THE OBJECTIVE
Historias de la historia

El nacimiento del impresionismo

El 15 de abril de 1874 surgió una revolución en la Historia del Arte, en una exposición en el estudio del fotógrafo Nadar

El nacimiento del impresionismo

Una moderna Olimpia, el cuadro de Cezanne ante el cual había que montar guardia para que no lo atacase el público. | Museo de Orsay

Félix Nadar era un hombre polifacético de ésos que daba el siglo XIX y que cambiaron el mundo. Pionero de la fotografía, la convirtió en un arte a través de sus retratos, para los que posó el todo París cultural y social, desde Victor Hugo a Zola, desde Baudelaire a Julio Verne, Sara Barnard, el monstruo de la escena francesa, Eiffel, creador de la torre que es símbolo de París, o Bakunin, padre del anarquismo revolucionario… Pero además de artista Nadar era hombre de acción, pionero de la aeronáutica. En la Guerra Franco-prusiana, cuando los alemanes sitiaron París, Nadar subía en un globo y tomaba fotografías aéreas de las posiciones enemigas, que luego pasaba al estado mayor francés. No es extraño que Julio Verne lo convirtiese en protagonista de una de sus novelas más fascinantes y premonitorias, De la Tierra a la Luna, donde aparece un aventurero francés, Ardan (acrónimo de Nadar) que con su vitalidad sirve de contrapunto de los adustos científicos americanos.

Nadar acudía regularmente a la tertulia del Café Guerbois en el bulevar de Batignolles, vecino al estudio del pintor Manet, que capitaneaba lo que se llamó «el grupo de Batignolles», hasta que un crítico con mala idea los llamó, en tono insultante, «los Impresionistas». Allí estaba la plana mayor del futuro Impresionismo, Monet, Renoir, Sisley, Cézanne o Pissarro, entre otros, además de personalidades del mundo cultural que defenderían a este movimiento, como Zola.

Desde 1673 la Academia de Bellas Artes mantenía lo que se llamaba simplemente «el Salón», una exposición anual que mostraba al principio las pinturas de sus alumnos, y luego se amplió a las de los pintores que aportaban una obra interesante, según el criterio de la Academia. Durante dos siglos, exponer en el Salón era imprescindible para que un nuevo artista se diera a conocer y alcanzase prestigio. Naturalmente los criterios de selección eran lo que se llama «académicos», y cuando a mediados del siglo XIX algunos llegaron con innovaciones que la posteridad reconocería como geniales, fueron rechazados.

En 1859 Manet y su amigo Whister, creador del impresionismo inglés, intentaron exponer sus obras en el Salón, sin éxito, aunque Pisarro, otro de los padres del movimiento, sí logró entrar con su Paisaje en Montmorency. En 1863 el emperador Napoleón III, en vista de la gran cantidad de obras que rechazaba la Academia de Bellas Artes para su Salón, decidió crear una exposición paralela, el Salón de los Rechazados. Ya este nombre parece una mala elección, implica fracaso. Tampoco fue feliz la elección del local, el Palacio de la Industria, un mamotreto desangelado en los Campos Elíseos que luego sería felizmente demolido.

En definitiva, el Salón de los Rechazados fue un fracaso de público, y no digamos de crítica. «Exhibición a la vez triste y grotesca», la definía un artículo en la Revue des Deux Mondes. Pero ni siquiera aquí encontrarían cabida los futuros impresionistas. Manet logró colgar su Almuerzo en la hierba, considerada hoy como el inicio de la pintura moderna, «la mejor tela de Edouard Manet» según Zola, pero fue retirada a los pocos días, pues provocó un escándalo mayúsculo.

Manet logró, por fin, entrar dos años después en el Salón oficial de la Academia con Olimpia, un soberbio desnudo femenino que le colocaba en la estela de Tiziano o Goya, pero el escándalo resultó aún mayor. Resulta que Olimpia, que aparecía como una desvergonzada prostituta que mira con descaro al público, era una persona conocida, la pintora Victorine Meurent, modelo habitual de Manet y amante de su amigo Nadar. La reacción del público fue agredir a paraguazos la tela.

La exposición de 1874

Los que querían revolucionar la pintura, ese grupo de artistas geniales del grupo de Batignolles, vieron claro que tenían que crear su propio espacio, un lugar que fuese a la vez exposición y mercado, para vender directamente al público sus obras sin someterse a los marchantes. Había que montar un Salón al margen de la Academia y del mercado del arte. Pero ¿dónde?

Ahí llegó Nadar con la idea que permitió el nacimiento oficial del Impresionismo. El lugar ideal era su antiguo estudio de fotografía, un impresionante ático dúplex en el bulevar des Capucines. El sitio era céntrico y concurrido, en los Grandes Bulevares, la zona más elegante del París de la época, presidida por la Ópera. Además, por allí había pasado no solamente el mundo cultural en pleno, sino toda la buena sociedad parisina, para que Nadar la retratase. Todo París se sabía el camino a Capucines número 35.

El 15 de abril de 1874, hace ahora 150 años, abrió sus puertas la exposición que cambiaría la Historia del Arte, había nacido el Impresionismo. Incluido el nombre, pues la nueva forma de pintar sería allí mismo bautizada no por un amigo, sino por un enemigo. Louis Leroy era un artesano mediocre metido a crítico de la revista satírica Le Charivary, que se refirió a aquellos pintores que no comprendía como «los impresionistas», porque uno de los cuadros que más le habían descolocado era Impresión, sol naciente, de Monet.

Esos artistas incomprendidos y vituperados con el apodo de «impresionistas» eran Cézanne, Monet, Renoir, Degas, Sisley, Pissarro y así hasta 30 nombres ilustres, incluida Berthe Morisot, que expuso diez cuadros y no logró vender ninguno, y sin embargo hoy es objeto de culto, valorándose en una fortuna sus obras. Visitó mucha gente la exposición, pero se vendieron pocas de los 165 obras expuestas, y la crítica fue en general despiadada. «La crítica nos destroza», comentaría Pissarro.

«El público no ve en ellos más que unos artistas sin rumbo, ignorantes, presuntuosos, que no pintan más que cosas informes», escribirá un ensayista medio siglo después, pero en ese momento lo que perciben ellos mismos es la hostilidad de ciertos sectores que les obliga a montar guardias para proteger las pinturas. Uno de los participantes, Louis Latouche, pintor de segunda clase pero inteligente marchante de las grandes figuras del Impresionismo, le escribe al Doctor Gachet, el coleccionista y mecenas de Van Gogh, que lo inmortalizó en un célebre retrato: «Hoy domingo estoy de servicio en nuestra exposición. Monto guardia ante su Cezanne. Pero no respondo de su existencia, temo que se lo devolvamos agujereado». Latouche se refiere a Una moderna Olimpia, un desnudo que ha provocado un escándalo similar al de la Olimpia de Manet. 

Felizmente Una moderna Olimpia sobrevivió a la exposición de los Impresionistas, y hoy provoca el pasmo de los visitantes del Musée d’Orsay, donde han ido a parar buena parte de aquellas pinturas vituperadas, para conformar unos de los museos más encantadores de París.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D