THE OBJECTIVE
El purgatorio

Arturo González-Campos: «Hay que follarse al algoritmo»

El reconocido podcaster madrileño visita El purgatorio para presentar su libro ‘Cine con cosas’

En realidad, si uno repasa programas, recuerdos y revistas, estamos dándole vueltas a las mismas películas durante toda una vida. Nos sabemos la lista de títulos sacrosantos, de cintas imprescindibles para el ser humano, obras maestras del séptimo arte que jamás se perderán. Guardadas en cientos de copias, bajos miles de llaves, difundidas en internet de un modo brutal. Arturo González-Campos (Madrid, 1969), reconocido periodista y gran amante de lo audiovisual, emprendió hace tiempo la tarea de joder al algoritmo, labrarse su propia lista de títulos imprescindibles, y ampliar ese Sancta Sanctorum del celuloide que parece inamovible. Con su ‘Cine con cosas’, el madrileño, demuestra que no, que hay lugar para más pelis de las que todo el mundo te recomienda, pero hay que currárselo. Trabajar es sufrir, aunque haya una recompensa gozosa.

PREGUNTA.- Sé que le interesa muy poco la actualidad, ¿siempre ha sido así?

RESPUESTA.- Si tuve una época, inevitablemente, en que me interesaba porque yo trabajaba en la radio y la radio funciona con la actualidad. Hablo del pasado más pasado, cuando empecé en esto y en la radio sí que se te pega esa sensación de que todos los días se está acabando el mundo para al día siguiente resetearse, empezar de cero. Al final no se acabó, y cuando se va a acabar de verdad es hoy porque ha dicho Pepito que Juanito es no sé quién y tal, y porque en el partido José Ramón, han ocurrido unas cosas terribles que por supuesto van a acabar con lo que conocimos.

Hay un momento en que le ves el truco y dices «esto de que me digan todos los días que se acaba el mundo, me están tangando, me están poniendo un palito con una zanahoria y realmente a ver si va a ser que no me interesa». A ver si va a ser que cuando ocurre algo realmente grande te enteras inevitablemente, porque tal es la saturación de la actualidad que si ocurre algo de verdad importante te acabas enterando, y todo lo demás va a ser ruido que yo particularmente no necesito en la cabeza. 

P.- Quizá nos vendría bien a todos seguir un poco ese estilo de vida.

R.- No tengo ni idea. No sé lo que les viene bien a todos porque para eso escribiría libros de autoayuda y esas cosas. 

P.- Y se venden mucho los libros de autoayuda.

R.- Por eso, porque si yo quisiera de verdad vender, vendería esos libros, me inventaría lo que le viene bien a todo el mundo y ya está. No lo sé. Yo sé que a mí no me ayuda ese ruido nada, me quita tiempo, paz.

P.- ¿Cómo era de niño?

R.- Tonto.

P.- (Risas) Bueno, como todos los niños.

R.- Yo creo que especialmente tonto. Era un niño muy reprimido, muy metido para dentro, muy tonto, con muchísimos miedos, muchísimas inseguridades, muchísimas vergüenzas, muchísima represión que no vendría de ningún sitio, pero que yo la tenía y creo que era bastante tonto, muy callado, muy tonto. Es que creo que tonto define perfectamente. Lo que por otro lado define una trayectoria vital, quiero decir, tampoco he llegado a este momento siendo especialmente listo, solo que ahora hablo. Pero si era gordito, tenía granos, poquísimo interesante como ser humano. Sí, tonto.

P.- ¿Cuándo empezó a hablar?

R.- Me imagino que pronto, pero rompí a hablar ya bastante avanzada mi vida. O sea, darme cuenta de que no pasaba nada por decir cosas y demás, fue bastante avanzado. Estoy hablando de 16, 17 años ya saliendo de una adolescencia de gusano de seda metido dentro de mí mismo y salir del capullo. Y que saliera este capullo. 

P.- ¿Y los mejores amigos de un niño como Arturo González-Campos eran el cine, los cómics, los libros?

R.- Claro, menos las personas. También se vende mucho como que era una salvación o era un tal y no, era que realmente yo estaba probablemente más a gusto, y no por culpa de la gente, como por culpa de mis inseguridades o de mis timideces. Tal vez estaba más a gusto con un libro, con un cómic o con una película que teniendo la necesidad de interaccionar con seres humanos. 

P.- ¿E ir al cine era una vía de escape?

