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Cultura

Flor Goldstein: «En una sociedad que empuja a sentirnos solos, tocar en la calle es un arma»

La saxofonista nacida en Buenos Aires hace balance de su trayectoria en ‘Bambalina’

Los músicos callejeros son, muchas veces, seres invisibles. Confundidos con mendigos, o ignorados por la prisa, no suelen ser objeto de atención, aunque su melodía penetre irremediablemente al transeúnte. Pero ellos sí observan a los que pasan por delante. A veces, como Flor Goldstein, cuidadosamente, creándoles una historia a cada uno. Saxofonista profesionaln nacida en Buenos Aires y especialista en música callejera, cuenta todo eso en sus libros. El último de ellos se titula justamente Hacer la calle.

PREGUNTA.- La mayoría de la gente pensará que no te conoce, pero si vive en Madrid y alrededores, seguro que te ha visto alguna vez.

RESPUESTA.- Probablemente.

P.- Eres saxofonista profesional y, además, músico callejero. Ahora haces este libro que se llama Hacer la calle, que es tu segundo libro —el primero fue Instantáneas callejeras— sobre esa experiencia. ¿Tú te acuerdas de la primera vez que hiciste la calle?

R.- Me acuerdo muy bien, y además me acuerdo no solo de esa primera vez, sino de todos los días anteriores a esa primera vez. Porque pasé muchos días dando vueltas con el saxo en la espalda, mirando las calles, tratando de imaginarme cómo lo haría, dónde lo haría, cómo me sentiría. Me daba mucha timidez, mucho miedo. Yo soy una música que, como muchos músicos, venía de toda una vida de trabajar en espacios formales, y la calle no era algo que yo hubiera experimentado ni tampoco deseado. Llegué a la calle un poco… así. Entonces me costó mucho. Me acuerdo mucho de los días anteriores y me acuerdo del día que por fin tomé coraje, abrí el estuche de mi saxo en medio de una calle y soplé la primera nota.

P.- ¿Dónde fue?

R.- Fue en Aranjuez, frente al mercado, en un sitio que realmente al día de hoy, cuando paso por ahí y me acuerdo, digo ¿por qué lo hice ahí? ¡Qué sitio más feo! Es que era horrible. Habiendo tantos sitios bonitos en Aranjuez, que son los que ahora suelo usar como base. Digo: ¿por qué ahí? Bueno, en ese momento estaba buscando y me pareció que ahí era un lugar correcto.

P.- Dices en el libro: «¿Por qué salgo a la calle? ¿Por qué salí hoy? ¿Por qué volveré a salir empecinadamente mañana? En el mundo de la productividad, cuando lo recaudado no justifica ni remotamente las horas dedicadas a una actividad tan peregrina, es difícil encontrar una respuesta convincente». Tú das muchas en el libro. ¿Cuál de ellas va ganando? ¿Por qué sales a tocar a la calle, siendo músico profesional?

R.- Siempre hay muchas. Es un conjunto de razones. Entre esas razones, obviamente, está lo económico. Yo puedo vivir de la música en parte gracias a lo que hago en la calle. Pero hay muchas otras razones. Si tengo que decir la más profunda, si tengo que ser sincera, te diría que no es tanto lo económico, sino algo que tiene que ver con lo mucho que me gusta esa forma de relacionarme con el mundo. Cada día yo salgo a la calle y hago una propuesta. Yo le propongo al mundo que nos relacionemos de esta forma. Es una comunicación sin palabras, no personal, no sé nada de quienes pasan por ahí, ni nadie tiene por qué saber nada de mí. Y sin embargo podemos generar una comunicación, y eso me produce un placer y una satisfacción enormes. Yo diría que busco eso, sobre todo.

«Esa primera moneda es el mundo, en abstracto, diciéndome que sí, que interpreta mi propuesta»

P.- ¿Y la respuesta es buena?

