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Cultura

Dos miradas complementarias sobre el alma china

La saga de artes marciales de Jin Yong y la nueva novela de Dai Sijie sirven para entender la historia del gigante asiático

Dos miradas complementarias sobre el alma china

Dai Sijie. | Francesca Mantovani, Editions Gallimard

Como todo lo diferente, China nos atrae y nos repela. El misterio de su distancia resulta fascinante, pero pone en evidencia las limitaciones de nuestras categorías occidentales para descifrarlo. La editorial Salamandra propone la narrativa como puente posible publicando al mismo tiempo dos novelas que pueden entenderse como dos movimientos complementarios en una misma dirección. 

Por un lado, El lazo roto continúa la saga Leyendas de los héroes Cóndor, de Jin Yong, autor paradigmático de la interpretación contemporánea del género Wuxia. Por el otro, El evangelio según Yong Sheng, la nueva novela de Dai Sijie, autor de la exitosa Balzac y la costurera china, muestra el problemático encuentro de la cultura china con la occidental en un siglo XX extremadamente doloroso.

El Wuxia –literalmente, «héroes de las artes marciales»– se remonta a los orígenes de la literatura china y ha permanecido hasta hoy como uno de sus géneros más populares. Tras una cierta decadencia, vivió un importante resurgimiento a principios de siglo XX. Aunque fue perseguido durante las épocas republicana y maoísta como representante de una tradición que había que derribar, su popularidad siempre ha terminado desbordando cualquier barrera. 

Los nuevos autores de Wuxia buscan excitar la imaginación del lector nacional situando sus historias en la China antigua, con tramas emocionantes y sencillas, casi siempre protagonizadas por un joven atribulado por una injusticia que aprende los valores y las técnicas de las artes marciales tras encontrarse con sabios maestros y duros rivales. 

El líder indiscutible de esta última ola es Jin Yong, que murió hace seis años a la venerable edad de 94 años. Su saga Leyendas de los héroes Cóndor ha vendido más de 300 millones de ejemplares y Nick Frisch ha llegado a decir en The New Yorker que «en el mundo de habla china, tiene más o menos la misma difusión cultural que Harry Potter y Star Wars juntos».

Yin Jong, fotografiado por Li Shun Yan

Historia y fantasía

Occidente la está descubriendo, paradójicamente, desde su muerte (Salamandra sacó el primer libro de su famosa saga, El nacimiento de un héroe en 2021), y la asimilación llevará su tiempo. Aunque el colorido y la acción deslumbran, la peculiar idiosincrasia de fondo supone un obstáculo. Es significativo, por ejemplo, que el gusto por el género no se haya consolidado después del impacto de la película Tigre y dragón en 2000, si bien esta era una versión más estilizada formal y narrativamente, menos fiel al registro popular.

El estilo de Jin Yong sí responde a los cánones más ortodoxos del Wuxia. Para empezar, tiene un anclaje en la historia, pero esta se percibe a través de una pátina mítica que permite al lector chino soñar. Algo nos pasó en Europa para que el Rey Arturo o el Cid dejaran de emocionarnos y Tolkien tuviera que cambiarle los nombres y las caras. Así nos quedábamos tranquilos: no es historia, es fantasía. Quizá sea más saludable. 

Las novelas de Leyendas de los héroes Cóndor se desarrollan en el siglo XIII chino, durante la dinastía Song, y de malvados ejercen los yurchen, o yin, unos invasores que someten al Imperio y oprimen a los campesinos pidiéndoles impuestos desmesurados. Unos gobernantes ineptos han permitido tal ignominia: «La mitad norte del país se la entregaron tres generaciones de emperadores inútiles (…) todos confiaron nuestro país a oficiales corruptos que oprimieron al pueblo y purgaron todos los generales que deseaban luchar contra los jin». Los verdaderos patriotas se rebelan. 

Entre ellos, el héroe joven y atribulado que va creciendo en habilidad y sabiduría. Su nombre es Guo Jing. También Qiu Chuji, un maestro confuciano que nos derriba alegremente el arquetipo en aras de la aventura: «Se supone que los monjes debemos ser buenos y mostrarnos compasivos (…) Pero ya no podía contener más la ira contra esos traidores y enemigos que solo hacen que torturar a nuestra gente». 

