El asesinato de Carrero Blanco: conspiranoia y burla
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Existe una serie en el canal Historia llamada Alienígenas. Los capítulos tratan sobre tecnología y arquitectura en la Antigüedad. Hasta ahí, bien. El asunto se complica cuando lo que todavía no tiene explicación o resulta sorprendente, con expresiones como «¡Qué piedra más grande! ¿Cómo la movieron?»- encuentra una solución muy fácil: fueron los «extraterrestres». ¿Hay pruebas? No, pero algo así vende. Con el asesinato de Carrero Blanco ocurre algo similar. Toda incógnita o negligencia en torno al atentado se retuerce hasta que parece una conspiración porque aumenta las ventas. Es por esto que se habla de la CIA, la masonería, la URSS o de alguien del régimen como colaborador oculto del atentado de ETA. Nada de esto es verdad.
Hace cincuenta años, un 20 de diciembre de 1973, la banda terrorista acabó con las vidas de Carrero Blanco, su chófer, José Luis Pérez Mogena, y su escolta, Juan Antonio Bueno. El mejor estudio global es el de Gaizka Fernández y Pablo García titulado El asesinato de Carrero Blanco. Historia, teorías conspirativas y ficción (Araucaria, 2022). Los autores toman como fuente principal el sumario 142/1973 del Juzgado de Instrucción nº 8 de Madrid. Fue ETA V Asamblea, quien bajo el liderazgo de Txikia, robó en un polvorín de Hernani los explosivos, detonadores y mecha el 31 de enero de 1973. Txikia murió en abril en un tiroteo, lo que reabrió el debate entre lucha armada o política. El frente militar presentó entonces a la dirección de ETA un plan para secuestrar a Carrero Blanco, que luego cambió, claro.
Sin embargo, los servicios policiales no tenían a ETA entre sus prioridades. Consideraban a la banda como una ‘gripe’ pasajera. La dictadura se centraba en el PCE y en la Iglesia, que veía como un nido de rojos. En medio estaban las elecciones al Colegio de Abogados y el Proceso 1.001 contra dirigentes de CCOO. Mientras, en Madrid, ETA había encontrado en Eva Forest y Alfonso Sastre -homenajeado luego por Bildu en el Congreso de los Diputados- dos comunistas de apoyo. Gracias a ellos se cometieron los atentados contra Carrero y el de la cafetería Rolando, en la calle Correo de Madrid, en 1974, con 13 muertos y más de 70 heridos.
Los etarras supieron, como todo el barrio, porque no se ocultaba, que Carrero Blanco acudía diariamente a misa a las 9, a la Iglesia de San Francisco de Borja, en la calle Serrano. En la guía telefónica descubrieron que vivía junto al templo. El militar seguía siempre la misma ruta a la misma hora. Forest compró entonces un piso en Alcorcón con dinero de ETA, donde construyeron un zulo para Carrero. La fecha para el secuestro se fijó para el 18 de julio.
El asunto se complicó cuando el almirante fue nombrado presidente del Gobierno el 11 de junio de 1973 porque tenía más escolta. Un secuestro era arriesgado, así que era mejor un atentado. Compraron un sótano en el número 104 de Claudio Coello y se pusieron a cavar. Dijeron al vecindario que estaban reparando y metiendo cables de telefonía. Colocaron los explosivos y el resto es conocido. El 20 de diciembre la detonación asesinó a tres personas, hirió a siete, dejando un cráter de ocho por 19 metros, con una profundidad de 2,5, elevando el Dodge unos 40 metros para caer en el interior de un edificio de la Compañía de Jesús. No hubo detenciones hasta después de la masacre de la cafetería Rolando. Sin embargo, el Gobierno de la UCD decidió cerrar el caso para disuadir a ETA de cometer más atentados y facilitar la Transición. Impulsó el archivo judicial, como ocurrió el 27 de mayo de 1977. Fue una decisión política. La ley de amnistía de ese año dejó sin responsabilidad penal el atentado de Carrero Blanco.
La literatura posterior se basa en la obra de Eva Forest, Operación Ogro (1974), que distorsiona ciertos hechos para confundir a la Policía y dio nombre a la película (1979) que ha forjado la memoria colectiva del atentado. Luego vinieron los libros que señalaban a la CIA, un argumento muy querido por los comunistas, como Matar a Carrero (2013), de Manuel Cerdán, revisado en su última publicación, o El vicio español del magnicidio (2018), de Francisco Pérez Abellán. Esta conspiranoia aparece en series como El asesinato de Carrero Blanco (2011) de Miguel Bardem para TVE y ETB. Los Alcántara de Cuéntame lo contaron en un capítulo de 2005. También hay documentales especulativos para tener audiencia, como Matar al Presidente, de 2023 en Movistar +, que pone al mismo nivel los datos y las conjeturas de la conspiración. Los historiadores profesionales, como Javier Tusell, Charles Powell y más recientemente Antonio Rivera (2021), apuntan solo a ETA.
Eso no ha impedido que el asesinato del franquista se tome a broma. Tip y Coll, en Tipycollorgía (1984) pusieron en boca de Carrero Blanco la siguiente frase: «De todos mis ascensos, el último fue el más rápido». En 2018, el Tribunal Supremo absolvió a una tuitera que había publicado 13 tuits repitiendo las bromas que siempre han circulado al respecto. Quizá toda esta burla ante un asesinato de uno de los hombres fuertes de la dictadura de Franco provenga de lo que desveló Vázquez Montalbán en su Crónica sentimental de la transición (1985), y que se condensa en la siguiente frase: cuando la izquierda conoció el atentado lo celebró con una «larga marcha hacia la cirrosis por un río de champán».
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