Julio Valdeón: «Cuando la turba va por alguien, hay que ponerse del lado del perseguido»
El periodista publica ‘Matadero de reputaciones’, un alegato contra las cancelaciones
Julio Valdeón es un periodista de larga trayectoria y un novelista de fuste. Historiador de formación, enamorado de la música y de la política, es un autor raro, porque no tiene miedo de nadar a contracorriente. Su último empeño intelectual es un alegato contra las cancelaciones y sus víctimas, Matadero de reputaciones (Esfera de los Libros), donde recopila decenas de vidas rotas, en España y el mundo, por el tribunal de la turbamulta y los veleidosos jueces de las redes sociales. Sobre el riesgo que este procedimiento popular, ajeno a la presunción de inocencia y el debido proceso, tiene para la investigación científica, el humor, la creación artística y la libertad, conversamos una calurosa mañana de verano.
PREGUNTA.- Mis hijos estudiaron la primaria en Aranjuez, en una escuela que se llama Carlos III, y su dirección está en la calle Julio Valdeón. ¿Quién fue tu abuelo?
RESPUESTA.- Mi abuelo fue un maestro con ideas progresistas, afín a la Segunda República, que dio clase en Aranjuez. Fue maestro allí en los años inmediatamente previos a la Guerra Civil española. El verano en el que va a nacer mi padre, como era tradición en la época, la familia regresa a la casa materna, a la casa de los padres de mi abuela, para que diera a luz. Es aquel verano del 36 cuando ellos regresan de Aranjuez a Olmedo, un pueblo de Valladolid, donde los sorprende la guerra. Hay una serie de avatares bastante trágicos y mi abuelo huye del pueblo. Intentan detenerlo porque él era militante del Partido Socialista. Se enrola con la República y posteriormente fue herido en la sierra en Madrid, con la mala suerte de que, estando herido, intenta ponerse el uniforme de un soldado del bando nacional, pero en el hospital le reconoce alguien del pueblo de Olmedo y dice «pero si este es un rojo». Y entonces ya lo llevan a Veliz, le hacen consejo de guerra y le fusilan por «rebelión militar», que es aquello de la justicia un poco al revés, porque por «rebelión militar» en aquel momento entendían que eran aquellos que habían sido fieles al régimen constitucional.
P.- La lengua orwelliana de esos años.
R.- En efecto.
P.- Lo que es muy emocionante es tu padre, Julio Valdeón Baruque, descubre, ya en la Transición, la carta de despedida de tu abuelo a tu abuela en la víspera de su fusilamiento.
R.- Sí, porque mi padre en los años de la Transición da clases en la Facultad de Historia y políticamente es bastante activo. Él colabora con la revista Interviú, que en aquellos años saca una serie de reportajes sobre desaparecidos, fusilados de la guerra, etcétera, y alguien reconoce su nombre y le hace llegar un mensaje diciéndole que esta persona había estado en la celda la noche previa a la ejecución con Julio Valdeón, con su padre, y que éste le había dado una carta para la familia, pero por el miedo atroz de todos aquellos años la había mantenido escondida. En el año creo que fue 77 o así es cuando le hace llegar la carta; una carta de despedida en la que básicamente él pide disculpas a su mujer y a su futuro hijo por haberles hecho sufrir tanto. Y luego le pide encarecidamente que le eduque en la tolerancia, en la libertad y que le dé a leer a los grandes autores clásicos. Es una carta bastante libre de bilis.
P.- La verdad es increíble. Es una carta extraordinariamente emocionante. Se está despidiendo de su mujer y de su hijo de cinco meses, nacido el 21 de julio, tres días después del levantamiento.
R.- Mi abuela paterna, a raíz de aquella tragedia, fue una mujer retraída, tímida, y su máxima parece ser que era «callad de vosotros cuanto podáis». En la casa nunca se habló de de aquello. Estaba, sí, la presencia ominosa de la tragedia, pero no se comentaba. Y mi padre tampoco lo hablaba nunca. Es decir, en mi casa yo sabía vagamente lo que había pasado con su padre, pero jamás salía el tema.
P.- Es que tu abuela paterna no solo perdió a su marido de esa manera atroz e injustificada, sino también a su madre, a su cuñada y a su hermana.
R.- En efecto, porque una partida de falangistas en el pueblo, por aquellas cosas, también esas venganzas personales o rencillas o celos, o a saber por qué razón, una noche en el pueblo hacen prisionero a la hermana, al marido y a la madre, y a ellas las destrozan y luego los asesinan. Nunca jamás se pudo recuperar los cuerpos.
P.- Me emociona también mucho la actitud de tu padre, porque no solo se volvió uno de los grandes historiadores medievales de España, discípulo a la vez de Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro, sino alguien que no tenía rencor y que quería la reconciliación de los españoles. Sorprende, no sé si lo publicaste en un artículo en la prensa, los motivos que dio para presentarse como independiente a las primeras elecciones en la democracia española dentro de las listas del Partido Comunista de España.