R.- No, era una manera de ver la película lo mejor posible. El protocolo de comprar mi entrada, hacer mi cola en su momento, esperar la luz que se apaga, saber que durante el tiempo que dure esta película pues voy a estar aquí y voy a estar viendo una historia que me quiere contar a alguien y demás. Ha sido siempre un ritual que todos tenemos, hay quien tiene su ratito de meditación al día, hay quien se va al gimnasio, quien dedica un rato a rezar. Y mi ratito de salirme del mundo, además de una manera ya física, estoy metido en una especie de cámara oscura en la que solo estoy con esta peli, era ir al cine, pero no creo que fuera una huida, creo que era un recogimiento.

González-Campos durante la entrevista en THE OBJECTIVE – Foto: Carmen Suárez

P.- Incluso cuando uno sale del cine tiene esta sensación de estar en un tránsito todavía, en esa conversación interna. Por eso odio cuando nada más terminar la peli, en el patio de butacas, ya te preguntan qué te ha parecido.

R.- Eso es lo que estamos haciendo, ahora ya estamos viendo las películas para contarlas, igual que estamos viajando para contar que hemos viajado igual, igual que estamos haciendo fotos única y exclusivamente para decir que estamos en un sitio. Yo intento ejercer esa cosa de posar las experiencias, y dejarlas tranquilo, es uno de los motivos por lo que, por ejemplo, en redes han dejado de hablar de este tipo de cosas, porque creo que son para mí, que no son para contar que las he visto.

Esto es lo que explica, pues, que ahora mismo esta sea la serie que hay que ver esta semana y la semana que viene será otra. Y entonces la de esta semana se habrá olvidado. En el fondo, volviendo a lo que hablábamos al principio, nos hemos inventado también una actualidad de las obras de arte, del libro que hay que leer, de la exposición que hay que ver, del concierto al que hay que ir.

Nos hemos inventado esto del FOMO que le llaman, la ansiedad de que todo el mundo ve una cosa y yo tengo que verla, de que si todo el mundo está hablando de esta serie, yo tengo que verla, de que si todo el mundo va a ir a este concierto, yo tengo que ir y además tengo, insisto, que ir, no para vivir la experiencia, sino para contar que estoy. Y ahí es donde creo que, por lo menos para mí, la gente pierde la sensación maravillosa de relacionarte de manera íntima con este tipo de obra, sin necesidad de contárselo a nadie, ni de decirle a nadie que has estado ni de nada de eso. Pero bueno, el mundo es el que es ahora mismo.

P.- Arturo González-Campos ha escrito Cine con cosas, del que al poco de empezar escribe: «este no es un buen libro y yo no soy un buen escritor, solo un escritor correcto, ameno». 

R.- Es que no lo soy, y me parecía honesto decirlo. El libro está muy pensado desde el principio con una idea que es follarnos al algoritmo de una vez, cargarnos esa predestinación de lo que se supone que hay que hacer para gustarle a la gente y para conseguir los clics baits necesarios que te hagan sentir vivo. Entonces, desde el principio el libro se hizo en contra precisamente de todo lo que yo suponía que le podía gustar a la gente, y por eso me atreví a decirle a la gente al principio del libro que no soy un buen escritor.

Porque yo tengo amigos, buenos escritores, soy amigo de Juan Gómez-Jurado, de Rodrigo Cortés, conozco, no soy amigo, a Manuel Jabois, gente que escribe muy bien. Claro, cuando tú lees a esta gente dices sabes que no eres un buen escritor, soy ameno, el libro está bastante divertido, está bastante entretenido. Cambio mi estrategia o mi capacidad de contar las cosas de una manera bella, por una desmedida pasión hacia lo que hacía lo que cuento. Pero evidentemente no soy un buen escritor por contraste. Aun así, el libro está gustando, maravilla.

P.- A mí me ha gustado, si le vale mi opinión.

R.- No me vale ninguna opinión, si estoy en contra del algoritmo no me vale.

P.- ¿Está en contra de las opiniones de la gente?

R.- Estoy en contra de que valgan las opiniones, no es lo mismo. Quiero decir, por supuesto que todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión y más ahora que a todos nos han puesto un periódico en la mano. Nos han regalado un periódico, nos lo han puesto en la mano y ahora podemos publicar todo lo que pensamos a lo largo del día. Y eso está muy bien. Mi problema está con que eso valga algo, con que a eso se le dé moneda de cambio y hoy en día es moneda de cambio. Hoy en día vale casi más que el dinero, las opiniones, quiero decir, los medios de comunicación se mueven por las opiniones, por las interacciones.

