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Jorge Freire: «Por fin nos hemos sacudido el fantasma de la excepcionalidad española»

El filósofo publica ‘Los extrañados’, un relato sobre la vida de cuatro autores del siglo XX con una peculiaridad en común

Jorge Freire: «Por fin nos hemos sacudido el fantasma de la excepcionalidad española»

El filósofo y escritor Jorge Freire. | Jaime Susanna

La entrevista se celebra en un día lluvioso, de esos en que Madrid rezuma caos en cada alcantarilla. Jorge Freire se ha procurado un lugar conocido y familiar. Ha tenido en cuenta que sea tranquilo para charlar, y lo suficientemente fotogénico. Se nota que tiene muchas entrevistas a sus espaldas.

La revista El Cultural definió a Freire, colaborador habitual de THE OBJECTIVE, como uno de los diez filósofos jóvenes que marcarán las próximas décadas. A sus 39 años tiene más bagaje cultural que muchos que peinan canas. Habla rápido, como si su lengua fuese a la zaga de una mente demasiado ágil. Muestra contradicciones y certezas; escepticismo con ramalazos de esperanza; y seguridad, sin ser tajante. Un tipo elegante que no escatima en tacos, ni teme lanzar dardos a la realidad que le rodea.

Su nuevo libro, Los extrañados, rompe el guion de su obra. El relato pasea por las guerras mundiales, la proclamación de la Segunda República, la Guerra Civil y los años de plomo de ETA. Cuatro vidas convulsas en tiempos convulsísimos. Freire escribe sobre ellos porque tienen un patrón común: el extrañamiento.

P. G. Wodehouse, Edith Wharton, José Bergamín y Vicente Blasco Ibañez. Cuatro grandes plumas del siglo XX que se pueden tachar de apátridas. Gente de ningún sitio, mucho antes de que se acuñara eso de «ciudadano del mundo». Cuatro raras avis que nunca se reconciliaron del todo con la tierra que les vio nacer. ¿Por qué?

Hay una definición de patria para cada persona que habita el mundo, pero no hay entradas en el diccionario para todos. Algo bien delimitado sobre un mapa es a la vez tan etéreo y subjetivo. «Tu país son tus amigos», dijo Federico Luppi en Martín (Hache). También lo puede ser tu barrio, tu ciudad, tu arte, tu religión o, incluso, un ideal que nunca existió, pero por el que estás dispuesto a luchar a fuego y sangre bandera en mano.

El filósofo viene a arrojar luz sobre las razones de este extrañamiento. Y lo hace, por primera vez, con un relato novelado y no con un ensayo. Un libro corto en el que describe de forma amena vidas peculiares. Un relato detallado, bien documentado, de prosa culta y con toques de humor.

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Jorge Freire
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PREGUNTA.- Tengo la teoría de que si alguien escribe de algo es porque se siente, de alguna manera, identificado con sus personajes, con la época, el entorno o los motivos que hacen avanzar la trama. ¿Es su caso?

RESPUESTA.- Por supuesto. Mira, yo no tengo ningún interés en la novela entendida como chismorreo. Tipo, «la marquesa sale a las cinco de su casa…». Bueno, ¿y a mí qué cojones me importa? Me da igual. Sin embargo, la novela, entendida no solo como conocimiento de los demás, sino sobre todo como autoconocimiento, me parece uno de los géneros literarios más elevados que hay. Creo que cuando uno lee novelas busca esclarecer la condición humana y su propia condición, y cuando uno escribe algo parecido a la novela, algo narrativo, en realidad, está tratando de explicarse a sí mismo. Yo creo que todos los libros que he escrito han sido sobre mí mismo, pero de una forma velada. Cuando yo en Agitación hablo sobre el homo agitatus, en realidad yo soy el homo agitatus. Cuando en Hazte quien eres hablo sobre el individualista que se tapa el ombligo, pues también estoy lanzando dardos a esa diana que soy yo. Al final, el principal extrañado soy yo. Al inicio del libro, en el frontis, hay una frase de Montaigne que yo creo que lo deja bastante claro. «No he visto monstruo ni milagro más patente que yo mismo». Lo más raro que nos podamos encontrar es eso, nosotros mismos.

