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Ilustres olvidados

Ana de Jesús, mano derecha de santa Teresa, y una monja «hecha para gobernar un imperio»

Esta religiosa fue fundamental en la reforma de las carmelitas descalzas iniciada por la santa de Ávila

Ana de Jesús, mano derecha de santa Teresa, y una monja «hecha para gobernar un imperio»

Retrato de Ana de Jesús. | Anónimo

No es exagerado decir que Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús, es una de las grandes mujeres no ya de la historia de España, sino de la historia universal. La santa de Ávila es, por supuesto, una importante figura de la Iglesia, pero su influencia ha ido más allá del ámbito eclesial. No en vano, por ejemplo, desde 2016 se celebra en España el Día de las Escritoras, una conmemoración para la que se escogió como fecha el lunes más cercano al 15 de octubre, fiesta de santa Teresa.

Pues bien, la mención a la mística abulense viene a propósito de que hace tres semanas, el papa Francisco declaró beata a la española Ana Lobera Torres. Esta mujer, más conocida por su nombre de monja, Ana de Jesús, fue la mano derecha de santa Teresa en su reforma del Carmelo. En tal consideración tenía la santa de Ávila a su compañera, que llegó a decir de ella que «estaba hecha para gobernar un imperio». Por su parte, san Juan de la Cruz le dedicó su obra más famosa, Cántico espiritual.

Ana Lobera Torres nació en Medina del Campo, Valladolid, en 1545. Era, por tanto, treinta años más joven que santa Teresa. Su familia era de la nobleza, pero de una venida a menos. Su padre murió al poco de nacer ella y su madre, cuando Ana tenía apenas tenía nueve años. Así, la joven y su hermano quedaron al cargo de su abuela.

Carmelita descalza

La abuela en cuestión, como casi todas las abuelas, estaba empeñada en casar a Ana con un mozo de buena familia. Sin embargo, la joven pronto empezó a dar signos de que su vida podía ir por otros derroteros. Bajo la dirección espiritual del jesuita Pedro Rodríguez, Ana comenzó a sentir la llamada de la vida consagrada, aunque, ante la relajación de la regla que se vivía en muchos conventos, tenía dudas acerca de en qué orden profesar.

La respuesta llegó cuando el padre Rodríguez se topó en Toledo con la actividad de Teresa de Jesús, que había fundado en la ciudad el quinto convento de las carmelitas descalzas reformadas. El sacerdote escribió a Ana informándole de que al abrigo de Teresa podía encontrar el estilo de vida que buscaba. La joven ingresó en el convento de San José de Ávila, del que Teresa era priora, en julio de 1570, a los 24 años de edad.

Entre santa Teresa y san Juan de la Cruz

No obstante, no duraría mucho Ana de Jesús en Ávila. Enseguida la reclamó santa Teresa para irse con ella a fundar un nuevo convento en Salamanca. Fue en la ciudad universitaria donde la doctora de la Iglesia acabó por ver en Ana a una de sus más estrechas colaboradoras. Así, cuando Teresa tuvo que partir a Medina del Campo, dejó a Ana a cargo de las novicias y aconsejó a la priora que consultase con ella todos los asuntos. La confianza de Teresa en Ana también se manifestó en que compartía celda con ella y en que se la llevó para una fundación en Beas de Segura, nombrándola priora de aquel nuevo convento.

También en esos años trabó una estrecha relación con san Juan de la Cruz. El místico viajó a Ávila en 1581 para llevarse a santa Teresa a Granada, para que fundase allí un convento. La reformadora, sin embargo, se dirigía a Burgos a iniciar otro priorato, por lo que fue Ana de Jesús quien se trasladó a Granada con san Juan para fundar. Como priora del convento de la ciudad nazarí, Ana pasó varios años al lado de san Juan, que a su vez fue nombrado prior de los frailes de Granada. También a petición de san Juan, Ana fundó un nuevo convento en Málaga.

Figura principal a la muerte de la fundadora

Tras la muerte de Teresa, Ana se convirtió en una de las cabezas más visibles de las carmelitas reformadas. Suya fue la responsabilidad de fundar convento en Madrid, la capital del reino, a expensas de las hermanas de Felipe II. También recibió el encargo de recopilar los escritos de santa Teresa para que fray Luis de León pudiese publicarlos. También fue grande el impacto que Ana provocó en el agustino, que le dedicó su comentario al libro de Job.

Con todo, no todo fueron triunfos. Ana intervino en una disputa con el resto de prioras en el que logró que el papa Sixto V no modificara las constituciones de la orden escritas por santa Teresa. Esta victoria, sin embargo, le trajo difamaciones y hasta un arresto conventual. Para alejarse de todo aquello, Ana volvió al convento de Salamanca, donde fue elegida priora para disgusto de sus adversarios.

Aventura europea

En 1604, la vida de Ana de Jesús dio un vuelco cuando partió a Francia a seguir erigiendo conventos. Ese mismo año iniciaron uno en París, de la que ella fue nombrada primera priora. Al año siguiente, se repitió la operación en Dijon. Allí, Ana enfermó de peste, pero se atribuye su milagrosa curación a un velo de santa Teresa. Su última fundación francesa fue en Amiens.

Pero Ana no volvería a España, sino que a instancias de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos, partió a Bruselas para fundar otro convento allí. A la capital, le siguieron nuevos prioratos en Lovaina y Mons. De vuelta a Bruselas, fue nombrada priora vitalicia. Pasó sus últimos años postrada por una dolorosa enfermedad. Murió el 4 de marzo de 1621. Se cuenta que, durante su funeral, una monja que estaba tullida besó su cuerpo insepulto y se curó. Como decíamos al principio, fue beatificada por el papa Francisco este 29 de septiembre.

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