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Cultura

Un 'feroz' Nicola Lagioia desentierra las raíces del mal

Regresa a los más vendidos en España con la reedición de ‘La Ferocidad’, sobre la cara oculta de las mejores familias

Un ‘feroz’ Nicola Lagioia desentierra las raíces del mal

Ilustración de Alejandra Svriz con Nicola Lagioia y su novela, 'La Ferocidad'. | Alejandra Svriz

A Nicola Lagioia ( Bari, 1973 ) le interesa el mal. No la maldad cotidiana, esos actos menores que todos cometemos más por accidente que de forma consciente, sino el mal puro y duro, aquel que es difícil de explicar y comprender en cuanto a su origen y motivaciones. Confiesa que este concepto ha sido el alma de sus obras en los últimos años, moldeando sus dos novelas más recientes: la aclamada La ciudad de los vivos y la anterior, aunque recientemente publicada en España, La Ferocidad (Random House), obra que le encumbró en su tierra y que promete ser uno de los éxitos del verano.

El mal se manifiesta en todas partes y sirve como pretexto para narrar la historia de la familia Salvemini: seis personajes arrastrados por la pasión y la falta de escrúpulos del patriarca, Vittorio, que desencadena en la misteriosa muerte de su primogénita, Clara. Son muchos los temas que trata la obra: desde las adicciones y el peligro de los excesos hasta la corrupción y los límites del poder. Sin embargo, una de las claves del éxito de la novela se encuentra en su capacidad de convertir un apellido en una maldición. Uno de los personajes lo zanja en una frase: «Al fin y al cabo, ¿quién no tiene una cuenta pendiente con vosotros? —dijo encendiendo un cigarrillo—. Los que no os temen, os odian . Eso cuando no los tenéis en nómina. Yo no os odio. Es mucho más interesante estudiaros. Sois una de las consecuencias fisiológicas de esta tierra. Cuando no se labra un campo, es obvio que luego crecen malas hierbas».

Las novelas de Lagioia construyen personajes violentos, hombres y mujeres que, empujados por su entorno y malas decisiones, desencadenan catástrofes y se convierten en seres desatados, individuos oscuros que se alimentan de los restos de la noche en busca de nuevos excesos . En La Ferocidad, la escritura avanza con un estilo ‘feroz’ y directo que empuja al lector a explorar los matices que llevaron a la muerte de Clara Salvemini. Lagioia utiliza la metáfora con agresividad, creando escenarios vívidos pero asfixiantes, en los que todo parece mantenerse estable mientras, en realidad, se desmorona. El lector explora una y otra vez estos escenarios desde las diferentes perspectivas de los protagonistas. En esta entrevista con THE OBJECTIVE desgrana algunas de las claves.

PREGUNTA.- Sus dos últimas novelas se lanzan hacia temáticas muy oscuras ¿qué es lo que le atrae de esta oscuridad?

RESPUESTA.- La literatura siempre se ocupa de cuestiones problemáticas y en un mundo perfecto no necesitaría existir. Me gustan escritores como Conrad, esos que tocan temas importantes para la humanidad. El mal es uno de los misterios más profundos, complicados y difíciles de entender. La cuestión del mal es una de las cuestiones de las que se ocupa el arte en general. Pensemos en La Ilíada, un libro terrible que se ocupa del mayor mal, la guerra; o pensemos en el Génesis, donde se narra la historia de los primeros homicidios humanos con Caín y Abel. Me atraen este tipo de historias que pueden leerse en La Ferocidad o en La ciudad de los vivos, dos libros distintos, escritos en ciudades distintas y de maneras distintas, pero que tienen un diálogo muy profundo entre ambos. En la última década me ha atraído una atmósfera muy oscura, pero es que el mundo se ha sumido en una sombra inquietante en los últimos 10 años, también en las zonas más tranquilas como las ciudades de Europa del Oeste. Este egoísmo, esas ganas de poder a toda costa. Todos esos aspectos se han desarrollado más rápidamente que la solidaridad, el espíritu de cooperación y otros valores. Yo he decidido tratar estos temas porque siento que nuestro tiempo se dirige hacia esa zona más oscura.

