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Historia Canalla

Unamuno no dijo «venceréis pero no convenceréis»

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

Unamuno no dijo «venceréis pero no convenceréis»

Ilustración de Alejandra Svriz

Hablamos de uno de los episodios más famosos de la Guerra Civil: el cruce entre el filósofo y escritor Miguel de Unamuno y el general Millán Astray, delante de Carmen Polo de Franco, esposa del dictador, José María Pemán y otros muchos cargos. El encuentro está plagado de leyendas y medias verdades producto de la propaganda de guerra y de la historiografía distraída. Y es que mentir sobre lo sucedido era muy tentador. Imaginemos la escena desde el ojo de un propagandista. De un lado, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX con todo el aspecto de docente universitario, y del otro, uno de los militares más importantes de la España posterior al 98, mutilado y fiero. ¿Cómo no aprovechar estos dos personajes para hilar un mito o un bulo?

Empecemos con el perfil de Miguel de Unamuno, ajustándonos a su pensamiento en su evolución y su contexto. Esto supone contemplar al personaje completo, al carlista que pasó por el socialismo, que renegó de la patria para luego aferrarse a ella, que quería más Europa y luego menos, y que despreció a los nacionalistas vascos y catalanes. Fue el mismo hombre que criticó al PSOE por apoyar la dictadura de Primo de Rivera, pero que un suspiro después, en 1931, fue en la candidatura electoral socialista. Hablamos del filósofo que apoyó el golpe del 36 contra la República gobernada por el Frente Popular y que después lo despreció.

Unamuno es uno de los grandes intelectuales contemporáneos. No obstante, sus vaivenes ideológicos y cambios de opinión fueron considerables. Se afilió a la Agrupación Socialista de Bilbao en 1894, con treinta años. Escribió en la publicación periódica titulada La lucha de clases, que no destacaba por el carácter tolerante o liberal. En sus páginas afirmó que la patria era un engañabobos para defender los privilegios de los capitalistas. Unamuno abogó también por la disolución del Ejército y la negación del catolicismo. La única solución, escribió entonces, era reconstruir España y encomendarse a Carlos Marx, o ser más como «Europa». Ahí está su obra titulada En torno al casticismo, de 1895, en la que todo es criticable desde Castilla a Calderón, todo menos el pueblo español, al que veía como un sujeto que reunía todas las virtudes.

Para entonces, finales del siglo XIX, Unamuno ya había coqueteado con el carlismo y era amigo de Sabino Arana. El escritor pensó en la vuelta a la tradición, a las raíces, como alejamiento de la corrupción urbanita y como recuperación de lo verdadero. Era lo que llamó la «intrahistoria», lo inmutable frente a lo cambiante de la vida moderna.

Todos cambiamos, y Unamuno también. Perdió la fe, lloró y se metió en un convento en Salamanca. No sirvió de nada. No volvió a creer en Dios. Sin embargo, dio un cambio. España tenía solución con el centralismo y el liberalismo. Escribió a Prat de la Riva, padre del nacionalismo catalán, que no se encerrara en sí mismo, sino que «catalanizara» España. En Bilbao, en 1901, Unamuno dijo que había que enterrar el vascuence por arcaico, aislacionista e inútil. A Joaquín Costa le soltó que el caciquismo era modernidad porque el pueblo español estaba animalizado y era fanático y analfabeto. Europa dejó de ser la solución en el pensamiento de Unamuno. Era mejor, afirmó, «españolizar Europa» que «europeizar España». De hecho, en el epílogo de su obra Del sentimiento trágico de la vida, de 1913, insultó a Ortega y Gasset, que defendía lo contrario, y luego en el ABC le llamó «papanatas».

Tampoco fue Unamuno muy socialista cuando se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, en la que participó el PSOE. A pesar de esto accedió a estar en la lista de la coalición socialista-republicana, y fue elegido diputado para  las constituyentes de 1931.

En las Cortes defendió la unidad de España diciendo que el vascuence era una «lengua artificial», y que los vascos, dijo, «datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó». Sostuvo que no había que caer en los «nacionalismos de señorito resentido» como el vasco o el catalán, que querían imponer su lengua. Por contra, el castellano era «una obra de integración» construida entre todos, porque «España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial» de los nacionalistas. Estas palabras enfadaron a los diputados de ERC y PNV, pero Unamuno no rectificó porque veía la evolución del régimen republicano con mucho pesimismo, al igual que muchos otros intelectuales del momento.

