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Julio César: los idus de marzo y el fin de la República romana

Julio César fue un dictador romano, el último dirigente de la afamada República, cuyo asesinato el 15 de marzo del 44 a.C. se ha convertido en una de las más controvertidas traiciones de la historia antigua

Julio César: los idus de marzo y el fin de la República romana

GDJ | Pixabay

Bien podría ser la de Julio César la más icónica de la historia de las traiciones. 23 veces apuñalado por más de 60 de los miembros del Senado que presidía y, aún en esas, fue capaz de cubrirse las heridas con su capa, para conservar la exaltada «dignidad» de la época. 

Así, el 15 de marzo del año 44 a.C, César fue asesinado, en aquellos tan renombrados «idus de marzo», que originalmente eran celebraciones de buen augurio para los romanos. Más tarde y, tras la alta traición al entonces dictador de la República, este día pasaría a convertirse en un día negro. Ya lo expresó de este modo Shakespeare, quien en su obra Julio César advirtió: «¡Cuídate de los idus de marzo!».

La suya es una historia de grandeza, de las de relevantes batallas, innumerables reconocimientos y triunfos apoteósicos. Pero puestos a recordar su persona, bien es necesario también deconstruir su figura. Porque Julio César fue un irrefutable estratega, militar y dirigente, pero también fue un hombre sumergido en deudas, experto en dar y recibir favores, obsesionado con su imagen y con la fama, inseguro sobre sí mismo debido a su calvicie y sufridor de ataques epilépticos. Era ambicioso, mujeriego y experto en encumbrarse a sí mismo a través de la palabra. Todo eso fue este dictador, según recoge el historiador Cayo Suetonio. 

Es revelador conocer de la mano de este biógrafo que, pese a ser un hombre con un gran poder en la espada y en los bolsillos, realmente era una persona con una autoestima muy escasa, pues siempre se aseguró de resaltar el «origen divino» de su familia, los julios, que pretendían ser descendientes del héroe virgiliano Eneas, hijo de la diosa Venus. Así, la gens julia no tenía una genealogía marcada por grandes dirigentes o políticos, ya que pertenecían a la nobleza más ambigua, por lo que César pretendió a la grandeza con la carga añadida de no tener referentes familiares. 

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Pese a todo esto, fue un indudable líder carismático de cara a sus legiones, enemigos y seguidores. Admiraba profundamente a Alejandro Magno y, la historia cuenta que, cuando llegó a Cádiz bajo el cargo de Cuestor (magistrado de rango más bajo), encontró en un templo de Hércules una estatua del macedonio, y allí lloró largamente por no haber alcanzado importantes conquistas como él lo hizo a su misma edad.

Tras este suceso, que le generó un gran estímulo para emprender sus propias hazañas, comenzó la carrera de alianzas sociales y políticas para escalar en la incierta escalinata del poder romano. De edil a cónsul y después a dictador, cuenta el historiador que «ávidamente buscaba toda ocasión de guerra, ya fuera injusta o peligrosa» y, con todos sus logros, «redujo a provincia romana todo el país que se extiende entre el Ródano y el Rin, detrás de los Alpes, los Pirineos y los Cevenes». Y así, entre triunfos y sangre, solo tuvo tres reveses: en Gran Bretaña, en las Galias en una ocasión y en la frontera de Alemania. 

En cualquier caso, su curso vital pareció sucederse de modo adyacente al del fin de la República y, es por ello, que tanto uno como otro se verían definidos por la relación con Pompeyo, un general romano con quien compartió el título de cónsul y junto a quien formaría el primer Triunvirato (un acuerdo de gobierno de tres personas) con otro político romano llamado Marco Licinio Craso. 

En este sentido, César se las apañó para, lejos de toda oportunidad, ejercer de intermediario entre Craso y Pompeyo, quienes eran grandes enemigos. De este modo, de uno y otro lado y sabiendo dónde y cuándo meterse, consiguió ascender política y militarmente. Su mayor empresa, la de las Galias, tuvo lugar en este contexto, y fue recogida de su puño y letra en los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, que utilizó astutamente como herramienta propagandística para ganarse el favor de los romanos. Y entre esas, otras políticas como la de la concesión de la ciudadanía romana a los simpatizantes de su causa o el aumento del sueldo de los legionarios. 