Kung-fu y romanticismo

Algunos críticos occidentales han comparado a Jin Yong con Tolkien. Aunque hay puntos comunes, el paralelismo es desmedido en términos de sutileza literaria. Tampoco Jin pretende alcanzar según qué cotas. El género específico que transita va al grano, que básicamente consiste en la acción de las luchas de artes marciales, con héroes de habilidades sobrehumanas: «Qiu Chuji se movía como transportado por el tiempo; saltaba y rebotaba entre los caballos, la rama y el suelo». Saltos que desafían la ley de la gravedad, golpes sutiles que paralizan al adversario más fornido, multitudes de malvados aniquilados por un tipo de apariencia endeble… 

Las demostraciones de kung-fu puntúan una buena dosis de tramas románticas y heroicas, de intrigas y traiciones, encuentros y desencuentros. Todo con el tono sentimentaloide que pide el género: no busquen aquí profundidades psicológicas o paradojas kafkianas. Hay ritmo, mucho ritmo, y emoción. Las pocas, pero muy sugerentes, ilustraciones que salpican el libro contribuyen a darle un toque parecido al de aquellas entrañables ediciones de Julio Verne de nuestras adolescencias.  

El evangelio según Yong Sheng, de Dai Sijie, se antoja el complemento perfecto a las sensaciones que deja la lectura de Jin Yong. En principio, el siglo XX que atraviesa su protagonista dista mucho de las ensoñaciones medievales del Wuxia. Sin embargo, el tono mítico persiste y marca el tono. El nacimiento de Yong Sheng, por ejemplo, coincide con la llegada a su casa de las semillas de un árbol cuya presencia asegura «una vida extraordinaria», y un pastor protestante colombófilo accede a acoger y formar al protagonista a cambio de que su padre, carpintero, le fabrique dos silbatos para sus palomas.

El encuentro con el cristianismo se presenta lleno de misterio y dificultades, el entendimiento nunca es fácil, el mestizaje retenido en un asombro con un aire de realismo mágico: cuando el pastor daba la bendición, «las gruesas manos que le recorrían la mano no eran del mismo color que la de los chinos».    

Ejército Rojo

Entre escenas cargadas de lirismo, con largos pasajes que se demoran en la descripción de la naturaleza y su impacto en las emociones, el alma de Yong Sheng evoluciona hasta descubrir su vocación. Se embarca en la hercúlea tarea de convertirse en uno de los primeros pastores cristianos chinos, pero una nueva fuerza, arrolladora, irrumpe en el país. Su mejor amigo sustituye la lectura de la Biblia por la de «un texto sagrado de otro tipo, cuyo autor también pertenecía al pueblo elegido en el Antiguo Testamento»: se une al Ejército Rojo

En ese momento crítico de la historia, el protagonista sufre una tremenda decepción de quienes deberían darle ejemplo en la fe cristiana y emprende un fascinante viaje de redención por toda China. Tras la peripecia, quizá lo mejor del libro, Yong Sheng se confunde con la inercia de la nueva sociedad china, pero su fe cristiana termina imponiéndose. 

Tras un breve intermedio idílico como pastor en su humilde pueblo natal, la Revolución Cultural desata la clave simbólica del árbol que acompaña a Yong Sheng desde su nacimiento: la cruz de las increíbles iniquidades que la locura comunista tiene le reservadas. Como en Balzac y la costurera china, Dai Sijie no ahorra detalles. Puede hacerlo desde su exilio en Francia.  

Pese a la supuesta modernidad científica del marxismo, la crueldad de los guardias rojos remite a lo más oscuro de las raíces autoritarias chinas. A Yong Sheng, por ejemplo, le cosen en la chaqueta una tela con la palabra «demonio», «un uso que recordaba al de la China antigua, cuando los gobernadores hacían tatuar el nombre del delito en el rostro de los criminales».

Contra la injusticia totalitaria, los héroes del Wuxia despliegan sus asombrosas habilidades pugilísticas y el protagonista de lo último de Dai Sijie hace lo propio con una bondad irreductible. El mito, la fantasía y la sutileza encuadran sus peripecias… al estilo chino.

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