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Cultura

Rosario de Velasco sale del olvido

El Museo Thyssen expone 30 obras de la pintora figurativa madrileña, recuperadas a través de las redes sociales

Rosario de Velasco sale del olvido

Óleo 'Adán y Eva', del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Rosario de Velasco (Madrid 1931-Barcelona 1991) permaneció en el olvido como otras pintoras. Apenas cinco cuadros en diferentes museos -alguno etiquetado como obra masculina- arrinconados en los almacenes o en manos de particulares, su pista se pierde tras la llegada de la democracia. Tras la lucha de su sobrina nieta por recuperar la obra de esta pintora figurativa madrileña, la Fundación Thyssen expone 30 obras de su primera época, centradas en las décadas de los 20 y 40, los más destacados de su trayectoria artística, así como una sección dedicada a su trabajo como ilustradora.

Aquel lienzo fue una fuente de inspiración permanente. La periodista Toya Viudes de Velasco (Murcia, 1967) creció contemplando Las lavanderas, el cuadro que Rosario de Velasco, su tía abuela, le regaló a su hermano el día de su boda en 1936, poco antes de estallar la Guerra Civil. La pintura de 2×2 metros llegó a la casa de los padres de Toya cuando la abuela enviudó y dejó Valencia para volver a su Murcia natal. Años después, en el curso de una visita al Museo Reina Sofía, Toya quedó deslumbrada ante el óleo, Adán y Eva. Otra vez una obra de su tía abuela y esta vez junto a Dalí, Maruja Mallo y otros artistas de la época. Interpretó aquel reencuentro como una señal. ¿Qué había sido de ella? No llegó a conocerla, pero decidió que en algún momento le devolvería el reconocimiento que se merecía. Primero, debía acabar la carrera de Ciencias de la Información y luego ejercer durante un tiempo como periodista en Colombia.

Hay historias que se arrastran durante años. Precisan tiempo, paciencia y suerte. Los tres elementos parecieron juntarse durante la pasada pandemia. A su regreso de Colombia, Toya se refugió en el puerto pesquero de Cabo de Palos, en la costa cartagenera, y allí se encontró con el gestor cultural Miguel Lusarreta, desembarcado desde Madrid, también en busca de refugio. En la quietud de esos dolorosos días, hablaron largo y tendido sobre Rosario de Velasco. Lusarreta lo vio claro desde el principio: otra pintora de talla olvidada; tiró de agenda y, en cuanto pudieron, se entrevistaron con Guillermo Solana, director artístico de la Fundación Thyssen-Bornemisza de Madrid, desde hace casi dos décadas. 

«Conocía perfectamente a la artista y se apasionó con el proyecto», cuenta Toya a punto de ver cumplido su sueño. «Desde el principio, Solana tuvo claro que al museo le interesaba el trabajo desarrollado hasta el inicio de la Guerra Civil, pero se imponía el reto de buscar la obra más allá del archivo familiar». Como ya habían hecho los hijos de Amalia Avia, otra gran artista recuperada, Toya usó las redes sociales para recuperar la obra perdida. En X lanzó su SOS para que todo el que tuviera material de la pintora comunicara con ella. Después de un año de esfuerzo, paso a paso, empezaron a llegar cuadros. 

Tras una ardua tarea de restauración, la Fundación Thyssen inaugura el próximo día 18 de junio la muestra con una treintena de obras de la pintora figurativa Rosario de Velasco y más de un centenar de ilustraciones. La obra expuesta se enmarca en la época en la que la pintora se identificó con la corriente alemana denominada Nueva Objetividad, una época en la que el manejo del color, las naturalezas muertas y las composiciones con figuras formaban parte de su iconografía habitual. Además de cinco lienzos cedidos por museos, buena parte de lo expuesto forman parte de la colección familiar y de coleccionistas anónimos, algunas en paradero desconocido hasta ahora. Tras su presentación en Madrid, la exposición podrá verse en el Museo de Bellas Artes de Valencia, del 7 de noviembre de 2024 al 16 de febrero de 2025. De este museo procede La matanza de los inocentes (1936), una obra religiosa de contenido político, que durante años permaneció en los almacenes, atribuida al pintor Ricardo Verde, dado que la pintora firmaba con el monograma RV. 

