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Cultura

Juan Gabriel Vásquez y la aterradora actualidad de 'El corazón de las tinieblas'

El escritor, prologuista y traductor de una nueva edición de la novela, nos explica la influencia de la obra de Conrad

Juan Gabriel Vásquez y la aterradora actualidad de ‘El corazón de las tinieblas’

Ilustración de Alejandra Svriz.

«¡El horror! ¡El horror!». Las últimas palabras de Kurtz, uno de los personajes más fascinantes de la literatura universal, siguen resonando en cada telediario. El sábado se cumple un siglo de la muerte de su creador, Joseph Conrad. Marino, aventurero y escritor, su figura quedará para siempre unida a la de una novela genial: El corazón de las tinieblas (Alfaguara). Una edición con traducción y prólogo del colombiano Juan Gabriel Vásquez da fe, una vez más, de su continua actualidad. 

A la civilizada Europa llegan noticias de que un tal Kurtz, director de una explotación de marfil en el África colonial, a finales del siglo XIX, puede haber cruzado la línea que separa el bien del mal para entregarse a una locura atroz. La compañía para la que trabaja contrata al marinero inglés Charlie Marlow para que remonte el río en cuyo corazón habita Kurtz.

Trasunto más o menos disimulado del propio Conrad, que hizo un viaje parecido en 1890, justo antes de cumplir los 33 años, Marlow ejerce de testigo en el juicio sumarísimo al pico de codicia y soberbia que la civilización occidental alcanzó con el colonialismo, representado en Kurtz: genial y carismático, portador del formidable potencial de su especie, «le faltaba contención a la hora de satisfacer sus varios apetitos».

Poco a poco, Marlow percibe que «la selva se había percatado antes, y había ejercido contra él una terrible venganza por aquella invasión fabulosa. Creo que le susurró cosas de él mismo que él ignoraba […] y el susurro resultó irresistiblemente fascinante. Resonó con fuerza en su interior porque él, en el fondo, estaba hueco…» El corazón de las tinieblas dicta sentencia. «¡El horror!»

El prólogo de Juan Gabriel Vásquez contextualiza la novela, matizando por ejemplo que su espacio «aunque esté construido con precisión de geógrafo, no es el Congo de Leopoldo II». También da cuenta de su enorme influencia en la literatura y el cine, así como de los retos de traducir una prosa que «es la aleación de metales diversos, de su polaco de aristócrata a su inglés de marinero, pasando por la lengua francesa que aprendió de una institutriz en su niñez protegida y que le dio acceso a una tradición novelística superior, en su opinión, a cualquier otra».

Mapa en blanco

Ahora, en conversación con THE OBJECTIVE, remata la aproximación con su experiencia de lector. «La lectura de la novela fue de un valor incalculable. La leí en un momento de desorientación intensa, y nunca dejará de sorprenderme que en esta novela tan breve estuvieran tantas de las respuestas que yo necesitaba en ese momento». Porque, para él, El corazón de las tinieblas representa «una metáfora de la ficción, de lo que hace la ficción y lo que hacemos los novelistas. Es lo que he llamado viajar con un mapa en blanco: usar la ficción no para hablar de lo ya conocido, sino para ir a territorios de lo desconocido o inexplorado. Eso, que parece tan sencillo, es toda una actitud ante la literatura, y para mí fue una revelación mayúscula que me ayudó a seguir adelante».

Vásquez no es una excepción. Esa revelación se expande en el tiempo y el espacio gracias a una cualidad que solo alcanzan algunas historias. «Es uno de los pocos mitos genuinos de nuestro tiempo. Un mito, entre otras cosas, es una historia que se utiliza para contar otras historias. El corazón de las tinieblas se ha utilizado para contar la guerra de Vietnam, como hizo Coppola en Apocalipsis Now. Pero el personaje de Kurtz se ha utilizado también como metáfora del mal, del hombre caído, con el mismo derecho que el Satán de Milton. Nos sigue interpelando, creo yo».