R.- En efecto. Hay que entender, por un lado, que el Partido Comunista era el partido que, en aquellos años, era la bandera, prácticamente en solitario, de la lucha contra el franquismo. Y luego el PC, desde fechas tempranas, desde el año 56, reivindica una política de reconciliación nacional. Mi padre se presenta como independiente y el partido debió pedirles que escribieran un pequeño díptico en el cual contaran «las razones por las que me presento a las elecciones». El texto que escribe mi padre es interesante y, en cierta manera, ilustrador de aquella época y de aquellos años de la Transición. Voy a leer un fragmento. Es el año 1977 y se presenta como senador independiente por el Partico Comunista: «¿Y por qué participo? A pesar de no ser militante del Partido Comunista, siempre he sentido gran admiración por la firme lucha que ha mantenido contra la dictadura y especialmente me satisfizo la adopción por el partido, en 1956, de una política de reconciliación nacional y de una estrategia conducente a un futuro democrático en el que todos los españoles pudieran tener participación, superando la división entre vencedores y vencidos». Y añade: «La superación del espíritu de la Guerra Civil me ha parecido desde hace muchos años uno de los objetivos más nobles que se podían plantear».
P.- Imagínate esa manera de pensar de una víctima directa y absoluta de la Guerra Civil frente a la manipulación actual con el recuerdo de la guerra que hace no solo el presidente de Gobierno y toda su demagogia en torno a Cuelgamuros, sino los herederos del Partido Comunista. Pienso, por ejemplo, en la actitud de Pablo Iglesias, por ejemplo.
R.- Un Pablo Iglesias que no me cabe la menor duda que habría considerado a Santiago Carrillo y a todos aquellos otros miembros del Comité Central del PCE de entonces revisionistas y traidores. Porque yo creo que Iglesias se adscribe a una corriente mucho más cercana donde estaba gente como Doris Venegas. Y claro, en parte grupúsculos como el Grapo y la propia Batasuna, etcétera, que pensaban que había sido una claudicación pactar con el otro lado y que la Transición, por lo tanto, estaba viciada de principio y que era la continuación del franquismo por otra vía. Es trágico, porque si de algo podemos estar orgullosos en este país, fue de una transición relativamente modélica. Después de las piscinas de sangre que se habían descorchado y después de aquella terrible guerra, que fue mucho más que un golpe de Estado, fue una guerra civil, en la que la mitad de España pelea contra la otra mitad, la apuesta decidida por el futuro y por la reconciliación es algo de lo que deberíamos enorgullecernos. Y, sin embargo, Iglesias y compañía han trabajado activamente por sepultarlo.
P.- Porque en la otro rama de tu familia hay víctimas, pero de la represión comunista en la Guerra Civil, que también fue salvaje.
R.- Sí, más que víctimas, cercanos. Es una familia de Asturias, una familia conservadora de la cuenca minera, o de la entrada de la cuenca minera, en Pola de Lena. Una familia católica, tolerante y de derechas. No cercana tampoco al falangismo, pero cercana a la CEDA [Confederación Española de Derechas Autónomas] de Gil Robles, y ellos habían visto auténticas atrocidades en el otro lado. Por ejemplo, con el clero hubo ejecuciones espantosas, abominables. De alguna manera mi historia familiar, aunque da un poco de pudor hablar de uno mismo, pues puede ser un poco la unión de esas dos Españas.
P.- ¿Y por qué decidiste estudiar historia siendo hijo de un catedrático tan connotado? ¿No te daba miedo la competencia con el padre o la figura del padre? ¿Tenías esa vocación? En realidad tu trayectoria ha sido de novelista y de periodista.
R.- Sí, yo creo que en parte influye, como siempre, la juventud en la que uno digamos que es un poco más audaz o un poco más inconsciente de lo que es o de lo que debiera ser. Yo tenía una firme vocación de escritor, quería escribir y vivir de lo que escribiera. Y yo quería haber estudiado seguramente periodismo, pero mi padre entendió que periodismo no era una carrera lo suficientemente formativa y que si yo quería estar en el debate público y quería publicar era importante tener unos estudios universitarios que te dieran un bagaje, un forro intelectual un poquito más sólido. Y creo que la Historia siempre ha podido cumplir ese papel.
P.- En cierto sentido, tu padre cumplía también los consejos que tu abuelo le había dado a tu abuela de cómo educarlo, en aquella carta, pero aplicados a tu caso.
R.- Sin duda.
P.- Es emocionante saber que se cierra un ciclo ahí.
R.- Sin duda. En ese sentido, podríamos decir que aquella carta y aquellos consejos no cayeron en saco roto, aunque luego uno haya sabido estar a la altura o no.
P.- Tienes una trayectoria importante como novelista, como biógrafo, hay muchas figuras que te interesan, unas en la música, otras en la política, otras en el periodismo. Pienso en tus libros sobre Joaquín Sabina, Raúl del Pozo o las conversaciones con Félix Ovejero, que son como tus tres grandes intereses, un poco anclado al pensamiento liberal, con una mirada pop. Ahora acabas de publicar un libro que me parece muy importante y sobre el que quisiera detenerme. Se titula Matadero de reputaciones. La cancelación y sus víctimas. Creo que para entender este libro es muy importante tu estancia en Estados Unidos. ¿Por qué no nos cuentas un poco de tus años en Nueva York, que fueron casi 15 años?