R.- Es decir «aquí vengo con lo más hermoso que tengo, vengo a hacer lo que mejor sé hacer», esa es mi propuesta. Qué pasa y cómo el mundo recibe esa propuesta es siempre un interrogante. Algunos días mejor, otros días peor. Pero siempre hay una relación, siempre se establece ese vínculo tarde o temprano. Le doy mucha importancia a la primera moneda que cae en la gorra, porque en ese momento es como que esa propuesta que yo estoy haciendo, aleatoriamente, es tomada. Es como una especie de pacto que se sella. Esa primera moneda es el mundo, en abstracto, diciéndome que sí, que interpreta mi propuesta. La interpretamos, la entendemos, la valoramos, la apreciamos. Todo eso significa esa primera moneda. Hasta que cae esa moneda, es un poco duro, te voy a confesar.

P.- Como los vendedores en los mercados, que siempre dan mucho valor a la primera venta o a la última del día. Pero claro, es una actividad arriesgada. Es ilegal, ¿no?, ponerse en la calle así por las buenas.

R.- Hay ciertas normativas, depende del sitio. En cada ciudad, en cada pueblo, hay normativas o no las hay. Muchas veces lo que hay es una especie de vacío legal. Será más ilegal o menos ilegal depende dónde, en qué horario, en qué sitio, pero siempre hay un nivel de inseguridad enorme y un nivel de posibilidades enormes en lo que puede pasar, incluso estando con un permiso legal. Por ejemplo, en el centro de Madrid existe un permiso, una normativa muy clara sobre dónde, cuándo y cómo lo puedes hacer. Pero aun teniendo ese permiso y cumpliendo esas reglas, estamos expuestos a que un vecino se queje y venga un policía y nos pida que no vayamos. Y obviamente lo lógico es irse porque no estamos ahí para molestar a nadie. Pueden pasar muchas cosas.

P.- No te voy a preguntar cuánto se gana, pero alguna una vez que hayas dicho «guau», el tope que hayan dejado.

R.- Es muy difícil decir números porque los parámetros son amplios. Pueden pasar cosas muy extrañas. Es imposible decir un número concreto.

P.- ¿Alguien que haya dejado un billete alto?

R.- Con Atacapaca, con mi grupo. No tocando sola, pero sí tocando en grupo, sí que nos ha pasado que nos dejen yo creo un billete de 200. No suele pasar.

Flor Goldstein en un momento de la entrevista. | Carmen Suárez

P.- Ya que sacas el tema de Atacapaca, que a lo mejor quien vive en Madrid lo ha visto, cuenta un poco de ese proyecto, cómo se integra al ser también todos músicos profesionales, y dinos dónde tocan normalmente.

R.- Atacapaca es un colectivo de artistas que trabajamos en la calle hace muchos años en Madrid. Está conformado por músicos, por actores, por bailarines. Realmente lo que hacemos es un espectáculo. Somos muchos y es algo muy bonito y muy distinto de lo que yo hago en la calle sola, que es acerca de lo cual va mi libro. Atacapaca es como otra parte de mi actividad callejera. Se nos puede ver en el Rastro todos los domingos, casi todos, y se nos puede seguir en redes, buscando Atacapaca, y siempre estamos publicando cuando hacemos conciertos en otras zonas o en salas, que también trabajamos.

P.- En tu libro veo pasar los personajes y me recuerda un poco al Principito, yendo de planeta en planeta. Porque son personajes que imagino que son reales, pero que funcionan también como arquetipos. Hay uno muy llamativo al que llamas Bumblebee. ¿Quién es Bumblebee?

R.- Bumblebee —obviamente le puse yo este nombre porque no conozco su nombre— es un personaje que de alguna forma, tomando esta idea que dices de los arquetipos, representaría al antagonista. Siempre hay antagonistas de los músicos callejeros y se presentan de muchas formas. Bumblebee es una persona que aparca su moto en un sitio justo frente a donde yo suelo tocar algunas veces. Muchas veces pasa que yo estoy tocando y él viene a por su moto, la enciende haciendo mucho ruido y llenando de mucho humo mi espacio. Todo es absolutamente real, todo lo que cuento en el libro es real. Y entonces yo le dediqué un relato a todo lo que pasa por mi cabeza cuando se da esa situación. Porque incluso con estas personas con las que —supuestamente, porque nunca tuve una relación con él, una una charla con él— uno pensaría que, bueno, es de esas personas que no aprecian o no disfrutan de lo que uno está haciendo, pero aun con ellos también se da una relación. Yo establezco un vínculo con él, aunque sea a través de esto: yo tocando y él echando humo y ruido. Hay algo que está pasando y esa es una de las cosas que pueden pasar en la calle.

