'Cartas a la princesa': el mundo más íntimo de Mario Levrero
El libro reúne las misivas escritas por el autor uruguayo a su amante mientras vivía en Buenos Aires a fines de los 80
Mario Levrero, nacido en Montevideo en 1940 y más conocido en la intimidad como Jorge Varlotta, fue un escritor uruguayo querido por los lectores por obras como La novela luminosa, con las que alcanzó la fama por su publicación dos años después de su muerte en 2004. Esto ha sido el motivo por el que su figura se ha vuelto de culto, y ha sido comparada con la de Roberto Bolaño quien tampoco alcanzó a ver cómo se popularizaría la novela 2666. En su vida sobrevivió como fotógrafo, librero, humorista y creador de crucigramas. Era un artista polifacético, fue guionista y dibujante de cómics, incluso llegó a publicar un manual de parapsicología. Una parte muy importante de su obra está influenciada por una visión existencialista de la ciencia ficción, el cine mudo y el género policíaco, mientras que otras novelas suyas parece que a su pesar profundizan en la literatura del yo.
Los lectores de Levrero en Latinoamérica y en España, han aprendido a disfrutar de las distintas facetas del autor de Montevideo, accesible ahora en su totalidad gracias a Random House. Está su trilogía involuntaria de juventud de corte kafkiano compuesta por La ciudad, El lugar y París; también el existencialismo de su autoficción al final de su vida con La novela luminosa o El discurso vacío y, por el camino, pueden disfrutar de experimentos con los géneros literarios, especialmente el policíaco, con novelas como La banda del ciempiés o Nick Carter.
Levrero sobrevivía con los puntales trabajos que lograba, a menudo relacionados con los crucigramas y pasatiempos, con unas pocas publicaciones que habían tenido más impacto en la Argentina que en Uruguay. En 1987 aceptó un puesto de director de una revista de pasatiempos en Buenos Aires que sacudiría su plácida vida, mientras que la doctora y psicóloga con la que había empezado una relación, residía en Colonia y acudía a visitarlo ocasionalmente, oportunidades que aprovechaban ambos para coger aire.
Aparecen este mes de junio las cartas escritas en esa época hasta 1989, cuando se redujo la distancia entre los amantes, en el volumen Cartas a la princesa (Random House, 2024). Levrero es un autor de la generación de «los raros» y ya había aparecido correspondencia suya como la del poeta rosarino Francisco Gandolfo, aunque es en este libro publicado gracias a la amabilidad de Alice Hoppe, su doctora y amante, ahora albacea literaria; y que conserva en ámbar para el lector exhaustivo la faceta más romántica de Levrero.
Miedos
En Cartas a la princesa puede apreciarse la faceta más romántica de Levrero, y es cierto, aunque no peca de cursi (lo de princesa sale de El Principito). Pero mucho más que ello, como señala el editor Ignacio Echevarría, es una continuación de su literatura del yo, empleando a Hoppe como teatro de sombras en el que proyectar sus miedos. Mario Levrero empezó a salir con Alice Hoppe, que además de su doctora, había sido ya la esposa de su amigo de infancia, Juan José Fernández; aunque ya se había distanciado el matrimonio cuando empezó la relación con el escritor.
Vemos el impacto y trauma que le causaría la operación de vesícula que tanto menciona en La novela luminosa, la meticulosa autoficción que antecede a la larguísima introducción que es El discurso vacío (escrito finalmente gracias a una beca Guggenheim de 33.000 dólares recibida el año 2000 gracias a que presentó su candidatura una amiga), el miedo que le da haber abandonado sus pasiones de lectura y escritura en detrimento del trabajo en una revista en Buenos Aires, que, por otra parte, le permite conocer una esfera literaria porteña en la que sí es reconocido; los recuerdos indefensos de infancia cuando su padre los abandonaba para ir al London-París (una especie de centro comercial) y, finalmente, la esfera más erótica en la que se hace palpable el miedo a que el encuentro disuelva toda la pasión como les sucede a los personajes de novelas suyas como La ciudad que en la sexualidad sienten un vaivén de atracción y repulsión.
Echevarría dice que hay que leer el volumen como «una instalación anterior a El discurso vacío», pero mientras que en el último libro de Levrero puede apreciarse la presencia de la muerte, la verdad es que esta instalación previa contiene la presencia de los enamorados en la distancia, una sensación calurosa, pero agridulce sobre la que Levrero decía que no estaba triste, estaba fragmentado.