THE OBJECTIVE
Historias de la historia

La muerte de 'el Potro'

Hace medio siglo, el 1 de julio de 1974, murió Perón, una figura que ha marcado como nadie a la América contemporánea

La muerte de ‘el Potro’

Perón y Evita.

El peronismo es la doctrina política que más profundamente ha enraizado en la Historia reciente de los pueblos hispanoamericanos. Mucho más que el marxismo o el fascismo -de los que absorbió ideas-, más incluso que el castrismo, que tras décadas de estrellato ha pasado al baúl de los recuerdos. El peronismo, sin embargo, sigue agarrado como una rémora a la Argentina, sigue gobernando ese país la mayor parte del tiempo, y provocando reacciones como la elección del extravagante Milei, por el hartazgo de muchos argentinos con el peronismo. 

El peronismo ha servido de guía y ejemplo a la «revolución bolivariana» de Venezuela y a todos los populistas que han aparecido en las últimas décadas por el continente hispánico, desde Méjico a Chile pasando por Centroamérica, Ecuador o Bolivia, e incluso dando el salto sobre el charco hasta la Madre Patria, puesto que el substrato ideológico sobre el que Pablo Iglesias montó Podemos fue la obra del peronista argentino Ernesto Laclau.

¿Quién era ese personaje tan determinante de la Historia que murió hace medio siglo, quién era Juan Domingo Perón? Había nacido en fecha incierta de finales del XIX en un apartado pueblo de la provincia de Buenos Aires, fronterizo con los territorios indios. Su padre era un oficial de justicia de una buena familia de la capital, pero su madre era una campesina indígena, y al nacer fue inscrito como «hijo natural» sin padre, llevando de niño el apellido materno, aunque finalmente sus padres se casaron y Juancito Sosa se convirtió en Juan Domingo Perón.

Encomendado al cuidado de sus abuelos paternos, fue al colegio en Buenos Aires, y a los 16 años ingresó en la Academia Militar. A lo largo de su carrera castrense, a falta de experiencia bélica -porque Argentina no sostuvo ninguna guerra por entonces-, mostró inquietudes intelectuales, deportivas y sobre todo sociales. Se formó como oficial de Estado Mayor, y en 1939 fue enviado en viaje de estudios a Italia, donde resultó impresionado por el fascismo de Mussolini; luego recorrería Europa desde España a la Unión Soviética, donde conoció diversos modelos de estados totalitarios que también influirían en su pensamiento.

En 1943, un golpe militar puso fin a la Década Infame, el régimen reaccionario y corrupto que ejercía una dictadura de hecho en la Argentina. Entre los golpistas, aunque no en lugar destacado, estaba Juan Domingo Perón, teniente coronel de 47 años, que ocupó un puesto de tercera fila en el gobierno, la dirección del Departamento de Trabajo. Pero el nuevo poder necesitaba una alianza con el sindicalismo argentino, una fuerza emergente y batalladora, y el ‘puestecito’ de Perón resultaría ser estratégico.

Aunque su auténtica fortuna, el hecho que cambiaría no solo su vida, sino la Historia de la Argentina, fue el encuentro que se produjo en «la noche mágica del Luna Park». En enero de 1944, un terremoto arrasó la ciudad de San Juan, y el Departamento de Trabajo organizó la ayuda a los damnificados implicando a las estrellas más famosas de Argentina. El punto álgido de la campaña de Perón sería una «velada recaudatoria» en el mítico estadio Luna Park, un templo para los bonaerenses. Ahí había tenido lugar el funeral de Carlos Gardel o la celebración por la colonia alemana del Anchluss, la anexión de Austria al III Reich, en un acto que parecía trasplantado desde la Alemania nazi; ahí cantaría Frank Sinatra o se celebraría la boda de Diego Armando Maradona. 

El todo Buenos Aires del espectáculo acudió a Luna Park, incluida Eva Duarte, una joven actriz que desde hacía poco se asomaba a la fama local. En estos tiempos en que la imposición desde el poder de la política de género obliga a todo el mundo a buscar protagonistas femeninas incluso donde no las había, resulta que en el caso de Perón sí que, detrás del hombre, había una mujer, Evita, y que esa mujer valía mucho más que el hombre y fue la principal artífice de la obra política de Perón.

Eva era hija ilegítima de un estanciero y creció en la más absoluta pobreza. Con solo 15 años se fue de casa y llegó a Buenos Aires «para ser artista». Así se convirtió en «cabecita negra», es decir, una más en la masa de emigrantes que huían de la miseria del campo hacia la gran ciudad, donde serían la carne de cañón del desarrollo industrial argentino y luego la base social del peronismo. La burguesía urbana los llamaba de esa forma racista porque, a diferencia de la inmigración llegada de Europa, la gente del campo descendía del mestizaje de criollos e indios. A la misma Evita la llamaron siempre sus íntimos Negrita y Chola (mestiza), porque era morena y con rasgos amestizados, cosa que remediaría la magia estética cuando tuvo medios para pagarla.