P.- Tú dices un día te conquistaré, vuelve un día, vas a pararte a escuchar.

R.- Ese es nuestro duelo. Caerás en mis redes.

P.- Otro personaje que también es muy divertido es Isabel, que te lleva a su casa pensando: «¿Qué eres, una mendiga?»

R.- Que soy indigente, que no tengo que comer, sí.

P.- ¿Qué sabes de ella? ¿Qué ha sido de esa mujer?

R.- No sé, hace tiempo que no la veo. Es un personaje que hace muchos años que interviene de vez en cuando en mi gorra, dejando cosas muy raras. Por ejemplo, dentro de la gorra, donde había monedas y billetes, un día me encuentro cubitos de caldo, cubitos de caldo sueltos, de Avecrem. Nunca supe de qué eran, porque no lo ponía, estaban sueltos. Podían ser de pollo o de pescado. Es un personaje que cada tanto la veía. Ahora hace muchísimo que no la veo, pero es interesante, también tomando un poco la idea esta de los arquetipos, porque ella representa de alguna forma a toda esa gente que nos ve a los músicos callejeros como como gente que está pidiendo como puede, como un mendigo, y es una imagen con la que nos tenemos que enfrentar diariamente. Así como hay gente que te ve y dice: «Guau, qué bonito, qué gran artista, qué generosa que sales a regalarnos tu música». Hay muchas formas de ver lo que hacemos, y otra forma es ver eso: que todas tienen una parte de verdad. Es verdad que yo necesito dinero, es verdad que yo utilizo esta actividad como una forma de completar mis ingresos para poder dedicarme a la música en mi vida. Ella me trae esta visión y cada vez que viene me deja sus regalos, que son siempre alimentos muy básicos, que yo afortunadamente puedo comprar, pero que ella igual considera que yo no puedo.

Mi reclamo es: «Colabora conmigo para que yo pueda seguir haciendo esto, porque yo estoy aquí cumpliendo un rol»

P.- Y jabón, ¿no?

R.- Jabón y cosas así.

P.- Eso es más ofensivo, ¿eh?

R.- Puedo tomármelo como algo un poco… «a ver cómo huelo». Sí, pero siempre lo que genera en mí, además de agradecimiento, porque evidentemente es un gesto de generosidad y de amor por parte de ella, porque me está dando algo, también es esta cosa de «uf, ¿cómo me veo, cómo me ve el mundo? ¿Será que parezco alguien que está aquí pidiendo dinero?». Me enfrenta con esa visión, que es, como te digo, algo con lo que convivimos. Yo en general intento desligarme de ese personaje de persona que sale a pedir con un instrumento. Desde el principio intento ponerme en otro lugar muy claramente, para mí, porque no puedo evitar que los demás me vean así, porque va a haber gente que siempre me vea así, pero yo personalmente intento tener adentro muy claro que yo estoy haciendo otra cosa, que yo estoy… Bueno, lo pongo en un cartel, de hecho. Lo primero que hice para contrarrestar un poco esta sensación, que puede ser bastante negativa, cuando empecé a tocar en la calle, fue imprimir un cartel que pongo a la vista cada vez que estoy tocando. Y ese cartel dice: «La vida necesita música, la calle necesita música, ayúdame a seguir embelleciendo el mundo». Ese es mi reclamo. Mi reclamo es: «colabora conmigo para que yo pueda seguir haciendo esto, porque yo estoy aquí cumpliendo un rol». Eso es como yo lo veo, igual tú no lo ves así y tienes todo el derecho, pero así es como yo me quiero sentar a tocar en la calle. Estoy ofreciendo algo que para mí de alguna forma mejora el mundo, aunque sea un poquito, lo hace más bello. Si tú colaboras conmigo, me ayudas a seguir.

P.- Luego hay otros personajes que sí aprecian lo que haces, como Ángel, además con ese nombre. A la vez, cuando lees su historia, también ves la soledad de la gente mayor, ¿no?

