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Cultura

Rodrigo Cortés y la libertad creadora máxima

Después del éxito de ‘Verbolario’, el director de cine y escritor vuelve con ‘Cuentos telúricos’

Rodrigo Cortés y la libertad creadora máxima

Rodrigo Cortés. | @Irene_Medina

Cuentos telúricos (Random House, 2024) es un viaje a la mente de Rodrigo Cortés: una estancia en su privilegiada cabeza, que no se priva de afrontar retos ni de ponérselos por delante al lector. Son en total 20 cuentos (o 23 si incluimos las Soutinesques) que suman muchos más sabores: hay fantasía en ellos, hay absurdo -delirio incluso-, hay humor. Ninguna moraleja.

Da la sensación, tras leer las definiciones insólitas de las palabras de su Verbolario, y ahora esta nueva obra, de que Rodrigo anda un tanto peleado con la solemnidad, y él no lo niega durante la charla que mantenemos: «No me siento a ser divertido. No me siento a ser extraño ni absurdo ni mágico. Me siento a escribir sin pensar muy bien en qué estoy haciendo. Pero sí tengo una pelea personal contra la solemnidad y la gravedad, que no contra la seriedad».

Su proceso creativo

La mecha de estas historias parte de una idea cualquiera, una imagen que, por más irracional que sea, Rodrigo abraza sin cuestionar. Lean cómo continúa su proceso: «Por ejemplo, en el caso de Agosto y el autómata no sabía de qué iba a ir la historia, y por la razón que sea me vino la frase «hay brisas y brisas». Y antes de darme cuenta estaba haciendo una taxonomía de brisas, lo cual me lleva a una atmósfera y, cuando pienso en una niña la llamo agosto. Y pienso de dónde viene ese nombre, quizá de Agustina, y empiezo a retransmitir mi propio pensamiento atribuyéndoselo al narrador. La coloco en El Bierzo, eso me lleva a un recuerdo de una herrería, por eso la sitúo en una fragua. Dado que está en ese ambiente rodeada de instrumentos, decido que es inventora, y se me ocurre que podría inventar una máquina de volar -porque al final es lo primero que acude a uno después de haber visto los dibujos de Leonardo-, pero me parece más interesante que invente a un inventor que invente la máquina de volar para ganar tiempo, y con esta especie de asociación de pensamientos voy creando».

Después de la disertación, sostiene Cortés que no sólo él improvisa, aunque tire de esta brújula desatada: «Cuando haces una escaleta, lo único es que improvisas antes, pero siempre se improvisa».

Revisión de relojero

La improvisación, no obstante, sólo es dueña de la parte primera del proceso de sus cuentos. A partir de ahí, llega el trabajo de afinación del relojero: «Igual que en cine, cuando monto, al escribir me entrego a una serie de fases. Primero genero ese primer borrador, el trabajo de pico y pala, y una vez he parido a los personajes, se han cruzado entre sí y sé qué quieren decir y qué va a suceder al final, hay una primera fase de revisión que es la de reorganizar algunos elementos para optimizar su eficiencia y, a partir de ahí, llega el placer puro, que es el de la verdadera escritura. La definición de Verbolario de Escribir es reescribir. Y la de Reescribir es quitar».

Cuando las decisiones están tomadas, Cortés sólo oye la música y trata de armonizarla: «Veo dónde se me engancha el jersey y rebajo esos clavos mal clavados en la valla. Hasta que el flujo no se interrumpe, no me fijo tanto en el contenido sino en la propia melodía y en el ritmo».

Ordenar los relatos es el siguiente paso: «Primero escribí los relatos y los revisé una y otra vez como quien trabaja de forma obsesiva las canciones de un disco por separado, pero luego hay que hacer el disco», reflexiona con voz pausada. Y continúa con la analogía: «Y este empieza por una canción, que probablemente sea representativa del disco que viene. Si hay una canción más compleja, más larga estructuralmente, más ambiciosa, tal vez convenga que sea la sexta para que el oyente llegue más calentito. Y hay que elegir cuál es el último tema, que es el que va a quedar resonando como recuerdo del disco a modo de eco».

Del mismo modo, el cineasta y escritor busca para sus obras una distribución medida, razonada: «Si tienes un relato como Gente serpiente, que es casi una pequeña novela atrapada dentro del libro, algo te dice de inmediato por puro sentido rítmico que conviene que esté un poco antes de la primera mitad. Nunca arrancarías con ese relato porque podría generar expectativas engañosas. Si es el octavo ya sabes que no, que es un sabor más. Aun así, después de las revisiones del libro completo, haces pequeños cambios. Percibes que un adverbio especialmente sonoro se usa en dos relatos contiguos, y decides cambiar uno de ellos».

