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Historias de la historia

Made in Israel

La asombrosa operación del servicio secreto israelí haciendo estallar los buscas de Hezbollah sólo se puede comparar a la Guerra de los Seis Días, otro hito en la Historia militar

Made in Israel

El general en jefe del ejército israelí, Isaac Rabin (derecha), con el ministro de defensa, Dayan (centro), entran en Jerusalén recién conquistada, durante la Guerra de los Seis Días. | Agencias

En la primavera de 1967 los tambores de guerra comenzaron a batir en Oriente Medio. Egipto, la nación más importante del mundo árabe, regida por el general Nasser que era una figura carismática, comenzó a acumular tropas en el Sinaí para ejercer presión sobre Israel, en aquel tiempo un estado de muy reducido territorio y con una población de solamente tres millones. Jordania y Siria se sumaron a la actitud beligerante egipcia, completando el cerco sobre Israel.

Nadie sabe si las exaltadas proclamas de Nasser se habrían traducido finalmente en una ofensiva militar contra el Estado judío, pero el establishment militar israelí, encabezado por el general Isaac Rabin, comandante en jefe de las fuerzas armadas, no quiso arriesgarse. Rabin movilizó a los reservistas y convenció al gobierno de la necesidad de un ataque preventivo por sorpresa.

Eso sí que no se lo esperaba nadie, porque en 1967 Israel parecía un ratón acorralado por grandes felinos, y desde luego estaba a años luz de poseer una fuerza militar como la actual, que por su tecnología es de las más potentes del mundo. Los que menos se lo esperaban, parece ser, eran los pilotos egipcios, que estaban desayunando a las 7’45 de la mañana del 5 de junio, cuando los aviones israelíes aparecieron de pronto sobre sus bases y empezaron el ataque.

La aviación israelí contaba con 200 aparatos de combate y lanzó la práctica totalidad de ellos sobre los aeródromos militares egipcios. Los pilotos israelíes, de una gran pericia, se acercaron a sus presas volando a muy baja altura sobre las aguas del Mediterráneo y el Mar Rojo, fuera de la cobertura del radar. Los egipcios no guardaban sus aviones en refugios antibombardeo, sino que los estacionaban en las pistas, de modo que para los israelíes fue como unas prácticas de tiro sobre blancos inmóviles. Además lanzaron bombas especiales que destrozaban las pistas, para que los aviones que se salvasen no pudieran despegar.

En realidad se salvaron muy pocos. Los pilotos israelíes, cuando agotaron las municiones, regresaron a sus bases, recargaron y volvieron al ataque. En unas horas los egipcios perdieron al menos 338 aviones de combate. La aviación militar egipcia había dejado de existir para el resto de la guerra.

Todavía esa tarde los pilotos israelíes tuvieron tiempo para atacar las bases aéreas de Siria y, aunque parezca mentira, también sorprendieron a los aviones sirios en tierra. Destruyeron dos tercios de la aviación siria, y el tercio que se salvó se retiró a bases más alejadas y no intervino en el resto de la guerra.

Lo que vino después fueron cuatro días de cacería en el desierto. Egipto había acumulado 100.000 hombres y 1.000 tanques en la península del Sinaí, pero en territorio desértico, sin lugares donde refugiarse, al perder su cobertura aérea eran un blanco indefenso para la aviación israelí. Israel contaba con varios pilotos entrenados por cada avión, de manera que se revelaban a los mandos y siempre había pilotos frescos dispuestos a atacar con mortal precisión. 

El ejército israelí atacaba en combinación con su aviación, y fue barriendo a los egipcios, que no veían más salida que rendirse por millares. En cuatro días también había desaparecido el ejército de tierra de Egipto y los israelíes estaban en el Canal de Suez.

Eliminado el peligro mayor las fuerzas judías centraron su atención en el frente jordano, desde donde estaban bombardeando con artillería incluso Tel Aviv. Eliminaron a la pequeña fuerza aérea jordana y únicamente tuvieron que emplearse a fondo para conquistar la Ciudad Vieja de Jerusalén, lo que lograron el 7 de junio, tercer día de la guerra. La ocupación de Cisjordania fue poco más que un paseo militar.

  El tercer frente, el de los Altos del Golán, desde donde Siria dominaba las llanuras de Galilea, estuvo en relativa calma los primeros cuatro días de guerra, pero el 9 de junio Israel se lanzó al ataque. Como anécdota el ejército judío se había reforzado con material militar capturado a los egipcios. Fueron dos días de duro combate, pero al final los israelíes se habían adueñado de los Altos del Golán. La guerra había terminado.

El mundo se quedó atónito. En toda la Historia Universal no había ejemplo de guerra más exitosa, era realmente la historia bíblica del adolescente David venciendo con su honda al gigante Goliat. El ejército y sobre todo la aviación israelí habían creado un nuevo parámetro, y desde entonces se supo que los países árabes no amenazaban al pequeño Israel, sino que era al revés.