El flechazo

Evita se las arregló para que Roberto Galán, el locutor más famoso de Argentina, que era maestro de ceremonias de la gala, le presentase al coronel Perón, y el encuentro fue eléctrico, un auténtico flechazo mutuo. En vez de dedicarse a coquetear, Evita le planteó al secretario del Trabajo sus ideas políticas. «Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y su mirada -evocaría Perón- ; hablaba de manera vivaz, tenía ideas claras y precisas e insistía en que le confiara un cargo» para desarrollar sus iniciativas sociales.

Aunque no pudo darle «un cargo» en ese momento, a través de Perón, Evita iba a cambiar la Argentina a toda velocidad. Ella inspiró los grandes avances que convirtieron a Perón en un ídolo de las masas: el voto para las mujeres, la equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, o la avanzada legislación sociolaboral del peronismo. Cuando un contragolpe reaccionario depuso a Perón y lo encerró en una isla, Eva agitó a las cabecitas negras -que ella rebautizaría «mis descamisados»- y la movilización sindical logró la liberación de Perón. Ella fue el principal activo de la campaña electoral subsiguiente –fue la primera mujer que intervenía en algo que era solo para hombres- que culminó con la conquista de la presidencia en la primera elección democrática que conoció Argentina en muchos años.

‘El Potro’ y ‘la Chola’, como les llamaban los íntimos, se instalaron en el apartamento de ella desde el mismo momento del encuentro de Luna Park, y en 1945 se casaron; él tenía 50 años y ella 25. Pero su felicidad duraría poco, en 1952, con solo 33 años, Evita murió de cáncer. Para la Argentina fue una auténtica catástrofe nacional, un estallido de histeria colectiva. Para Perón fue el principio del fin. Tres años después, las fuerzas conservadoras, la Iglesia y el Ejército dieron un golpe de Estado y Perón tuvo que huir al exilio

Tras deambular por Hispanoamérica, Perón se instaló en Madrid, bajo la protección de su amigo el general Franco. En Argentina era delito citar al general Perón, pero el peronismo era de una fortaleza indestructible. En las elecciones, como el partido peronista estaba prohibido, la consigna era que los peronistas votasen en blanco, y estos votos superaban a los del vencedor.

Pero frente a esa vitalidad de su movimiento en Argentina, Perón se iba consumiendo en su chalet de Madrid. Conservaba a Evita de compañera, pues tenía su momia embalsamada sobre la mesa del comedor, pero quienes lo manejaban eran su secretario López Rega, llamado ‘el Brujo’, y su nueva esposa, Isabelita Martínez, una bailarina que había conocido en Panamá y que era 36 años más joven que él. Isabelita se teñía el pelo de rubio para parecerse a Evita, pero carecía de su inteligencia, su carácter y sus buenas intenciones. Ansiosa por alcanzar a su modelo, se entregaba a prácticas de hechicería junto al cadáver de Evita, para que le transfiriera su espíritu. Estas macabras ceremonias eran oficiadas por el secretario López Rega, convertido en un Rasputín que dejaría terrible memoria en Argentina.

Perón regresó a Argentina en 1973, tras 18 años de exilio y después de que su partido pudiera presentarse a las elecciones y, naturalmente, ganase. Pero el regreso del mito fue desastroso. Para empezar, en la ceremonia de bienvenida que se había preparado en el aeropuerto de Eceiza, se produjo un nunca explicado tiroteo entre la derecha y la izquierda del peronismo. Fue «la Masacre de Eceiza»: 13 muertos y 365 heridos.

Pese a tan nefasto augurio, Perón convocó a nuevas elecciones para ser elegido de nuevo presidente, llevando a Isabelita Martínez como vicepresidenta. Era un burdo intento de que ocupase el rango político de Eva Perón, y provocó el rechazo de la izquierda peronista, los llamados Montoneros, que irreverentemente cantaban: «Somos, somos cojonudos / votamos a una muerta, a una puta y a un cornudo».

Inexorablemente, Perón ganó, pese a ser una caricatura del antiguo Perón, una especie de marioneta manejada por Isabelita y López Rega. ‘El Potro’, que ya no podía galopar, asumió la presidencia el 12 de octubre de 1973 y, también de forma inexorable dado su deterioro físico, falleció antes de que transcurriesen nueve meses, el 1 de julio de 1974. Dejó al país en las peores manos posibles, las de Isabelita y ‘el Brujo’, lo que provocaría un golpe de Estado y acarrearía una sangrienta dictadura militar, la de los 30.000 desaparecidos.

Pese a ello, el recuerdo de una «edad dorada» para los trabajadores, ha traído una y otra vez gobiernos peronistas a la Argentina.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D