La poesía con sordina de Juan Marqués
La Veleta reúne en ‘De qué vas a vivir. Poemas (2008-2023)’ los cuatro libros de versos que componen su obra poética
El arquetipo clásico nos presenta al poeta como un ser atribulado, consumido por las pasiones y las palabras, y todavía mejor si está a punto de tirarse por la ventana de su húmeda y fría buhardilla, loco de desesperación. El arquetipo moderno actualiza este mito y por eso hoy arrasan -en redes y, por desgracia, en muchos premios- los poetas dados al exhibicionismo: de sus florituras verbales y de sus intimidades, todavía mejor si son escabrosamente carnales. Triunfan los fuegos artificiales de colorines y la ostentación impúdica de sordideces y lubricidades.
Frente a esto, existe también una poesía más pausada y sigilosa, que explora lo íntimo sin exhibicionismo y lo cotidiano sin fanfarrias. Andrés Trapiello y Eloy Sánchez Rosillo serían dos ejemplos ya veteranos. En esta liga juegan otros como Juan Marqués (Zaragoza, 1980), del que la exquisita colección La Veleta publica ahora De qué vas a vivir, Poemas (2008-2023). El volumen reúne los cuatro libros de versos que componen su obra poética completa, de la que solo se ha prescindido de «dos poemas que ya me parecían indefendibles», tal como confiesa el autor en la nota final.
En uno de sus versos suelta Marqués que «sufrir me da pereza desde niño» y ahí ya nos situamos en sus coordenadas estéticas, en el empeño de esquivar tanto la solemnidad como el desgarro chillón.
En Acabar en la calle, una suerte de autorretrato hacia el final del libro, nos da más pistas de por dónde van los tiros (poéticos): «Nací, me reproduje y moriré, / tengo dos herederos y un divorcio, / escribo mis poemas, doy paseos…; / he conseguido ser alguien normal (…) No hace falta leer muchos poemas / para tenerlo claro: / los viejos faraones son ahora / como queso rallado/dentro de sus vendajes, / y de aquellos palacios que tenían, / como antorchas en medio del desierto, / ¿qué se hizo?, / no queda ni una foto en blanco y negro, / ni un simple souvenir. / A veces, por leer gilipolleces, / olvido lo crucial: el desafío está en lo cotidiano».
Como dirían los antiguos (que ya se las sabían todas): Sic transit gloria mundi y también Carpe diem. Marqués sabe que lo de verdad importante son los pequeños placeres, los instantes en fuga. Un poema dedicado a su hija Vera, termina así: «La Historia es lo que cambia. Lo demás / queda fuera del Tiempo: / por ejemplo este cielo de septiembre / y el pájaro que cruza, dividiéndolo. / Por ejemplo la luz que no se apaga / y que nunca entenderemos. / O por ejemplo tú, / tu sonrisa de hoy, acariciando / la impotente estatura de tu padre, nuestra historia en minúsculas, / tu diminuto tiempo».
Ironía y paradoja
La suya es una poesía con sordina, en tono voluntariamente menor, escrita sin levantar la voz. Dibuja lo cotidiano y apunta reflexiones a vuelapluma. Sus poemas tienden a la concisión que aparca lo superfluo. Suelen ser breves, algunos tienen alma de haikú o de impromptu y otros aires de aforismo, con unas gotas de ironía y paradoja. Algunos ejemplos: «Los poetas fingimos, es posible, / pero fingimos siempre la verdad». O este otro: «No tengo tiempo para tener prisa». O este: «Aquí me quedo, / firme, / dejándome llevar».
Se cuela en sus versos el paso del tiempo y el estoicismo -tal vez sabiduría- que se gana con la edad: «Cuanto más viejo soy/menos pienso en la muerte, / que antes me atormentaba. / Conforme voy dejando de ser joven / más seguro me afirmo en lo que soy: / materia que camina mientras puede». Y sobre el futuro sentencia: «Pensar en el futuro es parecido / a intentar resolver un crucigrama / en un idioma ajeno: / la vida es lo que hay, somos nosotros, / constantemente vivos hasta el fin».
El futuro -y el presente- en realidad son los niños, que aparecen en varios poemas sobre la experiencia de la paternidad: «Qué buena suerte que los niños vengan/a torcer el silencio, /a manchar de colores libros caros / y a invadir nuestro sitio en el sofá. / Es la vida que vuelve, como un río que desbordase un cauce artificial».
Marqués lo tiene claro: «No todo tiene implicaciones míticas, / no todo trasciende: / a veces una tarde o un camino están ahí, / no significan nada». Su visión del mundo quedó ya bien sintetizada en uno de sus poemas tempranos, que me recuerda a uno de los más bellos de Joseph Brodsky, Noche de invierno en Yalta. El de Marqués se titula Principio y dice: «No finjas que no sabes / que este minuto en el que todo cambia / es diario pero es irrepetible. // Sé valiente y levanta la cabeza: / acepta lo que ves / y agradece la vida mientras puedas. / Es el amanecer sobre la tierra, / y es la primera vez. / Lo has visto. Lo has perdido. Lo has ganado».