Luego vino el apoyo de Unamuno al golpe de Estado de 1936. Fue destituido como rector de la Universidad de Salamanca por el gobierno republicano de José Giral, en decreto firmado por Azaña el 22 de agosto de 1936. Lo repusieron los golpistas, y publicó un comunicado el 22 de septiembre diciendo que en España se defendía «nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador» como era el comunismo. No obstante, Franco lo cesó el 22 de octubre, diez días después del incidente en el que nunca dijo «¡Venceréis pero no convenceréis!» a Millán-Astray, que tampoco contestó «¡Muera la inteligencia!».

Por cierto, el general Millán-Astray no entró en campaña en la Guerra Civil. Se dedicaba a la propaganda y logística. De esta manera, difícilmente puede ser visto, y menos de forma comparativa con lo que se perpetró a un lado y otro, como el símbolo de la barbarie que ha construido la historiografía de izquierdas y republicana. El mito sobre su brutalidad se asentaba en su imagen: cojo, manco y tuerto -quizá un poco mejor que Blas de Lezo-, sí, pero como resultado de cien batallas en defensa de España en Filipinas y África. En el archipiélago asiático aprendió el código del Bushido, un credo de honor para soldados que lo utilizó para crear La Legión. No combatió en la Guerra Civil del 36, como decía antes, sino que se dedicó a la propaganda, para lo que fundó Radio Nacional de España en Salamanca.

El incidente se produjo en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, durante la Fiesta de la Raza. Unamuno era su rector porque lo había nombrado Franco, al que visitó para pedirle piedad para los vencidos. La versión famosa es que Unamuno, enfadado, soltó en un acto lleno de falangistas y militares aquello de «Venceréis, pero no convenceréis», a lo que Millán-Astray, general fundador de la Legión y de Radio Nacional, respondió «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!».

La historiografía de estos últimos años ha reconocido que esas palabras fueron reconstruidas literariamente en 1941 por Luis Portillo Pérez, un político de Izquierda Republicana exiliado en Londres. El proceso fue el siguiente. Hugh Thomas, hispanista, incluyó sin verificar esas palabras en su obra La guerra civil española, fueron repetidas por Ricardo de la Cierva, y publicadas en Ruedo Ibérico, y de ahí pasaron al relato conocido. A partir de entonces, la historiografía republicana y de izquierdas las tomó como un símbolo de la diferencia entre los dos bandos, uno representando a la cultura y el otro a la barbarie. Pero no fue así.

El historiador salmantino Severiano Delgado, en un trabajo reciente, quita hierro al choque: fue uno más entre los muchos que se produjeron en aquellos días de tensión y ajuste de cuentas, y no de los peores. Para empezar a desmontar el relato construido por la historiografía republicana y de izquierdas, el historiador dice que el paraninfo de la Universidad de Salamanca no estaba presidido por un retrato del general Franco, ni los asistentes gritaron «Una, Grande y Libre», ni «Franco, Franco, Franco». El desencadenante del revuelo fue una mención elogiosa a José Rizal, independentista filipino contra el que luchó Millán-Astray con 17 años. Se oyó en la sala alguna protesta, y Unamuno dijo algo así: «Tened en cuenta que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir». Habló entonces Millán-Astray defendiendo la actuación del hombre de armas para sostener la integridad de la patria dentro y fuera de sus fronteras. Pero para entonces había mucho ruido y voces en la sala, y algunos militares alzaron la voz, oyéndose, no de boca de Millán-Astray, frases como «¡Muera la inteligencia!» (o los intelectuales traidores) y «¡Viva la muerte!». Esta es la versión verdadera que entonces publicó Emilio Salcedo, un periodista de provincias, presente en el acto. La reconstrucción que nos ha llegado, la mítica, es una interpretación interesada y teatral de un republicano en el exilio. 

La discusión le costó a Miguel de Unamuno el puesto de Rector de la Universidad de Salamanca. Había sido nombrado en septiembre de 1936 por la Junta de Defensa Nacional, el grupo militar golpista contra la República del Frente Popular. Un mes más tarde, el 22 de octubre, diez días después del incidente, el general Franco, como jefe del Gobierno del Estado, destituyó por decreto al filósofo. El bilbaíno quedó recluido en su domicilio salmantino, desesperado y abandonado por todos, donde murió en diciembre de 1936.

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