El teatro del mundo según la ficción
El escritor mexicano Jorge Volpi reescribe el devenir de la cultura a partir de los vínculos entre la realidad y las fábulas
En periodismo antes acostumbraba a decirse que los hechos son sagrados y las opiniones, libres. En la cultura, en cambio, la realidad propone una cosa pero son los seres humanos quienes, al intentar descifrarla, disponen lo que una mayoría social tiene por cierto y aquello que, en cambio, todos consideramos falso. De aquí se deduce, igual que una saeta lanzada al aire en busca de su correspondiente diana, que la verdad de las cosas, básicamente, es una convención que puede cambiar con el tiempo e, igual que determinadas literaturas antiguas, acabar convertida en un arte arqueológico cuya emoción se ha extinguido o, al menos para nosotros, distanciados de los días de su creación, se ha transformado en pura observación.
De esta paradoja (tan fecunda) trata el ambicioso –en extensión y fondo– libro que el escritor mexicano Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) acaba de publicar en el sello Alfaguara: La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción. Una obra que, al calor de la última moda de los ensayos narrativos, donde las ideas se disfrazan de historias para no ahuyentar al gran público, se reflexiona acerca de cómo la humanidad es incapaz de comprender nada, sobre todo a sí misma, hasta que no se proyecta bajo las distintas variantes de la fábula, que son múltiples y diversas y, en su conjunto, abarcan todo el legado del conocimiento humano.
La tesis de Volpi es bastante sencilla. En esto radica su indudable atractivo: toda la historia de la humanidad, desde la teoría del Big Bang hasta los neofeminismos y la tecnología digital, pueden ser explicados a partir de una gavilla de cuentos, ficciones que nos acompañan en este mundo y que, a la postre, forman nuestro propio universo, que por tangible que nos parezca no es sino una colosal ficción contextual, un espacio delimitado donde nuestra imaginación cree que suceden las cosas. Repárese en el siguiente matiz, que en este libro es trascendente: lo que pensamos sobre el mundo, de los otros, nuestra propia idea de nosotros mismos, es consecuencia última de la ficción, cuyo significado etimológico es moldear, no inventar, pero no todas las ficciones son mentiras. Como diría Núñez de Herrera, «existen opiniones».
Sobre ellas versa este libro de Volpi, que ha elegido dividir su obra al modo antiguo –ocho libros dentro de uno, como hacían los clásicos– y disponerla con un orden cronológico y una representación (fingida) que nos presenta su larga disertación como un dialogo (imaginario) entre Gregor Samsa, el personaje que Kafka creó en La metamorfosis, y Felice Bauer, su novia (representada por el lector, al que habla el insecto-humano). El libro tiene una indudable vocación borgiana, salvo en su extensión: el gran escritor argentino no hubiera necesitado casi setecientas páginas, que son las que fatiga Volpi –por decirlo a la manera del autor de Otras inquisiciones–, para recorrer sucesivamente la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura de la humanidad, trazando el mapa del territorio (ficticio) que pretende describir.
La geografía de la ficción está formada pues por una sucesión de modelos (diferentes, a veces contradictorios) de la realidad. Uno de ellos es la construcción de la memoria que, al contrario de la aproximación histórica, es subjetiva y acientífica; otros están vinculados a las religiones, desde el primitivo paganismo a los monoteísmos, formulados mediante las narraciones custodiadas en sus respectivos libros sagrados. Volpi no se limita a las consideraciones puramente literarias sobre la fabulación, que obviamente aparecen. Extiende su pesquisa (erudita) a otros ámbitos del saber, desde la mitología a la filosofía, pasando por la música, el cine, el esoterismo, la política, la psicología, la ecología o las redes y la inteligencia artificial.
La invención de todas las cosas es muy fiel a su asunto: se alza como un artefacto que intenta condensar lo que somos a partir del común denominador narrativo, al modo de las suculentas historias culturales de la humanidad. El escritor mexicano ha necesitado tres años para culminarlo. Y probablemente mucho más tiempo de documentación y digestión, acaso desde que publicase Leer la mente (Alfaguara), pero eso no se percibe en su estilo, que es claro, divulgativo y accesible, con la mínima abstracción necesaria. No es un secreto que el autor ha bebido de una de las tesis recurrentes de Yuval Noaḥ Harari, que describe la singularidad humana, más que en relación a la inteligencia, a partir del hecho de que todos proyectamos nuestro futuro gracias a historias formuladas en función del pasado. Contamos (lo que sea: vida, identidad, odios y traumas) porque otros, antes que nosotros, también lo hicieron.
La ficción dota de un sentido, ya sea compartido o íntimo, aquello que no lo tiene (los hechos) o es fruto de la mera casualidad, más de la causalidad, que es un principio narrativo antes de ser lógico. Por eso este mural de Volpi sigue un método y un orden concreto para sus reflexiones, que no son tanto ensayísticas –este género, tal y como lo formuló Montaigne, exige hablar de uno mismo y abordar la materia sin necesidad de agotarla y sin un plan establecido– cuanto los argumentos de un tratado que se camufla debajo de sucesivos diálogos –que es la forma de la literatura de ideas que antecede al ensayismo dentro de la preceptiva antigua– dirigidos por el bicho, la criatura imaginaria creada por Kafka, al lector anónimo.
Por supuesto, todo lo que escenifica Volpi a través de este juego literario podría decirse igual de forma directa, pero el escritor mexicano ha optado por entrelazar el significado con el significante y, de paso, intentar que el lector, cual Sherezade, no huya despavorido al enfrentarse a esta historia universal de la ficción humana. También es interesante, en una sociedad que desprecia las humanidades y que ha sustituido en buena medida las palabras por un alud de imágenes, incluyendo las virtuales, ver cómo el escritor mexicano analiza el desarrollo científico (hecho de verdades relativas) como una dialéctica entre ficciones, donde una tesis queda desmentida únicamente por otra si ésta se adecúa mejor a la realidad, que no deja de ser, a la postre, la ficción que nos resulta más plausible de todas las posibles.
Se podría concluir, por tanto, que la vida es sueño, como escribió Calderón de la Barca, y que los sueños son las variantes de las ficciones que, a veces, se tornan pesadillas. Este libro de Volpi es un viaje a ese légamo oscuro que cantan los versos –milagrosos y terribles– del gran León Felipe: «Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos, / que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, / que los huesos del hombre los entierran con cuentos, / y que el miedo del hombre…/ ha inventado todos los cuentos. / Yo no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos…/ Y sé todos los cuentos«.