R.- Casi 16 años. Yo fui a Estados Unidos en el año 2005, a Nueva York. Es la ciudad en la que residí siempre –allí, de hecho, acabaron naciendo mis hijos– y no regresamos a Madrid hasta el 2021. En parte me voy por esa fascinación que todos hemos sentido siempre por Nueva York, porque es la ciudad del cine, la ciudad de las películas, de la literatura, pero también con una intención más práctica. Porque yo quería publicar en la edición nacional. Llevaba años, desde muy jovencito, publicando columnas, reportajes, entrevistas en Valladolid, pero romper el techo para poder publicar en la edición nacional de los periódicos me resultaba más complicado. Y pensé que quizás dando un extraño rodeo cruzando el Atlántico, desde Nueva York, que genera tanta demanda de noticias, podría ser factible.Y efectivamente así fue. Tuve la fortuna de encontrar un corresponsal, Carlos Fresneda, de El Mundo, que es uno de los grandes periodistas que yo he conocido, un tipo maravilloso, de una generosidad emocionante, que me ayuda y que me acoge. Y entonces empiezo a colaborar con el periódico. Yo colaboraba con el periódico, con El Mundo, pero desde Castilla y León, y ahí es donde empiezo a dar el salto, sobre todo en cultura. Y luego, cuando pasé a La Razón, empecé a cubrir más política. Fui testigo de las elecciones, por ejemplo, de 2016 y de 2020. Es decir, las elecciones en las que Hillary Clinton se estrella contra Donald Trump y en las elecciones en las que Biden lo derrota. También había seguido, aunque no escribía tanto de política, las elecciones del 2008, cuando triunfó Barack Obama. Recuerdo la victoria de Obama. Estábamos en Harlem aquella noche. Él dio un discurso, si no recuerdo mal, desde Chicago, en un parque inmenso en Chicago. Y nosotros estábamos en Harlem, que estaba a rebosar. La gente realmente no daba crédito, porque ver a un afroamericano en la Casa Blanca resultaba increíble.
P.- Sobre eso hay ideas que recoges en el prólogo del libro. La primera, que eres testigo de cómo se polariza la sociedad americana. Por una parte, la derecha se radicaliza con Trump, se vuelve censora, fanática, nacionalista, y por la otra, la izquierda ve en el nicho de las identidades una recompensa a la derrota por la caída del Muro de Berlín, por decirlo de alguna forma. Esas dos corrientes se van distanciando y polarizando a la sociedad.
R.- En efecto. Por un lado, el Partido Republicano, si uno ve el arco de Ronald Reagan a Bush padre, Bush hijo y Donald Trump, va radicalizándose, cierto. Pero Trump, digamos, salta de pantalla. Trump no es un radical al uso. Trump realmente es un demagogo y es un populista y es un tipo que lleva el Partido Republicano a unas aguas muy turbulentas. Y la tragedia es que en vez de haber al otro lado una respuesta liberal, ilustrada, humanista, hay una respuesta profundamente iliberal, que es la respuesta de lo que se llama la izquierda woke, que pone el acento en las identidades. Probablemente, como tú alguna vez has observado y acabas de comentar ahora, y yo creo que es muy importante, para compensar por otras derrotas históricas: es la última bala contra el enemigo capitalista, contra este sistema que nos oprime. Lo woke y las identidades ponen el acento en una serie de principios y de valores que son absolutamente contrarios a lo que teóricamente había movido a la izquierda durante toda su historia.
P.- No sólo esa traición a la trayectoria universalista de la izquierda, sino contra la realidad objetiva, porque como tú mencionas en el prólogo, y ha estudiado, por ejemplo, Steven Pinker, en realidad hoy el mundo vive los mejores años para nacer. Si hubiera que escoger una época donde nacer, sin duda, en términos de libertades sexuales, religiosas, políticas, raciales, sería el presente.
R.- Sin duda. Pero no sólo para alguien que pertenezca a una minoría más acuciada, sino también si alguien es negro o si alguien es homosexual, ¿qué época elegiría para vivir? Pues a mí no me cabe duda que sería la época actual. No en todos los países. No es lo mismo estar en Teherán que San Francisco, ¿verdad? Pero vivimos la mejor época. Y, en ese sentido, hablando de las cancelaciones, yo creo que también conviene puntualizar. Tampoco hay que dramatizar en exceso. Vivimos un momento duro, yo creo, para las libertades que están acosadas desde los dos bandos. Pero evidentemente ha habido épocas infinitamente más trágicas, porque de momento, por lo menos en nuestros países, no se está quemando a nadie literalmente en la plaza pública.
P.- Se habla mucho, se impuso ya la palabra y es de uso relativamente común, del universo woke. ¿Por qué no nos dices la definición y el origen de esa palabra?
R.- Woke tiene un matiz eminentemente religioso. Wake es despertar, despertar a la luz, despertar a la verdad, despertar a las injusticias. En un principio es una palabra muy asociada a la lucha por los derechos civiles y a los movimientos de lucha social de los afroamericanos. Pero en estos últimos años se ha ido tiznando de toda esta suerte de mezcolanza, de corrección política, de identitarismo exacerbado y, en el fondo, de profundo desprecio por los valores liberales hasta convertirlos en casi un insulto.
P.- A mí me me gusta mucho el tono de tu libro, porque es un libro combativo. Tienes rabia y haces un llamado a no dejarse. Hay que contar lo que está pasando. Coincides en que hay un coraje cívico detrás de un proyecto así.
