The Objective
Cultura

H.R. Giger y su receta para la perturbación visual

El artista y escultor suizo sigue causando miedo y furor una década después de su muerte

H.R. Giger y su receta para la perturbación visual

H.R. Giger con la silla Harkonnen que construyó para la película Dune. | Redes

Son la clase de dibujos que, de haber sido cazados por tu profesora en el instituto, te hubieran llevado de la oreja al director. Y, de ahí, al psicólogo. Y, de topar con alguien dotado de un mínimo de sensibilidad artística, a ser expuesto en una galería underground. Los personajes de estos cuadros flirtean peligrosamente con un delirio compuesto por la sexualidad más inquietante, y el terror más mecánico. Una orgía de figuras grotescas irracionalmente armonizadas por vasos comunicantes industriales. Mucho feto de ojos muertos, calaveras, tubos y fálicos bichejos con la carrocería entre orgánica y metálica, puesta en marcha gracias a la evacuación de los gases por largos tubos de escape. De todo, menos sereno.

La mayoría conocen la obra de H. R. Giger (Suiza, 1940-2014), gracias al interés estético que despertó en un joven Ridley Scott a los mandos de una de las películas más icónicas del cine de terror y ciencia ficción: Alien, el octavo pasajero (1979). Y es que el monstruo con cabeza de cesta-punta, llamado Xenoformo en la cinta, está directamente inspirado en la obra Necronom IV (1976), de Giger

Esta pintura muestra un primer plano de la escalofriante criatura que todos conocemos, salvo contadas excepciones. Por ejemplo, sus ojos, pues en este caso posee y son dos profundos orbes circulares negros. También las manos, de naturaleza humanoide, no bestial, como en la película. O, bueno, lo que a nadie se le escapa que es un pene paquidermo haciendo una chilena hasta alcanzar la mitad de la, ya de por sí, fálica almendra del marciano. Una cabeza que, para quienes conozcan los Cráneos de Chongos, Paracas, les resultará familiar. O para el que haya visto Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008). Que topar con Spielberg es hacerlo con un pozo muy hondo de referencias.

Un estilo tenebroso y sexual

Ya hemos dicho que Giger es profundamente sexual, a la par que necrológico, en sus obras. Lo macabro se da de la mano con una biomecánica de epidermis blancas, e inquietantes figuraciones orgiásticas, que, curiosamente, aportan cierto erotismo (si bien turbado) a las obras del pintor suizo. Un elemento que ha quedado muy obviado en las encarnaciones cinematográficas de sus dibujos. Porque ya sabemos que la frontera hollywoodiense entre lo tolerable y lo indecente no está en la evisceración de pobres currelas espaciales, sino en la visión de órganos sexuales. Y si son alienígenas, ni te cuento la herejía.

Hay quien hace homologaciones entre H. R. Giger y Zdzisław Beksiński, uno de los pintores polacos más góticos y perturbadores del siglo XX. Pero el terrorífico universo de Beksiński está absolutamente a merced del barroquismo visceral, una figuración fantasiosa de raíces infernales y una épica bíblica apocalíptica. No hay, ni aun excavando mucho, un solo atisbo de morbo. Giger, en cambio, es futurista, industrialista y vivió sus dibujos en ese atractivo, y a la vez bizarro, limbo entre el deseo y lo pesadillesco. Es muy fino. Delineado. Paradójicamente armónico en sus simetrías y eso lo hace extrañamente fascinante.