P.- Hoy estamos aquí para hablar de la edición en español de La Ferocidad, que se ha publicado en España casi 10 años después de que lo hiciera en Italia. ¿Revisándola para las entrevistas ha encontrado algún elemento que cambiaría de la novela?

R.- Si tuviera que volver a escribir un libro 10 años después lo haría de forma distinta. La Ferocidad solo podría haberlo escrito en aquel momento de mi vida y ahora sería imposible hacerlo porque me siento diferente, el tiempo en el que vivo es distinto y ya no soy aquella persona. Cuando acabo de escribir un libro me convierto en un lector del mismo libro: sé que lo he escrito yo, pero es como si lo hubiera escrito otra persona.

P.- ¿Cuál es su rutina cómo escritor y cómo realiza el proceso de revisión de sus novelas?

R.- El momento más difícil empieza cuando termina la escritura. Empiezo a escribir otro libro y tengo que sintonizarme en lo que quiero hablar, en lo que es urgente dentro de la historia correcta. Escribir significa darle forma a algo que antes no lo tenía. Puede ser un sentimiento, algo extraño e incomprensible que tienes que convertir en una historia con sus personajes. A menudo he empezado a escribir historias entre un libro y otro que luego he tenido que abandonar. A lo mejor estaban bien escritas, pero después de un tiempo sonaban falsas. Después siempre encuentro el camino y sé que es mí libro, y cada vez es como un milagro. Consigo conectar con algo, sentir ese gancho de un libro que merece la pena publicarse. Entonces entro en la fase de escritura, una época de rutina en la que todo mi trabajo consiste en defender el tiempo que necesito para escribir contra el resto de mi vida que lucha contra ese libro que estoy creando. El tiempo correcto para mí es escribir por la mañana, a las 06:30, cuando el móvil no suena y todo el mundo está durmiendo, y acabar sobre las 11 u 11:30. En esas cuatro horas y media estoy allí focalizado y es suficiente. Además, para no perder el hilo me llevo el ordenador de vacaciones, sigo en sábados, domingos y festivos. Lo que pasa es que soy muy lento y publico cada cuatro o cinco años.

P.- Siguiendo con el tema del tiempo le quería preguntar si cree que todo va más rápido, que cada vez los días se hacen más cortos y no tiene las mismas horas que tenía antes para dedicar a las cosas que le importan. 

R.- El problema no es tanto la escritura, sino la vida en sí. Los días han cambiado de alguna manera. Todo el mundo puede alcanzarte a través de un mensaje o una llamada y vivimos con la tentación de mirar constantemente qué pasa online. Nuestra vida ha cambiado de forma profunda. Somos unas de las pocas generaciones que pueden decir cómo era el mundo antes de Internet y cómo es después. Solo ahora entendemos cómo ha afectado a nuestras rutinas, a nuestras cabezas y a la forma que tenemos de funcionar. Al final de los 90 alguien abrió una ventana y nosotros nos lanzamos a ciegas y sin dudarlo a traspasar una parte importante de nuestra experiencia vital a un lugar inmaterial. Fue una elección decisiva para el futuro de la humanidad porque nos ha cambiado como especie desde el punto de vista psicológico, emocional y antropológico. Nosotros todavía nos acordamos de ello, pero dentro de 20 años habrá generaciones que no recuerden un mundo sin Internet. ¿Qué mundo era mejor? Por un lado, el de antes, pero solo porque usamos mal Internet y el mundo de hoy sería muchísimo mejor y nos ahorraría mucho tiempo que podríamos usar mejor de no estar en línea durante horas. Antes los ritmos eran más lentos, pero quizás lo digo porque me estoy haciendo viejo.

P.- En sus dos últimas novelas el mal es un personaje en sí. No tiene ni mucho menos un cuerpo, una forma concreta, pero está presente en las páginas a través de las acciones y los caminos que conducen a sus personajes hacia la violencia o un lado oscuro. Querría saber si usted, en su vida diaria, cree que existe el mal. No los actos malvados, sino el mal como un elemento real. 

