THE OBJECTIVE
Historia Canalla

Adolfo Suárez: de traidor a tahúr

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

Adolfo Suárez: de traidor a tahúr

Ilustración de Alejandra Svriz

«No te preocupes, a mí me llamaron traidor». Esto fue lo que dijo Adolfo Suárez a uno de los suyos en el pasillo del Congreso para consolarlo por una derrota. Los nostálgicos del franquismo, el llamado búnker, consideró que el presidente del Gobierno en la Transición había traicionado el Régimen del 18 de julio y la obra de Franco. Para esos españoles, Adolfo era un traidor que renegaba de los Principios del Movimiento Nacional que tomó como propios desde Falange. El colmo fue la legalización del PCE. Esto, por un lado. Por el otro, el PSOE, la oposición mayoritaria de la izquierda, le despreció. Insultos y burlas del partido y de sus fuerzas mediáticas incidían en que Suárez había sido franquista y que llevaba al país al desastre. No faltó tampoco quien desde su propio partido, la Unión de Centro Democrático, traicionó a Suárez. E incluso el propio rey Juan Carlos no dudó en apartarlo cuando creyó que había terminado su ciclo.

Adolfo Suárez nació en Cebreros (Ávila) durante la Segunda República, en 1932. Hizo su carrera política en el Movimiento Nacional como falangista. Pasó por cargos de media tabla hasta que en 1964 comenzó a dirigir TVE, compaginándolo con la representación en las Cortes. Once años después dio el gran salto: ministro secretario general del Movimiento Nacional en el gobierno de Arias Navarro. Fue el encargado de presentar en las Cortes el Proyecto de Ley de Asociaciones Políticas, el 12 de junio de 1976, que abría la situación al pluripartidismo para participar en las elecciones. Así lo dijo Suárez en aquella sesión: el Gobierno tenía la legitimidad y la responsabilidad de «consolidar una democracia moderna».

Unos días después dimitió Arias Navarro, considerado por Juan Carlos I como «un desastre sin paliativos», según confesó a la revista Newsweek. El nombramiento de Adolfo Suárez el 3 de julio de 1976 para pilotar la Transición no gustó a muchos. Ricardo de la Cierva lo recibió escribiendo en ABC: «¡Qué error, qué inmenso error!». Luego, Súarez le nombró ministro y tan contento. Vamos con otra. Cuadernos para el diálogo, la revista icónica de los demócratas, publicó una portada en negro que incluía una foto de Suárez. El titular rezaba: «El apagón». Después, la política de Suárez fue la luz para todos estos. La prensa internacional tampoco acertó. Le Figaro dijo que Juan Carlos I había cambiado a un «caballo tuerto», en referencia a Arias Navarro, por uno «ciego», Adolfo Suárez. Le Monde, siguiendo con la prensa francesa, veía en el ascenso de Suárez un «error histórico».

Pero Suárez no había caído del cielo ni había aparecido por sorpresa. En teoría, vino a satisfacer una necesidad política. La transición de la dictadura a la democracia necesitaba un partido. Así lo había dicho Juan Carlos de Borbón a sus cercanos al menos desde 1974, cuando se aprobó el Estatuto de Asociaciones. Henry Kissinger, el diplomático estadounidense, había aconsejado al rey que tuviera cerca a un gran partido moderado, de centro, sobre el que construir la democracia. Suárez preparó ese partido. Lo hizo con la Unión Democrática del Pueblo Español, que nació como asociación y que fue el embrión de la Unión de Centro Democrático, fundada el 3 de mayo de 1977. El propósito de Suárez era presentar un partido identificado con la monarquía democrática, con lo nuevo y joven, no con el franquismo y lo viejo, para encabezar la reforma y el cambio tranquilo. 

La política de Suárez al frente de la UCD y del Gobierno consistió en poner los pilares de ese sistema democrático, para lo cual promovió una amnistía para delitos políticos, la legalización de los partidos, la vuelta a España de los exiliados, y la celebración de elecciones a las Cortes Generales. Con la Ley de Reforma Política, yendo «de la ley a la ley», como dijo Torcuato Fernández Miranda al rey, desmontó el régimen franquista, que se certificó con las elecciones del 15 de junio de 1977. Suárez ganó entonces en las urnas, como lo hizo otra vez en 1979.

Sin embargo, para entonces, Suárez concentraba las iras de los residuos franquistas. El Consejo Superior del Ejército se reunió el 12 de abril de 1977, tres días después de ser legalizado el PCE. Asistieron los jefes del Estado Mayor de los tres ejércitos, los once capitanes generales, el director de la Guardia Civil y Alfonso Armada, que informó de la reunión al rey Juan Carlos. También estaba Alfonso Osorio, vicepresidente del Gobierno. La repulsa a la legalización del PCE fue unánime. Suárez les había mentido, dijeron, cuando, en vísperas de la aprobación de la Ley de Reforma Política, les prometió que los comunistas quedarían fuera del nuevo régimen. Suárez era un traidor, afirmaron muchos porque había puesto en peligro la unidad de la patria con las autonomías, y faltado a su palabra con la legalización del PCE. Un periódico del búnker, El Alcázar, presentó a Suárez como un chaquetero y un oportunista. Ahí empezó a fraguarse la idea de un golpe de Estado contra Suárez, cuyo primer episodio fue en noviembre de 1978, con la ‘Operación Galaxia’.

No solo tenía estos enemigos. La izquierda veía a Suárez como un obstáculo para la «verdadera democracia». Gregorio Morán publicó un libro en 1979 describiendo al presidente como un tipo servil y abyecto, ambicioso y traidor. Alfonso Guerra le llamó «el tahúr del Misisipi»; esto es, tramposo y mentiroso, y Felipe González presentó una moción de censura en mayo de 1980. Lo más corriente era considerarlo una marioneta, un hombre sin formación ni capacidad de liderazgo.

Tampoco era el héroe en su partido, la UCD, por lo que Suárez se convirtió en el gran villano de la política española. La crisis económica, la tensión política y el terrorismo azotaban al país. ETA estaba en momento más sangriento y los nostálgicos culpaban a Suárez de los asesinatos y le llamaban traidor. Fue así que, en junio de 1980, el rey dio un ultimátum al presidente: «Adolfo tienes que cambiar». Seis meses después, el 4 de enero de 1981, Juan Carlos I impulsó su dimisión.

El 23-F de 1981 tuvo lugar el segundo intento de golpe de Estado. El odio a Suárez era muy fuerte, tanto como su valor. Fue, junto a Gutiérrez Mellado y Carrillo, los únicos que no se echaron al suelo con los disparos de los asaltantes. Tejero intentó humillar a Suárez, que aguantó. Cuando el teniente coronel le puso la pistola en el pecho, el expresidente le soltó un «¡Cuádrese!». Las imágenes fueron vistas en todo el mundo. El golpista solo consiguió que Suárez recuperase su prestigio. Poco después, y delante del rey, ordenó arrestar a Armada. La democracia continuó y el insulto de «traidor» y «tahúr» no volvió a oírse.

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