heritage, como ellos lo llaman muy bien llamado. Sólo hay que ir a las librerías y ver lo que hay en sus mesas de novedades. Francia también es un país que sigue idolatrando a sus grandes hombres, y poniendo medallas a quienes piensan que lo merece, sean franceses o no. De hecho, siempre tienden a afrancesar todo aquello que merece la pena de la cultura, de la moda o la gastronomía.
Eso desde la objetividad, pero desde la subjetividad yo sigo estando de parte de Italia: esa manera mediterránea muy cercana a mi forma de ser, de honrar la memoria y de sentirse orgullosos de una manera visceral de lo que fueron. Tienen algo que quizá los demás no tengan, o no de esta forma matizada, y es el sentido del humor. En eso los italianos y los españoles nos parecemos, ese humor que mantienen incluso ante las desgracias a mí me seduce.
P.: El humor y la pasión, porque ¿con qué historia de amor, de todas cuantas ha acogido Vía Margutta, se queda? ¡Si es que puede!
R.: ¡Si es que están todas! Fíjate que hay la de la modelo y el pintor ciego, y otras tantas… Pero me gustó saber que ahí se cosieron los vestidos del Gatopardo, de la película de Visconti. Me gusta saber que las máquinas de coser sonaban en esa calle solitaria y silenciosa, me encanta esa imagen.
P.: Oye, y no sólo allí en Italia. En Madrid también nos enamoramos y el libro deja ese testimonio de un enamoramiento castizo. ¿Cómo nos enamoramos en Madrid? ¿Hay resquicio para eso?
R.: Madrid es una ciudad perfecta para todo. Para mí es perfecta, por eso llevo viviendo aquí más tiempo que en mi Sevilla natal. Como todas las ciudades caóticas y fronterizas -no de geografía, fronteriza de rompeolas, donde todos venimos a medrar-, aquí ocurre de todo. El otro día se lo comentaba a un amigo que me preguntaba, paseando por Velázquez hasta la Feria del Libro, cómo me podía gustar este caos. Y yo le decía que para mí es muy enriquecedora porque te sientas en un bar, o en cualquier sitio, y te parece que en cada mesa, en cada pareja que habla, en cada grupo de personas, está ocurriendo una historia y esta es susceptible de ser contada.
P.: Me gusta mucho una cosa que reseña sobre Stendhal, cuando este escribió en su tratado sobre el amor: «La cristalización es el proceso por el que el espíritu, adaptando la realidad a sus deseos, cubre de perfecciones el objeto de ese deseo». ¿Qué consuelo da el arte cuando la cristalización se ha hecho añicos, como escribe usted?
R.: Todo. Para mi el arte lo es todo. Yo creo firmemente en la estética como ética. La belleza, las maneras, la educación es una forma de ser y estar en el mundo. La batalla que defiendo es la rebeldía de la belleza. Yo estudié Historia del Arte, y no creo mucho en la humanidad, pero cuando veo una obra de arte me reconcilio con esa parte del ser humano. Cuando veo una catedral, cuando leo un libro, cuando observo una miniatura medieval o cuando veo a un hombre acariciando a un perro abandonado, toda esa belleza de la que es capaz el ser humano me reconcilia con la humanidad.
P.: Este libro puede ser perfectamente una guía de viaje. ¿Algún lector se lo ha tomado así?
R.: Pues sorprendentemente sí, tanto este como el de Grecia. De hecho tras la presentación, algunos lectores que se acercaron para que les firmara el libro, habían leído Una aventura griega y me dijeron que habían ido a Grecia con mi libro. Y en redes sociales hay gente que me envía fotos y me cuenta que está, por ejemplo, en el mar de Mármara con mi libro. Eso es emocionante.
P.: ¡No había previsto eso! He leído que lo escribió durante la pandemia, durante el encierro. ¡Qué capacidad memorística para evocar los viajes!
R.: Realmente no es un sólo viaje. Italia o Nueva York, por ejemplo, son el resumen de muchos viajes que hice. Los viajes al final se impregnan en la piel y en la cabeza y hay cosas que, por mucho tiempo que pase, están ahí. Con la melancolía de no saber si iba a volver a viajar o no, y con la biblioteca, reconstruí los viajes para mí porque necesitaba sentir que podía seguir viajando.