R.- Los que estamos haciendo algo en la calle, haciendo la calle de alguna forma, somos realmente imanes para mucha gente que está muy sola. Somos alguien que está ahí, y es posible acercarse y mantener una charla, y muchas veces funcionamos así. Hay gente que se acerca a estar un ratito con alguien porque me ven ahí y estoy a la mano. Pero sí, hay mucho de eso.

P.- Sobre este tema también das conferencias, no solo has escrito los libros. Eres una eminencia en música callejera. ¿Cuál es la lección principal que ofreces cuando das este tipo de conferencias por el mundo?

R.- Bueno, doy charlas. La palabra conferencia se me queda un poco grande, pero sí, estoy hablando mucho de esto, sobre todo a raíz de este libro. Empecé a hacer presentaciones y cuando empecé a presentarlo me di cuenta de que más que presentar el libro, lo que quería era abrir este espacio para conversar con la gente sobre este tema, que es un tema sobre el que hay poca literatura, se habla poco. Todos estamos acostumbrados a ver músicos callejeros en la calle, pero creo que lo que hay de interesante en el libro, y lo que hizo que estos relatos se convirtieran en un libro, tiene que ver justamente con que no todo el mundo puede ver cómo se ve el mundo desde la visión de un músico callejero. Todos nos miran, pero nosotros también miramos y vemos el mundo desde un espacio bastante particular que nos permite pillar cositas. De eso va el libro, de lo que yo veo, y las presentaciones o las charlas que hago tienen que ver con esto, con contar un poco más sobre sobre cómo se puede ver hacer música en la calle. Si me preguntas qué es lo más importante que quiero transmitir en esas charlas, tiene que ver con…  A ver, todo en la vida puede ser visto con distintas capas de profundidad. Podemos ver lo primero que se ve, podemos ver un poquito más abajo y más abajo y más abajo. Y a mí me interesa con esto llegar a lo más abajo que yo puedo. Desde un ángulo, que sería el primero, los músicos callejeros somos los que estamos ahí, ganándonos el pan como mejor podemos. Bien. Mirando un poquito más se puede ver también que estamos cumpliendo una labor, que es la de acercar la experiencia artística a cualquier persona, incluso a gente que no le interesa, o que no puede pagar una entrada para una sala de conciertos. Y realmente muchas veces hay gente que nunca ha visto a un músico tocando en directo tan de cerca, y eso también tiene un valor.

Foto: Carmen Suárez

P.- Es un privilegio siempre.

R.- Es algo interesante por lo menos, y tiene un valor. Pero debajo de todas esas capas para mí hay una más profunda, que es la que a mí me mueve, y la que a mí me conmueve y que me gusta transmitir con todo lo que cuento: que el arte en general y la música en particular une a la gente. Nos une. Por el simple hecho de que somos humanos y de que a través de la música compartimos emociones que tenemos todos. Salir a la calle y abrir esta posibilidad de transmitir a cualquier persona que ni siquiera se lo espera la emoción que sea, nostalgia, alegría, energía… La música nos puede cambiar el estado de ánimo, nos puede entristecer, nos puede meter para adentro, nos puede sacar. Hay gente que a lo mejor va caminando y de pronto empieza a caminar con más energía. No es lo mismo que yo esté a que no esté. Yo trato de conectar con eso cuando estoy en la calle. Esta capacidad de conectarnos, de generar contacto, comunicación, de hacernos iguales, porque todos tenemos esas sensaciones ante la música y esas emociones. En un mundo, en una sociedad donde todo nos empuja a sentirnos solos, a sentirnos raros, a sentirnos aislados, desligados del resto, a mí me parece que hacer esto en la calle es de alguna forma tener un arma. Un arma de las buenas, un arma que genera unión y que genera amor entre humanos. Porque no hace falta nada. No hace falta que alguien se haya preparado especialmente para entender la música que yo estoy tocando. Yo estoy tocando algo que cualquiera puede entender y sentir. Eso a mí me parece el sentido más profundo y más significativo para mí de salir a tocar en la calle.

«Todo el primer tiempo que salí a tocar en la calle era un momento de mi vida que yo atravesaba en una enorme soledad»

P.- Cuando tú estudias música, me imagino que salir a la calle es lo último que te imaginas que vas a acabar haciendo. ¿Cómo fue tu formación? ¿Cuál era tu objetivo cuando empezaste a estudiar y dónde estudiaste?