La película original de Dune

Un hecho que ha pasado desapercibido en esta nueva eclosión del interés por la novela de Frank Herbert; Dune (1965), es que antes de la primera versión cinematográfica de la obra llevada a cabo por David Lynch en 1984, hubo un titánico proyecto de llevar la novela al cine por parte del escritor y director de cine chileno, Alejandro Jodorowsky, en 1974. La película, que no llegó a realizarse debido a la ambición desmedida del proyecto, quiso contar con un elenco de participación a la altura de lo que, sin duda, hubiera sido de las mejores películas de la historia. Para su versión de Dune, Jodorowsky quiso contar con lo que él llamaba sus «5 samuráis», a saber: Orson Welles, Chris Foss, la banda Pink Floyd, Salvador Dalí y H. R. Giger, de quien Jodorowsky había quedado prendado bajo recomendación de Dalí. Háganse cargo de tener a todos ellos reunidos, y súmenle a Mick Jagger en el papel de Feyd-Rautha (Sting, en la película de Lynch. Y Austin Butler, en la más reciente de Villeneuve). Finalmente, se hizo carne el refrán: «quien mucho abarca, poco aprieta» y las dificultades para contentar a semejante panteón de estrellas empujó el proyecto al abismo.

Sin embargo, a H. R. Giger le fue útil para que su visión del siniestro entorno del Barón Vladímir Harkonnen (que plasmó en bocetos), fuera conocido y llegase a las manos de Ridley Scott. Sus interpretaciones de la nave del Barón como un gran Buda maquinal albino empuñando una metralleta, no dejaron indiferente al que sería director de Alien, el octavo pasajero, esa versión espacial de Tiburón (1975) (volvemos a Spielberg) que pedía el público. Una colaboración que lo llevaría a la cúspide del mundillo, no solo en reconocimiento del público, también de la academia cuando ganó un Oscar al mejor diseño escénico en 1980.

10 años de su muerte

En 2024 se ha cumplido una década de la muerte de este singular artista que acabó los últimos 20 años de su vida viendo The Wire y Los Soprano, tal y como declaró en una vieja entrevista a la revista VICE. Colgó los pinceles y se dedicó a la vida contemplativa entre su casa en Zúrich y un castillito en los Alpes suizos (¿quién tuviera semejante jubilación?).

Si bien cualquiera podría especular con que Giger fuera una prolongación humana de sus delirios, encarnados en un desnortado zutano de gestos lunáticos, nada más lejos. El pintor era del tipo huraño, introvertido y, algo extraño en hábitos. Por ejemplo, trabajaba de rigurosa madrugada y era un gran amante de las armas. De hecho, la que él declaró que era su favorita fue la misma con la que su primera mujer se suicidó… Giger debió tener un sentido del humor a la altura de sus imaginaciones.

Sin embargo, el artista nunca presumió de visiones o luciferinas alucinaciones (y eso que consumió bastante L.S.D., en concreto con el famoso psicólogo Timothy Leary). El artista basaba sus obras en una mezcla entre sus sueños y sus lecturas de fantasía. La mayoría de estas últimas rendidas a H. P. Lovecraft, en quien, por cierto, se inspiró directamente para crear el Necronom IV y, en consecuencia, el Alien de la película.

El legado de un genio visual

Aunque en 2012, poco antes de su muerte por una aparatosa caída, colaboró con Ridley Scott en la película Prometheus, tras el éxito del primer Alien, Giger encadenó varios fracasos en sus incursiones cinematográficas. No obstante, eso no lo destronó en la mente de todos sus fans (muchos góticos y metaleros) que lo consideran, todavía hoy, un genio visual. El músico Danzig, ex-vocalista de Misfits, eligió dos obras de Giger para sus discos: Black Aria (1992) y III: How The Gods Kill (1992), al igual que la banda Triptykon o Steve Stevens: guitarrista de Billy Idol.

La obra de H. R. Giger se ha convertido, a pesar del tiempo, de las críticas por obscenidad, degradación e incluso machismo, en un referente del terror. Irónicamente, y para haber sido tan diabólico en su concepción creativa, su personaje más famoso está inmortalizado como una gárgola en la abadía de Paisley, en Escocia, desde 1997. Uno de los miles de ejemplos que demuestran que H. R. Giger dio con una notable clave figurativa que, seguro, no desaparecerá. Al fin y al cabo, ¿qué hay más eterno que lo que nos aterra?

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D