En el momento que sabemos que las interacciones dan pasta, inmediatamente hemos cambiado el concepto del valor de las cosas. Las opiniones ya no son meramente expresiones de libertad de opinión, que también, sino algo con lo que se comercia. Y en el momento que se comercia con eso, pues hay que tratarlo de otra manera, hay que tratarlo de manera económica, pero no darle la importancia que se le da como expresión de una ideología o de una manera de ver la vida.

Yo estoy de acuerdo con que todo el mundo de su opinión, por supuesto, estoy de acuerdo con que eso valga, no. No vale la opinión de nadie, pero la mía tampoco. Evidentemente no vale la opinión de nadie, salvo para gente que se aprovecha de ello para ganar dinero. Y está muy bien y es lícito y son las reglas que nos hemos dado. Pero que no me hagan creer que valen, ni siquiera la mía. No me hagan creer que valen, que son convertibles en dinero es otra cosa, pero que valen de algo, no que no me hagan creer.

P.- ¿A usted le importa la opinión de un crítico de cine?

R.- Depende del crítico, pero ni siquiera es una cuestión de eso. Quiero decir, las opiniones más interesantes son las opiniones más formadas. Es decir, un crítico de cine que realmente ha estudiado mucho cine, que realmente ha visto mucho cine, pues me interesara bastante más su opinión que la de un tío que un día se abrió una cuenta y ya está. Para ser crítico de cine y los buenos lo son, pues hay que haber leído mucho cine, habrá que haber leído muchos libros de cine, hay que haber visto mucho cine, hay que haber ido un poquito más allá de ser un mero consumidor. Pero eso en todo.

Ahí estamos viendo, pues la diferencia entre un crítico gastronómico es una persona que ha hecho su carrera, sus estudios, y un señor que se ha abierto una cuenta de foodies. Pues esa diferencia es obvia y evidente. Por eso digo que todas las opiniones no valen, que no todas las opiniones son importantes. Ahora, por supuestísimo que todas las opiniones son susceptibles de ser dichas, y está la obligación de cada uno filtrar cuáles son las opiniones que realmente son válidas, cuál escogemos única y exclusivamente porque refuerzan aquello que nosotros pensamos o cual escogemos, porque nos cae bien el tío o porque hace unos vídeos muy graciosos o por lo que sea.

Entonces no se trata de no de que no te importen las opiniones, se trata de valorar las opiniones de otra manera, valorar las opiniones no como un número en sí, 2000 opiniones, 3000 opiniones, es decir, 3000 interacciones, 3000 retweets, sino ver cuál es la calidad de cada una de esas opiniones, de dónde viene, qué formación tiene la persona que me está contando eso. Cuando ahora mismo no es como se hace. Tenemos páginas en las que se puntúan películas, y esas películas están puntuadas por gente que ha visto muy poco cine o por gente que ha visto muchísimo cine. 

P.- Esto es lo que se llama la democratización de la opinión. 

R.- Que simplemente es la capitalización de la opinión, en realidad es eso. O sea, que haya una democratización es lógico y está muy bien y es un progreso. Por supuesto, que todo el mundo pueda decir lo que quiera, lo que piensa, lo que tal. Y ahora hay un trabajo personal de cada uno de discernir cuáles de esas opiniones infinitas lanzadas a las redes y a los satélites de cada segundo, realmente crees que te pueden servir o no.

Pero cuando nos hemos acogido al «mucha gente está diciendo», yo lo tengo prohibido en las conversaciones de mis amigos, tengo prohibido ya referencias a «mucha gente dice». Bueno, pues hay gente que dice cualquier cosa, y está demostrado ya. Sobre cualquier tema siempre hay alguien que ha dicho una cosa muy sorprendente, y lo traducimos como «hay gente que dice», no lo han dicho, tres personas o lo han dicho cinco.

P.- Lo que sí noto, según le escucho, es que hay una falta de criterio de la gente.

R.- Pues tampoco lo sé, no me gusta generalizar. No sé si hay una falta de criterio o no, sé que a mí me interesa mucho trabajar el mío, no le quiero dar lecciones a nadie. No estoy en la vida para eso, a mí sí me interesa trabajar mi criterio y eso implica una obligación, una obligación personal, una obligación mía. Igual que el que quiere trabajar su cuerpo, pues implica una obligación personal, se tiene que levantar una hora determinada, comer de una forma determinada, ir a un gimnasio, hacer una serie de ejercicios, etcétera. Pero insisto, es un trabajo personal, no me interesa convencer a nadie de nada de eso, ni me interesa estar todo el rato hablando de lo que hace la gente, porque la gente hace, insisto, muchísimas cosas.