Apasionada y rebelde

Junto a los luminosos cuadros sale a la luz también la vida de una mujer apasionada y rebelde. Rosario de Velasco empezó a pintar de niña, animada por su padre, el coronel del Ejército Antonio de Velasco, que impartía clases de acuarela en la Escuela Militar. Se educó en la academia que dirigía el pintor de retratos que luego fuera director del Museo del Prado, Fernando Álvarez de Sotomayor. Con su maestro descubrió el secreto de los grandes pintores. 

Rosario brilló con luz propia en el fecundo periodo de entreguerras madrileño. Miembro de la generación del 27, frecuentaba a María Teresa León (en su etapa más conservadora), Maruja Mallo, Ángeles Santos y la tenista Lilí Álvarez. Como otras pintoras cuya firma se ninguneaba, alcanzó más notoriedad como ilustradora. Trabajó con María Teresa León en Cuentos para soñar y con Concha Espina en Princesas del martirio. En 1932 presentó su Adán y Eva a la Exposición Nacional de Bellas Artes y ganó el segundo premio. Un galardón, en cierto modo, robado. Según ha constatado su sobrina nieta a través de las notas de prensa de la época, ninguna mujer había recibido nunca ese premio y no quisieron ser los primeros en reconocer su valor. Pese a las dificultades de género, su carrera artística vivía su gran momento, expuso en Venecia, Copenhague y Berlín con Gutiérrez Solana y Vázquez Díaz. Y hasta en Pittsburg y Buenos Aires. 

De su padre heredó la pasión por la pintura y de su madre el fervor religioso. De confesión católica, Rosario acabó afiliándose a Falange y colaboró como ilustradora con la revista Vértice. Como a tantos, la guerra cambió su vida. Tuvo que huir de Madrid al poco de iniciarse la contienda, tras ser denunciada por la portera de su finca. Huyó a Barcelona, donde tenía pendiente realizar un retrato familiar del editor Gustavo Gili, pero fue arrestada al poco de llegar. Con la ayuda del médico Javier Farrerons, amigo del médico de la cárcel, pudo fugarse escondida en una carretilla y salvar su vida. Poco después, se casó en secreto con Farrerons y emprendieron la huida hasta alcanzar la zona nacional e instalarse en un pueblo de Burgos, donde vivía la hermana de Rosario y donde pasaron la guerra.

Dionisio Ridruejo y Eugenio d’Ors

En esa época conoció a Dionisio Ridruejo, con el que conservó la amistad toda su vida. Al acabar la contienda se instalaron en Barcelona y no fue capaz de recuperar su militancia, asqueada por la violencia vivida. En el ámbito cultural la situación no tenía comparación con lo vivido en Madrid antes de la guerra, pero recuperó su carrera como pintora, participó en distintas muestras y se convirtió en miembro activo de la cultura de la ciudad y sus tertulias artísticas. En Barcelona inició una evolución creativa que le llevó a abandonar las figuras y formas más académicas de su etapa madrileña para jugar con el color y, sobre todo, con las texturas. 

Participó en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1941, así como en la Bienal de Venecia en 1942. En 1944 fue seleccionada por Eugenio d’Ors, con el que mantuvo una gran amistad, para participar en el II Salón de los Once, donde también expusieron artistas como Gargallo, Benjamín Palencia y Rafael Zabaleta. A partir de los años sesenta, su estilo se tornó cada vez más libre. Del óleo sobre lienzo, su técnica habitual, poco a poco, pasó al óleo sobre papel, en el que desarrolló su obra de la última etapa, iluminada por el mar y la luz mediterránea.

Lo expuesto constituye una mínima etapa del material recuperado. En poder de la familia figuran más de 300 obras que esperan ser catalogadas y quizás expuestas en un futuro. 

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