R.- Yo creo que sí. Creo que cualquier persona decente tiene y debe indignarse por algunas de las cosas que están sucediendo. Estamos viendo cómo derechos fundamentales, como el derecho al honor o la presunción de inocencia, los pilares básicos con los que hemos construido el derecho penal, están siendo arrojados por la ventana. ¿En favor de qué? En favor de una suerte de justicia popular que en el fondo no deja de ser un canto a tomarse la justicia por nuestra mano y a las turbas. Cuando la turba va por alguien, cualquier persona decente tiene que ponerse del lado del perseguido, eso por sistema. Y luego, aparte, ya si analizamos caso por caso lo que hay, habrá individuos que pueden haber delinquido y que finalmente tienen que acabar delante de los tribunales, pero siempre con garantías. Yo creo que esa rabia es importante, porque si agachamos la cabeza y nos sometemos a la marea, cuando queramos darnos cuenta, no será posible ya llegar a la orilla.
P.- Pensando en la clasificación de todos los casos que estudias, que en realidad son columnas de opinión muy combativas convertidas en un libro que sistematiza la lógica de la cultura de la cancelación, por una parte está la confusión que tiene el público entre la «moral aceptable» y la moral del artista o de la obra artística. Y ahí entra una serie de linchamientos incluso póstumos.
R.- Cierto. Hay casos evidentes, antiguos, bien conocidos, como el de Céline en Francia, que cuando llega su centenario de repente no saben qué hacer con él y acaban tumbándolo todo, o casos mucho más recientes como el de Michael Jackson, del que ya no radian sus canciones en muchas emisoras en Estados Unidos. Es una cosa tremenda, porque cualquier ser humano, cualquiera de nosotros, tenemos una trayectoria con luces y sombras, suponiendo que ninguna de estas sombras sean, en fin, que no seamos Jack el Destripador. La verdad es que cuando uno aplica ese filtro, esa luz de quirófano, sobre la vida de cualquiera, inevitablemente acabas encontrando rincones más o menos oscuros. Y luego hay una pregunta subyacente, que es hasta qué punto el artista, o el piloto del avión que nos lleva a través del océano, o el fontanero que viene a arreglarnos el grifo, tiene que ser un dechado de virtudes para apreciar su obra o su trabajo como profesional. Yo creo que ahí se junta también una cierta mística en torno al arte y a los artistas, que se consideran una especie de ángeles, personas sobrenaturales que caminan a un metro de la tierra. Y no son eso. Los artistas son personas normales, con un don para un trabajo determinado que puede resultar trascendente, pero que en absoluto tienen por que llevar vidas de santos.
P.- Incluso yo iría un poco más allá. Muchas veces el genio artístico nace de la herida, de la insatisfacción, de la fractura e incomodidad frente al mundo. Y es el primero que pone sobre la mesa las incongruencias, las ambigüedades morales de la existencia. Es decir, que en la propia condición de artista a veces está este rozar los bordes. Los grandes artistas lo han hecho siempre.
R.- Sí, porque yo creo que al final el arte que importa, el arte que nos conmueve y el arte que perdura, el que merece la pena, es aquel que te acerca un poco al precipicio. Y para acercarte al precipicio si llevas una vida absolutamente feliz y auto satisfecho quizá es más complicado.
P.- En España pasó con el 50 aniversario de la muerte de Picasso, que empezaron las tendencias y el espíritu de cancelación de uno de los artistas más conocidos y relevantes de la historia de España.
R.- El gran pintor del siglo XX, el último pintor clásico de alguna manera, antes de que posteriormente caiga en las vanguardias. Y a Picasso, se ha visto ahora, iban todos en las celebraciones, incluido el ministro de cultura, como pidiendo perdón y con vergüenza. Ya sabemos que Picasso era un hombre muy de su época, por un lado, y aquella era una sociedad mucho más misógina que la nuestra. Como dijo alguien, a Picasso realmente sólo le importaban su pintura y su polla…
P.- Que estaban mezcladas…
R.- Y muchas veces con frutos maravillosos, porque ese erotismo se traslada a sus lienzos. El Picasso último, el de la senectud, hace unos cuadros rozando lo pornográfico absolutamente deslumbrantes. ¿Renunciamos a eso porque ahora volvemos a una especie de moral pacata y monjil en la cual nos escandaliza que trataba así o asá a sus parejas? Ese es un problema suyo de su vida personal, pero para nada tiene que ver con el disfrute o con la pasión o con la emoción que uno pueda sentir delante de sus pinturas.
P.- Hay otro grupo de textos que denuncian la cancelación contra investigaciones que se consideren inadecuadas. La academia, en lugar de ser el espacio natural para la discrepancia y la investigación en libertad, que solo así se puede avanzar en el conocimiento, está convertida en un espacio reglado, con límites muy estrictos y si los pasas puedes ser expulsado de tu cátedra, cancelado, menospreciado, vivo y muerto. Comentas que el primero probablemente fue el biólogo O. Wilson. ¿Por qué no hablamos un poco de esa lucha contra el pensamiento científico que está detrás de estas cancelaciones?
