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Cultura

Azorín: paseante cazador de libros

La Editorial Fórcola reedita Libros, buquinistas y bibliotecas, que reúne los textos en los que José Martínez Ruiz «Azorín» mostró su amor por los libros

Azorín: paseante cazador de libros

Crónicas de un transeúnte: Madrid-París | Archivo

Corría el año 1918 y el ABC enviaba a José Martínez Ruiz «Azorín» (1873-1967) como enviado especial a París. Su misión, cubrir los ataques aéreos con los que los alemanes castigaban a la capital francesa a esas alturas de la Primera Guerra Mundial. En una de sus primeras crónicas firmadas desde la ciudad, narra como su primera salida del hotel fue coger un taxi… para ir de librerías.

En una ciudad castigada por los bombardeos, en la que los paseos culturales no estarían entre las prioridades de nadie, el autor no puede reprimir su pasión, su adicción: «un libro nuevo cada día. Pensando en este aforismo, impelido instintivamente, he tomado un automóvil público». Y es que la pasión por los libros le acompañaría durante toda su vida, de forma que podemos descubrir su trayectoria vital a través de sus lecturas y de su biblioteca

Antología bibliófila

De estilo propio, tan amado como criticado, su rica obra abarca la novela, el teatro, el ensayo y la prensa, de la que fue una firma habitual desde sus primeras colaboraciones en El Eco de Monóvar o el Pueblo (periódico de Blasco Ibáñez) hasta su consagración en La Vanguardia y ABC, medios en los que alcanzó gran popularidad.  A lo largo de su longeva y fecunda existencia, Azorín dejó repartidas entre sus textos multitud de reflexiones sobre su amor a los libros y su afición a la lectura. 

Testimonio de ello es esta original antología, con edición a cargo de Francisco Fuster, también especialista en Pío Baroja, Julio Camba o Gaziel, que bajo el título de Libros, buquinistas y bibliotecas, constituye el estudio más completo sobre el libro y la lectura en la vida y obra de Azorín. El volumen acaba de ser reeditado por la editorial Fórcola y cuenta con un maravilloso prólogo de Andrés Trapiello.

Se trata de un compendio de cincuenta pequeños ensayos, crónicas, artículos de prensa, prólogos y capítulos de libros, que centran las meditaciones del escritor por el deambular por las librerías de nuevo, de lance, de viejo y buquinistas de Madrid y París, así como por ferias del libro y bibliotecas. 

Los textos aquí reunidos comparten una característica común: parten de la experiencia personal del propio escritor. Todas sus reflexiones tienen su origen en el contacto directo del autor con el libro impreso, con el papel y la tinta. Azorín no habla de oídas ni trata cuestiones que le son ajenas; en su caso, la práctica siempre es anterior a la teoría. 

El resultado es una especie de autorretrato de un bibliófilo que, por su contenido íntegra e inequívocamente autobiográfico, bien podría haber sido un tomo más de esas memorias que este insaciable lector nos dejó repartidas en varios volúmenes. «La librería es como un pequeño porche, un lugar abierto en el que los transeúntes entran y salen a su placer, sin saludar, sin decir nada, sin pedir permiso a nadie. La gente circula por entre los montones de libros; toma unos; deja otros; lee un rato; curiosea a su sabor».

Como bien indica el editor, los escritos de Azorín no necesitan explicación, pues la escritura y la forma de razonar del escritor resultan tan naturales que no se hace necesario. El lector podrá disfrutar de estas reflexiones, que comprenden más de seis décadas de trabajo y que se presentan en la antología en orden cronológico, lo que nos permite seguir la evolución del estilo del autor perteneciente a la Generación del 98.

‘Flaneur’ cosmopolita

Azorín, igual que le pasaba a Pío Baroja, era una enamorado de los buquinistas de París. En 1912, unos años antes de su visita por  motivos bélicos a la capital francesa, Azorín escribió sobre la magia de los paseos bibliófilos a orillas del Sena, donde lo importante no es comprar libros, sino tocarlos, olerlos, sin necesidad de llevarse nada: «¡Oh, pretiles del Sena, repletos de libros -exclamará en un artículo de La Vanguardia-, en los que puede uno leer sin tasa, sin que el buen librero galo sienta la menor irritación o contrariedad! Husmear en los libros viejos es, sí, un placer».

Es por ello que el recopilatorio tiene un subtítulo acertadísimo Crónicas de un transeúnte: Madrid-París, y es que tan importante como comprar libros es la búsqueda y caza de éstos, que convierten al escritor en un transeúnte, un flaneur cosmopolita que recorre la ciudad en busca de sus preciados tesoros, haciendo Literatura en los paseos y en los escritos que beben de estos. En este sentido «los libros sustituyen a la vida», dice Azorín conectado con otro paseante, Andrés Trapiello (ahí está su libro El Rastro), que en el prólogo hace un homenaje a la lectura y a los libros a la altura de los textos del maestro: para Trapiello «leer es vivir  y no hay vida que se precie de verdadera y plena sin libros».

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