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Historias de la historia

¡Cuidado con los idus de marzo!

Julio César ignoró las señales sobre su asesinato en los idus de marzo, es decir, el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo

¡Cuidado con los idus de marzo!

'César acuchillado por los senadores a los pies de la estatua de Pompeyo', pintura de Vincenzo Camuccini (Galleria Nazionale de Roma). | Wikipedia

«¡Cuidado con los idus de marzo!», le dice el adivino a Julio César en la tragedia homónima de Shakespeare. César es sin duda el personaje histórico de mayor envergadura en toda la obra de Shakespeare, y Julio César una de sus más celebradas obras. El dramaturgo inglés se inspiró en las Vidas Paralelas de Plutarco, aunque le añadió la tensión dramática y poética propia de la tragedia shakesperiana. 

«…Algunas tumbas se han abierto en bostezo entregando a sus muertos; feroces guerreros llameantes han combatido sobre las nubes en filas y escuadrones, en exacto orden de combate, lloviendo sangre sobre el Capitolio; el ruido de la batalla resonaba en el aire; relinchaban caballos y gemían agonizantes, y fantasmas gritaban y aullaban por las calles…».

Es Calpurnia, la esposa de César, quien le cuenta estos presagios, visiones funestas que ha tenido en la ronda nocturna y le avisan de que no salga de su casa, que evite el peligro que le espera en el Senado. Esto le permite a Shakespeare poner en boca de César uno de los más hermosos desplantes de la literatura:

«Los cobardes mueres muchas veces antes de su muerte, y los valientes jamás prueban la muerte más de una sola vez».

Si dejamos el teatro para buscar la perspectiva histórica, el magnicidio de César aparece como uno de los episodios más complejos y determinantes de la Antigüedad. Su trascendencia reside tanto en la calidad de la víctima como en la de sus asesinos.

La víctima es sin duda uno de los grandes protagonistas de la Historia, Plutarco en sus Vidas Paralelas lo iguala con Alejandro Magno. César fue, como Alejandro, un gran conquistador cuyas campañas en las Galias y Britania aumentaron considerablemente el poderío de Roma. Fue también un acertado gobernante que entre otras cosas simplificó el sistema jurídico o creó el calendario juliano, que tuvo más de 1.500 años de vigencia y es muy parecido al actual. 

Su nombre no sólo fue adoptado por los sucesivos emperadores de Roma como un título de prestigio, sino que llegó a nuestros días como sinónimo de poderoso soberano. La palabra rusa Zar deriva de César, al igual que la alemana Kaiser, y en español se usa frecuentemente «César» para designar a Carlos V.

Pero si notable fue la víctima, más asombrosa aún fue la identidad de los magnicidas, porque no eran fanáticos enloquecidos ni asesinos profesionales, como es habitual, sino ciudadanos respetables, los más respetables de Roma, habría que decir, ya que eran todos senadores y ejecutaron su crimen en el recinto sagrado del Senado, lo que suponía un sacrilegio. Y no era un grupo pequeño, Plutarco cuenta que César recibió 23 heridas de espada, «pues todos debían participar y gustar del asesinato», y que esa participación colectiva hizo que muchos de los conjurados se hiriesen entre sí en su afán de llegar al cuerpo de César. Los historiadores contemporáneos Suetonio y Eutropio dicen que fueron más de 60 los senadores conjurados.

El móvil de estos senadores asesinos era frenar el proceso de poder absoluto en manos de César, que estaba a punto de recibir el título de rey de los territorios romanos fuera de Italia, aunque obviamente habría algunos con agravios personales, dado el proceso de guerras civiles que había sufrido Roma, en las que César salió vencedor.

Destacaba entre todos ellos la figura de Bruto, que mantenía unas relaciones casi filiales con César, pero que se sentía obligado a acabar con el tirano, como descendiente de otro Bruto que había derrocado la primera monarquía romana e instaurado la República. Durante la Revolución Francesa, y específicamente en el juicio que llevó a la ejecución de Luís XVI, se evocaba a Bruto como ejemplo de tiranicida, convirtiéndose en uno de los héroes de la mitología revolucionaria. 

La mejor muerte

Cuenta Plutarco que, el día anterior a su asesinato, César cenó en casa de su amigo Marco Lépido, y en la sobremesa se planteó cuál sería la mejor de las muertes, a lo que César contestó rápidamente «la imprevista». Sin embargo el destino parecía empeñado en prevenir a César de lo que le esperaba en el Senado. El filósofo Estrabón enumera una serie de prodigios de significado nefasto, y varias fuentes hablan del adivino que le dijo «¡cuidado con los idus de marzo!».

Plutarco añade que cuando yacía César en la cama la noche anterior a su muerte, se abrieron de pronto y sin razón aparente todas las puertas y ventanas de la habitación. Se despertó sobresaltado y observó que su esposa «pronunciaba en sueños palabras confusas y gemidos inarticulados». Calpurnia estaba soñando que tenía en sus brazos a su marido degollado, de manera que a la mañana siguiente le suplicó que no saliera de la casa. Aunque César se burlaba de esos augurios, por tranquilizar a Calpurnia, que no era mujer supersticiosa pero estaba muy alterada, decidió no ir ese día a la sesión del Senado.

Intervino entonces un tal Bruto Albino, primo del otro Bruto y también conspirador, que gozaba de gran intimidad con César. Albino le hizo una ponderada reflexión sobre los inconvenientes políticos de ausentarse sin razón de una sesión del Senado convocada, precisamente, para coronarle rey de las provincias romanas, y le dijo que si quería suspenderla al menos debía anunciárselo personalmente a los senadores. César, al que fastidiaba dejarse amedrentar por visiones y augurios, se dejó convencer por Albino.

Al salir de su casa divisó al adivino ciego que lo había prevenido de los idus de marzo, y le dijo en son de burla: «Ya están aquí los idus», a lo que respondió el nigromante: «Sí, pero todavía no han pasado».

La Fortuna intentó salvar a César con un último aviso. Había un profesor de griego llamado Artemidoro que daba clases en casa de algunos de los conjurados y que había oído lo suficiente para saber que César estaba en peligro. Acudió a su casa para advertirle, pero no pudo entrar porque había una aglomeración de personas que querían solicitar favores de César, y lo esperaban en su puerta con las peticiones escritas en papelitos.

Cuando César salió, Artemidoro logró abrirse paso entre la masa, llegó junto a él y le entregó un papel con la denuncia del complot, diciéndole que lo leyera inmediatamente, que era importante. César intentó hacerlo varias veces, pero no pudo porque la multitud que lo acompañaba en su camino le importunaba continuamente.

Con ese papel en la mano llegó César a su lugar de ejecución, que el destino había dispuesto que fuese en un lugar vinculado a Pompeyo, su antiguo amigo y luego adversario en la guerra civil, que había sido asesinado en Egipto cuando huía derrotado. El Senado se había instalado provisionalmente en el Teatro de Pompeyo, una de las grandes obras públicas del consulado de Pompeyo, el primer edificio de Roma construido en mármol. Para homenajear a su fundador existía una gran estatua de Pompeyo en la entrada.

Debería haber servido de última advertencia a César, pero siguió confiado hasta el momento en que el senador Publio Servilio Casca le asestó la primera cuchillada. La última se la daría Bruto, provocando el amargo estupor del moribundo, que le dijo la célebre frase: «¿Tú también, Bruto?». Después César se cubrió la cara con la toga y murió a los pies de la estatua de Pompeyo, que quedó bañada en sangre, como si hubiera participado en su venganza.

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