R.- Otra de las claudicaciones más tristes de la izquierda contemporánea es la renuncia a la objetividad y a la ciencia, cuando en teoría siempre había sido uno de sus banderas frente a la superstición, la superchería e incluso la religión. En la academia estadounidense lo que ha sucedido en parte es que los académicos serios no prestaron demasiada atención al fenómeno durante muchos años. Pensaban que era juegos de artificio, de revistas de género, cosas un poco secundarias. Cuando levantan la cabeza del escritorio y quieren darse cuenta, esta gente ha tomado el control de los campus, ha tomado el control de los rectorados, manejan los presupuestos, imponen unos códigos de conducta y acaban imponiendo incluso unas líneas académicas. Luego, además, como las grandes universidades estadounidenses son grandes negocios privados, y al final el cliente siempre tiene la razón, y estas nuevas generaciones que van llegando demandan exactamente eso, pues las universidades acaban plegándose. Y terminamos desembocando en un clima de persecución para todo aquel que no ya que tenga unas ideas controvertidas para el mainstream o que no esté de acuerdo con esta gente, sino que quiera realizar un estudio en un ámbito académico que pueda ser considerado peligroso o inquietante. Hemos visto incluso casos de astrónomos cuyos papers son borrados de los reservorios de estudios científicos por una denuncia de una becaria o de un becario. ¿Qué tiene que ver eso con el descubrimiento de exoplanetas? Hasta el punto de que una serie de académicos crean una revista para publicar papers peligrosos, entre comillas, y que puedas publicarlos con pseudónimo para proteger así la identidad del investigador.
P.- Lo que los convierte en un nicho. Veo otro terreno peligroso en el humor. El verdadero humor tiene que ser corrosivo, ácido, incómodo. Cuando se intenta pautar el trabajo del humorista, lo estás cancelando. Incluyo la cobardía de muchos para no solidarizarse con las víctimas del asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo. ¿Qué hacemos con el humor? ¿Cuál es el límite que puede tolerar una sociedad en la sátira?
R.- El caso de Charlie Hebdo fue escandaloso porque el Pen Club les da el premio, en un momento dado, a los supervivientes de la redacción, como grandes héroes de la defensa de la libertad y de la República Francesa frente al fanatismo religioso, y una serie de destacados escritores e intelectuales estadounidenses firman un manifiesto pidiendo que se les retire el premio por islamofobia. Yo creo que es uno de los momentos más abyectos y bajos de la intelectualidad, del mundo de la de la escritura y del pensamiento en Estados Unidos en las últimas décadas. En España tenemos en general unos humoristas bastante lanares, que van absolutamente a favor de la corriente como un rebaño de ovejas.
P.- Y por lo tanto no hacen gracia.
R.- Claro, y por lo tanto no hacen tanta gracia, porque al final el humorista tiene que ir más allá. Y ese es el espíritu, por ejemplo, ya desde los tiempos medievales, del carnaval, que es la subversión del orden establecido. Estos humoristas nuestros, en cambio, se dejan llevar por la corriente para no incomodar a su clientela. Creo que no solo cometen un pecado de cobardía, sino que además están disparando contra su propio oficio. Porque el humorista, yo creo, tiene que postularse contra todo. A todos nos gustaría creer que frente al Comité de Actividades Antiamericanas de McCarthy habríamos sido Humphrey Bogart y habríamos hablado contra contra la cancelación de aquellos directores y aquellos guionistas, pero me da la sensación de que en general es mucho más fácil ponerte del lado de los delatores, o cuando menos, si no de los chivatos, por lo menos de los que callan y otorgan.
P.- Pasar desapercibido en los valores de la época para medrar desde ahí. Hablando de los defensa de la República Francesa y sus valores en el caso de Charlie Hebdo, coincide con otro grupo, que son aquellos que luchan por las libertades en su país, pero no les parecen relevantes fuera de sus fronteras. Como si hubiera posibilidad de tener una doble moral. Yo estoy conta obviamente contra la homofobia en mi país, pero no me interesa y no quiero ver que en Irán se cuelguen a los homosexuales o que las mujeres musulmanas vivan con un nivel de opresión absoluta desde que nacen hasta que mueren, cuyo símbolo es el velo.
R.- Cuyo símbolo es el velo defendido ardientemente por nuestras feministas. Las mismas feministas que en España jamás tolerarían eso para sus hijas o para ellas mismas. Sin embargo, no solo consienten, sino que celebran como una muestra de diversidad lo que no deja de ser un símbolo de absoluta opresión. Es desgarrador que en nombre de la multiculturalidad abandonemos a las mujeres de todos estos países renunciando a defender una de las luchas más importantes que se están dando en estos años, que es, por ejemplo, la lucha de estas niñas y estas jóvenes en Irán, donde se está encarcelando, torturando y ejecutando a mujeres por querer ser libres.
P.- En esta línea es muy valiente la entrevista que le haces a Yasmine Mohammed, la escritora canadiense que nace en el seno de una familia integrista y la casan forzadamente con alguien que al final quiere ser un terrorista islamista. Ella huye. Y decide contar la historia de su vida. Una historia que recuerda la de Ayaan Hirsi Ali.
R.- Efectivamente. Y es una historia en la que ella, entre otras cosas, muestra una profunda estupefacción porque pensaba que siendo mujer, luchando por los derechos de las mujeres en los lugares donde realmente te juegas la vida por hacerlo, iba a encontrar una acogida, cuando menos, de su solidaridad de sus colegas occidentales y lo que se encuentra es todo lo contrario. Es la incomprensión y el desprecio más absoluto. A mí no deja de llamarme mucho la atención en estos últimos años, con las manifestaciones, el gran desfile feminista, y todos estos gritos. Y yo creo que había una disonancia profunda entre la realidad de nuestro país y lo que dicen de él ciertas feministas. Obviamente todavía hay un cierto machismo y hay cosas que se pueden arreglar, pero en general yo creo que es un país que goza de libertades absolutas, que es además un país muy seguro, con unos índices de homicidios bajísimos. Escuchando a algunas de nuestras políticas activistas pareciera que estaban marchando codo con codo con Martin Luther King en Selma. Yo creo que en el fondo todos tenemos un cierto afán por sentirnos importantes y protagonistas, pero están desaprovechando la ocasión de realmente de dar batallas importantes que no son las de aquí. Son las que pasan aquí y allá, excepto quizá con las niñas gitanas. Pero a esas, en cambio, se las abandona.
