THE OBJECTIVE
Historia Canalla

Campoamor, la feminista despreciada (I)

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

Campoamor, la feminista despreciada (I)

Ilustración de Alejandra Svriz.

La izquierda tiene la costumbre de construir relatos históricos sobre los que apoyar su discurso político. Socialistas y podemitas se han apropiado hoy de Clara Campoamor, mientras mantienen en la penumbra a las mujeres que se opusieron a ella como la socialista Victoria Kent y la comunista Margarita Nelken.

Campoamor entendió el feminismo como un humanismo en pro de la igualdad de derechos. Siguió la senda de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, y no quiso nunca un trato de favor por ser mujer, ni ningún tipo de discriminación positiva. Luchó prácticamente sola y venció. Comprometida y republicana, fue una de las primeras abogadas y diputadas españolas. Defendió el sufragio femenino en las Cortes constituyentes de 1931 con la crítica de republicanos, socialistas y, lo que más le dolió, de mujeres. Fue su pecado mortal cuando la izquierda perdió las elecciones de 1933, aquellas en las que votó la mujer por primera vez. Dejó entonces el Partido Radical y quiso militar en Izquierda Republicana en 1935, pero fue rechazada en una votación asamblearia en Madrid. Injuriada y despreciada por casi todos, marchó al exilio al estallar la guerra, y el franquismo no la dejó volver.

Clara Campoamor fue una madrileña de Malasaña, nacida el 12 de febrero de 1882. Se crió en un barrio popular, trabajador y estudiantil, de ambiente liberal y republicano. Uno de esos lugares donde la gente se conoce, de familia o de vista, entre tiendas pequeñas, tabernas populares, esquinas redondas y parroquias santuario. Todo un mundo de calles empedradas, cielos azules recortados, y fronteras a lugares prometedores. El padre de Clara, Manuel Campoamor, era contable de un periódico, que llevaba a casa un sueldo escaso y firmes convicciones liberales. A su muerte, la madre de Clara, Pilar Rodríguez, tuvo que dedicarse a coser, iniciando a su hija en el oficio de la costura a los trece años. El salario de las modistillas era muy bajo, como casi todos, y lo cambió por el de dependienta de tienda. Para salir del apuro económico, Clara estudió en 1909 unas oposiciones al cuerpo auxiliar de Telégrafos, y obtuvo una plaza que desempeñó en Zaragoza, y durante cuatro años en San Sebastián, ciudad que conquistó su corazón.

No obstante, Clara quiso siempre volver a Madrid, para lo que ganó en 1914 también por oposición una plaza de profesora de mecanografía y taquigrafía en las Escuelas de Adultas, convocada por el Ministerio de Instrucción Pública. A su vuelta a la capital se instaló con su madre en la calle Fuencarral, sita en el mismo barrio. Compatibilizó su trabajo docente con el de traductora de francés y el de secretaria del diario conservador La Tribuna, donde coincidió con Magda Donato, que escribía sobre temas femeninos. Inició entonces su vida pública haciéndose socia del Ateneo en 1916, y tomó parte activa en la Sociedad Española de Abolicionismo que, siguiendo los pasos de Concepción Arenal, luchaba por erradicar la prostitución y la trata de blancas. Pronto se matriculó en el Instituto de Noviciado –hoy, Cardenal Cisneros–, que tenía fama de liberal, y en el que también estudiaron la socialista Victoria Kent, la abogada Hildegarda Rodríguez o la poetisa Ernestina de Champourcin. Clara obtuvo el título de bachiller en 1923, con treinta y cinco años. Estudió como alumna no oficial en las Universidades de Oviedo y Murcia, y se licenció en Derecho por la Universidad Central de Madrid en diciembre de 1924.

Campoamor fue, junto a Victoria Kent, la primera abogada en ejercicio en España. Y para tener visibilidad, se trasladó a la hoy llamada Plaza de Santa Ana, cerca del Ateneo, de la Academia de la Historia, y del Congreso de los Diputados. En abril de 1925 defendió su primer caso, un delito contra la honestidad, y a partir de ahí se dedicó a temas relacionados con las mujeres. Tres años después viajó a París, donde colaboró en la formación de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, lo que le procuró la amistad de Antoinette Quinche, que fue vital para su exilio en Suiza. Además, participó en el Congreso Internacional de Protección de la Infancia en Madrid (1926) y París (1928).

El movimiento feminista en la España de la época, como en el resto de Occidente, estaba dividido. Había dos tendencias generales en el país: una más conservadora, ligada a la reina Victoria Eugenia y al catolicismo; y otra, más liberal y laica, en la que estuvo Campoamor. Desde 1918 existía la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, dirigida por María Espinosa; la Unión de Mujeres Españolas, de María Lejárraga; y la Federación Española de Mujeres Universitarias. La más importante fue el Lyceum Club, la primera asociación feminista en nuestro país, presidida por María de Maeztu. Se trataba de una asociación elitista, fundada por mujeres adineradas, o bien señaladas por su profesión o la situación familiar. De hecho, la cuota mensual era altísima para la época: diez pesetas. Solo la compusieron cincuenta mujeres, entre ellas Campoamor, Kent, y Zenobia de Camprubí, que se reunían en la calle Infantas, en la casa de las Siete Chimeneas.