R.- El mal existe casi como si fuera un elemento biológico. Durante miles de años, la violencia ha sido una garantía de supervivencia para nuestra especie. Había que matar para que no se nos matara a nosotros, ser cazadores para no convertirnos en presas o ser violentos para no recibir esa violencia. Nos hemos emancipado poco a poco de ella y hemos creado una estructura jurídica, social, económica, que hace que sea innecesaria e inútil. Sin embargo, estos cambios económicos, sociales, políticos y civiles son mucho más rápidos que nuestros cambios biológicos o antropológicos. Una parte de nuestro cerebro sigue siendo el cerebro del hombre que hace 5.000 o 10.000 años tenía que ser violento para sobrevivir. Por lo tanto, el mal es eso, es aquella violencia innecesaria, esa sombra que diría Jung, que seguimos llevando dentro por pertenecer a esta especie y que no debemos negar porque no eliminaría el problema y este solo actuaría sin que te dieras cuenta. Creo que debemos enfrentarnos a este instinto violento y egoísta, pero ahora tenemos un problema con un progreso tecnológico que no está en línea con nuestro progreso interior. Tenemos herramientas de destrucción que hace dos siglos no existían. Ahora podemos acabar con toda la especie humana en una guerra. Por tanto, la lucha contra el mal ahora debe ser aquella que lo cambie rápidamente antes de que el desarrollo destructivo gane terrero. O ganamos esta lucha o nos extinguiremos.

P.- ¿Cómo propone que ganemos esta lucha y venzamos al mal?

R.- No te sabría decir. Los escritores no dan respuestas, simplemente ponen la pregunta; si no, yo sería político, predicador o crearía una gran empresa para luchar contra el mal. En mi caso, por ejemplo, cada vez que pierdo los estribos, para mí es perder la lucha frente a esta ambición de convertirme en algo que esté mejor. Pero te puedo decir que mejorar o cambiar a mejor es algo que no podemos hacer nosotros solos porque somos demasiado frágiles individualmente y podemos mejorar solo a través de la comunidad. Creo que esta es la palabra clave. Una comunidad de personas puede ayudarse. Solo no vas a ningún lado. Pero desafortunadamente, vivimos un momento de gran individualismo. No se están creando comunidades muy virtuosas en el mundo.

P.- Entiendo por lo que me acaba de decir que considera que todo el mundo, en el contexto adecuado, puede hacer el mal. No solo actos menores -como por ejemplo esa ira de la que hablaba-, sino casos como por ejemplo el que relata en La Ciudad de los Vivos: dos personas ‘normales y corrientes’ sin antecedentes que terminan torturando y asesinado a un joven.

R. –Hay que ver cuál es el punto de ruptura de cada uno de nosotros. Para empezar, ¿qué es una persona normal? Las personas normales en realidad son todas distintas las unas de las otras. Marco Prato y Manuel Foffo eran personas… bueno, normales; pero también hay otras personas que también son normales y que en la misma situación habrían actuado de la misma manera. Hay que entender cuál es el punto de ruptura de cada uno de nosotros porque para cada uno es distinto. Para Marco y Manuel fue suficiente con estar juntos y tener esta amistad peligrosa, con las drogas. Para otras personas el punto de ruptura podría ser otra dinámica, otra mecánica. Entre las personas normales, además, hay personas más fuertes y más frágiles. Los más fuertes no ceden tan fácilmente frente al mal.

P.- Me gustaría conocer su opinión sobre los ‘True Crime’, este formato que explora algunos de los crímenes más notables de la actualidad a través de recreaciones de estos homicidios en los que muchas veces se cuenta con, por ejemplo, una entrevista a los agresores. En España, recientemente se ha paralizado la grabación de un documental sobre el asesinato de un niño de ocho años en el que se entrevistaba desde la prisión a la asesina confesa. Me gustaría saber si cree que este tipo de formatos respetan a la víctima o sirven para que el delincuente lave su imagen.

R.- Así como la literatura se divide en buena y mala literatura, como decía Oscar Wilde, también el true crime se puede dividir en buen y mal true crime. El bueno trata de darle más importancia a la comprensión que al juicio porque comprender es más importante que cualquier espectáculo. Si este formato sirve de pretexto para hacer un espectáculo de un homicidio o para hacer algo morboso para el espectador o el lector, entonces hay algo que no funciona. Los true crime pueden ser obras interesantes si toman el homicidio como pretexto para entender qué pasa en el alma humana. Por ejemplo, me puse unas normas éticas en La ciudad de los vivos que empezaban por no contar nada que no hubiera pasado. Cuando digo que Manuel o Marco “pensaron”, es porque ellos han dicho que pensaron o imaginaron ese algo. Tampoco quise enfatizar determinados aspectos en busca de morbosidad para respetar de verdad a las víctimas y a los artífices, que también son seres humanos. Para mi era interesante entender a qué tipos de persona eran los tres y por qué habían llegado a esa situación. A pesar de darme todas esas reglas sentí una fuerte responsabilidad durante la escritura porque sabía que podía herir u ofender a alguien.