P.- Hay otro tema de cancelaciones que tiene que ver con la acusación de transfobia y la dificultad, casi imposibilidad, de discutir en términos científicos y racionales. No, creo que está muy bien el ejemplo que pones de La vida de Brian, de los Monty Python.
R.- El famoso sketch en el que uno de los miembros del comité anti romano de repente dice que él es una mujer y tienen que tratarle como tal. Y cuando intentan convencerle de que no puede ser una mujer porque no puedes dar a luz, etcétera, él se siente oprimido. Aquello que nos parecía tan simpático, tan ocurrente, en aquel momento, hoy es transfóbico.
P.- Y ahí entra desde A J. Rowling, por ejemplo, hasta Paula Fraga, en esas acusaciones.
R.- Además, como siempre, una de las tragedias de nuestro tiempo es que se cogen luchas legítimas importantes, por ejemplo defender los derechos de las personas trans, que es un colectivo históricamente muy maltratado. Pero como se hace todo con este maximalismo atroz, entonces para defenderlo hay que negar la biología, hay que fusilar a cualquiera que opine distinto o que plantee objeciones. Y se llega al extremo de decir que si un niño o adolescente pide asistencia para iniciar un proceso de transición, si se le ofrece ayuda psicológica y psiquiátrica, aunque sea para un dibujo, un boceto, un croquis de cuál es su situación emocional en ese momento, eso se considera una vulneración de los derechos humanos. Y por lo tanto no pueden tener asistencia de ese tipo.
P.- En un país en donde la minoría de edad no te permite votar, beber, conducir, pero sí puedes abortar sin que lo sepan tus padres o cambiarte de sexo, que es una decisión para toda la vida con repercusiones brutales.
R.- Y además, curiosamente, con unos grandes beneficiarios que son las farmacéuticas, porque las clínicas de conversión privadas y las grandes farmacéuticas van a tener clientes en estos niños para el resto de sus días. Esto podría ser el perfecto objetivo de nuestra izquierda, denunciando el capital que pasa por encima de los derechos de los niños. Y sin embargo, en este caso, estamos favoreciéndolo. Es una lástima, porque hemos visto países donde habían ido por delante nuestro, como Reino Unido, que hace poco se ha publicado un informe, el informe Cass, muy interesante, muy detallado y yo creo que es muy equilibrado, que echa para atrás muchos de estos pasos. Yo aconsejo a todo el mundo que lo busque, porque realmente es luminoso y esclarecedor.
P.- Incluso recomienda retirar de la sanidad pública británica las terapias de reconversión de género, porque el resultado a solo 14 años vista, ha sido catastrófico en términos de malestar, índice de suicidios, arrepentimientos, etcétera.
R.- Y al final no deja de resultar un poco espeluznante que en nombre de los mejores ideales o de las mejores intenciones, porque vamos a presuponer que lo que subyace a toda esta locura son las mejores intenciones, se utiliza a los niños como conejillos de Indias.
P.- En el libro denuncias la cancelación de algunos españoles también. Por una parte, hay un linchamiento judicial o un juicio previo a los tribunales, en donde tú eres condenado de manera absoluta y tu reputación queda hundida. Pienso en el caso de Teddy Bautista, al que le haces una gran entrevista. O de Francisco Camps, que ahora por fin enfrentó el último juicio y quedó absuelto absolutamente de las acusaciones. O la tristeza y desazón por la forma en que murió Rita Barberá, abandonada por todos y condenada sin juicio.
R.- En el caso de los políticos, yo creo que aquí en España, coincidiendo con la crisis económica, el nacimiento de nuevos partidos, hubo también una forma de populismo en el que se quería directamente mandar a la silla eléctrica a cualquier político en el momento que le rozara la más leve sospecha. Y yo creo que que se cometieron abusos graves. El caso de de Francisco Camps es especialmente tremendo porque es un hombre que afronta hasta diez casos en los que es absuelto o directamente el tribunal entiende que no hay nada que juzgar, pero él de alguna forma está condenado mediáticamente y eso es una losa muy difícil de levantar.
P.- Y pocos valientes se atrevieron a defenderlo. El más emblemático, por supuesto, Arcadi Espada, con su libro Un buen tío, que estudia el abuso periodístico sobre el caso Camps, más que su culpabilidad o no.
R.- El abuso periodístico, porque a partir de cuatro trajes, si no recuerdo mal, el periódico El País publica 169 portadas, que son más portadas que las que dedicó a los atentados terroristas Al-Qaeda del 11 de septiembre de 2001. Y eso nos da un poco la idea de la desproporción.
P.- Nos faltaría una última rama, que tiene que ver con la censura moral en temas de sexo, y la transformación de una sociedad totalmente liberal, que ha garantizado todas las apetencias y deseos que uno tenga, siempre y cuando no transgredan la ley, en la que de pronto la vieja moral cristiana reaparece, pero convertida ahora en azote desde la izquierda. Existe una censura con cualquier tema que tenga que ver con el sexo, es el otro gran grupo de españoles cancelados.
