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Historias de la historia

El protector de 'los novios de la muerte'

¿De dónde sale esa asombrosa devoción de la Legión a la Semana Santa?

El protector de ‘los novios de la muerte’

El Cristo de la Buena Muerte salvó la vida de Millán Astray en cuatro ocasiones, aunque tenía el cuerpo destrozado por las heridas. | Agencias

El teniente coronel José Millán Astray estaba loco, decían sus enemigos y algunos de sus amigos, pero sabía lo que quería: crear un cuerpo militar de elite, una herramienta de guerra fuerte y fiable, una banda de hermanos de sangre temible y temida por el enemigo.

En 1920 fundó el Tercio de Extranjeros, tomando de modelos, como su nombre indica, a la Legión Extranjera Francesa, que había estado estudiando ex profeso en Argelia, y a los viejos tercios españoles de Flandes, de donde tomaría por ejemplo la regla de llamar «caballeros» a los legionarios, aunque fuesen criminales perseguidos por la justicia, pues la Legión no pide antecedentes a quienes se alisten, y los oculta frente a la ley.

Pero Millán Astray, que había estado destinado en Filipinas y conocía las culturas orientales, tomó también inspiración en el Bushido, el código de honor de los samuráis japoneses. Con todos esos elementos redactó el Credo Legionario, compuesto de doce mandamientos llamados «espíritus». El número 10 es el Espíritu de la Muerte, que dice: «El morir en el combate es el mayor honor…. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan terrible como parece…»

Esas ideas, formuladas en 1920, al mismo nacimiento de la Legión, darían lugar al desarrollo de un auténtico «culto a la muerte». Para reforzarlo Millán Astray encontró dos instrumentos externos inesperados. Uno fue el cuplé El Novio de la Muerte, del que tratamos la semana pasada en estas páginas de Historias de la Historia. El otro fue el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, una obra maestra del barroco tallada por Pedro de Mena hacia 1660, adquirida por una modesta hermandad malagueña, que la sacó en procesión por primera vez en 1883.

En el recién creado Tercio de Extranjeros había muchos andaluces, de hecho el primer muerto de la Legión sería de Huelva, y Millán Astray, pese a ser gallego, entendía perfectamente la devoción que los andaluces sienten por sus imágenes de Semana Santa, de modo que, sin consultar a nadie, en 1921 «adoptó» como protector de los legionarios a aquel Crucificado de tan apropiado nombre, el Cristo de la Buena Muerte de Málaga.

En 1925 participó un primer legionario en la procesión del Cristo de la Buena Muerte, en el Jueves Santo malagueño. Se trataba del propio Millán Astray, ya coronel y víctima de tres gravísimas heridas de guerra. Por una de ellas le habían amputado el brazo izquierdo, pero habría que creer que su Cristo de la Buena Muerte le protegía efectivamente, porque seguía vivo y en servicio activo. Todavía sufriría al año siguiente otra herida aún peor, cuando una bala le entró por el ojo derecho y le salió por la mejilla izquierda, aunque otra vez intervino el protector y le salvó la vida.

En 1928 la autoridad militar proclamó al Cristo de la Buen Muerte protector de la Legión de forma oficiosa, porque la sanción eclesiástica no llegaría hasta el 2000, cuando el Arzobispado Castrense publicó un decreto oficializando esa protección. Pero sin esperar la bendición de la Iglesia, en 1930 comenzó la participación de la Legión en la Semana Santa de Málaga, cuando un destacamento del Tercio llegó desde el Norte de África al puerto malagueño en un buque de guerra para desfilar el Jueves Santo. 

La quema del Cristo

Al año siguiente, en Jueves Santo, se celebró por primera vez la Guardia Legionaria al Cristo. Había algo premonitorio en aquella ceremonia; ese año caía Jueves Santo en el día 2 de abril, y doce días después, el 14 de abril de 1931, se proclamó la Segunda República Española. Antes de que transcurriese un mes del nuevo régimen, las organizaciones de extrema izquierda, socialistas, anarquistas y comunistas, y las turbas que las seguían, desencadenaron lo que se llama «la quema de conventos».