Cando los periodistas le preguntaron al artífice de aquella victoria, el general Rabin, cómo bautizaría aquella guerra prodigiosa, respondió con sencillez: «Guerra de los Seis Días».

Teléfono trampa

Treinta años después, en otoño de 1995, la paz en Oriente Medio parecía al alcance de la mano y el artífice volvía a ser Isaac Rabin. Tras las negociaciones secretas de Oslo, en las que por primera vez se sentaron a hablar cara a cara los dos enemigos, Rabin, ahora primer ministro de Israel, y el líder palestino Yasser Arafat firmaron la Paz de Washington de 1993, con el presidente Clinton de testigo.

Rabin le transfirió la administración de los Territorios Ocupados a una Autoridad Nacional Palestina encabezada por Arafat. Era el primer paso hacia el reconocimiento del Estado de Palestina, aunque de momento los negociadores judíos no querían pronunciar esas palabras, porque en Israel había mucha oposición a las concesiones que estaba haciendo el gobierno de Rabin.

El siguiente paso era el de legitimar democráticamente a esa Autoridad Nacional, es decir, celebrar unas elecciones libres y limpias, de las que saldría un presidente y un parlamento. La Unión Europea asumió la responsabilidad de celebrar esos comicios, convocados para el 20 de enero de 1996. Una legión europea de juristas, parlamentarios, policías y expertos en Oriente Medio, entre los que estaba quien esto escribe, fue desplegada por Palestina desde tres meses antes de la cita electoral. Nuestra misión era organizar y supervisar el proceso electoral, lo que hicimos con pocas dificultades, dada la buena voluntad de prácticamente todos los palestinos. Además existía una amplia infraestructura de escuelas palestinas, con instalaciones adecuadas para convertirse en colegios electorales. 

El principal problema que tuvimos fue encontrar a alguien que se presentase a las elecciones como rival de Arafat. Todos daban por vencedor arrasador al indiscutible caudillo de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) y nadie quería asumir el papel de perdedor. Finalmente fue una mujer quien dio el paso adelante, Umm Khalil. Era una histórica militante de izquierdas respetada por todo el mundo, y obtendría un digno 10 por 100 de los votos.

Había una mínima oposición en Palestina. La organización islamista Hamas rechazaba el proceso de paz, pero en aquella época Hamas no tenía el poderío que alcanzaría décadas después. Un responsable de la OLP había declarado al diario Le Monde: «Los islamistas no darán problemas, sabemos quiénes son, dónde viven, y en una noche podríamos acabar con ellos».

El problema estaba en el otro campo, en Israel, donde la oposición al proceso de paz era tan poderosa como para ganar las siguientes elecciones. Y ese problema cristalizó en dos asesinatos que de hecho matarían toda esperanza de paz. El 4 de noviembre de 1995 un extremista judío pudo acercarse al primer ministro Rabin, sin que su escolta hiciera nada, le disparó por la espalda y lo mató.

Sin la jefatura de Rabin era imposible el camino de la paz. El movimiento pacifista en Israel era muy amplio, pero no mayoritario, y hacía falta un auténtico guerrero, un héroe nacional incontestado, para que la mayoría del país se tragase el sapo de «devolver» a los palestinos sus territorios. Esas cualidades solamente las poseía Isaac Rabin, el primer soldado de Israel, el general en jefe que planificó y realizó la Guerra de los Seis Días, la hazaña más asombrosa de la Historia militar.

El segundo asesinato ocurrió dos semanas antes de la cita electoral. El 5 de enero de 1996 un conocido terrorista de Hamas apodado el Ingeniero, porque era quien fabricaba las bombas que utilizaban los islamistas en sus atentados, recibió una llamada de teléfono. Cogió su motorola, uno de los primeros teléfonos móviles, de tamaño que ahora nos parece gigantesco, y cuando se lo acercó al oído y dijo «¿diga?», hizo explosión y lo mató en el acto.

El teléfono había estado en una tienda de Tel Aviv por una avería, y allí lo había manipulado el Shin Bet (servicio de seguridad interior israelí) colocándole un explosivo, que detonó por control remoto cuando oyó la voz del Ingeniero. El terrorista de Hamas no representaba en aquel momento ninguna amenaza, según los propios informes del Shin Bet, se había retirado a Gaza donde el control de la OLP sobre los islamistas era eficaz. Sin embargo había muchas cuentas pendientes por atentados anteriores.

Lo importante de ese asesinato por control remoto es que demostraba que los servicios oficiales, dependientes del gobierno, no tenían ningún interés en mantener el proceso de paz. Y que sería el antecedente de lo que le han hecho ahora a Hezbollah.  

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