R.- No sé si tenía un objetivo claro. Creo que nunca he tenido ni tengo objetivos claros. Así voy por la vida, a los tumbos. Tenía claro que me encantaba la música y que quería aprender y que quería meterme ahí como fuera.  Mi formación fue aleatoria, como todo en mi vida. Estuve un tiempo en conservatorio, pasé años de estudio con distintos profesores particulares con los que me fui metiendo también en busca de algo. Por ejemplo, estudié con Bernardo Baraj, que es un gran saxofonista argentino que tiene mucho que ver con la música argentina y con el tango. Como saxofonista siempre me encantó el tango y me gustaba la música argentina, pero el saxo no es un instrumento característico del tango. Quise estudiar con él, además de porque es un grandísimo maestro, porque me podía acercar a ese estilo. Luego estudié con otra gente para meterme un poco en el jazz y así fui picoteando. Y así voy. No hay una formación que uno termina y dice bueno, ya está, soy músico. Hay que seguir estudiando, hay que seguir formándose siempre. Así que sí, empecé en el conservatorio y seguí por todos lados. Y no, no tenía la idea de tocar en la calle cuando estudiaba. Tampoco tenía una idea clara de qué quería hacer, pero la realidad es que durante muchísimos años mi actividad profesional y musical fue pasando por lugares formales y lo de la calle me vino como empujado, y ahora me parece increíble pensar cómo veía tocar en la calle. Lo poco interesante que me parecía. Y en parte, el hecho de ponerme a escribir ha surgido de la sorpresa y de la fascinación que me generó salir a la calle y descubrir todo lo que a mí me pasaba tocando en la calle. Fue como «¡yo tengo que compartir esto, tengo que hablar de esto!» Así me puse a escribir.

P.- Eso es interesante. Pasar de la música a la escritura, porque en principio la música es muy difícil de comunicar, ¿no?

R.- Bueno, yo siempre escribí, o sea, la palabra escrita era parte de mi forma de expresión. Concretamente estos dos libros sí que los escribí partiendo de este enamoramiento, porque realmente fue así. Fue salir a la calle y decir, como en esas pelis, que la chica desprecia al chico y dice: «Ay, no, no, no me gusta». Y de pronto un día: «¡Pero bueno, lo que me estaba perdiendo!». Con todo ese entusiasmo y con toda esa fascinación, fue que empecé a decir yo tengo que compartir esto, tengo que hablar de esto con la gente. Y la realidad es que todo el primer tiempo que salí a tocar en la calle era un momento de mi vida que yo atravesaba en una enorme soledad. Soledad real. Hace unos diez años. Yo estaba recién mudada a una ciudad donde prácticamente no conocía a nadie, en un país que no era el mío y realmente estaba sola. Cada vez que yo guardaba el saxo en el estuche y me volvía a mi casa, necesitaba tener a alguien al lado y empezar a decir: «¿Pero tú viste lo que pasó? ¿Viste lo que dijo esa señora?». A comentar estas cosas. Y no solo lo que pasaba afuera, sino todo lo que a mí me movía. A mí la calle me empujó a crecer en muchos sentidos, porque empecé a tener que buscar recursos que yo no tenía como música, porque no es lo mismo los recursos que uno utiliza dentro de una sala de conciertos, donde hay unas reglas de juego establecidas, claras, que se espera se respeten. El público va aquí, los músicos aquí y el público aplaude, hace silencio. La calle es otra cosa. Empecé a preguntarme qué recursos tenía que buscar, qué tipo de repertorio tenía que tocar. Tocar sola tampoco era algo que hubiera hecho. Yo estaba tocando sola y tenía que buscar cómo hacer que el saxo suene interesante y yo no me aburriera tocando sola. Musicalmente también tuve que crecer y buscar. De todo esto quise ponerme a hablar y a compartir. Empecé a escribir y a compartir en redes estas cosas, y al ver un poco las reacciones de la gente que iba leyendo y compartiendo, me empecé a dar cuenta de que esto no solo era interesante para mí, sino que también podía ser interesante para cualquier persona, por esto que decía antes, esto que a los humanos nos gusta ponernos en los zapatos de otra persona y ver cómo se ve el mundo, qué perspectivas tiene. Al ver ese interés fue que salió la idea de compartir en libros estos escritos que andaban rulando por ahí.