P.- En sus novelas también las ciudades son un personaje -Bari en La Ferocidad o Roma en La Ciudad de los Vivos– que condiciona la forma de actuar de los protagonistas. ¿La situación de Roma ha mejorado respecto a esa urbe crítica, sin orden y casi sin un poder que describía en La Ciudad de los Vivos o ha avanzado en su proceso de ser un parque de temático para ricos?

R.- No, no ha mejorado. Aunque hable mal de ella, amo Roma por ser una ciudad caótica y llena de vida, mucho más interesante que Manhattan, un espacio gentrificado para ricos donde no pasa nada salvo en la Bolsa de Nueva York. Pero Roma es una ciudad diferente, de muchas contradicciones. Las clases sociales se mezclan continuamente y ricos y pobres están juntos constantemente. Las ciudades son interesantes si son lugares en los que puedes vivir una experiencia, perderte y descubrir coas o personas diferentes a ti y que te formen como ser humano. Los centros de las grandes ciudades europeas, de Roma, Milán, París, Londres o incluso el de Madrid, se han convertido en un lugar para grandes hombres de negocios o turistas en los que ya no puedes vivir una experiencia. La gentrificación, el hecho de que haya edificios propiedad de grandes fondos de inversión para crear burbujas inmobiliarias hace que se hayan convertido en sitios donde no se puede vivir. Desde el punto de vista del arte, los fenómenos ahora se han visto expulsados del centro de las ciudades maravillosas. Ahora estos se han convertido en presas de las grandes marcas de lujo, de hoteles gigantescos, de hombres de negocios aburridísimos. Roma aún no está en el peor punto. Aún no lo han limpiado del todo y sigue siendo un lugar muy fascinante.

P.- Acaban de celebrarse las elecciones europeas con un enorme éxito de las fuerzas ultraconservadores. En Italia, Fratelli se ha hecho con un gran resultado; en España, Vox ha duplicado su representación; en Alemania, AFD se ha convertido en la segunda fuerza más votada, todos ellos a costa de los partidos tradicionales. ¿Por qué cree que los votantes se decantan por este tipo de formaciones y abandonan las fuerzas tradicionales?

R.- Los mitos de la derecha, el de la raza, la xenofobia y todo lo demás, son mitos horribles, pero tienen un elemento trascendental que toca elementos profundos. La construcción del enemigo de la extrema derecha en el inmigrante toca lo más hondo de la gente. La derecha habla de Dios, patria, familia; mitos muy poderosos. ¿Qué ha hecho el centroizquierda y las democracias liberales mientras tanto? Para empezar, no les interesa nada la justicia social y la han dejado fuera de sus agendas políticas, lo que hace que la propuesta progresista se vuelva mucho más débil. Después, la Unión Europea no ha tenido una visión utópica, sino que parece un mecanismo frío y administrativo sin alma ni visión. Por un lado, tenemos a la extrema derecha, que es reaccionaria y mira a los años 20 y 30 del siglo pasado; pero es que por el otro tenemos una izquierda que también es conservadora porque mira a los años 50 o 60. Ambas se han quedado ancladas en el siglo pasado cuando las cosas han cambiado muchísimo. Tenemos el cambio climático, la inteligencia artificial, la migración de masas. Son cuestiones enormes sin un cuadro político porque a izquierda y derecha no saben interpretar la enorme novedad que hay ante nosotros. Sin embargo, mientras la derecha toca esos mitos profundos y poderosos que llegan al corazón de la gente, la izquierda se arriesga a perder su alma porque objetivamente no puedes mantener a un pueblo contigo solo basándote en la mejora de unos puntos del Producto Interior Bruto gracias al pacto de estabilidad. Eso no es un mito que te haga soñar y por supuesto no arrastra a un pueblo o a un país entero.

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