Asturias en 1937: república independiente
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
En estos días de octubre de 2024, el Instituto Cervantes se ha visto obligado a cancelar el curso de «Introducción a la Lengua Asturiana» anunciado el pasado mes de septiembre en su sede en Nueva York por falta de alumnos inscritos. Solo se inscribió una persona, cuando el mínimo eran tres. Suena extraño, pero en 1937, Asturias se declaró República Independiente. Si hubiera seguido adelante, es muy probable que el ‘asturiano’ fuera hoy su lengua oficial.
Quien hizo aquella hazaña fue Belarmino Tomás, un líder de la izquierda asturiana que aprovechó la desvertebración y la falta de autoridad del gobierno de la República para declarar la independencia de Asturias-León. Belarmino desoyó la unidad que reclamó Largo Caballero como presidente de la República, y no atendió a las órdenes de Juan Negrín. Era 1937. La aventura ‘indepe’ de Belarmino duró 57 días. El Gobierno republicano señaló que aquello era «cantonalismo» y le llamó «traidor».
Belarmino Tomás nació en Gijón en 1892. Como muchos otros, trabajó en la mina y comenzó a militar en organizaciones izquierdistas. Ingresó en El Despertar Minero en 1908, de tendencia anarquista, pero dos años después comenzó su andadura en la UGT. Participó en la revolución de 1917 como socialista, soñando con establecer el sóviet español, cosa que hizo veinte años después.
A partir de 1917 empezó su carrera político-sindical, incluido el periodo de la dictadura de Primo de Rivera, en la que participó como la mayoría del PSOE. Esto no quitó que, cesado el dictador por Alfonso XIII, se levantara en armas contra la monarquía en diciembre de 1930.
El PSOE no era entonces precisamente un partido demócrata defensor de los derechos humanos, sino un partido revolucionario con ideas totalitarias. Por eso, los socialistas organizaron el golpe de Estado contra la República en octubre de 1934, demostrando que eso de las urnas y la legalidad republicana eran demasiado burguesas para su mesianismo salvador. No olvidemos que la izquierda y los nacionalistas catalanes pensaban que el régimen de 1931 era suyo, y que no toleraron la victoria de la derecha en las elecciones de 1933, dando entonces una «alerta antifascista» que llenó España de sangre y que mató la República. Belarmino Tomás fue uno de los líderes del autotitulado «comité revolucionario» de Asturias en octubre de 1934, cuyo movimiento fracasó, como sabemos. Belarmino fue encarcelado, juzgado y condenado a muerte, pena que se conmutó por la de cárcel. A pesar de esto fue elegido diputado en las elecciones de febrero de 1936 por Asturias en la candidatura del Frente Popular, devolviendo a Belarmino Tomás a las Cortes.
El golpe de Estado de Franco de 1936 dio la oportunidad a los miembros del Frente Popular para hacer cada uno su particular revolución. Belarmino Tomás, diputado del PSOE, llevó columnas de mineros armados contra las tropas del general Aranda, en Oviedo, y fracasó. No solo eso. El ejército franquista venció en Santander. Quedó entonces Asturias dividida y aislada. Era agosto de 1937.
El Consejo de Asturias y León se reunió entonces para pensar su futuro. Belarmino propuso la independencia. La idea fue aplaudida por los anarquistas de la CNT, FAI, y las Juventudes Libertarias. También fue del agrado de la mayoría del PSOE y UGT. A Izquierda Republicana, que no pintaba nada, no le gustó. Solo los comunistas protestaron. Belarmino Tomás decretó así la independencia de Asturias y León, gobernada por un Consejo Soberano con él de presidente. Y tan contento, emitió su propia moneda -los «belarminos»- y pidió su ingreso en la Sociedad de Naciones.
El Gobierno de la República le acusó de traidor. Azaña le censuró con dureza. El republicano escribió que Belarmino Tomás tenía una «desmesurada ambición de mando», y que justificaba su «Gobiernín Soberano», una cosa «extravagante», con «fanfarronadas» sobre un fácil triunfo sobre los sublevados.
Belarmino, por su parte, justificaba su independencia por el objetivo de «vencer al fascismo». Es decir: era más importante, decía, impedir el «avance fascista» que ser leal a la República. No faltó el arroparse en la voluntad general al decir que su intención era encarnar el «sentimiento político y social del pueblo».
En realidad, Belarmino y su Consejo impusieron un Sóviet, una auténtica dictadura en su territorio. Cerró cafés y restaurantes, estableció el toque de queda, prohibió la tenencia de radios y la libertad de movimientos. Además, abolió la propiedad privada a su antojo, puso la economía en manos de los sindicatos, y ordenó, como siempre, la represión interna. La gente no podía moverse, informarse, reunirse ni opinar sin su consentimiento.
Mientras, las tropas franquistas avanzaban. El Consejo Soberano de Asturias, viéndose perdido, se disolvió el 20 de octubre de 1937. Dio la orden de destruir todo lo que pudiera ser útil a los sublevados, como las industrias, pero huyeron antes de hacerlo. Los comunistas propusieron resistir hasta la muerte, siguiendo la orden de Negrín, aunque los demás consejeros votaron por la salida rápida desde los puertos de Gijón, Avilés y Candás. Belarmino tomó un barco y dejó a su suerte a los implicados en la intentona. El Gobierno republicano, no obstante, buscó un acomodo a Belarmino. En otro desastre, no se les ocurrió otra cosa que dar a un exdiputado con formación minera el Comisariado General de Aire, el mando de la aviación, lo que supuso muchos problemas con los militares.
¿Qué fue de Belarmino tras 1939? Siguió a Indalecio Prieto a México, y dirigió la UGT frente a las tendencias comunistas de Román González Peña, viejo compañero suyo en Asturias. Murió allí. Hoy sus restos mortales descansan en Langreo.
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