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Cultura

La intimidad de Milan Kundera al descubierto

La periodista Florence Noiville publica una interesante aproximación a la vida y la obra del escritor checo

La intimidad de Milan Kundera al descubierto

Milan Kundera. | Europa Press

Basta que un escritor pretenda borrar su rastro para que emerjan un ejército de biógrafos tenaces, periodistas dispuestos a inspeccionar sus bolsas de basura y familiares encantados de sacar a la luz cartas personales y trapos sucios. Y si no que se lo digan a J. D. Salinger, el más célebre de los literatos esquivos, que quiso evaporarse y han hecho sobre él hasta películas. Con Milan Kundera (Brno, 1929-París, 2023), fallecido hace ahora un año, empieza a suceder algo parecido. 

Desde los años ochenta del siglo pasado se negó a conceder entrevistas y hacer apariciones públicas. Aspiraba a algo en apariencia muy sencillo: «Olvidad mi vida. Abrid mis libros». Pero, claro, no le hicieron ni caso. Primero fue un documental, Milan Kundera: De la broma a la insignificancia (que pudo verse en Filmin), rodado en 2021, antes de su muerte, pero sin su participación. El director, Milos Smídmajer, intentaba desvelar los enigmas del autor checo con entrevistas a personas de su entorno y un recorrido por los lugares de su vida. Llega ahora Milan Kundera. Un retrato íntimo (Tusquets) de Florence Noiville, que lo conoció cuando, siendo una joven periodista cándida y entusiasta, intentó convencerlo de que le concediera una entrevista televisiva. Él se negó, pero la chica le cayó bien y le ofreció unos textos para publicar en Le Monde, donde ella trabajaba. A partir de ahí se trenzó una duradera amistad con él y su esposa Vera. 

«Muchos escritores se han esforzado por desaparecer detrás de su obra. (…) Milan Kundera fue más allá. Desde mediados de los ochenta se esforzó por borrarse a sí mismo. Ni un solo discurso, ni una sola entrevista. Ya no había ningún rastro público de su ‘verdadera vida’. La trituradora funcionaba bien en casa de los Kundera. Tras Milan no debía quedar nada excepto sus libros. El resto -manuscritos inacabados, cartas privadas, correspondencia, diarios, fotografías- se destruía sistemáticamente», cuenta Noiville en las primeras páginas. ¿Ha traicionado entonces su amistad al publicar este texto? En cualquier caso, lo ha hecho no ya con la aquiescencia, sino con la muy colaborativa complicidad de Vera, que pasa de destruir los documentos de su marido –«Todavía queda toda esa estantería… Todo eso va a quedar reducido a confeti», le comenta ufana a la periodista-, a proporcionarle montones de fotografías íntimas y dibujos hechos por su marido que aparecen en la obra. 

Los lectores -admiradores y chismosos- agradecemos tener acceso a la intimidad de Kundera, aunque la propuesta plantea algunas dudas éticas. En especial un par de escenas en la casa del escritor en la parisina Rue Récamier al final de su vida. En la primera Noiville va a visitarlo y se encuentra con un anciano ya sumido en la demencia senil que le hace preguntas en checo, porque ha dejado de hablar francés y ha recuperado el idioma de su infancia, y le pregunta a qué se dedica porque ya no la reconoce. En la segunda, con la mirada perdida y atendido por una enfermera las 24 horas, ha desarrollado el impulso demente de romper libros. ¿Dónde están los límites no ya de la ética sino del simple pudor? ¿De verdad aporta algo al conocimiento de los misterios del escurridizo autor checo describirnos estos patéticos detalles del final de su vida? Aún resultará que tenía razón el escritor cuando llamaba a los periodistas «perros rastreros». 

Sin embargo, si se supera la indignación que producen estos excesos amarillistas del todo innecesarios, lo cierto es que el libro, concebido como un collage de escenas que van componiendo un mosaico, es una interesante aproximación a la vida y obra de Kundera. Conocemos su infancia en Brno: el padre músico discípulo de Janáček; la temprana afición por la música de Milan -llegó a componer en su adolescencia algunas piezas breves para piano-, después sustituida por la poesía -del surrealista Nezval- y el descubrimiento de la novela como su instrumento expresivo. 