Los actos vandálicos comenzaron en Madrid el 11 de mayo, y se extendieron rápidamente a Andalucía y Levante, llevándose Málaga la peor parte, pues del centenar de edificios religiosos que fueron incendiados o asaltados y saqueados, la mitad fueron en esa ciudad.

Hubo además en Málaga un especial ensañamiento con las imágenes de Semana Santa, lo que puede parecer paradójico, pues es también una de las ciudades donde mayor fervor y veneración casi idólatra existe hacia sus pasos procesionales. Éste es un país de extremos, y frente al amor exaltado de muchos a sus Cristos y Vírgenes, se desató un odio irrefrenable de otros. En algunos casos se hicieron parodias de procesiones, como con el Cristo Yacente del Santo Sepulcro, que fue llevado entre blasfemias hasta la Plaza de la Merced para echarlo allí a la hoguera.

Fueron quemados el Nazareno del Dulce Nombre de Jesús del Paso, Jesús Orando en el Huerto, el Nazareno Caído llamado «El Chiquito», talla del siglo XVII de José de Mora, y dos obras maestras del barroco del imaginero Pedro de Mena, la Virgen de Belén y el Cristo de la Buena Muerte, que echaría de menos la Guardia Legionaria de la que había disfrutado poco más de un mes antes.

Por el contrario, la autoridad militar que había en Málaga, en vez de proteger iglesias y conventos diríase que colaboró con los incendiarios. Había tomado el mando el recién nombrado gobernador militar, el general Gómez Caminero, un republicano convencido que le mandó al presidente del gobierno, Azaña, un célebre telegrama que le delataba: «Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará».

Gómez Caminero no solamente no quiso recurrir a las tropas de que disponía, sino que incluso impidió actuar a la Guardia Civil. A falta de protección oficial serían unos cofrades de la hermandad de la Buena Muerte quienes intentasen proteger al Cristo de Mena. Lo escondieron entre unos paños en un almacén, pero este edificio también fue incendiado. Entre los carbones solamente se salvó una pierna, que rescataría el escultor Francisco Palma Burgos, ocultándola hasta el final de la República.

La victoria de Franco en 1939 traería lógicamente una reacción de fervor religioso, tras el anticlericalismo de la República y las persecuciones y la Guerra Civil. En Málaga determinaron recuperar el esplendor de su Semana Santa, aunque había por delante mucho que reconstruir. Precisamente Palma Burgos se encargó de reproducir la imagen que había intentado proteger, basándose en fotografías y en la pierna que había conservado. Hizo un meritorio trabajo, hasta el punto de que los malagueños llaman generalmente al Cristo de la Buena Muerte «el Cristo de Mena», aunque ya no lo sea.

La Legión, por su parte, salió reforzada de la Guerra Civil, pues había tenido una parte muy importante en el éxito del Alzamiento o rebelión militar, y luego en la contienda. Además, Franco, que gobernaría con poderes absolutos España durante 40 años, era legionario, uno de los fundadores. La nueva talla de su protector salió en procesión por primera vez en 1942, y al año siguiente se incorporó la Jueves Santo malagueño la Legión, recuperando la tradición que se había interrumpido en 1931.

Desde entonces la presencia legionaria en la Semana Santa ha ido en crescendo, hasta convertirse en un elemento tan substancial en ciertas ocasiones como los propios nazarenos con sus capirotes. No sólo han tomado los legionarios y su «Novio de la Muerte» el protagonismo en Málaga, sino que se han extendido por toda Andalucía, y la ha rebasado, no sólo a las provincias vecinas de Murcia y Badajoz, sino hasta Alicante y Valencia.

Actualmente la Legión participa en 35 procesiones, empezando por la de Nuestra Señora de los Dolores y la Soledad de Alhama de Murcia, y terminando por la de la Quinta Angustia en Cabra, provincia de Córdoba.

Por grandiosos que fuesen los sueños de Millán Astray, nunca pudo imaginar que los hombres del Tercio de Extranjeros fuesen a tener ese éxito popular.

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