Distintos sabores, mismo aroma

Aunque cada una de estas piezas tiene un sabor distinto, el libro desprende un mismo aroma. Y es porque algunos elementos lo argamasan. El humor es uno de ellos, y hasta él llega Rodrigo, por ejemplo, contraponiendo registros. En tono de fábula narra Las tres monedas, pero al protagonista, un sabio padre que va a legar su herencia a sus tres hijos, le desprende de toda solemnidad para hacer que se indigne cada vez más con sus vástagos, con un habla vulgar y desatada que mueve a la carcajada: «Aunque la risa tenga mala prensa y generalmente la crítica prefiera el dolor atribuyéndole una nobleza que en sí no tiene, la risa es siempre una recompensa. Desconfío de los torturadores, de los que tratan de convencerte y se refocilan en dolor acumulado. Es casi inevitable reírse de la forma más inconveniente en un funeral, afortunadamente, y todos pasamos por periodos muy oscuros y por túneles muy estrechos, pero siempre hay luz antes o después. Y eso es lo que me parece humano».

Portada del libro ‘Cuentos telúricos’ de Rodrigo Cortés.

Las constricciones útiles

Como al final la literatura es un juego, Rodrigo se la toma muy en serio y se pone constricciones que le obliguen a llevar más lejos su propia intuición: elige el nombre de señor Silla, «absurdo porque ese es un buen nombre para un calcetín o un peluche», pero lo acata y sigue adelante. Y bucea mentes para llegar a ideas que sean incluso contrarias a las suyas: «Y sigo sus rumias con deportividad, y sus pensamientos circulares. Cuando me pongo problemas o tomo decisiones contraintuitivas siento que eso le va a poner las cosas más difíciles al lector para adelantarse al texto».

Cuando, al hilo de lo anterior, le relaciono con la corriente de Oulipo y las constricciones que este grupo de franceses se autoimponía para crear, Rodrigo vuelve a jugar rápido: «La única fuente de inspiración superior a las limitaciones es la fecha de entrega, que es en sí misma una limitación».

La literatura como mentira perfecta

Dice Elisa, la joven protagonista de su relato Los fantasmas, naturalmente, no existen, que escribir es mentir por escrito. La joven aspirante a escritora repite como una autómata las ideas que flotan en el cielo al que aspira cada letraherido. ¿Escribir es mentir por escrito? «No tengo ni la más remota idea, porque eso es lo que piensa Elisa. Y Elisa dice cosas que tal vez tengan sentido o tal vez no, pero dice cosas que no entiende. Y yo me divierto mucho haciéndole decir estas cosas solemnes, es una chica muy joven que quiere ser escritora, busca las fórmulas, trata de hablar en mármol y se compra la misma Moleskine de todos, y yo me divierto mucho entrando en su cerebro y haciéndole decir cosas que no me importan demasiado porque psicoanalizo muy poco lo que hago. Me doy libertad y me entrego a la música y a la propia asociación de conceptos».

P.: Ya –le comento a Cortés-, pero se lo pregunto también porque he leído que no es devoto de la autoficción. ¿No le gusta porque no miente?

R.: Creo que sí, al menos como lo entiendo desde que era un niño lector: de esto iba, de contar mentiras, tralará. De inventarse cosas. El barón de Münchhausen cabalgaba una bala de cañón y alguien lo defendía con toda solemnidad. Y si piensas en las grandes obras pervivientes de la literatura universal son en general tonterías y mentiras de arriba abajo, lo digo a modo de halago, reivindicando la tontería como arte mayor. Pienso en La Odisea, en El Quijote, en las Mil y una noches, en Gulliver, en Alicia.

Aun así, como la tolerancia es un valor en extinción y Rodrigo es un arqueólogo de lo valioso, no cuestiona que la literatura confesional tenga su lugar: «Hay ejemplos profundamente literarios, siempre que asumamos que son necesariamente ficticios, porque todo lo es. La memoria no es inocente, uno elige recordar esto y no aquello, desde este punto de vista y no aquel, y estilizarlo a través de decisiones estéticas que incorporan una forma de opinión».

Soutinesques poéticas

Uno elige elevar el recuerdo, deformarlo. Eso hace la poesía y eso hace el propio Cortés en las Soutinesques, tres piezas líricas que articulan sus Cuentos telúricos y de las que, confiesa, se siente especialmente orgulloso: «En lo superficial surgieron de retratos de Chaim Soutine, un pintor expresionista maravilloso, de una ternura feroz. Yo imagino para cada personaje un nombre y una historia, una naturaleza. Y casi al modo de la poesía trato de comprimir todas esas evocaciones en muy pocas palabras, que deben ser exactas, la palabra, la que reúne todos los aromas y las resonancias codificadas, para que cuando el lector ingiera esa píldora sienta cómo se descomprime y recupera todos esos aromas».

A través de ellas, el autor dejó que «determinadas zonas» de sí mismo se expresaran. Son las páginas más duras de este libro, y esas figuras medio fantasmales, medio humanas, crean «la nervadura que sirve para tomar impulso y llegar a las otras partes del libro». El viaje que propone Cortés en sus Cuentos no es fácil, pero qué viaje que merezca la pena lo es. Este nos lleva a lo telúrico y a nuestra raíz a través de lo inesperado.  

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