El sello español en la tabla periódica (I): Antonio de Ulloa, descubridor del platino
Este marino de la Armada halló este metal precioso en Colombia, durante una expedición científica
A pesar de lo depauperada que se ha visto la educación en nuestro país durante las últimas décadas, los chavales de hoy todavía siguen teniendo algún contacto con las bases de la química. En efecto, en últimos cursos de la ESO los chicos comienzan su inmersión en la tabla periódica, memorizando los elementos y hasta sus valencias.
Pues bien, lo que seguramente no les cuentan a nuestros pupilos es que tres de esos elementos fueron dados a conocer a la comunidad científica gracias a españoles. Concretamente, el platino se lo debemos a Antonio de Ulloa; el wolframio, a los hermanos Fausto y Juan José Elhuyar; y el vanadio, a Andrés Manuel del Río. Así pues, iremos conociendo sus historias en los próximos tres episodios de Ilustres olvidados.
Antonio de Ulloa, un marino con alma de científico
Por orden cronológico, comenzamos por la vida de Antonio de Ulloa. Nacido en 1716 en una familia de hidalgos sevillanos, el joven Antonio se enroló en la Armada a los 14 años. En 1733, participó en la campaña de Italia contra el emperador austriaco para defender las aspiraciones del futuro Carlos III sobre el trono de Nápoles.
Pero, además de las armas, la gran pasión de Antonio era la ciencia. De ahí que en un año después se embarcase en una ambiciosa expedición a Ecuador organizada por la Academia de Ciencias de París y por la Corona española. El objetivo del viaje era medir la longitud del meridiano ecuatorial y cerrar el debate sobre la figura de la Tierra, una controversia que Voltaire había resumido como la cuestión de si nuestro planeta tenía forma de melón o de sandía.
La parte francesa envió como representación a sus científicos de mayor renombre. Por eso, sorprendió que la Corona española incluyese en su delegación a dos guardiamarinas insultantemente jóvenes como el propio Ulloa y Jorge Juan. Tan sorprendente era su precocidad que se tomó la decisión de promocionarlos cuatro grados en el escalafón, hasta tenientes de navío, para igualarles con sus colegas franceses.
Los dos marinos españoles pasaron diez años en aquella expedición —con un breve hiato para defender los intereses de la Corona en el Pacífico frente a una flota británica—. En su viaje de regreso, no obstante, el navío francés en el que viajaba Ulloa fue capturado por los ingleses y el marino español fue trasladado prisionero a Londres. No obstante, y sin que sirva de precedente, los británicos se comportaron con caballerosidad y no sólo liberaron a Ulloa, sino que lo nombraron miembro de la prestigiosa Royal Society, uno de los organismos científicos más prestigiosos del momento.
Un ilustrado polifacético
La trayectoria de Ulloa después de aquel viaje todavía fue muy dilatada y muy variada, lo que deja a las claras su condición de hombre de la Ilustración. Por ejemplo, actuó como lo que hoy llamaríamos espía industrial en varios países europeos por encargo del marqués de la Ensenada, uno de los más destacados estadistas de la Ilustración española. Aquello llevó a Ulloa, cuando volvió a nuestro país, a supervisar las obras de construcción del Canal de Castilla, basándose en lo aprendido de las infraestructuras hidráulicas francesas.
Pero esta encomienda fue sólo una de las muchas en las que se puso al frente Ulloa. Otras fueron tan diversas como la Casa de Geografía, el Gabinete de Historia Natural, el Laboratorio Metalúrgico, el Jardín de Plantas de Madrid, las minas de azogue de Almadén o las fábricas de paños de Ezcaray, Navarra y Segovia. Tras aquel periplo, se dedicó a tareas docentes en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.
Los años siguientes estuvieron marcados por mandos militares. Por ejemplo, se le nombró gobernador de la ciudad peruana de Huancavelica y, más tarde, de la Luisiana española. También tuvo el honor de ser el último comandante de la Flota de Indias, la escuadra encargada de proteger el comercio entre la España peninsular y el rico virreinato de Nueva España, así como Filipinas, antes de que Carlos III la hiciera desaparecer. Por cierto, que durante aquel mando Ulloa todavía tuvo tiempo de ser testigo de un eclipse solar, sobre el que escribió un estudio que gozó de amplia repercusión científica en Europa.
El descubrimiento del platino
Los últimos años de Ulloa transcurrieron dedicados al estudio del platino, incluyendo no sólo el aspecto científico, sino también el comercial. Pero volvamos a la expedición ecuatorial porque fue allí donde Ulloa hizo su descubrimiento de este metal precioso.
En efecto, fue en la actual Colombia donde Ulloa identificó aquel nuevo elemento que luego vino en llamarse platino. El marino advirtió su presencia en las minas de oro aluviales que los españoles explotaban en la zona. Así, junto a los granos de oro que se recogían, aparecía una especie de escoria de color plateado. Ulloa escribe que ese nuevo metal es «de tanta resistencia que no es fácil romperlo ni desmenuzarlo con la fuerza del golpe sobre el yunque de acero. Porque ni la calcinación la vence, ni arbitrio para extraer el metal que encierra, sino a expensas de mucho trabajo y costo».
Hoy en día el platino tiene multitud de aplicaciones. Por ejemplo, en joyería, sector en el que es un metal muy apreciado; también en medicina, como parte de la quimioterapia contra ciertos tipos de cáncer, así como en implantes o en prótesis dentales. En el terreno de la electrónica, se usa para fabricar discos duros de ordenadores o cables de fibra óptica. Además, es un metal necesario en la producción de manufacturas tan diversas como los catalizadores para coches, el vidrio, los fertilizantes, los explosivos o en el proceso de refinación del petróleo. Sí, todo esto, gracias al hallazgo de un español.