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Nagorno Karabaj: el día después de la guerra de las cuevas

El conflicto en sí se remonta siglos atrás, pero hay que hacer hincapié en el rol de Rusia porque es determinante

Nagorno Karabaj: el día después de la guerra de las cuevas

Cementerio de Goris. | Dante Augusto Palma

M. observa con sus binoculares el puesto de control militar azerí establecido en lo más alto de una de las tantas montañas que inunda la zona. Lo hace desde una suerte de balcón de su casa humilde en Khnatsakh, un pueblo con menos de 1.000 habitantes en el sudeste de Armenia, a unos 260 kilómetros de su capital, en la frontera con Azerbaiyán. Se supone que ella también está siendo observada, pero, al no saberlo con precisión, lo asume como tal. Así funciona el poder y no hace falta leer ni a Bentham ni a Foucault para entenderlo.

El puesto de vigilancia contrasta por su artificialidad con una zona donde hay más vacas y ovejas que personas y autos, y sobresale en ese paisaje donde la piedra parece agujereada por doquier: son cuevas formadas en la toba volcánica que se encuentran desperdigadas en toda la región, al punto que algunos refieren a la zona como «la segunda Capadocia», aunque, claro, sin globos y sin explotación turística.

Habitadas desde tiempos inmemoriales, las cuevas fueron refugio de cristianos en la tierra de San Gregorio, El Iluminador, aquel que logró que Armenia se constituyera, allá por el 301, en el primer Estado oficialmente cristiano. Asimismo, durante el medioevo, las cuevas constituyeron un complejo sistema interconectado que alcanzó a albergar cientos de personas y que funcionó como defensa frente a los intrusos. Siguieron habitadas, por cierto, hasta apenas algunas décadas atrás y es posible todavía encontrar, en alguna de ellas, utensilios modernos y hasta algún televisor viejo.

El caso de M. es uno entre tantos, ya que fueron más de 100.000 las personas desplazadas en septiembre último tras el conflicto en Nagorno Karabaj que enfrentó a Armenia, de religión cristiana, con Azerbaiyán, de religión musulmana. Se trata de un territorio autónomo de unos 4.400 kilómetros cuadrados, ubicado en Azerbaiyán, pero con una mayoría de habitantes de etnia armenia. Un éxodo y una persecución más, dirán los armenios; la recuperación de un territorio propio, dirán los azeríes.

El conflicto en sí se remonta siglos atrás, pero si nos restringimos a la historia más o menos moderna, hay que hacer hincapié en el rol de Rusia porque es determinante. Efectivamente, el imperio ruso toma el control de la región allá por 1823, pero, con su disolución, en 1918, el conflicto recrudece y es la solución al mismo dada por las autoridades soviéticas, que sumaban por aquellos años a las repúblicas del Cáucaso Sur, lo que generó las condiciones para las disputas posteriores. Es que, en un comienzo, se decidió que Nagorno Karabaj pertenecería a Armenia. Sin embargo, en 1923, Stalin da marcha atrás y determina que se trataría de una región administrativa autónoma en el territorio azerí, a pesar de que su población era en más de un 90% de origen armenio. Con la caída de la URSS, los armenios de Nagorno Karabaj pretenden formar parte de Armenia y, como consecuencia de ello, se produce la primera guerra entre armenios y azeríes que dura entre 1988 y 1994, con alrededor de 30.000 muertos y más de un millón de desplazados. Se considera que ambos bandos llevaron adelante limpiezas étnicas en aquel período. 

Tras un acuerdo de alto el fuego y con Rusia como garante, el conflicto se mantuvo más o menos larvado, aunque el nivel de militarización de la zona hacía prever enfrentamientos inminentes. Así, en 2020, las disputas se reanudaron y Azerbaiyán recuperó territorio circundante a Nagorno Karabaj, quedándole a éste la conexión con Armenia a través del corredor de Lachín. Sin embargo, con la excusa de que este corredor se utilizaba para el transporte de armas, Azerbaiyán intervino cortando todo suministro material hasta aislar completamente a Nagorno Karabaj. Con fuerzas militares dispares, tras un crecimiento exponencial del poderío económico de Azerbaiyán, tal como se puede observar en la ostentosa Bakú, el litigio se resolvió relativamente rápido y la consecuencia fue el éxodo masivo de prácticamente la totalidad de los armenios que vivían en Nagorno Karabaj hacia Armenia.