Sin embargo, con la muerte de Craso, comenzó una guerra sin cuartel entre las facciones restantes, que encadenó una persecución por todo el Mediterráneo y el Egeo hasta que, cruzado el continente y atracado en las tierras del Nilo, Julio César se encontró con que el joven faraón egipcio Ptolomeo XIII había terminado con la vida de su enemigo más acérrimo. Tras ello, ayudó a la famosa e hipnótica Cleopatra a ganar su propia guerra civil, con la que tuvo un romance y de cuya relación nació Ptolomeo XV Filópator Filómetor César, apodado Cesarión, hijo ilegítimo del dirigente itálico. 

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Imagen: Jeremy Bishop | Unsplash

Poco a poco fue cosechando una cantidad inconmensurable de poder y, anexionado a él, el recelo de muchos de los ciudadanos de la República e incluso de sus allegados políticos. Dice Cayo Suetonio que, pese a haber rechazado públicamente ser nombrado rey, siempre mostró ambición y «abuso de poder». No pareció satisfecho con haber sido congratulado con la prolongación del consulado, la dictadura perpetua, las funciones de Censor, ser nombrado emperador y padre de la patria, haber construido una estatua entre los reyes… y no siendo todo esto suficiente, mandó crear un púlpito de oro en el Senado, tuvo templos y altares y fue tratado como una divinidad por causa y orden propias.

Pero el carácter autocrático de este dirigente no fue el primero del tiempo romano, sino que fue una extensión del poder acumulado que había ostentado previamente un dictador llamado Lucio Cornelio Sila, quien, pese a ser enemigo de Julio César, fue quien enterró las minas que dinamitaría el segundo al pasar por el mismo campo.

Inevitablemente se confabuló ante este marco la traición que pasaría a la historia y en la que el destino quiso intervenir, tratando de alertar al traicionado, y fueron muchas las casualidades que intentaron prevenir a Julio César de acudir al Senado en aquel fatal día: una pesadilla de su entonces esposa, Calpurnia, que le suplicó que se quedara; una predicción del augur Espurina, advirtiéndole sobre los idus de marzo e incluso una carta en la que se le informaba del complot, pero que no llegó a abrir a tiempo. Llegados a este punto, se hizo muy famosa la conversación con el adivino, cuando el batallador de las Galias se cruzó con él momentos antes de su muerte:

-Ved cómo los idus de marzo llegaron sin accidente-. Le dijo César.

-Todavía no han pasado- fue la respuesta.

La traición fue fatal, recibió 23 puñaladas y cayó muerto, irónicamente, a los pies de una estatua de su enemigo Pompeyo en lo que es hoy en día el Lago di Torre Argentina, asesinado por aquellos en quienes siempre había confiado y a quienes, como se vería más tarde en su testamento, legaba parte de sus poderes.

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Imagen: Luka Lojk | Unsplash

Así, los más de 60 senadores que orquestaron el plan para matar al dirigente de Roma en esta fecha tan fortuita marcaron un antes y un después en su historia, ya que debido a ello, la República moriría con César para dar paso al gran Imperio Romano de Augusto. Las épocas de transiciones son, al fin y al cabo, épocas memorables, sinalefas entre grandes historias y, en este caso, esta es la historia de la metamorfosis romana.

Los «idus de marzo» pasarían a convertirse en «días parricidas», se tapió la sala del Senado donde fue asesinado y se prohibió que en lo sucesivo la comitiva se reuniera en este día del año. Por otra parte, ninguno de sus asesinos vivió más de tres años tras el acontecimiento y su sobrino, Octavio, quien heredó parte de las conquistas de César, comenzaría su propia carrera para convertirse en el más tarde primer emperador del Imperio Romano: César Augusto.

En este sentido, hay que hacer una aclaración, pues aunque siempre se haya relacionado de manera directa e inmediata el paso de la República al Imperio con este evento, lo cierto es que más bien fue así: César fue una consecuencia de la República más que el Imperio consecuencia de César.

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