P.- Este libro es una batalla contra el algoritmo, ¿Hemos cedido demasiado poder a las plataformas y sus algoritmos?

R.- No, no hemos hecho lo que es lógico hacer. Quiero decir, la manera de entretenernos ha ido cambiando a lo largo de los años, lo que está claro es que el ser humano necesita el entretenimiento siempre. Es muy curioso que no se valore eso de una manera más grande, porque es una necesidad del ser humano que incluso en muchos casos ocupa hasta más horas que por ejemplo, la alimentación. Siendo importantísima la alimentación, no te vas a morir de no tener entretenimiento y si te vas a morir de no alimentarte. Sin embargo, es verdad que desde siempre, desde los antiguos juglares o los que contaban historias a la luz de la brasa, el ser humano necesita entretenerse y este entretenimiento, pues ha ido como todo en la vida, como la opinión, también, se ha ido monopolizando por una serie de personas.

En el caso de la actualidad, las plataformas en un momento dado, en los 50, pues eran las grandes majors, Metro, Paramount, Fox. Ahora mismo son las plataformas y ellas hacen lo que tienen que hacer, que es lo que han hecho siempre, que es ofrecer las cosas que consume la mayor cantidad de gente. Las plataformas tienen, como si yo tuviera una zapatería, pondría en el escaparate las más caras, las más golosas y las que pienso que se va a comprar más gente y luego dentro tendría otras que a lo mejor son un poquito más baratas que las otras, que las de calidad son iguales, que la marca no es tan llamativa, pero las tendría dentro. Mi obligación si me voy a comprar unas zapatillas será mirar las que hay en el escaparate, pero entrar también, investigar, enterarme.

Entonces las plataformas hacen lo que tienen que hacer, que es ofertar a la gente sobre todo lo que ve la mayoría, qué es lo que les interesa, estamos en un mundo capitalista, guste o no guste, eso ya cada uno a su rollo. Pero el mundo es capitalista en todo. En el formato que ahora mismo vivimos y en ese formato capitalista lo lógico es eso, es que las plataformas oferten eso. Que tú además de eso, te conformes o no con esto que te ofrecen, pues volvemos a lo mismo.

Será un trabajo tuyo que a ti te falten películas con un poquito más de densidad, que no estén pensadas para entretener a todo el mundo, pero que a lo mejor a ti sí que te entretendría, sí que te gustaría y que te llenaría de alguna manera. Hay dos tipos de espectadores. Uno es el que va al cine o se pone una película con el único objetivo de entretenerse, de que ese tiempo que va a estar ahí delante pase de la mejor manera posible.

«Si quisiera vender, haría libros de autoayuda»

Y luego hay otro tipo de personas que además de eso, pretenden que la obra a la que asistan, de cualquier tipo, de cualquier formato, les aporte algo, les haga de alguna manera salir diferentes de ella, les provoque nuevas ideas o nuevos puntos de vista a los que no habían llegado. Los dos son legítimos. Luego cada uno es quien es. En mi caso me ocurre que hay veces que tengo la tarde de ponerme una película que me entretenga muchísimo, que me divierta muchísimo y que me lo pase muy bien. Y tengo la otra faceta, la de ver algo que me rete intelectualmente, una película, un cuadro o un cómic me rete intelectualmente y me haga ver las cosas desde un punto de vista que yo no lo había visto.

Esto, evidentemente, es más escaso en las en las plataformas cada vez más porque no es lo mayoritario. Lo mayoritario es lo otro, y está muy bien porque si fuera lo mayoritario, pues a lo mejor en los cines en vez de vender palomitas se venderían dioptrías. Entonces, de nuevo, ahí está el trabajo, el tener que buscarlas tú mismo, hacerte el curro, y no dejarse llevar por lo que te arrastra. 

P.- ¿Tiene la sensación de que hoy hablamos de las mismas películas?