Un siglo después de la muerte del autor, el mito revive en Gaza, Ucrania… «Nos dice muchas cosas sobre la situación de lugares donde hay un opresor y un oprimido. Nos habla de colonialismo, de ocupación, de racismo, de civilizaciones enfrentadas. No hay que olvidar que Conrad era hijo de una familia de nacionalistas polacos que sufrieron mucho por enfrentarse al imperialismo ruso. Tampoco hay que olvidar que este ciudadano polaco nació en una ciudad que hoy queda en Ucrania. Su mapa, su mundo, fue obliterado por fuerzas agresoras. También él vivió la agresión de un país fuerte a un país débil. Eso quedó en muchas de sus novelas. En El corazón de las tinieblas está, pero no de manera directa ni militante ni tampoco –una palabra que, creo, lo habría horrorizado– comprometida. A Conrad le interesaba el hombre, no la política».

Hay aquí un extraño equilibrio. El prólogo avisa de que en el libro «no habrá moralejas», pero después sostiene que el viaje al Congo convirtió a Conrad en novelista «por razones morales». ¿No hay una cierta contradicción? «Sí, el viaje al Congo transformó moralmente a Conrad. Lo dice él mismo: antes del viaje, dice en alguna parte, era un animal. Es difícil reducir su transformación a dos o tres actitudes: el cuestionamiento de la ética del colonialismo, por ejemplo, o la conciencia de la inmensa responsabilidad del hombre blanco y europeo en el sufrimiento de millones de personas. Pero Conrad, al mismo tiempo que un ser ético –más bien conservador, dicho sea de paso, pero nunca reaccionario–, era un novelista de ley, y cualquier utilización de la ficción para fines tan simplones como la denuncia le parecía una falta de respeto: a su arte, a los lectores, a la complejidad del ser humano. En otras palabras, siempre supo que la ficción era irremplazable porque no condena ni absuelve, sino que trata de entender. Es una indagación moral, pero nunca moralista».    

Inicio de la literatura del siglo XX

Desde un punto de vista más técnico, la traducción se antoja un reto fascinante, que el prólogo resume en el de «conservar esa textura de extrañeza». Vásquez nos explica ahora que estamos ante «una novela contada de viva voz por un hombre a un grupo que lo escucha. Esto quiere decir que su registro es en parte oral, el de la lengua hablada; pero además Conrad era un autor de inmensa elegancia, y su prosa es elegante y sus giros son elegantes, y la voz de Marlow conjuga ambas cualidades: la oralidad y la elegancia. Parte de las herramientas con las que Conrad lograba esos efectos era la utilización de palabras de origen latino junto con las de origen sajón, una riqueza que la lengua inglesa le permite. Eso es difícil de reproducir en español, pues nuestra lengua no tiene esas dos paletas, por decirlo de algún modo».

Vásquez no esconde en ningún momento su rendida admiración hacia el material al que se enfrenta. En el prólogo llega a decir que «con esta novela breve comienza la literatura del siglo XX». Nada menos. Mantiene el órdago: «La obra de Conrad comienza de manera más bien convencional con libros como La locura de Almagre y Una avanzada del progreso. Pero cuando escribe El corazón de las tinieblas, Conrad se convierte en la bisagra entre la novela decimonónica y el modernismo del siglo XX: entre Flaubert y Hemingway, digamos, o entre Trollope y Virginia Woolf. No es el único, claro: lo mismo puede decirse de Henry James. Pero para mí El corazón de las tinieblas, con su publicación en revista en 1899 y su estética impresionista, abre la puerta a las revoluciones que sufrió la ficción hacia el final de su vida».

¿Hasta el punto de crear algo parecido a un género? «No un género, pero sí una manera de hacer las cosas que luego ha sido muy fértil. Cuando hablaba de El corazón de las tinieblas como novela impresionista, me refería a ese método de contar una historia descubriéndola mediante impresiones incompletas, avanzando en un terreno misterioso –un país, un ser humano– mediante descubrimientos parciales que sólo al final dan un retrato completo. Esta forma de contar el cuento permitió después maravillas como El buen soldado, de Ford Madox Ford, y ciertas novelas contemporáneas –las de Ishiguro, por ejemplo– funcionan así: un narrador cuenta el mundo a medida que lo descubre, cambiando de opinión mientras avanza, poniéndose en pie de igualdad con el lector. Eso también es viajar con un mapa en blanco».

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