R.- Y ahí está el caso de Plácido Domingo, que no puede cantar en Madrid porque el Ministerio de Cultura le tiene de facto vetado, cuando es un hombre inocente, a todas luces.
P.- O la cancelación póstuma de Sánchez Dragó, que se esperó a su muerte para vertir toda clase acusaciones fuera de contexto.
R.- Por supuesto. Y en Estados Unidos el caso de Woody Allen. De hecho, en Estados Unidos a finales de los 70, principios de los 80, se produce una de los primeras pinzas contra natura entre cierta izquierda iliberal y la derecha próxima al presidente Reagan. Fue una rama del feminismo que lideraba una campaña contra la pornografía, porque decían que la pornografía fomentaba los delitos sexuales, era violencia contra las mujeres, etcétera. Y estas feministas anti pornografía –contra las que se alza, por ejemplo Camille Paglia– y estos políticos republicanos, algunos de ellos próximos al fundamentalismo religioso, que consideran que la pornografía fomenta pecados nefandos, establecen una conexión y una afinidad que, lejos de disolverse, se ha ido afianzando con el tiempo y comparten objetivos. De todas formas, también es cierto que en la izquierda también hay una tradición puritana. Hay corrientes libertarias y más librepensadoras, pero siempre hubo también una parte, digamos, con una vocación más de comisariado, no solo político, sino moral, porque nosotros sabemos lo que te conviene, porque nosotros sabemos cómo tienes que vivir. Nosotros te lo vamos a explicar por las buenas o por las malas. Y el caso del sexo es evidente, cuando además, y en esto se une también con otras de las claudicaciones, es un acercamiento al sexo profundamente acientífico, porque no hay ningún ningún estudio que demuestre ni la más mínima relación entre consumo de pornografía y delitos sexuales. Al contrario: de haberla, sería lo justo contrario…
P.- Un atenuante, ya que es un desahogo…
R.- Efectivamente. Y eso es lo que parecen indicar los estudios que hay al respecto.
P.- En el tema del sexo, dejas claro en tu libro que, por supuesto, hay gente que utiliza su poder para abusar. Y hay tribunales que deben vigilar eso. Y dentro de la ley se tiene que juzgar. Pero fuera de la ley no debería haber nada.
R.- Incluso con los ya condenados hay problemas. Ha sido un gran escándalo lo de Harvey Weinstein recientemente. El famoso, el célebre productor acusado y condenado por abusos de actrices.
P.- Del que nace el MeToo.
R.- Pues resulta que uno de los juicio en que resultó culpable hay que repetirlo porque el tribunal permitió que mujeres que no habían denunciado, pero que habían sido objeto de supuestos abusos, testificaran como si ellas también fueran denunciantes. Entonces, en vez de haber tres o cuatro denunciantes, había 27 personas hablando contra él. Y lógicamente eso mediatiza al jurado y eso posiblemente influyó en la sentencia. Es una violación tan flagrante y tan evidente de los principios más básicos del Derecho, que no podemos consentirlo, porque ni siquiera la condena a un culpable, por culpable que sea, cuando esa condena se consigue por métodos injustos o indecentes, es aceptable.
P.- Hay que respetar el debido proceso porque es la garantía de libertades de todos. Hay casos que van de Weinstein, que es esa monstruosidad pero que efectivamente debe ser juzgado con todas las garantías, a cosas ridículas o paradójicas como la de Luis Rubiales, que es alguien que probablemente merecía por su corrupción y por casos probados de todo tipo de manejos turbios del fútbol en España su despido y acaba siendo por una inocentada mayúscula.
R.- Es una cosa sensacional. El mundo del fútbol siempre ha sido, en términos generales y sobre todo, digamos, la parte que toca más con el poder, un estercolero; un lugar al que se arrimaba tipos bastante de dudosos, empresarios con ínfulas y trayectorias poco claras. El mundo del fútbol, además, es uno de los poderes reales de este país porque mueve mucho dinero, mueve mucha publicidad, sin duda perfectamente capaz de conseguir si no censura, sí toques de atención a los a los medios de comunicación. Pero nada de esto es lo que se castiga, lo que se castiga en un tipo que presuntamente ha podido llevar a cabo negocios que están por verse y todo tipo de actividades económicas, etcétera, que ya veremos en qué queda todo eso, resulta que aquí al final a este hombre se le se le persigue, se le condena y se le ejecuta civilmente por un beso robado en una final. Y se monta un caso como si estuviéramos ante un asesino de masas. Yo creo que es otro ejemplo de desproporción atroz y de manipulación.
P.- Cuando entrevistas a gente que ha pasado por este calvario, tanto dentro de España como fuera, ¿qué es lo que ves en su ánimo? ¿Hay algún común denominador? Porque tú tienes un acercamiento muy empático, les das un espacio, sobre todo en tus entrevistas, pero ¿detectas algo en su fragilidad humana, alguna marca?
