Las vacaciones pagadas, ¿una pasión francesa?
«El triunfo en las legislativas francesas del Frente Popular recuerda que ya hubo otro Frente Popular en 1936»
El primer Frente Popular llegó al poder en Francia en junio de 1936. La izquierda estaba exultante, por primera vez en la Historia en París había un socialista, Léon Blum, al frente del gobierno, pero mirando más allá de las fronteras el momento no podía ser peor, el mundo estaba a punto de estallar en llamas.
En Alemania, Adolf Hitler se había afianzado en el poder, y había implantado una dictadura personal con la que provocaría el mayor desastre de la Historia. En Rusia, Stalin ponía en Marcha la Gran Purga, en la que asesinaría alrededor de un millón de personas, la mayoría comunistas y afectos al régimen, incluida la propia familia del dictador. En Asia, un Japón muy agresivo acosaba a China, y en un año se lanzaría a una guerra que tomó carácter de auténtico genocidio, incluido el empleo de armas bacteriológicas, con más de 17 millones de muertos civiles chinos. En la vecina España sólo faltaba un mes para que estallase la Guerra Civil.
Francia, que en la próxima Guerra Mundial sería vencida con deshonor, ocupada de forma humillante y pervertida por los nazis, vivía sin embargo un momento que podemos llamar mágico, mantenía el cliché de «la Dulce Francia». Aquella primera victoria del Frente Popular ha conservado la etiqueta de alegre y feliz en el inconsciente colectivo francés.
Antes de las elecciones que, a finales de abril y primeros de mayo de 1936, dieron la victoria a la coalición de izquierdas, muchos temían que en Francia sucediera lo que en España, donde también había ganado las elecciones un Frente Popular similar al francés en febrero. En España, ese triunfo frente populista, había desatado todo tipo de violencias sociales y políticas, incluida una serie de asesinatos individualizados cometidos por pistoleros de uno y otro lado, que en unos días -el 13 de julio- culminarían con el tiro en la nuca al jefe de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, asesinado por la policía gubernativa que lo había detenido en su casa. Después de eso, la Guerra Civil.
En Francia la victoria frente populista también provocó un estallido social. Antes incluso de que se formase el nuevo gobierno socialista, dos millones y medio de trabajadores se declararon en huelga y ocuparon 9.000 fábricas. Parecía el principio de la revolución, pero en vez de ir a las barricadas los obreros organizaron… verbenas. Las fotografías de la época los muestran bailando en el patio de las fábricas, formando parejas de hombre con hombre. Ese movimiento pasaría a la Historia con el nombre de «les gréves joyeuses», las alegres huelgas, y alcanzarían una meta igualmente festiva, «les congés payés», las vacaciones pagadas para todo el mundo.
El éxito del Frente Popular en la Francia de 1936 fue posible gracias a la alianza de tres fuerzas políticas que tenían grandes diferencias entre sí, pero que individualmente no podían triunfar, mientras que aliadas tenían gran potencia. Por una parte estaban socialistas y comunistas, las dos principales corrientes obreras, que tras años competición no siempre limpia entre ellas, aceptaron el pragmatismo de unificar esfuerzos. Necesitaban sin embargo el complemento de una fuerza que no tuviera ese marcado carácter de clase obrera, para conseguir el apoyo de sectores de la clase media, y no podía ser otra que el Partido Radical.
Los radicales eran los herederos de la Revolución Francesa; eran «radicalmente republicanos», de ahí su nombre, anticlericales y antimperialistas, es decir, creían en el estado laico, se enfrentaban al poder de la Iglesia, a la que consideraban una fuerza ultra reaccionaria, y se oponían a la política colonial de explotar a otros pueblos. La gran figura política del radicalismo había sido Clemenceau, quizá el mayor estadista de Francia desde Napoleón, y grandes nombres de la cultura francesa como Émile Zola o Victor Hugo habían abrazado sus ideas al llegar a la madurez.
Los radicales habían sido un partido estrella de la III República, más de 30 veces habían presidido el gobierno desde 1885 (había gobiernos muy cortos en la III República), pero ahora estaban en cierta decadencia, lo que les empujó a la alianza electoral con socialistas y comunistas. En las elecciones del 36 resultaron ser la segunda fuerza, con 115 diputados, mientras que la primera plaza, con 149 escaños, fue para los socialistas, que en Francia funcionaban bajo las curiosas siglas SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera). En cuanto al Partido Comunista, quedó notablemente por detrás de sus dos compañeros de viaje con 72 diputados. Siguiendo instrucciones de Moscú, los comunistas no entraron en el gobierno del Frente Popular, aunque le prestaron su apoyo desde la Asamblea Nacional (Parlamento francés).
Vacaciones para todos
La coalición frente populista había planteado en la campaña electoral un programa político muy moderado, pero las alegres huelgas arrastraron al nuevo gobierno hacia las grandes reformas. El nuevo presidente del gobierno, el socialista Léon Blum, se reunió en lo que se conoce como «Acuerdos de Matignon» con los representantes de la patronal y de los obreros. Estos habían ocupado 9.000 fábricas, habían paralizado el país, y sabiéndose en posición de fuerza obtuvieron de los empresarios grandes concesiones, como la semana de 40 horas o subidas de salario generalizadas. Pero la estrella de las conquistas sociales fue el derecho para todos los trabajadores de dos semanas de vacaciones al año, cobrando el sueldo como si trabajasen.
La reivindicación de las vacaciones pagadas no era en realidad muy novedosa. Ya en la Italia del siglo XVI existía el concepto, pero los inicios de su aplicación en el mundo contemporáneo tenían una curiosa relación con gobiernos autoritarios. En Francia el pionero fue el emperador Napoleón III, que no era precisamente un demócrata, pero que en 1853 dictó un decreto otorgando ese privilegio a «sus» empleados, es decir, los funcionarios públicos.
En la Alemania imperial fue el Kaiser Guillermo II quien dio el primer paso en 1903, y en Italia sería Mussolini quien estableciese las vacaciones en 1927. En contraste con estos casos, el país demócrata por excelencia, Estados Unidos, que en 1776 había establecido la primera república de la Edad Moderna, ejemplo para los revolucionarios franceses veinte años después, nunca les daría a los trabajadores el derecho a vacaciones, dejando ese asunto en el ámbito privado del contrato entre empleador y empleado.
En cambio la República de Weimar, surgida tras la caída de la monarquía imperial alemana en 1918, en la que tuvieron importante presencia los socialdemócratas, fue ampliando el derecho de vacaciones hasta hacerlo prácticamente general. La República de Weimar fue un proyecto lleno de buenas intenciones, pero que tuvo una enorme mala suerte. La brutal inflación que soportó Alemania tras la crisis del 29, y el ascenso imparable de los nazis hasta el poder, hacen aparecer a la República de Weimar como un fracaso total, muchos la ven incluso como la responsable de la subida de Hitler al poder y lo que vino luego.
Por esos prejuicios se olvida lo logrado por la República de Weimar y se muestra en cambio a la risueña Francia del Frente Popular como la inventora de lo que en la época se llamó «el derecho a ser pagado por no hacer nada». Numerosas publicaciones, revistas, carteles, películas y hasta sellos de correos han creado un auténtico mito francés, «les congés payés», hasta el punto de que hace poco un canal de la televisión pública francesa presentaba un programa titulado: «Las vacaciones pagadas, una pasión francesa». Como si a los demás no nos gustasen.