La crisis humanitaria tuvo cierto espacio en los medios occidentales hacia septiembre del año pasado, pero rápidamente se olvidó a pesar de todos los intereses que allí hay en juego. Efectivamente, sobre ese territorio prácticamente desconocido para los que vivimos «de este lado del mundo» se juegan buena parte de las disputas geopolíticas de la actualidad. Por un lado, aparecen las nostalgias imperiales, tanto de los rusos como de los turcos e incluso de Irán sobre un territorio por el cual todos creen tener derecho a reclamar. Ese aspecto, complementado con disputas históricas, permite comprender alianzas naturales y otras no tanto. Desde ya, los turcos apoyan a Azerbaiyán, pero los rusos que, a priori, deberían apoyar a Armenia, un país en el que el ruso es de facto una lengua cooficial y que literalmente depende casi por completo económicamente de Rusia, esta vez se han mantenido prescindentes, probablemente enfocados en el conflicto con Ucrania.

Maquina de coser rusa. | Dante Augusto Palma

Europa, por necesidad y por hipocresía, mientras tanto, sigue importando millones de metros cúbicos de gas de Azerbaiyán tras el intento de aislamiento de Rusia; Irán entiende que el fortalecimiento de Azerbaiyán es un peligro para la estabilidad de la región y, como si esto fuera poco, Israel ha suministrado armas a Azerbaiyán para, justamente, incomodar a Irán. En cuanto a Estados Unidos, más importantes que las estrategias de poder fuerte que suponen, por ejemplo, los ejercicios militares conjuntos que la administración Biden inició con el gobierno armenio del primer ministro Pashinyan, son las otras estrategias, las del poder blando. Para muestra, pensemos en M., nuestra protagonista del inicio de estas líneas, quien tras ofrecer ese particular pan llamado lavash y los exquisitos zhingyalov hats propios de Armenia, cuenta que ha podido reemplazar su vieja máquina de coser rusa por dos máquinas estadounidenses de última generación gracias a una ONG con fondos americanos que otorga subsidios a microemprendimientos liderados por mujeres. Todo un símbolo.

A pocos kilómetros de Khnatsakh, se encuentra Goris, la pequeña ciudad de 20.000 habitantes que, por su cercanía con Nagorno Karabaj, recibió buena parte de esos 100.000 evacuados en septiembre de 2023. Entre las construcciones de color negro de la piedra volcánica de la región que se distingue de ese color rosa que define a los principales edificios de estilo soviético que rodean la plaza de la República en la capital, Ereván, aquella que supo albergar una imponente estatua de Lenin donde hoy se encuentra el lujoso Hotel Marriott, todavía se respira la zozobra de aquellos días. Es que, de un momento para el otro, miles de familias, literalmente, dejaron todo en su tierra, pusieron sus pertenencias en el primer bolso que encontraron y partieron. Un dato en ese sentido fue el masivo abandono de mascotas.   

Cuevas de Goris. | Dante Augusto Palma

A., referente de una de las ONG que trabaja en Goris, entiende que la estrategia de nuevas alianzas llevada adelante por el Gobierno armenio ha sido errática y, sobre todo, equivocada. Por ello teme que el avance de Azerbaiyán no se detenga en Nagorno Karabaj, algo que pareciera confirmarse en toda la retórica expansionista del gobierno azerí de Ilham Alíyev, presidente desde 2003 e hijo de Heydar, quien lo precediera en la presidencia. De hecho, A. comenta la reforma de los planes de estudios en Azerbaiyán en línea con la idea de que buena parte de las regiones de Armenia no son más que un «Azerbaiyán del oeste», con ciudades que son renombradas según los términos azeríes. De la batalla por los nombres no se sigue necesariamente la batalla real y concreta por los territorios, pero en ese terreno simbólico todos sabemos que se juegan bastantes cosas.   

H., una de las evacuadas en septiembre pasado que decidió quedarse en Goris y colaborar en la ONG de A. formando parte de los trabajos de contención de los refugiados, contó que su actual marido, que es militar, estuvo desaparecido durante la guerra y que llegaron a darlo por muerto. 

Acerca de cómo se llegó a esta crisis y a su dramático desenlace, H. culpa a los malos gobernantes en general. Sin embargo, hace énfasis en el gobierno de Nagorno Karabaj y detalla lo duro que fue todo el proceso previo a la evacuación con el racionamiento de comida: «Los chicos pedían comida y agua y no podíamos dárselo. De repente estábamos viviendo como se vivía un siglo atrás».

A propósito, hace apenas unos meses, durante los días de la guerra, esas cuevas que están allí debajo del que hoy es el puesto de vigilancia azerí, al igual que sucedió durante miles de años, sirvieron de refugio a aquellos que escapaban a la muerte, en este caso, por pertenecer a una etnia.  En este marco, cobra una dolorosa actualidad esa famosa frase que se le adjudica a quien también fuera un refugiado, en este caso, un tal Albert Einstein: «No sabemos cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras».

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