R.- Sí, unas 300 películas aproximadamente. Tiene que ver con esto que hablábamos, con lo de puntuar películas y que todo el mundo tenga derecho a opinar, que está muy bien. Pero en el momento que te metes a cualquiera de estas listas de las 100 mejores películas de la historia del cine, te das cuenta de que continuamente se están hablando de esas 100, porque probablemente la mayoría de la gente que vota ha visto esas 100. Entonces está guay, está muy bien, pero el libro nace un poco de la necesidad de decir «oye, creo que hay muchísimas más de las que no se está hablando» y que son películas que se van difuminando, como los hermanos de Marty McFly.

Se van difuminando precisamente porque le estamos dando una importancia a la opinión de unos señores que no sabemos quiénes son y que no sabemos, insisto, qué formación tienen y de repente nos parece importantísimo. Las cinco mejores películas sobre gánster, bueno, pues ya sabemos que Uno de los nuestros, El Padrino, ya las sabemos y siempre son las mismas. Y sé que esas son buenas, son cojonudas, pero hay muchas más.

Yo me puse a hacer una lista solo de películas que a mí me gustaban por diferentes motivos, y tengo una lista de 3800, es verdad que no he tenido amigos y entonces he ido mucho al cine y todo lo que tú quieras. Pero solo con ese baremo de películas que a mí me gustan, que no me gustaría que se perdieran, que me encantaría que a alguien que le interese esto, el mundo del cine y demás tuviera posibilidad de ver y que no están en esas listas. Y ahí fue cuando decidí hacer esta barrabasada. 

«Como niños caprichosos queremos que las obras se adapten a nosotros, y no al revés»

P.- ¿Qué es el buen cine?

R.- El que te vale a ti, el buen cine es el que te vale a ti. Evidentemente, hay una serie de parámetros. Quiero decir, hay una manera de dirigir con profesionalidad, hay unas intenciones, y por mucho que te valga a ti, pues te puede hacer muchísima gracia una comedia barata, de Bud Spencer y Terence Hill, por ejemplo, luego hay unos parámetros objetivos que lo distancian de Silencio de Scorsese. Pero el buen cine es el que te vale a ti al final.

Por eso insisto, fijarse en las en las opiniones de los demás, ahí no ayuda mucho porque la película más simplona, más aparentemente fútil y demás, puede tener un momento, una frase, una situación, una identificación que a ti te pegue un latigazo en el corazón y que para ti esa se convierte inmediatamente en buen cine. Y eso ocurre con las canciones. De nuevo, es un proceso personal.

P.- La película siempre es la misma, pero uno nunca es el mismo cuando la ve.

R.- Por eso la prisa en encajonar las cosas, la prisa en salir del cine y etiquetar inmediatamente me ha gustado, no me ha gustado, lo he pasado bien, no me vale, me ha sabido rico, no me ha sabido rico. Todo eso lo que hace es matar la posibilidad de que cualquier obra es el resultado de la obra en sí más la alquimia que tenga contigo. Quiero decir, el Guernica es el Guernica todo el rato. Es una obra de Picasso, es magnífica y es el Guernica cuando están pasando por ahí visitantes viendo el cuadro y cuando por la noche solo hay un señor comiéndose un bocadillo de espaldas al cuadro, y vigilando todo el museo. Y la obra es esa y es el Guernica.

Y luego por delante del Guernica pasa un señor a quien le horroriza, pasa un señor a quien le estremece, pasa un señor a quien le hace gracia, pasa un señor que no lo entiende. El Guernica es el mismo, es unitario. La alquimia de tus circunstancias, tu conocimiento de la vida, si tienes el contexto para saber qué es lo que está reflejando Picasso en ese cuadro, pues te afecta de una manera más importante. Si no lo tienes, pues te da igual, si tienes una formación previa en arte moderno, pues flipas de qué manera ha corrompido las formas. Y si no lo tienes, pues piensas ¿Y por qué no lo hace normal?

Al final el resultado es diferente en cada uno. Entonces medir las obras por lo que piensa la mayoría es considerarte mayoría, yo no soy mayoría, no sé si a la gente le gusta considerarse mayoría, yo no lo soy. Entonces asumo que nadie es mayoría, asumo que nadie quiere sentirse mayoría. Y sin embargo, si miramos las votaciones de un restaurante o si miramos las votaciones de una película. Las prisas de más que de consumir, de decir que hemos consumido, lo que provoca que ahora veamos ese tipo de reflexiones que yo honestamente me echo las manos a la cabeza. «Le sobran 20 minutos», «creo que esto se podía haber contado en menos». Porque como niños caprichosos lo que estamos haciendo es que las obras se adapten a nosotros en vez de al revés. 