Campoamor expuso su primer feminismo en una conferencia en la Universidad Central, en 1923, en las jornadas de la Juventud Universitaria Femenina. La reivindicación básica era la incorporación de la mujer a los espacios públicos a través de la igualdad jurídica, y para ello el acceso general a la instrucción. Dijo entonces: 

«Toda mujer por el hecho de producirse con acierto en terrenos a que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona, transforma la sociedad: es feminista».

En realidad, el de Campoamor era un feminismo igualitario, de lucha por la libertad y la justicia. Lo abordaba como un proyecto político y nacional vinculado a una República, como dijo, sin «divorcio espiritual entre hombres y mujeres». Campoamor representaba lo que la literatura del momento llamaba «mujer moderna» o «nueva mujer», algo propio de la sociedad de masas posterior a la Primera Guerra Mundial. Campoamor recogió la tradicional lucha que se sostenía desde el siglo XVIII contra los prejuicios morales y sociales que caían sobre la mujer, especialmente en los países anglosajones, de la mano de liberales y progresistas. Primero fue librarse de las convenciones sociales, luego el acceso a la educación y, por último, a la política. Era un feminismo humanista, que luchaba por el reconocimiento de la igualdad de la mujer para contribuir al bien de la Humanidad, desde una postura de género, pero también individualista.

La Dictadura de Primo de Rivera otorgó el voto a las mujeres, con un decreto de 1924, pero limitado a las elecciones municipales, y con exclusión de las casadas. En realidad, solo podrían votar las solteras y las viudas. El decreto nunca se llevó a la práctica porque no se celebraron elecciones municipales, pero avivó la cuestión del voto femenino. El régimen buscó atraer a las mujeres más señaladas; entre ellas, a Clara Campoamor. En 1926, el gobierno quiso intervenir en la Junta Directiva del Ateneo, y que en ella tuviera entrada Campoamor, ya que pertenecía al Grupo Femenino ateneísta, pero ella lo rechazó. No obstante, fue elegida en la nueva Junta en 1930, que presidió Gregorio Marañón. También rehusó la Gran Cruz de Alfonso XIII por coherencia ideológica. Y es que Clara Campoamor ya había decidido su apoyo a la República como proyecto nacional de reforma, tanto política como social, al estilo del radicalismo francés. Por esa razón prologó el libro de la socialista María Cambrils, titulado El feminismo socialista (1925), y frecuentaba las Casas del Pueblo del PSOE, junto a Matilde Huici.

No obstante, su obsesión política fue la República como proyecto transformador. Por eso comenzó a trabajar en el grupo de Manuel Azaña, con el que coincidía en el Ateneo, para la formación de Acción Republicana. Cuando el periodista de El Liberal la preguntó, el 22 de abril de 1930, si monarquía o república, Campoamor no lo dudó:

«¡República, república siempre! Me parece la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos. Y en muchos casos, la más adecuada a la situación de un país específicamente considerado, verbigracia, España. Pero prescindiendo ya de este sentido oportunista, objetivamente me parece superior la república a cualquier otro régimen».

Campoamor participó activamente en mítines y conferencias del partido de Azaña, pero no consiguió un cargo ejecutivo en el mismo. Tras el fallido golpe de Jaca, en diciembre de 1930, se ocupó de los sublevados en San Sebastián, para quienes pedían pena de muerte para dos de los implicados, y cadena perpetua y prisión temporal para el resto. Entre estos últimos estaba su hermano Ignacio. La extensión del proceso hizo que las elecciones municipales del 12 de abril la encontraran en la capital guipuzcoana. En la tarde del 14, junto a un grupo de correligionarios, proclamó la República desde los balcones del Círculo Republicano de la ciudad.

Las relaciones con Manuel Azaña no eran buenas, a pesar de lo cual obtuvo un puesto en el Consejo Nacional de su partido. Pero las «maniobras mezquinas», según contó Campoamor en su libro El voto femenino y yo. Mi pecado mortal (1936), la empujaron a abandonar la agrupación y pasarse al Partido Radical de Alejandro Lerroux. Su primera actuación fue en un mitin en Leganés (Madrid), organizado por la Juventud Republicana Radical, en una reivindicación del mito liberal de Mariana Pineda.

En el próximo capítulo veremos el final de la lucha de Clara Campoamor por el voto de las mujeres, la repercusión en la política española, y, finalmente, su exilio. 

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