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Antonio Scurati: la buena salud del populismo de origen mussoliniano

El autor de la saga ‘M’ sobre el Duce rastrea en un nuevo ensayo sus huellas en algunos fenómenos políticos actuales

Antonio Scurati: la buena salud del populismo de origen mussoliniano

El profesor y escritor Antonio Scurati. | Harald Krichel (Wikimedia Commons)

Populismo y fascismo son términos que ocupan el centro del debate público en las últimas décadas y, sin embargo, son utilizados de tantas maneras y para definir movimientos y actitudes tan diferentes, que han devenido significantes vacíos

De aquí que un poco de claridad conceptual no venga para nada mal, especialmente si proviene de Antonio Scurati, el profesor de Literatura Contemporánea de la IULM de Milán, autor de varios ensayos y también de novelas entre las que se encuentra la saga de M sobre Benito Mussolini, un superventas en Italia con traducción a varios idiomas. 

En este caso, es la editorial Debate la que publica Fascismo y populismo, un breve texto que tiene origen en un discurso que Scurati brindara en el marco de los Rencontres Internationales de Ginebra, el 29 de septiembre de 2022, pocos días después de las elecciones que ganara Giorgia Meloni en Italia.

La ocasión no podía ser más precisa, por lo pronto, para diferenciarse de aquellos que observaban en esa decisión de los electores italianos un regreso del fascismo, justamente cien años después de aquella Marcha sobre Roma que llevaría al rey Víctor Manuel III a ofrecerle a Mussolini formar gobierno

Para Scurati, entonces, fenómenos como los de Trump, Milei, Orbán, Bolsonaro, Meloni, etc., no amenazan la democracia, aunque sí minan la calidad de la misma. Con todo, un detalle no menor, todos aquellos gobiernos o espacios de derecha que suelen ser señalados como neofascistas, se distinguirían del fascismo original en un elemento central: no recurren a la violencia contra sus adversarios políticos; se presentan a las elecciones aceptando, mal o bien, sus resultados, y su crítica a la democracia liberal de partidos no deriva en una dictadura que elimine la multiplicidad de voces representadas en los respectivos parlamentos, etc. 

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Fascismo y populismo
Antonio Scurati
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Un legado difuso

Marcando esta diferenciación, para nada menor, por cierto, Scurati, que está lejísimos de defender posiciones de derecha y llama a reflotar la cultura antifascista italiana en la que fue criada la generación de sus abuelos, hace un aporte a la precisión que, como suele ocurrir, ayuda a que las conversaciones avancen por los terrenos de la moderación y la sensatez.

Dicho esto, si bien el fenómeno fascista es irrepetible, Scurati encuentra en el populismo y los partidos soberanistas un legado fascista que puede ser difuso, indirecto y hasta inconsciente, pero que ha emergido con fuerza en los últimos años ya no como una expresión marginal y trasnochada. 

Para el autor, en Mussolini se conjuga la violencia y la seducción, y es esta combinación la que explica que un joven periodista exsocialista que en 1919 había obtenido menos de 5.000 votos, tres años después, pudiera llegar al gobierno. En otras palabras, ese tránsito vertiginoso y su sostenimiento en el poder no se pueden explicar solo por el temor infundido a través de la violencia que le es inherente al fascismo. También hay un tipo de liderazgo allí capaz de cautivar a las masas. De aquí que Mussolini sea, para Scurati, el creador del fascismo, pero también de una nueva praxis, una nueva forma de comunicar y de un nuevo tipo de liderazgo soberanista-populista. La tesis de Scurati, entonces, es que es el populismo mussoliniano, y no su fascismo violento, el que tiene vasos comunicantes con algunas de las experiencias actuales antes mencionadas.   

¿Cómo podemos definir a este populismo inaugurado por Mussolini? Scurati lo resume en siete características o reglas. Entre ellas, el clásico personalismo de «yo soy el pueblo» que se complementa con su aparente contrario: «El pueblo soy yo»; una prédica antiparlamentaria donde la labor de los legisladores es interpretada como una pérdida de tiempo, sede de la corrupción y de la degeneración patológica de un grupo de privilegiados que hace política de espaldas al pueblo; y el ya mencionado nuevo tipo de liderazgo que, a diferencia de las vanguardias esclarecidas más propias de las izquierdas, es un liderazgo que guía a las masas, ya no por ponerse al frente de ellas sino por acompañarlas. De hecho, Mussolini se autodefinía como «el hombre del después», en el sentido de que llegaba a los acontecimientos políticos una vez sucedidos, luego de la determinación popular.  

Miedo y odio

Esta idea de no ir por delante se entiende mejor con la caracterización que hace Scurati del Mussolini más joven que diferiría de aquel de los años 30 y 40 que ya posee una concepción del hombre nuevo, un programa articulado, etc. Para el Mussolini «original», el líder «no tiene ni debe tener ideas propias, carece de convicciones irrenunciables, no guarda fidelidad, no guarda lealtad, carece de estrategias a largo plazo, no guía a las masas hacia una meta lejana y elevada, que él atisba, pero las masas no ven. Muy al contrario, ese líder solo conoce tácticas y ninguna estrategia, solo oportunidades y ninguna convicción, solo praxis y ninguna teoría». 

Asimismo, otro aspecto del populismo mussoliniano es la prédica de la única pasión más potente que la esperanza: el miedo. Pero, claro está, para dejar de ser un sentimiento pasivo que lleve al retraimiento, ese miedo debe convertirse en odio, puesto que éste es un sentimiento activo y expansivo.  

Otra característica a remarcar es que opera también en el populismo una simplificación, tanto del lenguaje del líder, que apela a eslóganes y tiene poco apego a la correspondencia entre lo que dice y lo que existe, como de la complejidad de la vida moderna. Según Scurati, el populismo mussoliniano reducía todo a un enemigo: el extranjero. El resto eran solo emanaciones de ese único gran problema. 

Por último, un aspecto muy interesante, hay algo del orden de la corporalidad en el líder, como una especie de unidad entre la masa que lo venera y su cuerpo. Scurati menciona las imágenes de Mussolini con el torso desnudo trillando el trigo o nadando como un atleta, algo que también hemos visto últimamente en Putin, por ejemplo. Este vínculo desde lo físico, Scurati lo relaciona con un tipo de conexión con los seguidores que es más emocional y visceral que racional. Si la vida colectiva de un país se encarna en el cuerpo del líder, ese cuerpo es al mismo tiempo intocable e inalcanzable: se lo adora o se lo profana; se lo ama o se lo masacra. El dramático final de Mussolini sería una prueba de ello, aunque también se puede sumar la controversia en torno al cuerpo de Franco, las vejaciones y los delirios esotéricos en torno al cadáver de Eva Perón y la profanación de la tumba de Juan Domingo Perón con la posterior desaparición de sus manos, por mencionar algunos casos. 

En síntesis, Scurati hace un interesante aporte conceptual, fundamentado en su conocimiento del fascismo italiano y de Mussolini en particular, para rastrear los orígenes de un populismo que goza de buena salud y para devolver el sentido histórico al término «fascista», hoy en día devenido un latiguillo cuyo único fin es el de justificar la cancelación de conversaciones y deslegitimar a los adversarios políticos.  

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