P.- Has mencionado que esto de que estabas aquí sola, que provenías de otro país, o sea músico callejera, migrante de Argentina… ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué te encontraste en España? ¿Qué te parecemos?

R.- Qué difícil esa pregunta. Migrar siempre tiene distintas dificultades. Para cada cual son diferentes. En mi caso hay una parte dura, la distancia de los afectos de la familia. Sobre todo, perder la la cotidianidad, porque ahora con todos los medios que tenemos para comunicarnos obviamente uno no pierde el contacto, pero sí lo cotidiano, la posibilidad de estar ahí, de ayudar, de echar una mano, de que te echen una mano. Eso se sufre, y yo lo he sufrido mucho y lo sigo sufriendo. Pero luego aquí en España yo me siento muy cómoda, dentro de lo cómoda que me puedo sentir en el mundo, porque hay algo que tiene emigrar que es que una pierde un poco… Nos pasa a muchos, no a todos, pero sí que lo hablo mucho con gente que se ha ido de sus países de origen, y a muchos nos pasa que perdemos la sensación de tener un sitio. Porque por más que yo esté aquí, que esté instalada, tampoco me siento que sea de aquí, no lo soy. No comparto un montón de historias, de culturas con la gente con la que tengo cercanía. A lo mejor cantan canciones que han sido las canciones de su adolescencia que yo no sé y las canciones que yo cantaba en mi adolescencia y que quisiera cantar con alguien no tengo con quien cantar. Esta no es mi tierra, es el lugar donde vivo. Y a la vez el sitio de donde vengo, ya tampoco te diría que es… Vamos perdiendo de alguna forma la sensación de tener una casa, de tener una raíz —si es que alguna vez la tuvimos, que tampoco estoy muy segura.

«Mi familia es de origen judío por todos lados, por el lado materno y paterno»

P.- Tú eres hija de un fotógrafo bastante célebre en Argentina, Andy Goldstein, que fundó una escuela de fotografía también, ¿verdad? Estoy casi convencida de que una de las cosas que más llama la atención a la gente es tu apellido. ¿De dónde viene?

R.- Mi apellido es de origen judío. Mi familia es de origen judío por todos lados, por el lado materno y paterno.

P.- Ocho apellidos judíos.

R.- Ocho apellidos judíos, sin duda. Y más y más y más. Porque, además, todos mis antepasados venían de la misma zona, del noreste de Europa, y migraron, como muchísimos europeos judíos, escapando de una serie de horrores innumerables, y emigraron a la Argentina o a Latinoamérica a fines de 1800, principios de 1900. Vengo de ahí, vengo de ese origen.

P.- Pregunto porque no es una realidad que aquí nos sea tan próxima. Cuando tú respondes esto, ¿hay alguna reacción?

R.- Cuando digo mi apellido, a los españoles les cuesta mucho escribirlo, te puedo decir. Tengo muchos problemas para deletrear mi apellido por teléfono y para que lo escriban correctamente. Sí, no es común, no es común.

P.- Para terminar, siempre termino con una sección que se llama Sencillos placeres, donde quiero que los entrevistados recomienden algo que hayan escuchado, que hayan leído, que hayan visto y que podamos disfrutar todos.

R.- Voy a recomendar un libro que estoy releyendo ahora mismo, que es un libro que me gusta muchísimo, que he leído y releído varias veces en mi vida y que he recomendado mucho, que se llama Una historia natural de los sentidos, de Diane Ackerman. Es una escritora estadounidense y es un libro que me encanta y que me parece que todo el mundo debería leer. Habla con mucha profundidad de los sentidos, con los cuales percibimos el mundo los humanos y que también es algo que nos une y nos hace iguales. Esta es la forma en que percibimos el mundo. Me parece un libro súper interesante, además de muy ameno y muy agradable de leer, porque va recorriendo cada uno de los sentidos y se mete no solo a nivel fisiológico, sino desde la historia, desde lo cultural, desde lo artístico, los relaciona con todo. Y si puedo agregar algo, recomiendo que lean mi libro, Hacer la calle, porque también es muy bonito.

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