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Cultura

El triunfo del cristianismo: una historia de fe y poder

El historiador Peter Heather compone una colosal crónica sobre la religión cristiana desde sus orígenes hasta Lutero

El triunfo del cristianismo: una historia de fe y poder

Representación de Jesuscristo en las cristaleras de una catedral.

Una creencia no es más que una línea del tiempo que se mantiene recta y continua desde un principio, por lo general incierto, hasta un inevitable final de trayecto. Alfa y Omega, primera y postrera letra del venerable alfabeto griego y una de las múltiples denominaciones de Cristo en ciertas versiones del Apocalipsis de San Juan. «El origen y el final mismo de todas las cosas que son, fueron y serán». La fórmula también sirve como metáfora del itinerario vital que se abre con el nacimiento y se cierra con la muerte, cuyos registros –como en alguna ocasión ponderase Josep Pla– administra y custodia la Iglesia a través de su red de parroquias, cuya capilaridad en cualquier territorio es bastante superior a la de muchísimos Estados.

¿Cómo es posible que una facción herética del judaísmo practicada por los misteriosos esenios, defensores del pobrismo, se convirtiera primero en la alternativa al paganismo grecolatino, más tarde se aposentase sobre las ruinas del Imperio romano y, al cabo, se convirtiera en la religión mayoritaria y en la cultura común de todo eso que (todavía) llamamos Europa? A contestarla se ha dedicado el historiador norirlandés Peter Heather, que publica en Crítica –probablemente uno de los mejores sellos editoriales del grupo Planeta, junto a Seix Barral, Tusquets y determinados títulos de Destino–, una monumental crónica de la evolución histórica de la confesión cristiana desde sus orígenes sectarios hasta la víspera de la ruptura que supuso la reforma de Lutero: Cristiandad. El triunfo de una religión.

Heather, anglicano de formación, aunque no practicante, formado en la universidad de Oxford, profesor en Yale y director del departamento de Historia Medieval en el King’s College de Londres, aborda semejante trabajo –que se extiende a lo largo de casi mil páginas– con las herramientas de la insigne escuela de historiadores británicos: una documentación rigurosa (citada y desarrollada en un cuerpo de notas situado como colofón del libro) y una erudición, obtenida tras muchas lecturas y años de estudio, que aparece camuflada bajo una prosa plástica y dinámica, donde el dato no mata nunca la naturalidad expresiva. Al revés.

Latinista de formación, Heather sostiene en este libro que el triunfo del cristianismo, al menos hasta 1945, fecha en la que sitúa el comienzo de la súbita desacralización que vive el mundo occidental, y que no ha hecho sino acelerarse, pudo perfectamente no haber ocurrido. Y explica que si aconteció tal cosa, un hecho capital de la historia universal sólo comparable al Imperio romano o al descubrimiento de América, se debió a la capacidad de síntesis y de mutación de la fe cristiana. «Cuando se estudia de cerca, se ve que el cristianismo de la Alta Edad Media difiere enormemente, y en numerosos aspectos, de su predecesor romano, que a su vez resultaba profundamente distinto del que profesaba la iglesia primitiva del periodo anterior a Constantino [el primer emperador romano converso], sin olvidar que el cristianismo bajomedieval volverá a ser sustancialmente diferente», escribe el historiador norirlandés.

Todas estas sucesivas enunciaciones proclaman los distintos nombres de Cristo, pero lo hacen de forma diferente en cada momento, a veces abiertamente divergente y adaptándose a las circunstancias de poder en cada instante histórico. Una receta infalible, pues todavía hoy sigue practicándola el Vaticano, expresión máxima de la persistencia de un poder religioso centralizado y, también, modelo político para muchas instituciones occidentales, desde las monarquías absolutas al generalato de los ejércitos. Las primeras agrupaciones cristianas –explica Heather– funcionaban de forma autónoma e independiente, cada una en su ciudad o con comunidad, aunque formasen parte de una red única que primero predica, después ejerce el mando y más tarde anatemiza, recurriendo a la violencia o a la tortura, si es preciso, contra sus herejes, como autoriza la bula Ad extirpanda de Inocencio IV (1252).

Religión de masas

Aunque la tradición católica (por motivos evidentes) insista en lo contrario, la condición de Roma como caput mundi de la fe fue relativamente tardía. Y no rigió en términos jurídicos hasta muy entrado el siglo XI, aunque los obispos romanos gozaran de un indudable prestigio entre sus iguales. Heather aborda los orígenes y la evolución de la cristiandad en el Norte del Mediterráneo –el Sur queda a merced del Islam– en tres etapas. La primera se centra en la romanización; cuando la fe surgida en Palestina cuece sus ladrillos conceptuales mediante determinados principios de la filosofía clásica y la disciplina marcial contra sus enemigos.

Entre los siglos IV y V, los sucesores de los cristianos que en tiempos de Nerón morían en el Circo Máximo se habían convertido ya en soldados del Estado que ordenó crucificar a su Dios. La segunda etapa corresponde al cristianismo medieval, capaz de fabricar su propia teología y adorar al único señor, en régimen de monopolio, de un acervo cultural que incluía el dominio del conocimiento y el control de la maquinaria jurídica del imperium. La tercera fase aborda la conversión del cristianismo en una religión de masas durante la Edad Media y cuenta su institucionalización en simultáneo al avance del Sacro Imperio romano. Esta división en un orden tripartito, sin embargo, es una licencia que Heather se permite para ordenar sus materiales, pues la verdad de los hechos es que el triunfo del cristianismo no fue nunca un hecho indudable, fruto de la predestinación, ni estuvo exento de riesgos y retrocesos.

La hegemonía cristiana obedeció, sobre todo, a circunstancias políticas. No es ya el fondo (religioso) lo que la ayuda a progresar, sino las decisiones, no siempre pacíficas, y a veces represivas y hasta violentas, de sus seguidores, que tenían que lidiar con la competencia de otras creencias, como el arrianismo; una tarea para la que muchas veces era necesario que la mano izquierda de uno no supiera siempre lo que perpetraba la diestra, y viceversa. La perspectiva con la que el historiador irlandés dibuja el gran friso del cristianismo en esta Antigüedad tardía es desapasionada y escéptica. Dos rasgos que hacen de este libro una obra fascinante, capaz de explicar cómo las hazañas y los pecados de los muertos de un pasado que olvidamos, o que acaso nunca conocimos, siguen condicionando nuestro presente.

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Cristiandad. El triunfo de una religión
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