«Todos en nuestra vida en algún momento hemos sentido esa cosa tan universal de que no terminamos de encajar»

El caso del extrañamiento creo que es una experiencia universal, aunque parta de cuatro casos particulares. En buena medida porque he querido partir de la anécdota hacia la categoría. Y yo creo que al final todos en nuestra vida en algún momento hemos sentido esa cosa tan universal de que no terminamos de encajar, de que somos como teselas que no encajan en el mosaico, aunque seamos gente sociable, gente extrovertida, aunque nos guste estar rodeados de personas, aunque nos guste la cháchara insustancial o que nos guste la conversación fática. Puede suceder que incluso rodeados de gente y estando a gusto nos sintamos solos. Yo creo que todo adolescente lo ha sentido. Yo como adulto también lo siento. A veces incluso estoy rodeado de los míos y siento una cierta soledad, ¿no? Yo creo que las personas que usamos la pluma tenemos algo de solitarios, precisamente porque la soledad es la condición previa para escribir.

P.- ¿Por qué ha juntado a estos personajes en un libro? ¿Por qué estos y no otros?

R.- Había más al principio. Me hubiera gustado meter al filósofo Baruch Spinoza. Pero es que es más de tres siglos anterior a los otros. Y estos compartieron un momento histórico. Todos tienen como punto de flotación la Primera Guerra Mundial. Algunos ya siendo mayores como Blasco, otros siendo más jovencitos como Bergamín. Era importante que los cuatro fueran escritores, porque hay mucha gente que ha vivido el desarraigo, pero poca gente ha dejado negro sobre blanco sus impresiones. Convenía que fueran escritores más o menos narrativos, que no fueran ensayistas.

Mira, yo he abandonado el género puramente filosófico en este libro, porque me he dado cuenta de que el extrañamiento no puede explicarse, sólo puede narrarse. Sólo puede contarse porque el extrañamiento se sustrae de una teoría, se sustrae de una conceptualización filosófica. En el prólogo intento definir qué es el extrañamiento, pero al final lo deja un poco abierto. Solo lo he hecho de forma más mínima, de forma vaporosa, pero porque me he dado cuenta de que es mejor que el extrañamiento sea como un test de Rorschach en que los lectores proyecten sus propias vivencias. Borges decía en Inquisiciones que el prólogo es el espacio en el que el lugar en el que el autor es menos autor. Y eso nunca lo había entendido hasta ahora. Lo importante del libro no está en el prólogo. El prólogo es una invitación, pero es bastante engañoso. En mis libros anteriores libros, como son de filosofía, la tesis está en el prólogo. Aquí no está. Aquí hay una especie de primer acercamiento. Pero en realidad, para saber qué es extraño, hay que conocer estas cuatro historias, porque solo pueden narrarse, no pueden explicarse.

Freire sostiene un ejemplar de su libro ‘Los extrañados’. | Jaime Susanna

P.- Me da la sensación de que le ha costado soltar al filósofo para dar rienda suelta al escritor, y por eso el prólogo.

R.- Sí, por supuesto. Por supuesto que me ha costado. Yo me considero solo escritor, no me considero filósofo. De hecho, creo que la filosofía es una rama de la literatura. Si tengo que definirme, diría que soy escritor de prosa filosófica. Hay muchos tipos de prosa y la filosófica es una de ellas.

P.- ¿Jorge Freire tiene patria?

R.- Pues oye, buena pregunta. Yo no me creo eso que decía Rilke de que la única patria del hombre es la infancia. Me parece una bobería. Y más si atendemos a la infancia de Rilke, que fue una infancia desdichada. La madre lo vestía con los vestiditos de niña porque tenía una hermanita que se había muerto. Prácticamente proyectaban sobre él sus obsesiones y vivió sobreprotegido por una madre con unos cambios de humor impresionantes, con un padre que lo quería mandar a la academia militar prácticamente desde que echó el primer diente…

«Puedo entender que alguien, por ejemplo, ame a España, pero me cuesta mucho entender que alguien ame a la Unión Europea»

P.- Y a eso lo llamaba patria.

R.- Claro. ¿Cómo será estar expatriado entonces? Lo cierto es que Rilke vivió la caída del Imperio Austrohúngaro. Vio cómo se derrumbaba el suelo bajo sus pies y de alguna forma todos buscamos asideros, buscamos certidumbres y él de alguna forma tuvo que inventarse una patria, ya que la suya verdadera se había se había derrumbado. Yo sí tengo una patria. Lo que sucede es que me cuesta mucho amar cosas abstractas. Es decir, cuando la gente dice que ama la humanidad, yo creo que generalmente me están engañando o que me quieren echar la mano a la cartera. Me gusta muchísimo Dickens y en La casa lúgubre hay un capítulo que es «filantropía telescópica». Habla de una ricachona que tiene a sus hijos descuidados en medio de su casoplón. Los niños van mal vestidos, van con harapos, van sucios, pero ella, sin embargo, vuelca todo su amor en los niños de África porque no los conoce, porque piensa en ellos como objeto abstracto.

