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Cultura

Las entrañas del poder

«El poder real, el que se ejerce desde una situación privilegiada, apuesta siempre por la extrema opacidad»

Las entrañas del poder

El Capitolio de EEUU. | Ron Lyon (Zuma Press)

«Las condiciones reales del ejercicio del poder y de su sostenimiento siguen estando casi totalmente ocultas. El saber no entra en ello: eso no debe saberse», dijo Michel Foucault en Microfísica del poder. Se trata de uno de sus pensamientos más acertados y, desgraciadamente, menos desarrollados por el filósofo de Poitiers, que se pasó la vida hablando del poder, pero que rara vez penetró en sus entrañas. Puedes deconstruir el Estado francés, puedes desmontar su estructura piramidal, pero ¿qué sabes de todo lo que se cuece en el palacio presidencial, de las alianzas turbias, de las conversaciones en el ala oscura del Elíseo, de los pactos en las sombras, de las pulsiones que se desbordan en algunos momentos, y de los sumideros donde van a parar las heces del sistema?

Lo dicho sobre Francia valdría también para España y para cualquier otro país de la tierra. El poder real, el que se ejerce desde una situación privilegiada, apuesta siempre por la extrema opacidad en la que no pueda entrar el saber, como pensaba Foucault, pues no entra en los dominios de lo nombrable lo que sólo puede nombrarse en la oscuridad. De hecho, se podría decir que el poder real es la posibilidad de ejecutar movimientos deleznables, o que podrían ser considerados como tales por la opinión general, sin grandes consecuencias.

Como el asunto me preocupa desde hace tiempo, en algún momento pensé que ese clamoroso vacío se podría llenar con el testimonio a tumba abierta de algún expresidente que en un feliz momento decidiera contar su verdad sobre el poder. Pensaba que ese individuo le haría un gran favor a la humanidad al iluminar las intimidades del laberinto: sus reuniones, sus acuerdos, su contabilidad, sus palabras, sus silencios, sus abusos de toda índole: políticos, económicos, morales y sexuales. Ahora tengo del todo descartada la posibilidad de que salga un expolítico heroico. Basta con leer las memorias de los expresidentes: son relatos exculpatorios, preñados de narcisismo, fundamentados en la superficialidad y guiados además por una visión equivocada de la historia: ven la historia como un relato, más bien solemne, que oculta lo esencial, ignorando voluntariamente que la historia es un desentrañamiento y una apuesta por la verdad, con todas sus consecuencias.

Cuando llegaron al poder entraron en un club del que ya no quieren salir, de modo que pueden abandonar la política pero nunca van a abandonar la opacidad que amparó todas las operaciones orquestales en la oscuridad, que conocieron de primera mano y que siguen sustentando con su silencio. Además todos sabemos que entran en un sistema de puertas giratorias que exige discreción acerca de los ángulos opacos del poder, así que se pasan la vida girando en la misma noria, adoptando un discurso pantalla concebido y construido desde la gramática de la oscuridad.

El apego de los gobiernos a la opacidad se percibe con claridad en el hecho de que todos los partidos, cuando llegan al poder, intentan apoderase de la justicia para asegurarse la impunidad y el silencio. ¿Cómo escapar de este círculo vicioso? Lo veo muy difícil porque seguimos anclados en una idea arcaica del poder, que no ha cambiado demasiado desde la antigüedad. Recuerdo a Deleuze diciendo en una de sus clases que cuando la gente lee los comunicados del gobierno, percibe las mentiras, pero las acepta pues se supone que el poder real ha de llevarse a cabo en la oscuridad, y que ha de omitirse la verdad siempre que se considere necesario. Dicho de otra manera: la ciudadanía sabe cuando le mienten, pero acepta las mentiras como una estrategia del Estado basada en una idea anticuada y cínica de la política.

«A la hora de la verdad, sólo la prensa, cuando es libre y soberana, araña a veces las entrañas del poder»

No habrá cambios fundamentales mientras no se abra la caja negra de un poder que sigue estando sacralizado, y toda sacralización se apoya en el misterio, en lo que no puede saberse, en lo que ni siquiera puede entenderse. La transparencia continuará siendo un proyecto imposible mientras el saber no entre en la interioridad del poder. Sí, podemos desmontar muchas estructuras estatales vinculadas al poder en general, podemos deconstruir la educación, la familia, el estatuto del hombre y la mujer, los géneros, los sexos, las clases sociales, la economía y la historia, pero si no penetramos en las entrañas del poder real estaremos quedándonos en la superficie del problema, negándonos a ver una carta que ha estado siempre sobre la mesa.

A la hora de la verdad sólo la prensa, cuando es libre y soberana, araña a veces las entrañas del poder, a menudo ignoradas por las ciencias sociales, que prefieren entregarse al estudio de las superestructuras del sistema en lugar de entrar en su corazón.

¿Por qué las ciencias sociales, que tanto hablan de poder y que lo encuentran hasta debajo de las piedras, rara vez se acercan a la intimidad del problema, a su sofocante intimidad? Por una razón que desconcierta: porque también ellas tienen una idea sacralizada del poder y no hacen nada para iluminar sus trastiendas. Llegan a una casa y exploran todos los cuartos, pero se olvidan del sótano, donde cohabitan las sombras y la materia infecta. Normal: el saber no entra en la intimidad del poder, vino a decir el autor de La voluntad de saber y al que su voluntad, muy firme casi siempre, no le alcanzó para explorar de verdad lo que atañe al ejercicio del poder y a su mantenimiento.

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