Disidente y exiliado

Conocemos también su paso por la universidad, su juvenil fervor comunista y el absurdo incidente -recreado en su primera novela, La broma– que supuso su caída en desgracia, le abrió los ojos sobre la verdadera faz del estalinismo y lo arrojó a la disidencia. Es en esta época cuando se produce el episodio más oscuro de su biografía: supuestamente, Kundera habría denunciado a la policía a un opositor que fue detenido. El hecho lo sacó a la luz en 2008 la revista checa Respekt, aunque Noiville no le da ninguna credibilidad y lo despacha diciendo que se trató un montaje para desprestigiarlo, cosa que no está del todo clara. 

Después, Kundera y su esposa, ya disidentes, serían sometidos a vigilancia por la policía secreta, como demuestran los documentos de los seguimientos rescatados de los archivos de la Seguridad del Estado. Por fin, en 1975, ambos pudieron salir de Checoslovaquia gracias a la maniobra de Claude y Colette Gallimard, que le consiguieron al escritor un puesto de profesor en la universidad de Rennes. En Francia -primero en Rennes, después en París-, el matrimonio siguió vigilado por espías del Gobierno comunista checo, inquieto por sus posicionamientos políticos. Pasado algún tiempo, un hijo de Colette Duhamel Gallimard fue de turismo con dos amigas a Praga, con la misión secreta -bautizada como Operación Barbarroja– de rescatar los manuscritos que el novelista había tenido que dejar atrás para poder marcharse de su país. 

Cuenta también la autora la mala relación de Kundera con Václav Havel, que nunca le perdonó que abandonara Checoslovaquia, mientras él pasaba por la cárcel. Y los encuentros con escritores que vivían en su barrio de París: el exiliado albanés Ismail Kadaré, con el que paseaba por los Jardines de Luxemburgo, y el rumano Ionesco, con el que se cruzaba por la calle y al verlo borracho, dando tumbos, lo acompañaba de vuelta a su casa… Se apunta además su admiración por la pintura de Francis Bacon y el cine de Fellini, y la amistad con Milos Forman, otro exiliado checo reciclado en cineasta norteamericano. 

Cobran inquietante actualidad por las ansias expansionistas de Putin las opiniones políticas del novelista y su visión de la entrega de la Europa central a la órbita soviética: «Después de la guerra, la anexión de gran parte de la Europa central por la civilización rusa privó a la cultura occidental de su centro de gravedad vital. Este fue el principal acontecimiento de la historia Occidental en el siglo XX. Y es posible que la muerte de Europa central marcara el principio del fin para Europa en general». 

Éxito internacional

El libro no olvida lo más importante, lo único que Kundera quería que se recordase de él: su obra. Desde la sátira antitotalitaria de La broma hasta el éxito internacional de La insoportable levedad del ser, convertida en uno de los grandes fenómenos editoriales de finales del siglo XX. Después llegaría el abandono del checo como lengua del exilio en favor el francés, el idioma de su nueva patria, con varios libros en general breves que nunca llegarían a igualar el hito de su bestseller, con el que rompió las costuras de la novela como género. 

Dice la autora: «Desde el punto de vista formal, La insoportable levedad del ser encarna la ʻtécnica Kunderaʽ en su máxima expresión, con sus largas digresiones filosóficas, sus fragmentos de narración pura, las intervenciones meditativas de Milan en la trama de la historia…, cosido todo junto como un impresionante abrigo de arlequín. Sería quedarse corto decir que el libro influiría en toda una generación de jóvenes escritores de todo el mundo que, a semejanza del británico Adam Thirlvell, se dijeron de repente: ʻ¡De modo que es posible! ¡Se puede escribir así!ʽ».

Hay dos elementos cruciales en la construcción de la obra literaria de Milan Kundera: el erotismo y el humor. Un humor entendido de un modo muy particular, tal como explicó el propio escritor en una entrevista concedida en 1976 a Viviane Forrester: «Tome el ejemplo de Franz Kafka, al que siempre se ha considerado un autor serio. Eso es un error. Cuando Kafka leyó por primera vez el primer capítulo de El proceso a sus amigos, todos rieron. Kafka apenas podía seguir leyendo a causa de las lágrimas, aunque eran lágrimas de risa. Les pareció cómico. Pero era una comicidad que no quería aligerar las situaciones trágicas, que no quería borrar el secreto de la tragedia con bromas. Al contrario, la comicidad de K. agravaba aún más lo horrible de la historia. La historia era horrible porque era cómica». 

Este es tal vez el ingrediente secreto de la magia de la literatura de Kundera: con aparente ligereza, exaltando la sensualidad y utilizando el humor, plasmó los horrores del totalitarismo y el absurdo de la existencia humana. Por eso, a diferencia del autor que pedía ser olvidado, sus libros deben ser recordados. Léanlo. 

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