R.- Yo detecto a veces un poco una cierta negación. Uno acaba refugiándose en sí mismo, en el círculo de gente a la que quiere, en su trabajo, en sus lecturas, y deja de ser un poco consciente de cuál es la imagen pública o en qué momento se encuentra él de cara al público. Porque hablamos de personajes muchos de ellos conocidos, personajes públicos. Hay una cierta suerte de negación del momento en el que se encuentran para poder sencillamente sobrevivir y salir adelante. Pero las consecuencias de estos procesos son persistentes y duraderas. Nadie que no haya sido sometido a un linchamiento de esta magnitud es capaz de saber hasta qué punto la persona sale profundamente herida. Y además se da la circunstancia de que en el libro citábamos a Plácido Domingo, a Woody Allen, a tantos. Hablamos de gente con una trayectoria consolidada, como Ramoncín o Pablo Motos. Incluso Woody Allen, que ya no puede rodar en Estados Unidos, que sus memorias fueron canceladas, pero hay una filmografía ahí detrás, es parte de la historia del cine. Eso ya no se puede borrar. Pero es que hay otros muchos casos de periodistas poco conocidos, de profesores que están empezando, de actores jóvenes, directores que tienen una o dos películas de los que nadie se ha acordado, de los que nadie habla y que tienen arruinado su vida, que no tienen a nadie que hable por ellos y no tienen a nadie que los defienda. Y eso a mí me parece sangrante.
P.- Y ese es el espíritu que te anima a hacer este libro, como una llamada de atención, un poco en la línea de lo que ha hecho Guadalupe Sánchez o Pablo de Lora. Es decir, si no damos las garantías legales y judiciales que requiere el debate público en España, la investigación y la libertad, todos estamos en riesgo.
R.- Claro, porque cuando uno permite que se vulnere los principios más fundamentales del derecho, cuando uno permite que se censure al escritor que escribe a tu lado o que el director de cine no pueda rodar, pues el siguiente vas a ser tú. Alzar la voz ya no es solo por solidaridad o empatía, es por instinto de supervivencia. Es que el siguiente laminado puede ser tú. En el fondo, las cancelaciones, las persecuciones de todo tipo, a lo largo de la historia de la humanidad lo hemos visto repetido muchas veces, son máquinas de picar carne que necesitan permanentemente materia prima. Cuando acaban con un individuo van a por el siguiente. Y de hecho, hay casos de algunos celadores que acaban cancelados. Un periodista en España, un tal Peio, que es un tipo que señala y habla y escribe y sobre algunos personajes y de repente la máquina acaba cogiéndolo a él.
P.- Es una maquinaria a lo letra escarlata, que te obliga a sumarte a la turba o quedar fuera, como una especie de moral de grupo en donde la gente que va quedando fuera es señalada y cae o queda en peligro incluso aunque no haga nada.
R.- Lo que pasa es que al final la gente que queda fuera es la más interesante siempre.
P.- Sin duda. Además, yo creo que por la ley del péndulo es algo que se empieza a mover lentamente hacia el sentido común y la razón. Yo soy optimista, no sé tu postura.
R.- Sí soy optimista. El futuro, es un tópico, todavía está por escribirse y entonces quién sabe. Espero que vayamos a mejor. Pero la situación da para un optimismo muy moderado de momento. En Estados Unidos es omnipresente esto.
P.- El gran peligro, sin embargo, queda como subterráneo, que es del islamismo.
R.- Claro, pero queda orillado por estas otras luchas absolutamente secundarias que llevan a cabo nuestros grandes defensores de los derechos de los oprimidos. Mientras orillan lo que está sucediendo en Francia, por ejemplo, que es de una gravedad extrema, no solo porque el islamismo integrista es declaradamente antagónico con la democracia y el Estado de derecho sino porque además, la respuesta en contra que genera a veces, en vez de ser una respuesta liberal, es una respuesta identitaria de corte contrario. Y ahí vemos el auge del lepenismo en Francia, con lo cual el espacio de la razón se reduce y acaba siendo cada vez más más orillado.
P.- ¿Qué debe hacer un cancelado en la ola de denuncias? ¿Dar la batalla?
R.- Siempre. Los abogados y los expertos en imagen yo creo que a veces les aconsejan mantener un perfil bajo o callar, pero no: hay que dar la batalla, hay que hablar, hay que conceder todas las entrevistas que sean necesarias, porque uno no tiene por qué pedir perdón por ser quien es o por vivir como vive. Y si hay algo que sustanciar delante de un tribunal, que sea delante de los tribunales. El cancelado o aquella persona a la que intentan cancelar debe defenderse.
P.- Una petición que le hago a todos mis invitados, porque estamos construyendo una biblioteca virtual entre todos los que pasan por Contrapuntos, es que recomienden un libro que el público de este espacio no puede irse a la tumba sin leerlo. ¿Cuál sería tu libro?
R.- Hay tantos, pero, por ejemplo, ya que viví tantos años en América y que hablamos de cancelaciones, yo creo que voy a elegir un libro de de Norman Mailer, que es un escritor que posiblemente ahora sería cancelado. Cuando el ayatolá Jomeini decreta la fatwa contra Salman Rushdie, es uno de los pocos que dio la cara de forma decisiva. Y hay alguno de sus libros que a mí me ha marcado profundamente y que en parte tiene la culpa de que yo acabara haciendo las maletas y yéndome a vivir a Estados Unidos. Uno podría ser Los ejércitos de la noche, en el que narra, desde una perspectiva muy interesante, en primera persona, la crónica de la marcha sobre el Pentágono en los 60, América, que es una recopilación de artículos que yo creo que también sacó Anagrama, en el que hay desde retratos de los Kennedy hasta extractos del combate del siglo de Mohamed Alí en África, en el Congo, que también sería motivo de cancelación, claro. Así que sí, yo creo que me decantaría por América.