Es decir, cuando no tienes que ver a la gente, mirarla a los ojos, es más fácil quererla. Entonces, cuando la gente dice que ama, por ejemplo, la patria, puedo entender que alguien, por ejemplo, ame a España, pero me cuesta mucho entender que alguien ame a la Unión Europea. Me parece incomprensible. Yo creo que si tengo una patria sería el barrio. Tengo un orgullo de barrio muy claro y yo creo que al final la única forma de enraizar es en lo concreto. Lo original es aquello que se afianza fuertemente en su origen. Creo que la patria empieza en el barrio y a partir de ahí se va ensanchando. Son círculos concéntricos cuyo radio se va ampliando, pero que no son ilimitados. Es decir, tú no puedes amar una superestructura, no puedes amar una especie de gran organización como puede ser Europa. No tiene ningún sentido. Sí, te diría que me siento patriota. Me siento patriota y me siento español.

Y te diré que algo ha cambiado, porque a lo mejor hace unos años me habría dado un cierto remusguillo decir esto y ahora no me duelen prendas reconocerlo. Creo que no hablo solo por mí, creo que es una constante generacional. Hace 10 años a lo mejor me habría costado decir a las claras que soy español y me parece que en el último lustro nos hemos sacudido ese fantasma de la excepcionalidad. Hemos estado durante décadas mirándonos en la pletina del microscopio, con la terquedad de un neurótico. Hemos estado obsesionados con el ser de España, con el mal de España, con España como problema, con todos esos tópicos noventayochistas asquerosos que nos hacen creer que hay una especie de excepción española. En realidad nos hemos dado cuenta, creo, ya definitivamente, de que somos un país homologable a todos los países de su entorno. No hay ninguna diferencia más allá de esa diferencia que nos hemos querido creer. O sea, la diferencia era precisamente que los españoles estaban convencidos de que eran diferentes. Yo creo que al llegar a esta normalidad, y asumirla como tal, de alguna forma despertamos de ese sueño identitario. Es precisamente en este momento cuando podemos reconocer que nos sentimos orgullosos de ser españoles, de que España es un gran país y que no pasa nada por decirlo.

«Lo que da sentido a nuestra vida, lo que la hace significativa, no son precisamente aquellas cosas pragmáticas o útiles»

P: ¿Para qué sirven los filósofos en el siglo XXI?

R.- No sirven para nada. Y no lo digo con ningún tipo de nostalgia. Cuando se pregunta para qué sirve un filósofo, creo que hay que decir de forma muy ufana, de forma muy orgullosa, que no sirven para nada porque no sirven a nadie. Eso es muy importante. Cuando se trata de defender la filosofía diciendo que sirve para muchas cosas, al final se reduce a una cuestión utilitaria. Sencillamente sirve para combatir esas fuerzas gravitatorias que constantemente tiran de nosotros hacia abajo, que tratan de adocenarnos, idiotizarnos y reducirnos a la imbecilidad. La filosofía es sencillamente un desacato contra un mundo que está constantemente empequeñeciéndonos. Yo creo que ya solo con eso vale la pena.

Hay que defender la inutilidad de la filosofía. Y esto es algo que muchos filósofos no entienden. Tratan, quizá movidos por un cierto cargo de conciencia por dedicarse a una tarea más o menos indolente, de ponerse moños y decir que en realidad es muy importante para la formación de la ciudadanía, o porque es importante potenciar lo que se ha venido a llamar el pensamiento crítico, que no sé muy bien qué es. El pensamiento no es crítico. Dice Gregorio Luri que no hay pensamiento crítico sino pensamiento riguroso. Algunos dicen que es hacer que los estudiantes lo sometan todo a crítica, que de alguna forma sean como periodistas y tengan que estar con luz y taquígrafos. El profesor les dice que dos más dos son cuatro. Ellos dirán: «Bueno, espérate, que lo voy a verificar y lo voy a chequear». No sé, es una gilipollez. Lo único que hace falta es pensamiento riguroso. Entonces la filosofía seguramente no sirva para nada. Algunas de las cosas que no sirven para nada son las que más sentido tienen en la vida. Hay que diferenciar entre sentido y utilidad. Lo que da sentido a nuestra vida, lo que la hace significativa, no son precisamente aquellas cosas pragmáticas o útiles.

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