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Cultura

Annie Ernaux viaja al interior de la mente adolescente

La Nobel francesa narra en ‘Lo que ellos dicen o nada’ el desasosiego de una joven que está dejando atrás la niñez

Annie Ernaux viaja al interior de la mente adolescente

Annie Ernaux. | EP

Pocos temas se han explorado tanto como el crecimiento personal de un adolescente. La literatura nace de una herida, de un corte, y a menudo es en esa edad cuando comienza uno a quebrarse, si es que ha tenido la suerte de no romperse antes. Y nadie como una experta en el reciclaje de la experiencia íntima como Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) para exprimir esta etapa llena de cambios con el descaro que exige. En Lo que ellos dicen o nada (Cabaret Voltaire, 2024, trad. de Lydia Vázquez), se presenta bajo el alter ego de Anne, una muchacha estudiosa de familia trabajadora que siente que no encaja con su entorno. Durante unas vacaciones, se sume en el letargo de unos días de verano nada apasionantes en la localidad de Normandía, donde vive con sus padres.

Se trata, en realidad, del segundo libro de la autora, publicado en 1977, cuatro años después de debutar con Los armarios vacíos. Ernaux establece una separación entre esas dos primeras obras y el resto: al principio aún intentaba dar forma de novela, de ficción; luego empezó a escribir desde el yo sin encubrimientos (con La mujer helada, 1981, una radiografía sentimental de las mujeres de su generación que marca un antes y un después en su trayectoria). Con todo, es fácil adivinar en la narradora de Lo que ellos dicen o nada no solo aspectos biográficos, sino la semilla del género del que más tarde se convertiría en maestra: la mirada hacia dentro y el hecho de nombrar sin eufemismos cuestiones de la «feminidad» antes silenciados, como la menstruación o el erotismo.

Entrar en la adolescencia significa incorporar preocupaciones que antes no se tenían, como los hombres o la obsesión por la imagen, hasta dejarse consumir por ellas. De pronto, Anne se descubre comparándose con sus amigas, examinando sus cuerpos, midiendo grados de lo que considera «belleza». Ernaux ha contado en otros libros que padeció trastornos de la alimentación y con 20 años se le había retirado la regla; en este alter ego se comienzan a observar esos síntomas: el automatismo de valorar la comida en función de si engorda o no, una tía que le afea la glotonería porque no es un comportamiento adecuado para una mujer, el complejo por sus curvas frente a chicas más esbeltas. De pronto, su escala de valores se ha trastocado: ya no le basta con su rutina de estudiante diligente; los buenos resultados académicos no son nada al lado de un cuerpo atractivo. Pretender ambos le parece «pedir demasiado»; y la adolescente quiere, por encima de todo, gustar. Gustar a los hombres.

Estas ideas son comunes en cualquier muchacha que se abre a la vida, pero en ciertos extremos entrañan una herida más profunda, que va más allá del miedo al rechazo. La falta de anclaje en su entorno es palpable: en casa, sus padres, gente sencilla de otra generación, querrían que se casara y tuviera hijos, le aseguran que de ese modo será feliz, siendo «como todos»; pero a la adolescente le aterra la posibilidad de ser «como todos», de resignarse como han hecho, a su parecer, los adultos que la rodean. Hay una búsqueda de desclasamiento, en parte por el (natural) choque de generaciones, en parte por sus inquietudes culturales. Anne estudia, lee, escribe; los libros le moldean la mente, le amplían horizontes. Aunque tampoco en ellos se encuentra: retratan una realidad que le resulta ajena, no se concibe dedicándose a la literatura porque carece de referentes próximos. La familia ni la apoya ni la deja de apoyar en ese sentido, ella misma resta valor al hecho de escribir; la vida verdadera está en otra parte.

Rebeldía

Con los chicos le ocurre algo parecido: los que le presentan sus amigas, como los de las motos, no le resultan interesantes. La protagonista todavía no lo sabe, pero forma parte de una generación nueva, la de las mujeres que irán a la universidad, accederán a puestos cualificados y no estarán tan relegadas al hogar como antes (todo ese proceso lo narra en La mujer helada). Necesita salir del pueblo para hallar su sitio y entender que no debe impostar su carácter ni sus ideas para integrarse en la sociedad, que puede ser ella misma. Ocurre algo distinto con las compañeras: no tiene una amiga del alma, pero las relaciones entre chicas, con sus celos y sus complicidades, son básicas en este periodo. Solo con ellas puede hablar de esos asuntos que ahora le importan: «Si no hablamos de chicos y, por lo tanto, de cosas sexuales, no somos amigas de verdad».

El título, que de entrada puede resultar extraño, juega con esa idea de no identificarse con la lengua –y por extensión con la forma de estar en el mundo– de los demás. Ella, frente a la cerrazón de la familia, se abre sin pudor, llama al pan pan y al vino vino. Nombrar la regla, el deseo o el cuerpo, escribir desde la rabia, constituye un acto de rebeldía, una ruptura con el orden establecido, una voluntad de diferenciarse. La novela comienza, no en vano, con la confesión de que tiene secretos, cosas que no puede contar a nadie, porque le parecen «demasiado raras». Esta confusión tiene mucho que ver con el tabú, los temas que la sociedad oculta, que generan vergüenza en quienes los sufren por carecer de palabras para manifestar lo que sienten (lo que no se nombra no existe, como bien expuso Orwell). Anne quiere habitar el mundo a su manera, con ese vocabulario recién adquirido; por lo tanto, y para empezar, lo escribe.

Lo que ellos dicen o nada es el monólogo desasosegante de una joven que está dejando atrás la niñez y, como todas, ansía experimentar emociones fuertes, vivir grandes experiencias, adentrarse en lo prohibido. Aún no es consciente de que la inquietud que se ha instalado en ella no se desvanece con adrenalina, sino que la acompañará a lo largo de su vida adulta. Esta novela retrata de forma magistral el tedio de esos veranos encerrada en casa, en el pueblo, en los que se entristece porque su bronceado solo lo ven los padres, llora «por ver el tiempo pasar y ser joven para nada» y querría que ocurriera «cualquier cosa, eso es todo, y nada pasaba». Ernaux expone los entresijos de la mente adolescente con un estilo que, si bien todavía no logra la depuración cristalina de sus obras posteriores, sin duda expresa con brillantez esa desazón en la que cualquiera que no haya olvidado su adolescencia se reconocerá.

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