P.- ¿Considera que el público se ha infantilizado? 

R.- No, no creo nada en general. Cada vez que me hagas una pregunta de esas así maximalista, te voy a decir que no lo sé, no tengo ni idea.

P.- Me lo está poniendo difícil.

R.- Ya, pero tendremos que bajarnos alguna vez de los topicazos. 

El comunicador posa, a su manera, en la sede de THE OBJECTIVE – Foto: Carmen Suárez

P.- Pero no es un topicazo. Aquí estuvo Nacho Vigalondo, por ejemplo, y él dijo que es verdad que podría ser que hubiera una especie de infantilización de las grandes películas y que a lo mejor la series se hubieran llevado al público más adulto.

R.- Pues bien, pero no pienso nada sobre eso. Es que no conozco al público, no lo conozco. O sea, entiendo que siempre ha habido obras más fáciles para un público más infantil. Y eso, sin embargo, no les ha quitado calidad. Porque mucho del cine, por ejemplo, de gánster, ha sido cine pensado para grandes públicos, para un público además, como bastante básico, bastante comercial. Las películas del oeste de los años 50 y 60 eran el equivalente a las películas de Marvel de ahora, y sin embargo, dieron grandísimas obras. Nos dieron El hombre que mató a Liberty Valance, La Diligencia, Río Bravo.

Lo que pasa es que, como todas las obras, el cine necesita tiempo, que pase el tiempo. No tengo ni idea si el público se infantiliza o nos infantiliza, yo no conozco al público, no tengo ni idea. Sí que pienso que siempre ha habido ese tipo de cine más masticado para un tipo de público que lo que busca es eso, un puro entretenimiento y que los directores enredados dentro de eso, se empeñaban en meter determinados mensajes un poquito más profundos y un poquito más densos para el que lo recibiera.

Pero eso sigue ocurriendo ahora mismo. Quiero decir, la idea de este libro la sacó de una película tan aparentemente infantilizada como Space Jam Dos y en el que un guionista ha metido una bomba de reflexión absolutamente demoledora que probablemente el 99% de gente que fue al cine o que haya visto esa película jamás le haya dado, ni necesidad que tiene, de darle media vuelta a eso.

Y de repente pues unos cuantos pues la vimos por lo que sea, porque en ese momento estábamos predispuestos a ver ese tipo de cosas y demás, pero ahí estaban, entonces ¿Se ha infantilizado el público? Ni idea, siempre ha habido películas infantiles, sí, siempre ha habido películas más sencillas, más simples, que aun así, insisto, estaban llenas. O sea, La Diligencia fue un éxito bestial económicamente, pues lo que ahora llamaríamos un blockbuster.

Y sin embargo, es una de las primeras películas que introducía la psicología en el universo del del cine del oeste, del cine y de repente los personajes tenían cada uno una personalidad y además una personalidad compleja. El bueno era por primera vez algo un poquito más ambiguo de lo habitual. Los indios no eran tan malos como habían sido hasta ese momento, y estamos hablando de 1939.

P.- ¿En contra de la puntuación de películas?

R.- Sin duda. Sobre todo porque no sé qué significa. O sea, ¿Qué significa que una película tiene un siete? Qué significa que una película tenga un siete si yo la veo y en un momento determinado, en una escena determinada de esa película, yo siento la patada en las entrañas y rompo a llorar, o a emocionarme, o a reír, o a ser un poco más feliz, o a descubrir una idea en la que no había caído nunca, qué significa ese 7.

P.- ¿También está totalmente en contra de los premios al cine?

R.- No, porque no es lo mismo. Los premios normalmente son cosas que se dan los profesionales entre ellos, con lo cual ahí ya sí hay un conocimiento más del medio que lo que pueda tener un espectador medio, que tiene un móvil y tiene IMDB. Un técnico de luces sabe lo que es levantarse a las 06:00 para montar focos, sabe lo que es que no funcione tal cosa, que de repente se te nuble el cielo y tengas que cambiar toda la iluminación.

Creo que sabe mucho más y tiene más capacidad de valorar ese trabajo que una persona que está en su casa se sienta en su sofá, se hace unas palomitas o un bocadillo de bacon y se pone a ver una película y no valora la cantidad de trabajo. Mi amigo Rodrigo Cortés dice una frase que le robo que es que «nadie que valore las películas en números o en estrellitas, es capaz de entender la cantidad de trabajo que da hacer una mala película». Imagínate las buenas.

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